“Al psicoanálisis por la vía del psicodrama”
Alberto Colomer[1]
Resumen: Este artículo es un llamamiento a la sencillez, a la frescura. Nos cuenta cómo el psicodrama nos da respuestas para poder entender lo que otros se esmeran en complicar. Da cuenta de una experiencia personal, de un recorrido en el que desde la tediosa tarea de leer y estudiar a algunos psicoanalistas, puede llegarse a la comprensión a través de la clínica de la escena donde se entiende porque se ve, donde se sabe porque se vive.
Hace unos meses, en la presentación de la Segunda Promoción del curso “Formación en psicodrama” que el Aula de Psicodrama imparte en Murcia, uno de los participantes, a presentarse y comentar sus motivos para estar allí, dijo que a menudo había querido acercarse al psicoanálisis, pero siempre le había parecido una tarea tan farragosa y complicada que había desistido. Yo inmediatamente pensé: Ese es de los míos.
Cualquier familiarizado con el psicoanálisis o el psicodrama, al leer el título y las primeras líneas de este artículo, pensará que voy a escribir sobre la identificación. No… o sí, porque es imposible escribir sobre estas disciplinas sin hacer referencia a ella. En cualquier caso, la identificación con este participante del curso, y con sus palabras, está en la base del impulso que me tiene ahora delante del ordenador.
La otra parte de la motivación para decidirme a escribir proviene de la frustración y la rabia que me produce el esfuerzo que me supone cada vez que me siento a leer un texto sobre el psicoanálisis. ¿Por qué tengo siempre la sensación de que no se esfuerzan en intentar explicarlo de la manera más sencilla posible, sino que a menudo se esfuerzan justamente en lo contrario? Siempre me pregunto cuando leo estos textos, ¿por qué hacen más difícil lo difícil?
Hace unos pocos años, nada más leerme un texto acerca de la interpretación de los sueños, al objeto de preparar ante mi grupo de formación en psicodrama, la exposición que me había sido encomendada, escribí (o más bien me salieron de las tripas) las siguientes líneas:
“Después de leer este texto he llegado a varias conclusiones, pero la principal es esta: Los psicoanalistas no escriben, sueñan. Sus textos son sueños (o sea síntomas), y para extraerles algún significado hay que tratarlos, pues, como sueños, y aplicarles el método psicoanalítico: o sea fragmentarlos en párrafos pequeños, hacer múltiples asociaciones hasta que una de ellas te lleve a un significado inconsciente, pero coherente, que dé con el deseo de lo que ese psicoanalista (soñante concreto) quería expresar. De vez en cuando hay que recurrir a la interpretación simbólica y acudir al diccionario psicoanalítico para encontrar qué significa un término concreto para la comunidad cultural de los psicoanalistas. Ahí es donde te encuentras con los mecanismos de la condensación (un mismo término puede tener varios significados según el soñante de que se trate) y el desplazamiento, ya que a lo largo del tiempo cada uno desplaza el acento psíquico a donde le parece…. En cualquier caso, con la premisa de que el verdadero objetivo del sueño es la realización de un deseo insatisfecho, y la evidencia de que los psicoanalistas escriben (o sea sueñan) mucho, llegamos a la inevitable conclusión de que los psicoanalistas tienen multitud de deseos insatisfechos que se empeñan en sublimar una y otra vez a través de sus escritos”.
No quiero engañar a nadie (al menos aquí y ahora), el psicoanálisis no es fácil. Hay que estudiarlo, leerlo y releerlo generalmente con un diccionario (o acceso a internet) y un papel y bolígrafo al lado. En algunas ocasiones, cuando rara vez me he topado con un texto comprensible o con un psicoanalista que explica su disciplina con asombrosa claridad, he dudado de si realmente es tan complejo… Pero ahora sé que no es tan complicado como algunos se esfuerzan en hacerlo. Y se lo debo al psicodrama. Este te permite jugar mientras experimentas el psicoanálisis en tus propias carnes (y en las de los demás), en tus propias palabras, posiciones y posturas… y a menudo comprender conceptos con mucha más claridad que la que te habían aportado los sesudos textos.
El concepto de “realidad subjetiva”, por ejemplo, nunca me ha parecido excesivamente complicado y se podría explicar de modo muy sencillo (aunque no lo verán así en un texto sobre psicoanálisis) con aquel chiste donde un hombre va conduciendo por la autopista y, al oír en la radio que tengan cuidado porque hay un loco conduciendo en dirección contraria por la autopista, exclama “- ¿Un loco?, ¡Un montón!”. Está claro que la mirada desde una posición u otra no es la misma, aunque desde fuera el hecho sea el mismo. Pero podría ocurrir que, bien los hipercríticos con el psicoanálisis, o bien aquellos que no admiten nunca que las cosas puedan ser de otra manera a como las ven ellos, duden de la solidez de este concepto. Jamás me ha quedado más clara la evidencia y solidez de su existencia como practicando el psicodrama. Bien es verdad que contamos con la suerte en mi grupo de formación y supervisión de psicodrama, de contar con 2 hermanas. Es fascinante cuando una de ellas cuenta y pone en juego una escena que extrae de sus recuerdos infantiles y la otra empieza a poner caras raras, como si a chino le sonara lo que su hermana está contando. Posteriormente constata que para ella, presente entonces en aquella escena, las cosas no sucedieron para nada así. Ni percibió que su padre riñese a su hermana, ni que su madre tomara tal o cual partido, ni que se dijo esa frase, ni otros detalles que su hermana había referido. Nunca sabremos cual de las 2 tiene un recuerdo más cercano a la realidad de lo que sucedió y se dijo, porque no se grabó en video; seguro que ambas y ninguna. Y probablemente, aunque se hubiera grabado, alguna o ambas, mantendrían su postura a pesar de que la mayoría viéramos evidencias contrarias… cada una ha visto la escena desde su posición subjetiva. El caso es que una misma escena donde ambas estaban presentes al mismo tiempo, fue inscrita en su recuerdo, por cada una de ellas, de una manera muy distinta. Eso que está tremendamente condicionado por las emociones del momento que siente cada uno, los conflictos abiertos con el resto de personajes, el lugar que ocupa en ese grupo y en esa escena, sus idealizaciones, sus proyecciones, etc., eso es, la realidad subjetiva.
