Sabemos que la transferencia es la tendencia inconsciente a reeditar, en los vínculos del presente, ciertas modalidades de relación originadas en la infancia con los objetos primarios. A causa de ésta propensión, los deseos inconscientes se hacen presentes en todos los lazos sociales que el sujeto va estableciendo en los diversos momentos de su vida. Ese traspaso de afectos que no pudieron resolverse/descargarse entonces, empujan de forma inconsciente por actualizarse en los vínculos y escenarios que se dan con las figuras de la actualidad, aunque siempre con un tinte fallido.
El afecto, vagabundo tras su separación de los objetos originales, busca constantemente un nuevo escenario donde actualizarse. El afecto transferido es algo del orden de lo no realizado, decepción en acto, ya que se trata de lo que el sujeto está condenado a no alcanzar, de un intento de dominar retroactivamente un fracaso. En la transferencia, la pulsión empuja poniendo al otro contra las cuerdas, tratando de obtener de él una respuesta: ser visto, ser oído, etc. Pero lo hace sin consentimiento, obligando al otro a la respuesta esperada y por lo tanto, siempre abocada al fracaso. Ese modo básico de relación lleva consigo en el fondo una reivindicación amorosa, que trata una y otra vez de actualizarse en los lugares equivocados.
La repetición es por lo tanto, un intento de consumar, de finalizar algo que quedó interrumpido, la descarga de afectos hipertensos, que diría Freud. Por ello, transferimos constantemente a otras situaciones aquello que no ha podido ser descargado.
Hemos de pensar la transferencia en el marco de la repetición, y entender que siempre se trata, como mínimo, de dos tiempos. Las escenas actuales remiten siempre a otras escenas.
La forma en que nos relacionamos en la actualidad con las cosas que nos pasan y con los otros, está estrechamente relacionada con las experiencias que hemos vivido. Los afectos que sentimos en relación a los otros del presente están salpicados de ecos pretéritos, de amores pasados, especialmente aquellos que se dieron con las figuras primarias. Y no puede ser de otra forma, porque en esos primeros compases de la existencia, se sentaron las bases afectivas sobre las cuales, se fue edificando con posterioridad el entramado psicoemocional de cada cual. Las dificultades que me encuentro en la actualidad con los otros son un reflejo de escenarios que no he podido resolver en el pasado, donde determinados afectos no han podido encontrar salida, quedando de alguna manera sobrecargados. En ese sentido, y como dice Rosa Montero en “El corazón del tártaro”: “la infancia es el lugar dónde pasamos el resto de nuestras vidas”.
En la actualidad, nos pasan cosas con los otros, y en ese punto, nos resulta difícil separarnos del otro del presente para poder entender que hay algo más. Cuando me enamoro, pienso que lo hago de ese/a que tengo delante, sin entender que más allá de lo evidente, hay secretas lógicas que condicionan ese enamoramiento. Cuando odio a otro, creyendo que tengo razones sobradas para ello y no paro de señalarlas, paso por alto que parte de ese encono que vivo tiene raíces que conectan con otras figuras y otros tiempos. No quiere decir, que no pasen cosas con el otro del presente, sino que mi posicionamiento ante eso y las posibilidades de encontrar salida, están muy condicionados por las experiencias vividas en mi historia.
En ese sentido, aunque ver las cosas desde la tendencia a la repetición pueda suponer una mirada un tanto pesimista de la vida, la actualidad va a suponer una oportunidad constante para que aquello pendiente intente resolverse. Sin embargo, necesitamos de otros para poder salir de los surcos de repetición donde estamos inscritos. Otros que nos permitan hacer diana de nuestros afectos huérfanos, pero que al mismo tiempo, nos muestren otros caminos para resolver lo que se quedó atascado.
En el enfoque individual, se producirá la transferencia afectiva masiva sobre la figura del analista, quien a partir de su semblante hará de receptor en un primer momento, para luego poder abrir el discurso en otra dirección que nos lleve a una comprensión histórica de aquello que se transfiere. Hay un primer momento de despliegue transferencial (adherencia a la figura del analista) y un segundo momento de despegamiento.
Las transferencias están vehiculizadas por demandas de diferente naturaleza:
Por un lado se transfiere una demanda de saber, pues el paciente pregunta al analista, ¿dime qué me pasa?, suponiéndole ese saber. Aunque la verdad solo puede encontrarse en el paciente, el analista sostiene el semblante para permitir que pueda ir emergiendo lo silenciado.
