
Mercedes Baudes de Moresco[1]
RESUMEN: El texto significante en la escena y las palabras que se pronuncian, pueden diferir de las emociones expresadas. La liberación de sentimientos no es sinónimo de cambio de posición subjetiva, aunque bien puede ser un levantamiento momentáneo de la represión. Allí recién comenzaría su análisis.
Las diferencias entre directores de psicodrama clásico y el juego dramático en la escena de nuestros grupos, son puestos en discusión en el presente trabajo.
El psicodrama clásico plantea como fundamental el hecho de la catarsis o la liberación de emociones, pero al igual que sucede con una película emotiva o una buena función de arte, no significa un cambio de posición del sujeto (desde luego sujeto de lo inconsciente), ni una modificación fantasmática; puede ser un levantamiento instantáneo, momentáneo de la represión. Interesante, sin duda, pero: ¿Qué es expresar los afectos?
Ellos pueden enumerarse en series que no dicen demasiado, y menos, de qué son producto. Además, conservan la característica de que pueden desplazarse, invertirse, transformarse, redistribuirse y confundir en cuanto al texto significante que es su soporte. De ello da suficiente cuenta la transferencia.
Los psicodramatistas, en general, consideran que ese impulso emocional tiene mucha importancia, y aunque lábil la teoría, llegan a decir que expresar los afectos es curativo en sí mismo. Solo que desde esa postura no se sostiene nada.”Sentirse mejor” puede ser su punto de llegada.
El director de psicodrama es un líder que propone y produce movimientos muy activos en los participantes y opuestos a las bases construidas por el psicoanálisis. Los rigurosamente técnicos, cuentan con un equipo de auxiliares que intervienen en la dramatización. Proceden de una formación como psicodramatistas, de un “training” donde hay que pasar por una serie de experiencias en escenas para llegar a constituirse como “yo auxiliar”.
Hace tiempo ya, desde mis trabajos de 1980 y libros posteriores, que descarté este término por el de “auxiliar”, simplemente para diferenciarlo de su uso en psicodrama. “Yo auxiliar”, remite a una instancia desdoblada del protagonista o paciente en cuestión, que se encarnaría en el antagonista elegido para llevar a cabo la dramatización. Además, el término “yo”, alude a una función imaginaria que tapa, más que muestra, el “núcleo de nuestro ser”[2]. Desde este punto de vista, el “yo” no es demasiado confiable y otro más que lo “auxilie”, tampoco necesario.
En cambio, dejar el termino de “auxiliar“, señala el importante lugar del otro, semejante, como soporte de identificación y transferencia virtualmente potenciado (y designado) para decir un texto o actuar una escena. Por otra parte, la dramatización, el recorte elegido, es un fragmento vivido, que vuelve a cobrar actualidad, y no una escena fabulada que, por lo general, apunta a la restitución, a la suposición del bienestar y no a la falta.
Tal vez se hacen necesarias estas compensaciones (me refiero a la necesidad de “yoes auxiliares”), a partir de las propuestas que el director de psicodrama plantea como caldeamiento. Temas como la soledad, el abandono, la separación, la muerte, son traídos a la memoria por medio de lecturas tiernas, o el relato de sueños repetitivos o angustiosos, por juegos de miradas, acercamientos a ojos cerrados, etc., que darán lugar a las posteriores asociaciones. ¿Es esto la expresión de afectos?
Al menos, es prácticamente imposible no sentirse “afectado”. Los más influenciados serán luego los protagonistas del psicodrama en acción.
Nuestra teoría parte de otro punto, distante de esa experiencia. Que cada uno de los integrantes del grupo, en situación no comprometedora de por sí, arriesguen intentar decir o jugar lo que cada uno pueda. Se abre así una vía, no inducida por otro, para que se diga hasta donde se puede. La función del coordinador es acompañar en esa apertura. Esta toma de posición, repercute en la escena, que es instrumento para verse de otra manera. Pero son escenas muy acotadas, porque tampoco buscan la liberación de emociones, sino los textos significantes que las sustentan. Por ejemplo, una de las reglas del psicodrama a tener en cuenta es, que la respuesta a una pregunta del protagonista, producida en la acción, debe responderla el protagonista mismo, invirtiendo el rol. Y aunque no es menos válido permitir que intervenga el auxiliar, se prefiere volver al protagonista para que él mismo se conteste aquello que había preguntado desde otro lugar.
El psicodrama invierte los roles constantemente, todas las veces que sea necesario, para que la respuesta la de quien supuestamente la tiene. Frente a lo que constituiría una técnica a instrumentar, opongo la escucha de la situación. En no pocas oportunidades, las respuestas espontaneas de aquellos “auxiliares” que lo eran verdaderamente, ocupando un lugar en la identificación al personaje, no necesitaron ser sustituidos por el protagonista. Desde ese lugar produjeron intervenciones por demás validas y pertinentes.
Cabe aclarar que no sucedía por delirios interpretativos, ya que éstos no producen efecto de intervención y no hubieran sido permitidos, sino porque la elección del protagonista de su partenaire dramático había sido tan “sabia”, que se acercaba en la acción dramática a un fragmento de lo vivido como si los actores representantes del rol hubieran estado presentes en los hechos. Por ese motivo, al transcurrir una escena, no siempre es lo más conveniente cambiar constantemente los roles, aunque este recurso sea eficaz y fundamental para sentir desde el lugar del otro. Además, se puede interrogar al protagonista sobre si el fragmento reproducido espontáneamente se ajusta a los hechos o no le llega en absoluto y lo desvía de su propia escena.
