[1] José Miguel Arnal, Mimí Bayarri, Teresa Fernández y Mario Jordá [2]
RESUMEN: Escrito en los años ochenta, el artículo trata de acercarnos a la práctica clínica del enfermo toxicómano, atendiendo al significante heroína como amo que cohesiona al grupo imaginario; desde la llegada a la comunidad terapéutica en la que se produce un primer desplazamiento de la identificación, para aproximar al eje simbólico en el espacio grupal psicodramático. Todo ello expresado en la segunda parte del artículo a través de viñetas clínicas en las que un paciente en cuestión, actúa como protagonista.
Debo remontarme a los años ochenta cuando escuché a José Miguel Arnal en un congreso del Campo Freudiano en Valencia. Años más tarde y cuando yo hacía mis primeros acercamientos al psicodrama, me llegaron dos artículos: “La ética del psicodrama” y “El silencio del padre”; firmados por José Miguel Arnal, Mimí Bayarri, Teresa Fernández y Mario Jordá. Ambos artículos fueron guardados junto a otros.
Ahora, veinticinco años después, me reencuentro con ellos y me parecen dignos de ser publicados.
José Miguel, como ya sabemos, murió. Tras muchas pesquisas, encuentro dos direcciones que me llevan a Teresa Fernández de Mimí y Mario, no encuentro rastro. A Teresa le envío sendas cartas sin encontrar respuesta.
El primero de los artículos empieza de la siguiente manera: “No hay clínica sin ética…y convocar el nombre de J. Lacan en este comienzo no es azaroso, ya que, es en el campo que inaugura su enseñanza, donde nos vamos a encontrar múltiples dificultades, entre las cuales está la de inscribir nuestra práctica y nuestras reflexiones en orden a su transmisión”.
Atendiendo a las palabras antes mencionadas, creo que estos artículos deben ser publicados. Tan solo algunos pequeños retoques para su mejor comprensión.
El enfermo toxicómano es el individuo que se separa del grupo, quizás, precisamente, porque se pretende indiviso en su persona. El individuo se desengancha así del cuerpo social. El intento de volver a engancharlo inicia dos caminos, ambos sin salida, en el toxicómano. Por un lado el significante heroína no encuentra otros significantes donde hacer serie, cerrándose la cadena. Por otro lado, esa misma heroína se convierte en significante amo que cohesiona al grupo imaginario, le lleva a su identificación fundamental: “yo soy toxicómano”. Así, se constituye el grupo marginal conformando una pequeña sociedad al lado de la sociedad existente. Pequeña sociedad con su propio argot, sus propios fines e incluso sus propias leyes.
En “Más allá del principio del placer”, Freud nos relata aproximadamente lo que sigue: un día observó que su nieto de 18 meses, cuando su madre no estaba con él, se entretenía en hacer desaparecer y retornar un carrete atado a un hilo. Al echarlo fuera el niño emitía el sonido “o-o-o”, sonido que la familia traducía sin dificultad como “fort” (se fue) y al traer el carrete de nuevo saludaba con un amistoso “da” (aquí está). No fue difícil para Freud establecer una correspondencia entre el juego y las ausencias de la madre del niño, de modo que éste, convertía en juego repetido lo que de otra manera podría ser un drama para él. Fort-Da: pareja significante que permite al niño inaugurar la serie de significantes, su entrada en lo simbólico a partir de la carencia.
En el toxicómano, no hay madre, pero tampoco carrete, hay Heroína. Objeto cuyo goce cierra la apertura significante, un significante amo al cual el grupo se identifica, sin posibilidad de sucesivos desplazamientos.
No hay desplazamiento del significante amo Heroína, pero el juego continua de otro modo: enganche-desenganche. Y, en este movimiento, la ausencia de heroína y la incapacidad de desplazamiento hacia otro objeto, produce un síntoma, el llamado síndrome de abstinencia, síntoma que permite articular una queja, que no una demanda. La demanda llegará al terapeuta por otro conducto: familiar o social.
El toxicómano repite su queja, hasta provocar la náusea, la angustia del otro, del terapeuta, al que una y otra vez dejará compuesto y sin novia, preguntándose acerca de qué quiere tan curioso paciente.
Hay un saber sobre la heroinomanía que el toxicómano no concede al terapeuta. Ese saber pertenece a la tribu, al grupo imaginario. Error, y error grave, el del terapeuta que pretende instaurarse como sujeto supuesto saber respecto a la heroína. El toxicómano abandonará aquí al pretendido terapeuta una y otra vez.
Si algún supuesto saber va a permitir al terapeuta, ser situado en el lugar de tal, no va a ser en relación a significante heroína y a su síntoma, sino en relación al objeto de su ausencia. El toxicómano sabe del Da; el terapeuta sabe del Fort, sabe lo que lo enferma; sabe de su falta. El sujeto supuesto saber, puede instaurarse justo a partir de ser sujeto supuesto saber de la falta.