Practicando el psicodrama es inevitable encontrarse con la existencia de ese otro concepto llamado “inconsciente”, ese cajón de sastre (aunque también valdría desastre) donde guardamos aquellas facturas que no queremos ver (pero pagamos), aquello que nos molesta si se queda por medio, esos tornillos sueltos que en ese momento no tuvimos tiempo de recolocar en su sitio o pensamos que no servían para nada (pero sí servían como demuestra el hecho de que unos años más tarde la estantería se te ha caído). Es como si hubiera un lugar en tu cerebro o en tu memoria donde algunas cosas se guardan sin ningún orden ni concierto, sin aparente recuerdo de que las hemos metido ahí, y sin ninguna lógica científica e infalible (bueno, algunos psicoanalistas hablan de una lógica del inconsciente, pero si dicha lógica, realmente existiera, no hubieran sido necesarios tantos años para sus análisis, por lo que creo que el término está mal acuñado y quizás sería mejor llamarle ilógica del inconsciente, contra-lógica del inconsciente o a-lógica, como creo que la llamó Freud). Pero no nos desviemos del tema (¿habéis visto que hábilmente reparto la culpa?); lo que venía diciendo es que, en la práctica del psicodrama, el inconsciente se manifiesta a menudo en esos lapsus, con esas palabras que te sorprendes diciendo mientras estás ocupando el papel de tu padre o hermana en una escena que estás representando, o con esos olvidos inexplicables donde excluyes a un personaje (en principio fundamental) de tu escena. Como por ejemplo cuando un compañero, al iniciar su escena, se sentó en el lugar que había asignado previamente a su hermano. Interrogado por el animador al respecto del lapsus (físico, que no verbal en este caso), respondió que en realidad envidiaba a su hermano dos años más pequeño que él, porque se dedicaba a jugar en lugar de ocuparse y preocuparse de su madre siempre enferma, quejosa y depresiva; rol de cuidador que durante largos años había ocupado él como hermano mayor para ganarse la preferencia de su madre y el reconocimiento de su padre. Este sentimiento, evidentemente, estaba en alguna parte de su cajón de sastre, pero aparecía ahora como novedoso para él.
Y así podríamos seguir poniendo ejemplos de cómo conceptos del psicoanálisis más o menos difíciles de interiorizar con la lectura de textos sin más, se pueden aprender y comprender mucho mejor con la práctica del psicodrama. Por ello animo a todos los que lo practicáis a escribir y clarificar, con palabras comprensibles, eso de la transferencia y contratransferencia, la falta, la castración, la angustia, la repetición, el deseo, las resistencias, la demanda, la pulsión o el superyó; bueno este último no hace falta, porque enseguida supe que era esa vocecita que oía y oigo en mi cabeza tratando de convencerme de que no se puede hacer eso que precisamente me apetece hacer. Vosotros también la oís, ¿verdad? Si no es así, tenéis un serio problema.
En fin, a estas alturas ya habrán descubierto que este artículo no es más que un llamamiento a los psicoanalistas, una petición informal (demanda o deseo en su lenguaje) para que de una vez por todas, empiecen a escribir de manera que se entienda, aclarando los conceptos, simplificándolos sin que pierdan su esencia, y aportando ejemplos clarificadores y lo más sencillos que sea posible. Sé que les estoy pidiendo una difícil y ardua tarea para ellos, acostumbrados a estrujar sus cerebros al máximo para darle una vuelta más de tuerca a lo ya escrito anteriormente. Pero, por favor, dejen de mirarse a ver quién lo tiene más grande (el cerebro, no me sean mal pensados), no sigan haciendo del psicoanálisis una élite accesible a unos pocos (narcisismo en su lenguaje), y pongamos esfuerzo en transformarlo en una disciplina al servicio de la salud pública…
…Y si no, siempre nos quedará el psicodrama para poder comprender el psicoanálisis y, sobre todo, experimentarlo… Ah, y de paso ir sanando, ya sabéis, eso de abrir caminos que restituyan nuestra capacidad de amar, trabajar y crear.
Por eso os sugiero: creced y multiplicaos, y extended el psicodrama freudiano por toda la faz de la tierra.
Dedico este artículo a Freud nuestro señor, a San Lacan, a sus Eminencias los Lemoine y a nuestro Obispo Enrique Cortés, bajo cuyo amparo se creó el Aula de Psicodrama que, más que una iglesia, es una gran familia (con todo lo bueno y lo malo que todos sabemos ello conlleva). Y, por supuesto, a mis compañeros del Aula, sin los cuales, el aprendizaje (al menos en mi caso) hubiera seguido siendo una quimera.
Nota:
[1] Psicólogo. Terapeuta Gestalt e Integrativa. Psicodramatista. Educador de niños y adolescentes con problemas socio-familiares. Miembro del “Aula de Psicodrama”