Enrique Cortés
La identificación parte del hecho de que el
sujeto siempre desea al otro y la alternativa es:
ser o querer.(1)
Laplanche y Pontalis definen la identificación como “El proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de este. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones”(2)
De aquí podemos pensar que la identificación es un proceso necesario para que se constituya el Yo, pero también va a constituir un mecanismo de atrapamiento, en donde el sujeto va a repetir una y otra vez una serie de conductas precisamente para no diferenciarse de ese otro.
“Acto en el que un individuo se vuelve idéntico al otro”.(2) Tropezamos aquí con la siguiente paradoja: para que yo me pueda identificar con el otro, yo y el otro tenemos que ser diferentes.
Parto de la siguiente tesis; el psicodrama en tanto lugar donde se juegan las identificaciones, constituye un medio idóneo, gracias al juego de la representación, para que el sujeto pueda romper con eso que repite, con eso a lo que se ve atrapado.
“El que prescinde del otro está precisamente en la lógica de la identidad y no del lado de un proceso permanente de identificación”(3)
¿Por qué el psicodrama es el lugar de las identificaciones? La respuesta me parece evidente; ya que todos los participantes están expuestos a la mirada del otro.
Partamos pues del primer punto; la identificación como juego de miradas
constitutivas del yo.
Para Freud la identificación es “la manifestación más temprana de un enlace afectivo entre el yo y el objeto” (4); Lacan partirá del estadio del espejo, momento evolutivo del infante alrededor de los seis meses, donde el niño pequeño sin hablar todavía ni sostenerse en pie por sí solo, descubre con encanto su imagen en el espejo.
Este estadio hay que entenderlo como una identificación, en el sentido de una transformación producida en el sujeto al asumir su propia imagen.
Esta identificación primaria tiene la particularidad, en tanto el carácter prematuro del bebe, de su dependencia del otro. Esta identificación será la fuente de todas las identificaciones posteriores. Más tarde a través de su identificación al semejante y el drama de la envidia primordial, surge una relación de unión entre el yo y los otros.
Desde ese momento, todo el saber humano se vuelca en la mediatización por el deseo del otro, ya que el sujeto va a quedar atrapado en la pregunta :”¿Qué quiere el otro de mi?, ¿Quién soy yo para el otro?”
Y será a partir del “tú eres eso” que comienza el verdadero trabajo psicoanalítico.
Me interesa destacar dos cosas; en primer lugar el objeto no es la persona exterior a la que el yo se identifica, sino que es la representación psíquica inconsciente de ese otro. Y en segundo lugar en tanto inconsciente, no es observable directamente.
Esto mismo lo podemos ver desde la óptica lacaniana; A lo largo de nuestra vida hay unos hechos que se repiten y que por lo tanto nos marcan y nos determinan, es importante pues hacer ver aquello que hay en común en todas las situaciones, esto sería lo que Lacan llama rasgo unario; (el aislamiento del rasgo singular es muy importante, debido a que por sí solo caracteriza la necesidad de repetición. Puesto en circulación en el grupo, el rasgo singular se modifica a medida que se analiza, dejando de formar masívamente parte de la situación repetitiva para integrarse a un discurso diferente, el discurso colectivo”).
Entonces al tiempo que el sujeto se identifica con un significante que determina su vida, acaba atrapado por ese mismo significante o cadena de significantes, ya que un significante nunca está solo. Esta sería la identificación simbólica; una identificación que tiene que ver con la palabra.
Pero también hay otra vía de identificarse, la imaginaria. Esta tendría que ver con la imagen; Lacan da cuenta de ella por mediación del estadio del espejo; en donde el yo se identifica con una imagen ideal de sí mismo y que por ser ideal nunca se llega a alcanzar; a partir de ahí el yo se va a ir identificando con aquellas imágenes en las cuales se reconoce, imágenes pregnantes que evocan la figura humana del otro, su semejante.