En el artículo del “lugar del analista”, se habla de la fiesta de Agatón, donde Aristodemo aprovecha para acompañar al maestro Sócrates de camino al evento y de paso conversar con él. Sin embargo, Sócrates dice a Aristodemo que vaya unos pasos adelante. Así discurren las cosas de manera que Aristodemo habla durante el camino, pero llegados a la casa de Agatón, hecha la mirada hacia atrás y se da cuenta de que Sócrates no está. En su propio camino, Aristodemo ha ido hablando de sí y encontrándose con sus propias respuestas. Si Sócrates hubiera ocupado el lugar de saber, Aristodemo no hubiera hecho sus propias elaboraciones.
Sócrates llega más tarde a la fiesta y Aristodemo aprovecha de nuevo para ponerse cerca del maestro en un intento de recoger algo de su saber. Y ahí el maestro le contesta: “Estaría bien que la sabiduría fuera algo de tal naturaleza, que al ponernos en contacto unos con otros, fluyera de lo más lleno a lo más vacío, como fluye el agua en las copas”. De alguna manera, el maestro le señala que la cosa no funciona así, que uno viene con la copa llena y el conocimiento tiene que ver con ir vaciando la copa, con hacer emerger ese saber latente.
Eso no sucederá si el analista no está en un lugar de supuesto saber y sale de su silencio para llenar la copa del otro, dándole la supuesta información sobre lo que le pasa: “a tí lo que te pasa es esto”. Pero no se va a tratar de eso, porque al fin y al cabo: ¿qué sabe uno de lo que le pasa al otro?
Será el silencio del analista y una escucha particular que dará otros sentidos al discurso, lo que llevará al paciente a poner palabras e irse respondiendo a sus propios interrogantes, sin recibir parches ajenos que vuelvan a ser alientantes.
Mientras ésta transferencia relativa al lugar de saber funciona, el paciente sigue preguntándose y respondiéndose, siendo esto un motor al servicio del descubrimiento.
La única transferencia positiva, por lo tanto, es aquella que propicia el circuito de búsqueda de un saber, que lleva al paciente a preguntarse y a responderse sobre sí mismo. Ese deseo de saber de sí, es el motor.
¿A qué llamamos transferencia negativa entonces?
La transferencia negativa es, por lo tanto, todo aquello que imposibilita o dificulta el desplegamiento la palabra y por lo tanto, del saber. Cuando el paciente se engancha en el amor o en el odio a los terapeutas o a otros miembros del grupo, el discurso se detiene en el empeño de ver lo que uno quiere ver. En ese punto donde el terapeuta es objeto de la transferencia afectiva, es un momento donde hay dificultad para asociar y relanzar la pregunta hacia sí mismo, ya que la energía está en conservar una imagen de sí ante el otro.
Hablamos entonces de transferencia como resistencia (o transferencia negativa) pues la demanda afectiva al otro va a implicar un cierre, un recorte de la asociación libre, y por lo tanto, el bloqueo del flujo de producción de contenido que nos acerca a nuestra propia la verdad.
No es que esto sea negativo, todo lo contrario, pues ha de suceder. Si hablamos de “transferencias negativas” sólo es porque suponen un momento resistencial en el que la producción asociativa del paciente pasa por un momento de “atrasco” y ocultación. Sin embargo, es algo que tiene que darse para que el paciente pueda desplegar y repetir en la figura del terapeuta sus demandas y conflictos originales. Se trata de una oportunidad para que aquellos afectos que buscan la luz por caminos fallidos tomando la vía de los deslizamientos y transformaciones inconscientes, dejen de adherirse a las dianas sucedáneas y puedan ir mostrándose como demanda clara de la que el paciente pueda hacerse cargo.
A partir de ahí nos preguntamos: ¿qué ocurre con la transferencia en el contexto grupal?
Los Lemoine dicen que en el grupo, no estamos hablando tanto de transferencias sino de identificaciones. ¿qué quiere decir ésto? Vamos a ir dando respuestas…
En el encuadre grupal, y precisamente por la presencia de otros, es que la transferencia va a correr por circuitos diferentes. Por un lado, el mayor número de “dianas” transferenciales va a permitir una mayor gama de lugares disponibles para poner en juego un abanico de transferencias que en el encuadre individual no pueden darse. En el grupo, la transferencia ya no va a ser tan masiva en la figura del animador o del observador (tranferencia vertical), sino que se fragamenta y se lanza en varias direcciones. Hablamos también de transferencia horizontal, en tanto en el grupo hay semejantes sobre los que se van a transferir contenidos de corte diferente a los que se pondrán en juego con las figuras de autoridad (los terapeutas).
