La experiencia nos señala que a menudo es indispensable tener un número de entrevistas individuales con un niño antes de introducirlo en un grupo de psicodrama.
En caso contrario, es necesario atenerse a que numerosas escenas estén llenas de atención a las reglas, insuficientes para impedir que pasen al acto; acto siempre difícil de analizar con los niños, que rápidamente nos clasifican en el conjunto de los adultos represivos.
Asimismo, constatamos que las trasferencias laterales se establecen con tal masividad que es prácticamente imposible el análisis; los niños difícilmente llegan a salir del registro del aquí y ahora. Estas experiencias ex – abrupto son muy amenazantes para los niños que adoptan rápida y radicalmente posiciones defensivas.
Cuando la terapia se engancha con uno de los psicodramatistas, la calidad de la transferencia previamente establecida permite al niño asumir la angustia que desarticula la situación de grupo. Sitúa sin esfuerzo la experiencia psicodramática en el registro terapéutico y adopta fácilmente la actitud de “serio” que conviene.
Desde el punto de vista del terapeuta, un conocimiento bastante profundo de la problemática del niño le permite una mejor escucha y le evita el dejarse llevar, “sin saberlo”, en los fantasmas y las ensoñaciones del niño. Sin tener ninguna referencia precisa del contenido de las secuencias preliminares, la relación de confianza que es anudada autoriza a cada uno a seguir la construcción de su identidad en unión con la historia antes esbozada en el diálogo con el terapeuta y posibilita la confrontación dinamizante con otras historias. Así, el terapeuta puede interrogar las diferencias que a menudo hacen daño al decirse y que exprimidas favorecen la circulación del Deseo.
En nuestra práctica (en un internado para niños psicópatas y psicóticos), el psicodrama viene casi siempre en relevo del proceso individual e incluso puede ser propuesto paralelamente a éste.
Naturalmente, todos los niños que se comprometen en una psicoterapia individual no harán psicodrama, la indicación se formula en casos concretos. Citaremos algunos ejemplos entre los más destacados.
- El niño fantasioso.
Christophe es un niño de 8 años que aún tiene mucha dificultad en diferenciar lo real de lo imaginario. Se inventa una vida maravillosa o terrorífica por similitud a la cual puede poner distancias: “él es Goldorack y entra en la televisión para destruir a papá y a mamá”; “él tiene un lindo caballito que papá ha comprado para él…”, etc.
En principio, en psicodrama, no se juegan las fantasías, se representa aquello que ha pasado “de verdad”. En el caso de Christophe, la hipótesis era que confrontada a la necesidad de una representación, la fantasía aparecerá como tal, es decir, “inventada”, y podremos centrarnos sobre el componente emocional surgido de la puesta en acto, en tanto que el discurso, ésta dimensión desaparece. Los dos tiempos del psicodrama: el juego por la representación (introducido por la frase ritual del terapeuta: “cada uno toma su lugar”) tiene un efecto en Christophe de sentir la ruptura entre el juego (faire semblant) y el no juego. Poco a poco, Christophe ha podido asociar sobre aquello que pasó “de verdad”, “en realidad” para él, en el registro emocional evocado por su fantasía y un trabajo analítico, comprometido por el corte del psicodrama.
Entre otros ejemplos mostraremos cómo el psicodrama es particularmente indicado para todos los niños que se encierran en un mundo imaginario sobre una forma o sobre otro (fantasiosos, mentirosos, soñadores, etc.).
- El niño verborréico.
Pascal tiene 12 años. En sesiones individuales es un niño parlanchín. Siempre risueño, habla, disimulando su angustia bajo una oleada de palabras. Una palabra, una pregunta del terapeuta lejos de atraer su atención a un punto preciso del discurso lo lanza sobre una nueva pista.
El adulto se encuentra atrapado en ese torrente de palabras, ahogado, engullido…
Sólo, el final de la sesión parece poder marcar la ruptura que abrirá a otra cosa, pero Pascal queda poco sensible a esta puntuación y la relación terapéutica evoluciona despacio.
Proponemos un psicodrama donde, el terapeuta pueda coger al vuelo una sesión evocada por el niño y trabajarla.
El pasaje de la posición sentada donde se habla, a la posición de pie donde se le “pone en escena” marca una primera ruptura, pues, el juego propiamente dicho (la representación de la situación elegida) constituye el tiempo de parada necesario hacia un inicio de comprensión. La situación toma cuerpo y puede ser analizada, un sentido nuevo puede desempeñarse donde el niño delimita un poco más cerca su identidad. Nosotros constatamos que los diferentes momentos del psicodrama constituyen una experiencia estructural para este tipo de niños.
- El niño que se siente “anormal”.
Eric es un niño de 12 años paralizado por multitud de fobias, horrorizado por fantasmas espantosos (va a volverse ciego, a perder un pie, a ser estrangulado por un hombre negro, etc.).