Pero no hay que olvidar, que una identificación y la otra andan de la mano ya que ”El yo imaginario se forma en el interior del marco del yo simbólico”.(Lo que yo me imagino ver en los ojos de mi madre va acompañado de una comunicación. No se trata de comprender el advenimiento de lo imaginario y lo simbólico como dos tiempos diacrónicos distintos, sino, como el advenimiento de dos modos intrincados en una misma experiencia).
En un taller de fin de semana, Sofía, una de las participantes se define
como una persona que llora demasiado; se recuerda siempre enferma y a su madre a su lado cuidándola.
Al representar la escena en la que ella anda de la mano de su madre,
mientras su hermana va por delante; corriendo y jugando; dice: ”en realidad ella, refiriéndose a su hermana, es libre”
Más tarde recuerda lo siguiente: siendo ella muy pequeña se encontraba sentada en un rincón, su madre pasaba y ella la miraba. Al preguntarle el terapeuta que es lo que sentía, responde que ve que su madre no es feliz y que necesita de ella.
En relación a nuestro tema, quisiera subrayar lo siguiente:
a.- su madre necesita de ella pero es ella la que siempre está enferma y su madre cuidándola.
b.- se define como una persona que llora demasiado; y en realidad es a su madre a quien no siente que es feliz.
c.- podemos pensar que efectívamente es una escena que la atrapa: “mi hermana es la libre”.
Es una escena que la constituye, en el sentido en que le da una identidad: necesitada, infeliz…; se atribuye a ella lo que sintió en su madre; y queda atrapada allí donde se erige en salvadora.
Volvamos a la pregunta: ¿Cuál es el atrapamiento del yo?
Captado entonces por una imagen que jamás podrá aferrar, el sujeto no dejará desde entonces de pedirle razones a ese otro sobre el que posó por primera vez su mirada.
Pero en el psicodrama, el espejo es destrozado por las miradas de los otros que transforman todos los fragmentos significantes que alcanzan en rasgos de discurso. Por el contrario, la palabra, la voz, es decir la experiencia de la falta es la que le restituye al sujeto su unidad: “el discurso del grupo lo ayuda a superar el fracaso de la repetición edípica gracias al aspecto de renuncia y de ausencia que el lenguaje comporta. Proceso que es facilitado gracias a la transferencia ”(6)
Cuando el sujeto busca la mirada de los terapeutas, “se encuentra con que esa mirada no es un espejo, no refleja nada. De ese modo los terapeutas no se ofrecen a la identificación de los miembros del grupo, sino a la transferencia.”(7)
Así veo las cosas: ante la pregunta ¿Qué soy Yo? La respuesta se busca en el otro; “tú eres eso”; ese modo de identidad se sitúa en relación a la serie de identificaciones.
En el psicodrama y a través de la representación esas identificaciones se tambalean y el sujeto debe hacerse de nuevo la pregunta pero ahora la respuesta, no está en el otro.
En una de las sesiones Caridad dice encontrarse mejor porque “he quitado a mi madre de mi vida, y ya no tengo ninguna necesidad de hablar de ella”; el terapeuta elige una escena con su madre. Las razones por las cuales elige al yo auxiliar son las siguientes: es callada y es como una criada siempre al servicio del otro, características estas que la identifican con su madre, y añade, ” a mi madre la utilizaba mi padre”.
En ese mismo instante se da cuenta que en diferentes ocasiones ella misma se había descrito de esa manera: callada, servicial y con sentimiento de que su marido la utiliza para los trabajos de la casa.
Al reconocerse en su madre es que puede marcar las diferencias, y esto le permite precisamente el poder acercarse a ella. La escena termina abrazada a la madre; hasta entonces su discurso era un continuo rechazo a su madre y lo que esta representaba.
Los Lemoine y en relación a la identificación nos recuerdan que a lo largo del grupo este pasa por varios momentos:
Primer momento.- es un momento de individualización, donde el individuo en el grupo se siente agresivo y molesto; todo debido a que no quiere ser confundido con los otros deseando la exclusividad de los padres-terapeutas.
