Por Carmen Ripoll Spiteri
Resumen
En el presente trabajo se intentan situar los ejes que ordenan algunas de las elaboraciones sobre el concepto de identificación en psicoanálisis. Partiendo de la originalidad y pertinencia de la propuesta freudiana, es posible establecer una clara distancia entre esta operación y cualquier otro fenómeno psicológico. A partir de lo anterior se pretende ubicar las coordenadas en la elaboración lacaniana de la identificación que conducen a la construcción del concepto de rasgo unario, con el que Lacan ordena su propia teoría de la identificación y emprende una minuciosa revisión del mecanismo definido por Freud.
Palabras clave: identificación, rasgo unario, insignia, ideal del yo.
1. La identificación en psicoanálisis
La identificación es un proceso o mecanismo de larga discusión en psicoanálisis, tuvo un lugar de innegable importancia desde sus inicios y sin embargo, es difícil ubicar textos que expresamente Freud haya dedicado a él. Pese a ello, no es exagerado afirmar que su elaboración recorre toda la obra freudiana; aparece ya desde los Manuscritos L y N (ambos de 1897), en la Carta 125 (1899) de la correspondencia con Fliess y hasta Conclusiones, ideas y problemas (1938). Con todo, el único lugar dedicado explícitamente a abordarlo es el Capítulo 7 de Psicología de las masas y análisis del yo (1921), llamado justamente “La identificación”; aunque también dista de ser una exposición concisa y acabada, más bien reúne varios fragmentos de lo que hasta entonces había trabajado en relación al tema. Conviene subrayar lo problemático y diverso del concepto, al mismo tiempo que resulta imprescindible reconocer la variedad de operaciones que en psicoanálisis son descritas como identificación. En definitiva, la manera en que se le conciba incidirá tanto en:
– la concepción que se tenga acerca de la formación de síntomas.
-la constitución subjetiva entre otras.
-también repercutirá en la idea que se forje acerca de la experiencia analítica misma y la dirección de la cura.
Hay que advertir, además, que llegan a ser discordantes, por no decir inconciliables los empleos que de este concepto se hacen. De hecho Lacan comienza su noveno seminario comentando lo trivial que se había vuelto su uso en psicoanálisis, la identificación se había convertido en un concepto que lo explicaba todo.
El sólo hecho de que Freud nombre identificación a ese proceso implica todo un posicionamiento, veamos por qué: existen en el alemán varias palabras que indican una situación en la que se vive con otra persona, un mismo sentimiento (comprensión, empatía, compasión y piedad). Freud es concluyente al momento de distanciar la identificación de cualquier otro fenómeno; así por ejemplo, en el capítulo 7 de Psicología de las masas y análisis del yo separa tajantemente la empatía de la identificación, sostiene que la primera nace de la segunda. Después de afirmar que su abordaje no agota el problema de la identificación, menciona un proceso que “la psicología llama empatía”; la empatía, entendida entonces como un proceso con repercusiones en la vida intelectual y que tiene que ver con la comprensión del yo ajeno. En Pulsiones y destinos de pulsión Freud habla de identificación como una formación reactiva y en la base de la mudanza de odio en amor. De ninguna manera son sinónimos; Todos ellos son términos trabajados por Freud en distintos textos y de los que concluye, se encargaría la psicología en la medida que no con llevan un mecanismo inconsciente. Para el proceso en el que se ve implicado el inconsciente Freud emplea Die Identifizierung, del latín el mismo o lo mismo: idem, iadem, idem , y cuyo uso está más bien relacionado con el reconocimiento de un objeto o persona mediante sus características específicas; esto es su identidad, tal y como se le emplea en términos jurídicos, administrativos, y forenses. Die Identifizierung no debe confundirse con Die Identifikation ya que pese a que provienen de la misma raíz, su uso es distinto.
En español tanto Identifizierung como Identifikation se traducen “identificación‟, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua la define como acción o efecto de identificar o identificarse y admite cinco acepciones para el verbo identificar:
1. Hacer que dos o más cosas en realidad distintas aparezcan y se consideren como una misma.
2. Reconocer si una persona o cosa es la misma que se supone o se busca
3. Llegar a tener las mismas creencias, propósitos, deseos, etc., que otra persona. Identificarse con él.
4. Dar los datos personales necesarios para ser reconocido.
5. En Filosofía. Dicho de dos o más cosas que pueden parecer o considerarse diferentes: Ser una misma realidad. El entendimiento, la memoria y la voluntad se identifican entre sí y con el alma.