Después de dos años de terapia llega a evocar todo esto encadenándolo con una somatización importante (asma, palpitaciones, anginas, ardores en la micción, etc.). Al mismo tiempo, siempre se considera como un monstruo, no puede establecer alianzas sólidas con sus compañeros puesto que se ve demasiado diferente, anormal y teme ser rechazado como tal. Cuando su terapeuta le propone participar en un grupo de psicodrama y después de haber recibido algunas explicaciones, Eric exclama con sorprendente alivio: “¡Ah!… porque los otros también tienen angustias”.
El psicodrama analítico de grupo parece particularmente indicado para los niños aterrorizados por las rarezas de sus fantasmas, o la violencia de sus pulsiones. Niños que se aíslan en su enfermedad con síntomas reconocidos como tales pero no aceptados.
La incorporación en un grupo permite relativizar la importancia de estas manifestaciones y la escucha de los otros tiene efectos terapéuticos importantes.
- El niño que busca una relación de fusión.
Sabrina B. es una niña de 10 años mal aceptada por la madre (es a la vez rechazada y aceptada), que ha sido alejada del medio familiar desde los 18 meses a los dos años y medio por razones de salud. Esta niña busca siempre establecer con el adulto, de preferencia mujer, una relación de fusión. El padre está ausente en su discurso, o bien presente, pero como algo peligroso.
Después de las primeras escenas de psicodrama, Sabrina parece ignorar completamente al co-terapeuta hombre y se dirige exclusivamente a la terapeuta con la que trabaja en relación dual. Esta pide que el pago exigido por la sesión (50 céntimos) sea remitido al terapeuta hombre. Poco a poco, Sabrina acepta la triangulación; el padre está cada vez más presente en las situaciones evocadas, y curiosamente en esos momentos, M.B. acepta por primera vez atenerse a una entrevista fijada por la institución.
El psicodrama permite recordar concretamente al niño la existencia del otro como tercero, pero a veces es necesario que el co-terapeuta se interponga de manera activa entre el niño y el otro terapeuta a fin de que su presencia haga corte interpelando el deseo regresivo de fusión del niño.
- El niño que se identifica mal en su filiación.
El psicodrama analítico de grupo es siempre una ayuda muy eficaz para los niños porque ello permite interrogar directamente todo aquello que concierne a la genealogía por la puesta en escena de situaciones vividas donde son precisados los lazos de parentesco entre cada persona presentada.
¿Quién es la abuela de Odette?, ¿en relación a papá?, ¿en relación a mamá?, ¿de qué abuela hablas? Por otro lado, se pregunta en cuanto al lugar de cada persona en el grupo familiar en los discursos del niño y se pueden poner al día los problemas de filiación que estaban inconscientes.
Stephane D. es un niño de 12 años adulterino que vive con su madre y el marido de ésta. La situación no ha sido nunca explicada a Stephane.
M.D. ha “perdonado” a su mujer y considera a Stephane “como su propio hijo”. Sin embargo, Stephane ha adoptado una postura de repliegue patológica y rehúsa obstinadamente comprender los lazos familiares que unen a las personas.
En el curso del psicodrama, no crea más que situaciones donde se encuentra en relación exclusiva con su madre.
Papá D. está siempre lejos, en el garaje, en el jardín, en el sótano. “Es curioso”, señala la terapeuta de Stephane. En la escena siguiente, Stephane interroga: “por qué he nacido”.
Por otro lado, en el grupo, el niño es invitado a explorar su relación con los padres ideales: ¿Por qué Emmanuel elige siempre a Marjoleine para representar a su madre? ¿Qué es lo que es “de la madre” en Marjoleine para Emmanuel?
El grupo de psicodrama analítico fuerza poco a poco al niño a un punto de referencia en la realidad de su filiación y paralelamente lo conduce al descubrimiento de sus imágenes parentales relativas a su Deseo.
Es toda esta larga toma de conciencia, algunas veces dolorosa, en la que él se pone como Sujeto.
Conclusión.
Por los casos citados, se podría pensar que en nuestra práctica, el psicodrama psicoanalítico viene a relevar allí donde la terapia individual tropieza. A veces es una abertura, ayuda a franquear una etapa en una terapia que se revela difícil.
Pero sólo puede constituir un lugar psicoterapéutico necesario y suficiente para los niños menos perturbados. En lo que concierne a “los casos duros” (niños psicóticos) nosotros preconizamos el psicodrama individual.
No son exclusivamente definitivas estas experiencias; para nosotros no son más que pistas de reflexión que quedan abiertas y piden ser profundizadas en un plano teórico.
[1] Artículo extraído de la revista Cuadernos de psicodrama. Revista nº 4. Pp. 18. 1985. Traducido por Antonio Flos Ferrer.
[2] Psicodramatista.