En estos momentos nos podemos encontrar con deserciones alegando que el grupo no les ayuda, o que no se sienten con suficiente intimidad para hablar de sus cosas; sobre todo con pacientes histéricas que han estado previamente en terapia individual y cuyos lazos transferenciales con el terapeuta son fuertes.
La respuesta del terapeuta, no obstante es la de no responder, negándose a socorrer la demanda de auxilio. El miembro del grupo se verá, así obligado a arreglárselas por sí mismo; empezando a mirar a los otros participantes y anudándose a una cadena de identificaciones entre ellos.
Segundo momento.- es el de las identificaciones laterales; aquí la mirada tiene un papel destacado, cada miembro del grupo se identifica con el otro, en tanto que se reconoce en él, para ello se requiere la dramatización.
Esta identificación consiste en que el deseo propio se basa en el deseo del otro, o en atribuirle al otro el propio deseo.
Tercer momento o de las identificaciones cruzadas.- Esta identificación lejos de ser regresiva se caracteriza en que el sujeto recupera su propio deseo a través de la presencia del otro.
“Se producen dos identificaciones, una repetida, que se representa, la otra actual y nueva; aquí los participantes renuncian a poseer al otro, y
lo logran en su imaginación a través de una representación. El sujeto entonces, renuncia al otro, pero lo recupera en el plano simbólico en el que siempre se gana una parte de lo real mientras se pierde otra. Al precio de este pasaje simbólico, el sujeto se recupera a sí mismo, como sujeto. Acepta perder una parte de lo real gracias a la presencia del otro, ya que se recupera para y por el otro sujeto con el que se identifica. De este modo logra superar su relación antigua y se libera para nuevas identificaciones. Estas tienen que ver con un mundo imaginario en que las identificaciones no conducen a dependencia alguna, como en el cine o el teatro”.(8)
IDENTIFICACION Y FANTASMA.
El fantasma se refiere a una época de la historia individual que se sitúa antes del estadio del espejo, estadio de unificación de la imagen de sí mismo: corresponde a la captura del cuerpo fragmentado en los restos de significantes entendidos en el momento de una fase muy precoz de la vida: en los primeros meses los significantes son registrados como sonidos, es decir, retenidos por la memoria como unos ruidos desprovistos de sentido, al mismo tiempo que se asocian a unas sensaciones físicas corporales de entonces, sensaciones que solo se sienten sobre unas partes del cuerpo, es decir sin referencia a un conjunto.
Estas sensaciones y estos sonidos persisten y resurgen más tarde, como retoños inconscientes.
Paul Lemoine
“Cuando la unidad imaginaria del yo se desintegra, el sujeto escarba, en sus primeros enunciados el material significante de sus síntomas”.
Nosotros podríamos, esquemáticamente, decir que el fantasma parte de una etapa preespecular. En resumen, que se integra en un cuerpo fragmentado pero donde la vida libidinal es intensa.
Genie Lemoine
Con el permiso de Rosa López, voy a basarme en la conferencia que dicto en el Nucep el día 14 de septiembre 2017
Parto de la siguiente hipótesis: el Otro es la condición de la constitución de nuestra realidad subjetiva mediante las identificaciones.
1. La pregnancia de lo imaginario.
Empecemos por ese otro que es mi semejante, al que denominamos el yo ideal en tanto nos ofrece un modelo logrado de sí mismo, lo que no es más que una suposición, pero nos servimos de ella para acogernos a cierta promesa de integridad que nos tranquiliza.
Y en ese sentido si el otro tiene aquello de lo que carezco, puedo aproximarme a la felicidad que le supongo identificándome a él. Estamos en el terreno de las identificaciones imaginarias, donde se juegan el amor, el odio, la envidia, la rivalidad, el “o tú o yo”, y el resto de las pasiones narcisistas.