Esto va a hacer del grupo un encuadre más complejo y rico de entrecruzamientos afectivos.
Sin embargo, la rapidez con la que todo circula en los grupos, no puede permitir el análisis minucioso de la transferencia tal y como se da en el encuadre individual. ¿De qué resortes se vale el grupo para mover los montantes afectivos ligados a la repetición? De entrada, podemos decir que mover la palanca de las identificaciones va a producir un cierto despegamiento transferencial.
En ese sentido, en el grupo, todo va a estar dispuesto para que la película que se cuenta cada cual pueda venirse abajo y abrir grados de libertad en nuestra percepción de las cosas. La presencia de terceros en juego, va a jaquear constantemente el circuito transferencial poniéndole coto.
Para entender cómo, tenemos que pensarlo de la siguiente manera…
Crecemos en torno a la pregunta de “¿qué quiere el otro de mí?”, y las respuestas imaginarias a esa pregunta serán los ladrillos identificatorios con los que me voy a edificar. Pero si bien esos discursos del otro me han servido de guía como claves imaginarias para optar a ser objeto de amor, por otro lado no me permiten concebirme más allá de lo que dictan (alienación), limitando las opciones psíquicas para ver, interpretar y responder a la realidad.
En el grupo vamos a jugar precisamente esos guiones rígidos identificatorios. Y en ese proceso de jugar, vamos a ir construyendo constantemente nuestra subjetividad, aquello que nos diferencia. Es decir, que el proceso de subjetivización es un proceso de ida y vuelta donde:
- Si bien vamos a tender a repetir en las escenas movidos por la fuerza de los guiones identificatorios en los que nos encontramos atrapados… y en los que se despliegan las transferencias afectivas…
- El camino de regreso, es decir, lo que nos vamos a encontrar, va a tener que ver con la separación, con lo que nos diferencia. En definitiva, con nuestra identidad.
Ejemplo: Una mujer del grupo habla de cómo en su trabajo pierde la vida visitando a los clientes, hasta tal punto que el jefe le plantea en un momento dado que baje el ritmo. Al preguntarle por ese exceso, y por asociación, aparece una escena donde ella está con sus padres en el cementerio, ante la tumba de sus abuelos. En ese momento, su padre dice algo así como: “¿quién nos visitará cuando estemos muertos?”. Al jugar la escena, la protagonista se da la respuesta y deja al descubierto la identificación con el deseo paterno: “yo seré esa”. Cuestión que guiará el empeño actual por las “visitas” a sus clientes.
En la escena, el auxiliar añadirá de su cosecha una novedad, algo que no estaba originalmente pero que viene al lugar de la sorpresa: “no hace falta tanto”. En respuesta ella se plantea que: “la verdad, es que a veces me empeño cuando no me apetece”. Esto último no ocurrió en la escena original, pero es precisamente lo que permite el despegamiento identificatorio, el cortocircuito de la transferencia y la emergencia de un efecto de sujeto: “la verdad es que más allá de la repetición y el empeño, no me apetece siempre”. Allí donde ella misma se empeña en quedar pegada al discurso del otro, aparece un momento donde se distancia, donde se separa y puede contemplar su propio deseo. En ese punto, está el sujeto.
Vemos claramente cómo, si bien uno va buscando inconscientemente “lo mismo”, en el grupo, siempre “se va a ir con otra cosa”. Y esa es precisamente una de las cuestiones que el encuadre grupal permite en el manejo de las transferencias y las identificaciones, pues son tantos los espejos, que siempre van a devolver imágenes diferentes a las que tratamos una y otra vez de adherirnos.
En el grupo, este camino de ida y vuelta lo veremos en 3 momentos:
- En un primer momento, nos identificamos al otro. Esto quiere decir que al llegar al grupo, identificamos rasgos de los otros e incluso del grupo a nivel general, que logran captar mi atención. Podríamos pensar esto como el establecimiento de un puente, de un pespunte que une la escena pasada con la presente. Será suficiente con un rasgo para hacer esa función que servirá para el despliegue transferencial.
- Un segundo momento, fruto de que se ha dado el primero y casi indisociable, es donde yo me identifico con el otro, es decir, que a partir de ese rasgo que se ha establecido como puente, despliego mis afectos del allí y entonces en el aquí y ahora.
