Retazo de una obsesión.
Por Enrique Cortés.
La clínica nos enseña cómo el obsesivo construye un Otro cruel, otro del cual quejarse de que no reconoce ni sus sacrificios ni sus méritos y que además se interpone, impidiéndole gozar.
Pero lo paradójico es que es él, el obsesivo, quien va a ser el cruel de los crueles, mostrándose como una víctima sacrificial, quejándose de que es el Otro quien no le deja vivir. El lobo con piel de cordero.
De manera tal que hace existir un Otro a quien dota de una demanda que es una demanda de muerte. Lo dota de una demanda de desaparición.
Por eso Lacan, cuando en el Seminario de las Formaciones del Inconsciente, analiza la dialéctica del deseo y la demanda en la neurosis y se dedica a explorar cuál es la modalidad del deseo en el obsesivo, el obsesivo va a evitar el encuentro con ese vacío del intervalo, que no es sino el lugar donde va alojarse el deseo, él se afana en intentar colmar la demanda.
Trabajo que, por lógica, está destinado a escapar, en el fondo, del encuentro con la angustia que implica un encuentro con un deseo fabricado de este modo.
El obsesivo dice querer estar a las verdes y a las maduras, no querer perderse una.
En ese no querer perderse una, el obsesivo calcula lo que más le interesa aunque siempre en nombre de la amistad intentando venderse como un buen amigo de sus amigos, o bien en nombre de cualquier menester altruista (la patria, el amor, la paz…).
Y ahí viene el tropiezo, “los cálculos nunca son exactos”, y ahí donde el Otro no responde, él se pregunta ¿que soy para el Otro?; incertidumbre que le lleva a querer estar en “todas partes”; (por este motivo no tolera los tiempos muertos, los impasses).
Hay dos cuestiones que no quiero dejar de considerar y que encontramos en la clínica de la obsesión, ya señaladas por Freud. Una es la presencia de la figura del padre y que lo llevó a Freud, en su encuentro con el síntoma de la obsesión y esta modalidad del deseo, a escribir Tótem y Tabú, investigando qué relación tiene el deseo con la prohibición y, más fundamentalmente, esa pregunta que atraviesa toda su reflexión y su pensamiento y que no es otra que la ¿qué es un padre?
Es lo que Lacan formaliza precisando que el padre simbólico es aquél, que, cumpliendo la función de nombrar el goce, le da un significante para pasarlo al inconsciente y desde allí operar, es decir, subordinándolo a la ley del deseo, y por ese mismo acto, permitiendo un goce fálico posible.
Es el padre en tanto que opera poniendo de acuerdo la ley misma con el deseo, es decir, aceptar que hay falta.
La neurosis obsesiva quiere decir que algo ha fallado, mediante la aparición de toda la exigencia del superyó, que ordena gozar, bajo esas formas imperativas, bajo esos mandatos, esa insensatez que tan bien muestra el Hombre de las Ratas: a falta de someterse a la ley del deseo, es entregado a tener que hacer frente a un goce que le retorna , ya sea como modo «delirante» en el suplicio de las ratas , ya sea como obsesiones, ya sea como inhibición o como síntoma en el amor, es decir , en la relación con los objetos de amor.
Esto me permite introducir la relación exclusiva que mantiene con la madre, como objeto primordial, que es la de no poder sino ocupar el lugar del falo imaginario de la madre. Por tanto, cualquiera que se interponga allí, se interpone a título de apagar el brillo fálico que se esfuerza por obtener y por tanto, hace recaer, sobre ese otro imaginario, su «agresividad».
En la clínica lo que se le devuelve al obsesivo es siempre una frase en forma de toma de decisión, hay que llevar al obsesivo a la encrucijada de la decisión, a que se enfrente con la verdad, que no es más que un imposible; “o se nada o se guarda la ropa”.
Ahora bien, el obsesivo puede enrocarse y salir dando un golpe de puerta mientras dice en sus adentros: “maldito padre castrador”, al tiempo que se afana en busca de aliados.