También me parece fundamental el simple hecho de averiguar el porqué de las elecciones del partenaire. Moreno creía que la elección se basaba en la “tele”. Concepto por el que pretende sustituir o negar el de transferencia, basándolo en la empatía y captación del otro, como si la transferencia no interviniera en las primeras reacciones que los otros producen.
Desde estos diferentes puntos de vista, en el primer caso, a los “morenianos”, no les hace falta preguntar porqué se elije a tal o cual, ya que la “tele” ha actuado. En nuestro caso es una manera potente de acercarnos a la motivación de las elecciones, a los rasgos singulares, a los tropiezos que hacen a la apertura inconsciente.
En uno de mis libros, he relacionado ciertas terapias con los rituales de iniciación[3]. Lacan nos aclara que la iniciación está ligada a una técnica del cuerpo, como Gauss la había llamado, y que siempre es una aproximación que se hace con lentitud a algo donde lo que se revela concierne al goce[4]. Si recordamos el sentido adjudicado al goce en psicoanálisis, deslizaremos con rapidez lo valido de estas postulaciones.
El goce se acerca a la perdida subjetiva, manifestándose en ocasiones como declinaciones del lugar del sujeto para transformarse en un objeto para el Otro, que en ese momento, se presenta como absoluto. Pero hay distintos tipos de goce y, sin llegar a extremos, el psicodrama propone un goce fundamental a nivel imaginario, un rápido encuentro con lo que no deja lugar a la falta. Podríamos decir que actualiza el fantasma y mucho más, si incluye abrazos, contactos, caricias, posiciones de bebe-mama, balanceos, alimentación, etc., porque no domina los límites ni calcula el alcance de su acción.
Lo que compromete al cuerpo tendrá sus efectos que no pasan por lo simbólico en primera instancia. Una escena se juega desde un lugar imaginario porque la persona evocada no esta allí, las palabras no son las mismas y aunque tratemos de recrear una situación, ajustada lo más posible a lo ocurrido, igual está montada sobre un marco de ausencia. Pero el cuerpo implica otro registro en juego de las emociones, no siempre dichas, que el psicodrama parece estimular.
Es así como presenciamos situaciones violentas creadas y sostenidas por ciertas técnicas, que terminaban en actings las mas de las veces, cuando no en puntos regresivos (forclusivos, podríamos decir) que obligaron a detener la “teatralidad”, para continuar con la recuperación respiratoria del protagonista (y no estoy exagerando ya que he sido testigo de los hechos). Componer la situación de madre nutricia, de útero, de feto, es imaginaria, pero apela a momentos traumáticos donde lo simbólico estuvo en déficit.
El psicodrama moreniano intenta aproximarse a lo real sin pasar por lo simbólico. Esta entrada desde lo imaginario, conmoverá a algunos más allá de lo predecible y soportable. Frente a esta situación, suponemos que un coordinador debe atenerse a las consecuencias de aquello que favorece o limita. Y esto necesariamente conduce a la ética que lo sustenta.
Pero ética no es moral. Desnudarse, tirarse al suelo o abrazarse con otros seria criticable desde una postura moralizante y puritana, que no es la que me dirige a escribir. Ética, se refiere al deseo que el analista sostiene en su función, que no es deseo de “ser analista”, aunque coordine grupos. Por eso elegimos estar atentos a los efectos de sujeto por el significante y el goce se lo dejamos a los “terapistas”. Es otra de las razones por las que no utilizamos elementos concretos en las dramatizaciones. Lo concreto propicia más un efecto de cierre (porque está presente), que de apertura, como lo provoca su ausencia.
En el “como si”, puede detenerse la escena antes que suceda el pasaje al amor o la agresión y allí, pedir un soliloquio. Es común, trabajando en grupos con mujeres golpeadas, que ellas se nieguen automáticamente a las escenificaciones, porque se defienden de ser “golpeadas” nuevamente en la ficción, o tal vez, de revivir la situación de goce traumático públicamente. Sin embargo, acercarlas a lo que sufren reiteradamente, es una de las posibilidades de trabajar sobre el hecho. Porque no veremos “cómo pega un hombre” en acto (lo digo ex profeso en cuanto a la fase del fantasma de “Pegan a un niño”), sino que nos acercamos al fantasma y por esto la negación. El fantasma es lo más privado de un sujeto, lo que esconde y guarda en terreno defendido. Dejarlo tal cual, es sinónimo de estancamiento en una posición destructiva. La escena de la “golpiza” no se realizará, nos detendremos en el antes y el después. Los pensamientos, los gestos, serán suficientes para acercar al momento crucial sin llevarlo al acto. Por eso, cualquier discurso se puede puntuar, aunque parezca que está tan tenido de real que no puede conmoverse, porque no hay represión de los afectos. Pertenece al registro de lo simbólico aquello reprimido, porque hay un texto que es significante más allá de la expresión que lo sustenta.
Y porque, ante la falta de asociaciones, y luego de un silencio que marca el punto de angustia, siempre algo ha quedado dicho o ha empezado a decirse.
[1] Psicóloga, psicoanalista y psicodramatista
[2] Lacan, J. (1978) Escritos. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires
[3] Baudes de Moresco, M. (1992). La Intervención en Grupos. Edit. Lugar. Pág. 85-93
[4] Lacan, J. (1973). Los Seminarios de Lacan “. Edit. Paidós.