Estos dos momentos ocurren al mismo tiempo, por lo que diferenciarlos es simplemente para poder ver que primero se tiende el puente y luego se da el paso de los ejércitos afectivos, valga la metáfora. Para acercarme al otro, he tenido que identificar rasgos que sirvan de apoyo para el despegamiento afectivo.
Este primer proceso de identificación y transferencia grupal es necesario para que se de tanto el lazo afectivo con el otro como la cohesión grupal, pero tiene como contrapartida la alienación, el quedar pegado al otro. Ejemplo: En un primer momento, en el grupo nadie muestra sus cartas. Todos se posicionan en torno a un ideal imaginario tras el que permanecer seguros. Desde ahí, sólo voy a hablar de aquello que yo creo que va a tener buena acogida y guardaré lo que siento que de alguna manera será rechazado (imaginariamente).
Si me quedo ahí, solo hay repetición, no se abren los circuitos que permiten llegar a cuestiones más defendidas, a verdades más profundas. No consigo estar con el otro desde mi particularidad, quedando pegados en una forma relacional imaginaria donde para seguir estando, he de borrar las diferencias.
- Un tercer momento, tiene que ver con una identificación ante el otro. Se trata del punto donde a partir de la igualdad (identificación), también reconozco ya la diferencia, mi particularidad. Es un momento de diferenciación, donde puedo estar con el otro sin quedar pegado, conservando mi propia identidad.
Todo esto no es sin angustia, ya que el proceso de desalienación me va a enfrentar con cierta soledad y con un cuestionamiento irremediable: ¿ahora quién soy? Porque antes lo teníamos claro: “yo soy lo que el otro quiere que sea”. Esa nueva pregunta: “¿quién soy?” (en cualquiera de sus versiones: qué quiero, qué opino, cómo me siento, qué prefiero, etc.), no es sin cierta angustia.
Tocada la identificación, el sujeto se resiste, porque por más que nuestras cárceles particulares nos resulten incómodas, se han construido para protegernos. Salir de la identificación es quedar, de alguna manera a la interperie. Por lo tanto, al mover la fijeza con la que ligamos afectos a ciertas figuras, la transferencia va a quedar en suspenso, pudiendo cuestionarse y entenderse en un sentido histórico. Y eso, me va a llevar a conectar de nuevo con esos momentos de la propia vida donde la soledad y el vacío dejaron la huella que impulsa y reclama constantemente una resolución en el presente.
¿Cómo se da ese proceso de elaboración transferencial en el encuadre grupal, y específicamente psicodramático?
Como ya hemos dicho, en el grupo, la transferencia se va a mover de otra manera, porque no se despliega de forma masiva sobre el terapeuta, sino que se fragmenta y corre en distintas direcciones adhiriéndose a lugares distintos. Esto ya va a implicar una menor fijación transferencia sobre una sola figura y la presencia de terceros que harán de función simbólica o de corte.
Trabajar la transferencia en el grupo ya no va a ser una cuestión de asociar, (¿a dónde te lleva esto?), para tratar de ver qué del allí y entonces sobre la figura de otro, está siendo transferido al aquí y ahora sobre la figura del terapeuta. En el grupo, la transferencia se pone a jugar directamente. Ya sabemos que el juego, como elemento simbólico, tendrá la propiedad de permitir el despliegue de nuestros propios montajes imaginarios, para ponerlos en suspenso y asomarnos a la verdad que late tras ellos.
El juego va a permitir la emergencia de contenidos que quizás de otra forma, quedarían velados. Y ya sabemos… jugando, jugando, llega la sorpresa. Al jugar, nos soltamos, relajamos las defensas y aparece la verdad a la que la palabra a veces no alcanza, pero que desde el cuerpo no va a parar de decirse porque el inconsciente actúa todo el tiempo empeñado en revelarse. En cada uno de los momentos psicodramáticos se van a dar tropiezos donde el discurso quedará en entredicho y aquello emerge en el cuerpo nos sorprenderá. Cada uno de esos instantes tendrán la propiedad de poner en jaque la fijeza con la que las identificaciones sostienen la transferencia afectiva. Si bien nos empeñamos (inconscientemente) en reproducir una escena donde transfererir fallidamente los afectos vagabundos, en la escena psicodramática “nunca” “nada” se va a dar “igual a lo esperado». Algo va a tropezar siempre, siendo esto una oportunidad para suspender la inercia y cuestionarse, propiciando la posibilidad de hacer algo diferente a eso que nos empeñamos en repetir.