Tenemos entonces que en el caso del español; si bien ambos empleos están contemplados, conviene mantener el uso diferencial para de esta manera abordar la identificación tal y como se lo hace en psicoanálisis, no reducirla entonces a su tercera acepción en español que, insistiendo, de ninguna manera es equiparable.
La identificación es, antes que nada, una relación entre dos entidades inconscientes. El proceso de identificación en psicoanálisis es un proceso que se realiza entre instancias inconscientes, fuera de la entidad persona.
La identificación es dar un nombre a la relación entre dos instancias psíquicas inconscientes. ¿Cuáles son estas dos instancias psíquicas inconscientes? yo y el objeto.
La identificación se efectúa entre el yo y el objeto, pero el yo no es la persona, no es el individuo; no es el yo de “Yo estoy hablando”, del enunciado de la frase; es el yo para el Psicoanálisis, considerado como una instancia inconsciente. Relatado en: “El Yo y el Ello” de Freud para dar cuenta de la parte inconsciente del Yo.
Del otro lado, tenemos el objeto, que no es el otro que está frente a mí, no es mi partenaire, no es mi mujer ni mi marido. No es el otro semejante de la cotidianeidad. El objeto es el representante inconsciente del objeto. O sea, estamos hablando de representaciones y no de objetos materiales ni de seres en presencia concreta. Esto es imprescindible entenderlo. Gran cantidad de malentendidos, a nivel de reflexión, a nivel del pensamiento, a nivel mismo del trabajo clínico, vienen de la creencia de que el objeto es el otro. El objeto no es el otro. Cada vez que Freud habla del objeto, es un error considerar que el objeto es el otro. El objeto no es la otra persona; es el representante psíquico inconsciente de lo que sería esta otra persona.
2. La propuesta freudiana
Es en La interpretación de los sueños, en su Capítulo IV “La desfiguración onírica‟ donde encontramos publicado por primera vez en la obra freudiana el término identificación; aparece justamente como una herramienta de interpretación pero también como participe esencial de la formación de síntomas. En esa medida es que cobra toda su importancia y vemos claramente en qué radica la novedad, así como la riqueza introducida por Freud, ya que no se trata simplemente de un contagio, imitación o empatía sino en un sentido más estricto, el reconocimiento a nivel inconsciente de algo en común; en rigor, le llama una “apropiación de la misma reivindicación etiológica” (p.168), a partir de ella se establece una equivalencia. Gabriel Lombardi señala que “lo importante es lo que Freud destaca, que se trata de una comunidad de estructura” (1989: 12) y lo que comparten es un objeto ilusorio, un objeto que falta”.
En un trabajo posterior; Tótem y tabú (1913), encontramos la identificación presentada a propósito del banquete totémico, lo que le sirve para delimitar la más temprana identificación con el padre. Ésta asume los rasgos de la fase oral de organización de la libido en la que el sujeto incorpora el objeto amado al mismo tiempo que se lo destruye, Freud nos dice:
Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda paterna […] Que devoraran al muerto era cosa natural para unos salvajes caníbales. El violento padre primordial era por cierto el arquetipo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la banda de hermanos. Y ahora, en el acto de la devoración, consumaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de una parte de su fuerza. (Pp.143-144)
Años más tarde; en El yo y el ello (1921), esta identificación será denominada primaria, y Freud continuamente oscilará entre la opinión de que sea ésta con el padre de la prehistoria personal o bien con la madre, incluso con los padres; así sin más, indiferenciados. Aquí cabe resaltar que el prototipo de este mecanismo identificatorio es la incorporación oral del objeto promovido a propósito del mito de la horda primitiva.
Cuando Freud escribe Psicología de las masas y análisis del yo (1921) dedica buena parte del texto a despejar el mecanismo subyacente a la formación de masas, a saber, la ligazón afectiva y el objeto puesto en el exterior bajo la forma del ideal del yo, a propósito del cual esta ligazón sobreviene. Para llevar a cabo esta tarea Freud va a orientarse en términos de libido; como es usual en él, no es una elección azarosa, el criterio para ésta lo toma de los autores revisados en ese texto, -Le Bon y Mc Dougall- básicamente. Supone que si la masa se mantiene unida es en virtud de un poder que no puede ser más que Eros; tales influencias de los otros deben obedecer a que el sujeto se ve constreñido a estar de acuerdo con ellos, a no oponérseles, lo hace entonces “por amor a ellos” (p. 88). Desde la metapsicología freudiana se puede hablar de un investimento de libido yendo del yo hacia los objetos, ya sea bajo la forma del ideal o del amado. Entretanto, Freud se topa con un tipo de ligazón libidinal desviada respecto de su meta sexual y dice, se dedicará a revisar los fenómenos del enamoramiento para establecer nexos con los lazos interiores a las masas.