En este momento hay una especie de transitivismo de lo imaginario que lleva a que el gesto del otro se confunda con el propio y viceversa. El niño que pega a su compañero llora denunciando que es el otro quien le ha pegado.
Es esencial subrayar que para Lacan, el yo se constituye en una alienación primordial al otro.
Notemos la diferencia entre identidad e identificación. Esta última siempre pasa por el Otro (imaginario y simbólico) y es del orden del semblante, del parecer, y no del ser. Por eso es fundamental en la vida que uno pueda cumplir una función de la mejor manera posible, para lo cual necesita no creerse idéntico a esa función. El analista encarna el lugar del sujeto supuesto saber para su paciente, pero cometería un error enorme si creyera serlo.
Aquel que, sin embargo, cree que es idéntico a sí mismo y que esa identidad la ha creado sin la mediación del Otro, encontrará en el dispositivo analítico un remedio a ese delirio, al hacer pasar su padecimiento por el analista en la posición de Otro.
Es en este nivel imaginario que se comparten ciertos sentimientos y se producen los efectos de contagio identificatorios. La exaltación de lo emotivo provoca un efecto de mutua influencia, hasta el punto de borrar los límites que diferencian a cada uno, en una suerte de reacción simpática primitiva. Con la identificación imaginaria al sentimiento que vemos en el otro, se pierde el espíritu crítico, y uno se deja invadir por una emoción común, tanto más contagiosa cuanto más elemental y primitiva es.
Además de estas identificaciones imaginarias, están las identificaciones simbólicas que proceden de un Otro con mayúscula, que no está en un plano simétrico, como el semejante, sino que representa una verdadera alteridad.
2. La Potencia de lo simbólico
La palabra tiene un poder enorme, incluso mágico, que induce a la destrucción, pero también a la calma. Su potencia tiene más fuerza que la naturaleza y que los poderes sobrenaturales, pues Dios mismo es un hecho de palabra.
Si hasta este momento nos hemos referido al yo ideal, ahora hemos de entender sobre qué base se constituye. Freud descubre una matriz simbólica que sostiene la edificación imaginaria, y le da el estatuto de una nueva instancia a la que denomina el Ideal del yo.
¿De qué se trata? Es la mirada del adulto que sostiene al niño ante el espejo la que certifica que esa imagen es él, y de este modo le otorga un lugar en el mundo. El Otro simbólico actúa como mediador en la relación entre el yo y su semejante. Frente a la lucha a muerte entre dos yos que rivalizan por el prestigio se interpone el pacto de la palabra que, a veces, impide que la sangre se vierta.
Freud plantea que el niño en su estado inicial vive en el autoerotismo sin tener en cuenta al otro, siendo la identificación la manifestación más temprana de un lazo afectivo hacia otra persona. Para explicar el proceso de las identificaciones Freud inventa un mito: El Complejo de Edipo. La gran divulgación del Complejo de Edipo lo convirtió en un relato de amores y odios. Se trata de una maquinaria simbólica e imaginaria en la que se deciden los fenómenos de identificación que conformarán la posición subjetiva de cada quien y su identidad sexuada. Cierto es que algunas personas no pasan por este entramado simbólico, y carecen de las denominadas identificaciones edípicas. Son los casos de psicosis, en los que se padece de un vacío identificatorio que solo puede compensarse con la pura imitación al semejante, o con el delirio de identidad megalomaníaco que es una suerte de Ideal del yo desorbitado.
En el Complejo de Edipo, tanto el niño como la niña toman a la madre como objeto de sus tendencias libidinosas y al padre como representante de un ideal al que identificarse. Ahora bien, este proceso no se produce sin perturbaciones y conflictos, dando lugar a los síntomas que caracterizan a las neurosis. Dicho de otro modo, nunca es normativizante.
El Ideal del yo cumple una función de observación del yo desde un lugar de autoridad. Es ese lugar desde el cual nos sentimos mirados, y ante el que pretendemos resultar amables.