También la transferencia se va a mostrar en el grupo en esos pequeños movimientos corporales aparentemente nimios donde algo, a nivel inconsciente toma la vía del cuerpo (una expresión, un movimiento de brazo, un gesto, etc.). Esos discursos mudos que pueden pasar desapercibidos o que incluso nos sorprenden a nosotros mismos porque van cargados de un sentido que desconocemos. Si estamos atentos a su aparición y los utilizamos para poder trabajar, podemos introducirnos en el sentido inconsciente que se expresa.
Tenemos que pensar en la transferencia como algo complejo. No como un “corta y pega”, donde las cosas de allí y entonces se van a expresar en el aquí y ahora con claridad y siguiendo un patrón perfectamente reconocible. Como en los sueños, hay una parte manifiesta y una parte latente. Lo único que se transfiere es el afecto, y este va a tomar como vía de expresión aquellos pespuntes que la escena pasada y la presente tienen en común (significantes). A veces ese gesto al que a penas damos importancia, o un lapsus en la colocación de la escena, condensa toda una cadena de sentido por desplegar, que sólo podrá hacerlo en tanto ha sido escuchada como un significante e interrogada para poder ser puesta en palabras. Pasamos del contenido manifiesto (el gesto o la palabra aparentemente sin sentido), al contenido latente (todo aquello que se dice en relación y a partir de él).
Por ejemplo: En el grupo, una paciente habla de cómo en la actualidad siente un cierto “repelús” al estar muy cerca de su padre. Al preguntarle sobre el “repelús”, añade que se trata de algo de corte sexual que de alguna manera ella rechaza. A partir de ahí, habla de la naturalidad con que su padre se paseaba desnudo por la casa cuando ella era pequeña. Sin embargo, algo cambió en algún momento. Al explicar las razones por las que ella cree que su padre se empezó a tapar, habla de una vergüenza. Sin embargo, el gesto de sus manos señala hacia sí misma. El animador en ese momento le pide que congele el gesto y hable de lo que ella sintió en ese momento. Entonces la paciente recuerda haberse preguntado: ¿ha sido por mí? ¿qué he hecho yo?
La escena sigue en un soliloquio donde queda planteado si eso que ella siente que ha podido hacer para provocar la reacción del padre tiene algo que ver con el repelús actual, pero lo importante en éste momento tiene que ver con poder ver cómo en esos pequeños detalles que se dan durante el juego psicodramático, el cuerpo habla, y nos lleva en otra dirección diferente de la que señala el discurso consciente.
Una de las particularidades y riquezas del grupo es que nos vamos a encontrar con unos otros que también tienen un saber, de manera que la verdad no se encuentra sólo en el lugar supuesto. Los espejos grupales que son los otros, no son estáticos, constantemente nos van a devolver lo que no vemos. Los roles auxiliares forman parte del circuito del saber (que en el grupo es rotativo) y aportan claves fundamentales en la escena; en tanto que no estan sujetos a la fijeza con la que el protagonista vive su escena, por no estar inscritos en los mismos conflictos, tienen posibilidad de mostrar alternativas y devolver miradas no usuales sobre la misma escena. Esto va a ir moviendo la fijación del afecto lo suficiente para despegarlo del empeño actual y propiciar la asociación que lo reconduzca a la situación original de la que quedó separado.
En el momento de la elección de participantes para representar la escena, se van a dar motivos, que no serán otros que los rasgos que sirven de unión de la escena presente (la que vamos a representar) con la escena pasada (original). Freud decía: “en la identificación, el yo se impregna de las propiedades del objeto y se limita a tomar de él tan solo uno de sus rasgos”. Esos rasgos identificatorios son los soportes de la transferencia, los puentes que permiten el despliegue afectivo de unas figuras a otras. Se elige al otro sin saber por qué, pero determinadas lógicas inconscientes me han llevado a ello. Dar cuenta de esa elección es una manera de dejar al descubierto el camino que recorrió el afecto empeñado en su descarga.
El psicodrama nos da la oportunidad de jugar alternativas, de no quedarnos en lo de siempre, en los callejones sin salida. Uno va a hablar siempre de lo que le duele, de lo que le cuesta y lo hará siempre mirando la escena desde un mismo lugar que no resuelve. Por eso es importante poder jugar escenas donde aparecen las alternativas. Porque por la inercia, es irnos a la queja. A veces hemos verbalizado opciones que no queremos ver porque nos quedamos fijados en la repetición.