Bajo estas condiciones da inicio el ya aludido capítulo “La Identificación‟, en el que, siguiendo la lectura de Roberto Mazzuca (1999, 2003) y cotejándola fielmente con el texto, podemos encontrar no tres sino siete modos de identificación presentados por Freud:
1. Identificación con el padre, que es trabajada en el marco del Complejo de Edipo y retomada años más tarde, como ya se consignó más arriba, en el tercer capítulo de El yo y el ello.
A continuación presenta identificaciones que subyacen a las formaciones neuróticas de síntoma, de carácter regresivo, parciales y limitadas, de las que se toma “un único rasgo” bajo dos formas distintas:
2. Identificación hostil por un único rasgo.
3. Identificación amorosa por un único rasgo.
4. La cuarta forma es un tercer caso de formación de síntoma, que prescinde totalmente de una relación previa con la persona copiada, a esta es a la que Freud llama identificación por el síntoma y nace sobre la base de ponerse o querer ponerse en una situación análoga. Esta es quizás la modalidad más difundida, trabajada en el Capítulo IV de La interpretación de los sueños y el historial de Dora.
En el párrafo siguiente Freud ordena las identificaciones según tres fuentes y son éstas las que Lacan aísla para designar las “tres identificaciones freudianas‟.
-En primer lugar, identificación como la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto.
-A continuación una identificación que sustituye una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva mediante la introyección del objeto en el yo.
-Por último, una identificación que nace a raíz de cualquier comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales.
Luego encontramos dos identificaciones que, dice, son comprensibles a partir de las problemáticas que plantean las psicosis:
5. Identificación con la madre en la homosexualidad. Esta vertiente tiene antecedentes en el artículo sobre Leonardo Da Vinci, quien al identificarse con ella se pone a sí mismo como objeto y según su semejanza elegirá los nuevos objetos de amor.
6. Identificación con el objeto en la melancolía. Que data del artículo de 1915
Duelo y melancolía, donde los autorreproches son en realidad dirigidos al objeto consumando la venganza del yo sobre él.
Incluso antes de describir estas dos clases de identificación, Freud advierte que tal abordaje no agota el problema. Pero el texto continúa y presenta lo que bien podemos llamar una séptima modalidad de identificación: la formadora del ideal del yo, una instancia “heredera del narcisismo originario” (p. 103) que se separa del yo, lo muestra dividido; y eventualmente puede entrar en conflicto con él. Esta identificación con el objeto resignado o perdido, su sustitución, introyección y la consecuente división del yo implica un problema por demás complejo para el psicoanálisis; puesto que dicha “alteración del yo‟ es fundamental no sólo para pensar el estatuto del ideal del yo y la constitución del sujeto sino que además tiene cierto parentesco con el proceso descrito para la melancolía, el enamoramiento e incluso la sugestión; de tal suerte que resulte esencial distinguir entre esta amplia y compleja variedad de fenómenos para pensar la manera en que se les aborda clínicamente.
3. La identificación en la enseñanza de Jacques Lacan
A partir de la teoría freudiana, Lacan elaborará una teoría propia, para luego en el seminario dedicado a la identificación acuñe lo que denominará rasgo unario, ampliando con ello la riqueza y precisión de la propuesta freudiana.
Desde la perspectiva estructuralista y de los tres registros trabajará sobre todo identificaciones en el plano de lo imaginario (aquellas que podemos ubicar en el eje a< >a‟ del Esquema Lambda –yo-) y una breve mención en el Seminario 2 de una segunda clase de identificación que llamará de angustia, correspondiente al registro de lo real.