Hemos de subrayar la enorme importancia del gesto del niño, en el estadio del espejo, cuando al mirar su imagen en el espejo, gira su cabeza hacia el Otro para certificar su valor. Bastará con un signo de asentimiento del Otro, que representa la elección de amor, para que el sujeto pueda operar en el campo de la palabra y adquiera su primera identificación. Pero no solo se trata de esa mirada de deseo, sino que además están las palabras que la acompañan. Esas palabras que proceden inicialmente del discurso familiar pero también del discurso social al que pertenecemos.
La experiencia analítica demuestra algo muy interesante, y es que cuando le pedimos al analizante que cumpla con la regla de la asociación libre poniendo en palabras todo lo que le venga al pensamiento, sin censuras ni disimulos, nos encontramos con la insistencia de la misma historia, la misma queja, los mismos significantes que se repiten una y otra vez. Cada analizante muestra una especie de guión preestablecido que estrecha el marco vital en el que se desenvuelve.
Es notable hasta qué punto es determinante en la vida de un sujeto aquellos dichos del Otro que tuvieron un carácter oracular. “Este niño será un gran hombre o un criminal”, pronosticó el padre del Hombre de las ratas.
Es decisiva, sobre todo, la interpretación o la captación que cada sujeto hace del deseo de sus padres respecto a su existencia. Son marcas que dejan una huella indeleble. La más dolorosa, sin duda, es la que produce el sentimiento de no haber sido deseado. También las que afectan a nuestra sexuación, es decir, si uno fué deseado como niño o como niña. Hay palabras que, recortadas del discurso de los padres, provocan un efecto sorprendente, y uno se pregunta por qué esa palabra y no otra. A veces son sentencias fuertes del estilo de “tú serás siempre……”, pero en ocasiones son palabras aparentemente anodinas las que cobran una resonancia fundamental. Este enunciado se convierte en un significante amo que comanda los avatares de la vida del sujeto.
Con los significantes fundamentales el sujeto construye su propio fantasma, aquel que fija las distintas identificaciones que vienen del Otro en una suerte de esquema con el que se interpretan los hechos de la vida. Ese fantasma está destinado a atravesarse en el análisis, pues coloca al sujeto en una posición que nunca le es favorable.
Lo interesante es que las identificaciones pueden caer sin que uno se vuelva loco por ello. Y este es el gran objetivo del psicodrama, donde todo consiste en un juego de identificaciones.
Ahora bien, la enorme complejidad de los procesos de identificación no puede ser concebida mediante una sencilla topología que separa lo interior de lo exterior. Algo así como “mi yo interno y las influencias que me llegan del exterior familiar o social”. Lacan acuñó el neologismo “extimidad” para dar cuenta de la excentricidad de uno consigo mismo. Pareciera que el sujeto está gobernado desde el exterior, cuando es el interior quien comanda.
3. La fijeza de lo pulsional
Hasta ahora he subrayado que el sujeto nunca es idéntico a sí mismo, que es evanescente y sufre de fluctuaciones identificatorias. Sin embargo, hay sujetos que parecen más bien petrificados y en todos tropezaremos con algo inamovible. ¿Dónde se encuentra aquello que otorga al sujeto un peso específico? Hay algo que sin ser idéntico a sí mismo, le da una densidad, una fijeza, una suerte de núcleo central donde hallaremos su diferencia absoluta.
Nada de lo que hemos dicho hasta ahora sobre las identificaciones se sostendría sin el trasfondo de las pulsiones y del goce. No solo están las imágenes y los significantes, también cuenta -y mucho- un objeto muy especial, el objeto a, al que se engancha un modo de goce anti-humanista, como decía Lacan, en tanto no tiene en cuenta al otro.
El destino de las identificaciones en análisis
Solo franqueando la pantalla engañosa de las mismas se puede conducir al sujeto hasta su goce más propio, ese que no depende de la alienación a los Otros, y donde reside lo más íntimo y a la vez lo más ajeno de uno mismo.