Por ejemplo, alguien cuenta que tiene una mala relación con su pareja, pero ha habido momentos buenos. La tendencia será a preguntarle por su mala relación de pareja, con objeto de poder ver dónde están los conflictos. Sin embargo, no solemos preguntar por esos momentos donde todo va bien donde quizás aparecen otros modos de relación que sí favorecen la relación. Poder ver cómo cada cual participa en que las cosas funcionen bien es una manera en no quedarse sólo en la queja y poder elaborar salidas.
¿En qué puntos se puede atascar éste proceso de elaboración transferencial en el seno del grupo?
En ocasiones la pulsión no encuentra caminos para desplegarse en el grupo. Ese primer momento de la identificación donde se establece puente o ligadura con el otro a partir de la cual se transfieren los afectos, no se da. Por lo tanto, eso que traigo no lo puedo depositar, no encuentro objeto donde descargarlo, quedando de alguna manera desligado (“fuera de la olla de lo grupal”). No hablamos, por supuesto de un proceso consciente, sino de una imposibilidad percibida y justificada de mil maneras. Por ejemplo, un miembro de un grupo que no cohesiona con el resto, es decir, que no encuentra vías de descarga transferencial. Personas que no acaban de ligarse con nadie en este grupo en concreto (aunque sí lo hagan en otros). Por eso, es muy importante que las personas que asisten al grupo puedan participar, puedan desplegar algo de lo que traen, de manera que si en una primera sesión o durante varias sesiones, alguien no habla, es muy fácil que termine dejando el grupo, desligado.
Otra causa de estancamiento transferencial, es que la respuesta del terapeuta a la carga afectiva que el paciente le asigna se dé en el registro imaginario. Lacan plantea en un determinado momento que “la resistencia es siempre del terapeuta”. No quiere decir esto que no se den resistencias del lado del paciente, solo que con éstas hemos de contar, pues precisamente nos requiere por la dificultad para manejar sus afectos. El problema se da cuando el posicionamiento del terapeuta impide o interfiere el proceso que llevaría al paciente a salir de “su surco” y lo liga todavía más a la repetición. Cuando las propias dificultades, la propia historia y los atolladeros personales del terapeuta le impiden escuchar lo que está ocurriendo desde otro registro y ambos quedan pegados al plano imaginario. Si la escucha es la herramienta fundamental del terapeuta grupal, aquellos momentos donde su escucha se ve impedida serán momentos de riesgo.
Cuando se trata de escuchar contenidos donde la transferencia no requiere que el terapeuta se la juegue, lo máximo que perdemos es una oportunidad para ir más allá del discurso (que no es poco), pero cuando de lo que se trata es de momentos transferenciales importantes, la relación se pone en juego.
En esos momentos donde el terapeuta de grupo se confunde en la trama del paciente, ya sea en medio del torrente odiante o amoroso, va a perder la capacidad para maniobrar. Situado en el plano del “tú a tú”, ante el desplegamiento transferencial, va a reforzar aún más la identificación y la fijación afectiva sobre su figura.
Podemos poner el ejemplo de esos momentos donde el paciente despliega toda su agresividad sobre el terapeuta y éste se enreda respondiendo como si de una afrenta personal se tratase. Más allá de que haya razones o no para ello (pues en muchas ocasiones no le faltan), a donde apuntamos es a desvelar cual es la demanda real tras esa descarga. Es decir, apuntamos a “esa otra razón”. El paciente se empeña en descargar su enfado cargado de argumentos, ¿y por qué no?. En ese momento, donde lo que corresponde es permitir un desplegamiento de toda la carga afectiva envuelta de contenido imaginario para poder hacerse a un lado después y cuestionar una vez calmada la marea, quedamos enredados en una partida interminable de ping-pong donde las respuestas refuerzan el circuito.
Es ahí cuando nos quedamos enmarañados entre la vegetación selvática de los afectos desatados, sin brújula ni consuelo. Y no es cosa fácil a veces, ¡qué levante la mano quien no se perdió!
La transferencia anda al acecho desde todos los lugares y empaña la escucha, embargando de afectos la mirada, atando de pies y manos a quien los “cantos de sirena” escucha.
Como Ulises de turno, solo saldremos del encanto si podemos “tapar” los oídos a lo evidente y abrirlos a aquello que late y empuja con fuerza desde la sombra. Es lo que nos toca a quien nos dedicamos a escuchar los cantos y las palabras.