El Seminario 9 Lacan dará un verdadero giro, no sólo por la manera en que concibe la identificación, que por lo demás logra separarse de todo lo que hasta entonces se había trabajado al respecto. Se debe fundamentalmente porque a esta altura y después de un complicado trayecto ha despejado por fin la vertiente simbólica de la identificación; lo consigue al definir la naturaleza de la identificación formadora del ideal del yo. Esta identificación es asociada con lo que Lacan acuña como insignias del padre, entendido por ello un significante muy peculiar: aislado y sin relación con la cadena significante. Para lograr dilucidar esto se vale de términos un tanto extraños como “identificación metafórica con la imagen del padre”(1), en donde involucra un mecanismo simbólico -la metáfora- cuyo elemento central no lo es -la imagen del padre- ; y sin embargo, el producto una instancia indudablemente simbólica -el ideal del yo- J-A. Miller (2006) por su parte, señala que buena parte de la lógica de la elaboración de conceptos en Lacan se inicia con un primer momento en el que explora las vertientes imaginarias de los mismos, para luego dar cuenta de su carácter simbólico, tratando los problemas dentro de lo simbólico mismo a partir de la estructura del significante.
Con todo, es a partir del Seminario 8 que la identificación y su vertiente simbólica tomarán un cariz específico al aislar de Psicología de las masas y análisis del yo la anteriormente mencionada identificación por un único rasgo y lo que llamará hasta el final de su enseñanza tres identificaciones freudianas.
Lacan va a señalar que la identificación por Ein einziger Zug corresponde solamente a la identificación regresiva, tal y como Freud indica en su texto. Un sesgo novedoso y definitivo más habrá al introducir el término rasgo unario para referirse a la identificación por Ein einziger Zug, aunque la idea es presentada desde la clase del 6/12/1961 sustituyendo luego “único‟ por “unario‟; y en clases posteriores le llama “rasgo distintivo‟ o “rasgo especial‟, con ellos se va a referir a la diferencia radical, diferencia que rebasa incluso la igualdad material; nunca hace de dos, uno. Tenemos por ejemplo que así como en un código binario las series se ordenan a través de pares, en un código unario el conteo se ordena por medio de trazos, de rasgos o “de palotes” que son distintos entre ellos y distintos de sí mismos2.
A partir de la clase y 6/12/1961 ya como rasgo unario, no tendrá sino función significante y ello en la medida que sostiene la diferencia como tal3.
1 Cfr. Jacques Lacan, Seminario V, Las formaciones del inconsciente (1957-58). Buenos Aires, Argentina: Paídos, p.
2 Un sencillo ejemplo de cómo se ordena un código unario es el conteo con los dedos de la mano.
3 Cf. Clases del 22/11, 6/12 y 13/12 1961
Esto va a ser crucial y va a ser la vertiente arduamente trabajada a lo largo de la primera parte de ese año de enseñanza, la de las relaciones del sujeto con el significante; -Instancia donde nace el sujeto del inconsciente- que en tanto tal, se caracteriza siempre por ser diferencia, por ser lo que los demás no son, esta idea Lacan la toma de Saussure (1945)
Desde la primera clase del Seminario 9, Lacan va a afirmar que la identificación no es posible concebirla en otros términos que no sean los de la dependencia de la formación del sujeto en relación a los efectos del significante; con lo cual logra despegarse de la identificación pensada sin más, en el otro el semejante al que uno se identifica y que fácilmente se confunde con la empatía o la compasión. Es con base en lo anterior que podemos ubicar una ruptura definitiva entre Lacan y todos los demás desarrollos psicoanalíticos. A decir de Moustafa Safouan (2003), el que Lacan haya decidido tomar esta ruta no es casualidad, y podemos agregar que tampoco un capricho; si en este seminario Lacan parte desde lo que llama la segunda identificación es porque ésta es comprensible si se le aborda desde el significante puro, a diferencia de la mítica identificación primaria. Ya lo venía anunciando desde el Seminario 5, donde sostenía que esta identificación regresiva con el objeto amado depende enteramente de la existencia del significante. Una vez que elabora el concepto de rasgo unario en el noveno seminario, puede articularlo con el sujeto como el que cuenta; esto es, como agente de la cuenta y como el que es atrapado en ella.