Ahora bien, la alienación inconsciente del sujeto a los significantes amo no desaparece por decreto, no basta con aplastar la superstición para temperar los efectos de la creencia sobre el ser hablante. Por esta vía no se puede alcanzar la separación, es necesario acceder a la única seña de identidad del sujeto que es su núcleo de goce. Solo cuando esto ocurre al final del análisis se puede alcanzar un verdadero ateísmo por la caída definitiva de aquellos significantes amos que están comprometidos en la compulsión a la repetición de lo peor.
Es a través del amor de transferencia como podemos llegar hasta ese objeto a que habita tras la imagen. El amor no solo es narcisista, también está ligado a la pulsión, y nos ofrece una posibilidad operativa para que el análisis no se reduzca a la obtención de saber, asunto de inconsciente, sino que también produzca cambios a nivel del goce.
La relación entre el sujeto con el objeto es una circulación entre el amor, el goce y el deseo. El fantasma anuda amor, goce y deseo.
Ese modo de relación entre el sujeto y el objeto que incluye cierto nudo entre el amor, el goce y el deseo da cuenta finalmente que el fantasma soporta una satisfacción pulsional (goce).
El fantasma pone en juego una satisfacción pulsional, nos dice por donde circulan los goces del paciente.
Poder leer una clínica del fantasma nos permite poder intervenir sobre el goce de nuestros pacientes, pero no solo sobre el goce, también sobre el amor.
El fantasma va a situar la modalidad del amor de un sujeto. Pegan a un niño es un texto que define de que se trata el amor en la relación neurótica de un sujeto. La frase a la que llega Freud, mi padre me pega porque me ama, anuda el masoquismo con el amor, Freud pone un saber hacer con la pulsión de muerte, el fantasma pacifica la pulsión de muerte (goce), entonces cierta cantidad de dolor inherente a la subjetividad puede ser leído en coordenadas del amor y entonces se vuelve insoportable. El problema es cuando el fantasma fracasa.
En relación al deseo, el fantasma es el soporte de las posibilidades deseantes del sujeto.
El fantasma es como la sombra del objeto, el objeto a en términos de Lacan y el objeto de la pulsión en términos de Freud (lo oral, anal, fálico). El objeto de la pulsión también es el objeto lacaniano que además él agrega la mirada y la voz. Son los objetos del goce, pero también son los objetos que causan el deseo.
Finalmente, hay algo que no es susceptible de cambiar, ni de desprenderse, ese hueso que resta al término de la operación analítica, y donde podemos situar lo que singulariza una existencia. Se trata del síntoma propio, no de los síntomas que se han adquirido por alienación al Otro y que se resuelven a lo largo de la cura, sino de ese síntoma donde se alberga un modo de goce personal e intransferible que no se dirige al Otro.
Se trata de darle al análisis una vuelta más de tuerca, una vez que hemos llegado a la caída de las identificaciones y que se han cuestionado las supuestas identidades. Al final de un análisis es necesario captar cuál es el síntoma para hacerlo trabajar a nuestro favor. A eso lo llamamos identificación al síntoma.
(1) Matilde Enriquez. Lo que se pone en juego, la transferencia con el otro. Cuadernos de psicodrama nº2 Madrid
(2) Laplanche y Pontalis. Diccionario de Psicoanálisis. Labor
(3) Pierre Kaufman. Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis. (Pg.247) Paidos.
(4) S. Freud. Tres ensayos para una teoría sexual. Capitulo 2. Labor
(5) J. Lacan. Estadio del espejo. Escritos 1, pg.11. Siglo XXI
(6)Lemoine P. Y G. (1966) Teoría del Psicodrama. (Pg.50) Barcelona. Gedisa.
(7) Lemoine P. Y G.(1966) Teoría del Psicodrama.(pp 66) Barcelona. Gedisa.
(8) Lemoine P. Y G. (1966) Teoría del Psicodrama.(pp.76) Barcelona. Gedisa.