Quizás la manera en que Lacan lea este rasgo unario dentro de lo que llama las tres identificaciones freudianas contribuya a confundir la lectura. Así por ejemplo, en el seminario sobre Las formaciones del inconsciente la identificación por un único rasgo (todavía no lo llama unario) está del lado de la identificación histérica toda vez que en ese rasgo de otro ella capta el mismo problema a nivel del deseo. En el seminario de La identificación, como ya se dijo, Lacan parte de lo que llama el segundo tipo de identificación para aislar el rasgo unario y esto siguiendo la perspectiva de la lingüística saussureana; sin embargo, con la introducción de la topología en el transcurso de las clases del mismo seminario, Lacan paulatinamente se va desplazando al tercer modo, ello básicamente para dar cuenta de la constitución del sujeto como deseante.
Como vemos, el acento recae de distintas maneras sobre las tres identificaciones, que son constantemente replanteadas a medida que transcurre la enseñanza de Lacan, según la manera en que conciba el rasgo unario dentro de cada una de ellas, detalle no menor pero pocas veces atendido. De esta Manera, resulta llamativo que en la literatura psicoanalítica se remita constantemente a éste como un campo homogéneo. Quizás sea conveniente recordar aquella observación hecha por Lacan en el sentido de que esas identificaciones no formen una clase y remitan a operaciones o procesos diversos. Dentro de su enseñanza va a ser crucial la construcción de lo que llamará rasgo unario para ir precisando esas operaciones tan disímiles, lo que a su vez permitirá re-orientar conceptos de uso tan común y sin embargo complejos, incluso oscuros como es el caso de la identificación, que de aquí en más no es posible seguirle pensando vinculada a la unificación ni a la equiparación; más bien con la imposibilidad de una identidad plena, solidaria de la estructura significante que no es sino diferencia.
Caso clínico
Una paciente, mujer es derivada en Salud Mental a consulta de psicología por psiquiatría. El síntoma que más preocupación manifiesta es que cae al suelo, y se mantiene “como muerta”. En la primera consulta comenta que ya le había ocurrido en dos ocasiones, una en la piscina, en la que si no hubiese estado su marido se hubiese ahogado, y otra cruzando un paso de peatones para llevar a sus hijos al colegio. Desde que le ocurrió por primera vez, su marido la acompaña continuamente. En esta primera consulta su discurso giró en torno a su padre. Su madre había muerto y ella había cuidado de él. Desde hacía algún tiempo, su padre había conocido a una mujer, ella afirmaba que de moral dudosa, “para sacarle el dinero”. Desde ese momento había dejado de visitar a ella y sus hijos, y prefería gastar el dinero con esa mujer, en vez de dárselo a sus nietos. Durante toda la consulta llora y se siente triste. Está inmersa en este problema. Al salir de la consulta, que está muy cerca de la puerta de salida del Centro de Salud Mental, cayó al suelo muerta. Tuve la ocasión de verla. Rápidamente la llevaron a la sala de curas, y estuvo inerte en la camilla tres horas. Le hicieron las pruebas que se suelen hacer en ese tipo de salas: T. A., ECG, que se encontraban dentro de la normalidad, y un petitorio de todo tipo de pruebas médicas, en las que quedó atrapada.
Por parte de la consulta de psicología se le propuso acudir a un grupo de Psicodrama Freudiano semanal para mujeres “grupo dolor” que suele recoger la Histeria de Conversión. El grupo se iniciaba ese mismo día. Tras ese día no volvió a ir. Su explicación era que había llorado mucho y se había puesto peor. Decidió continuar por el camino de las pruebas médicas, en las que quedó atrapada. Estaba claro que había más deseo por parte del analista que de la paciente en su “saber”.
La histeria propone al psicoanálisis, siempre de nuevo, la paradoja de un principio absoluto, una suerte de punto cero de la historia que supondría un origen auténtico del deseo Ya sea escena de una seducción congelada en el tiempo, contagio del síntoma de otro que la identificación precipita como conclusión de un instante de mirar, accidente o daño orgánico en torno al que se ordenan las representaciones, el sujeto histérico suele saber el origen de su malestar arguyendo una interpretación que dirige al Otro. Hasta podrá situarlo, más o menos vagamente, en un pasado como testimonio de que ese saber tuvo, alguna vez, su lugar de verdad. Sólo que, como Gómez de la Serna tuvo el acierto de escribir*, ni lo que se sabe, se sabe cómo se ha sabido» y algo rechazado de ese saber vuelve para el sujeto que olvida, ignorando lo que olvida.
* Ramón Gómez de la Serna, prólogo a Los cantos de Maldoror de I. Ducasse,
Ed. Guadarrama, Barcelona 1982, pág. 9.
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