Para empezar a trabajar en ese sentido, para conseguir la separación del objeto y la ruptura de esa identificación imaginaria al grupo que permita el posterior desplazamiento significante, en una palabra, para que el sujeto comience a hablar, ha sido fundamental, en nuestra experiencia, el psicodrama.
El terapeuta, decíamos, no sabe sobre el síntoma del toxicómano en tanto en cuanto éste no le concede, no le supone este saber. Entonces ¿en qué consiste la clínica del toxicómano?; ¿hay que reducirla a la ausencia o desaparición del síntoma? Nosotros pensamos en lo erróneo de este planteamiento, no desde el discurso de la ciencia sino por la ignorancia esencial que la sustenta.
Curar el síntoma, adaptar al enfermo a los avatares de una circunstancia social, “conducirle” a modos de comportamiento que les haga accesible un simple ilusorio bienestar en el mundo: efectos de reparación, en suma. Así habla el discurso del Amo. Curar el síntoma, tal la demanda del Amo orquestada por mil voces dispares. Curar aquello que, en apariencia, universaliza a todos los toxicómanos, aquello que permite hablar de El Toxicómano. Pero si el discurso del Amo insiste en tal especificidad, no es, sin duda, por lo que hace a cada uno de nuestros pacientes, sino por haberse constituido en síntoma social privilegiado de nuestra época. Lo que nosotros proponemos, es abrir y sostener un espacio donde el paciente sea escuchado, es decir, donde pueda hablar. Si nuestra palabra consigue soportar el deseo particular del que se trata en cada ocasión, podemos estar seguros de que el sujeto sabrá, en lo sucesivo, hacerse cargo de ese deseo sin sentir su verdad como una amenaza.
La clínica del toxicómano es posible, solamente en el caso por caso.
Cuando el paciente ingresa en la Institución, se establece una transferencia masiva paranoica. Clasifica todos los objetos con su mirada. La primera demanda del paciente ante la Institución es, en la mayoría de los casos, una falsa demanda por cuanto vehiculiza la palabra de otros. El “yo soy toxicómano” se convierte en “yo soy/estoy enfermo”. No es aún la demanda de un sujeto, sino de la imagen reflejada sobre un cuerpo sufriente de las instituciones familiar, social, judicial, etc. En primer lugar, trataremos de operar el corte entre demanda médica y demanda terapéutica.
Con la llegada a la Comunidad Terapéutica, se produce un primer desplazamiento de la identificación. Todos los que allí trabajan deben saber del intento, en sus primeros días de internamiento, de todos y cada uno de los pacientes por abandonar e irse. Aún no establecida la vinculación con el grupo, el recién llegado se encuentra sin lugar. A partir de aquí, el recién llegado tendrá un nuevo significante de identificación: “nosotros, los toxicómanos”, se convierte en “nosotros, los pacientes de la comunidad terapéutica”. Primer desplazamiento que, aún sobre el eje imaginario, permite sin embargo la aproximación a un punto de posible articulación con el eje simbólico.
Esta primera aproximación a lo simbólico se da en el espacio del trabajo grupal psicodramático. Allí, el paciente comienza a hablar, “aparición de la palabra donde sólo había un símbolo mudo repetitivo”.
El psicodrama, por su característica de lugares fijos, facilita el descentramiento mediante el juego.
El director, en un primer movimiento, se sitúa como objeto de las miradas de todos. Su presencia soporta la pulsión escópica del grupo, para que uno entre ellos y comience su relato. Relato todavía dirigido al otro imaginario, “bla-bla-bla” del yo que cree tener el objeto a su disposición. En un segundo momento el director, cortando el relato y pasando a la dramatización, se desplaza dejando un lugar vacío. Ausencia sobre la que hará su aparición el deseo del Otro, el deseo del propio sujeto. Ese lugar será ocupado sucesivamente por el antagonista y por el mismo protagonista en la inversión de roles. Pero tal presencia ya es fallida. Presencia que en el fondo es ausencia. En el lugar del Fort-Da, el carrete que vuelve ya no es la madre real. Ausencia de la cosa, escenario vacío y dividido sobre el que la palabra hace su aparición.
El otro lugar fijo, en la estructura del psicodrama es el del observador. Él no interviene en el desarrollo de la sesión, sólo escucha. Y dice su palabra al final de la misma para “reducir la escena a un dicho”, garante último de lo simbólico tanto para el grupo como para el propio director. Con su escucha y su palabra, el observador posibilita la aparición de ese lazo social libre de los efectos del grupo como amo.
Antes de pasar a las viñetas clínicas, terminaremos con unas palabras de Colette Soler: “Evidentemente no podemos decir que el registro del deseo sea el registro de la felicidad. Lacan siempre los opone. Si la felicidad es la homeostasis, la tranquilidad del sujeto en su mundo, entonces la felicidad no puede ser alcanzada por un sujeto que no renuncie al deseo”. Así que opone esta felicidad confortable y el deseo. Pero al mismo tiempo podemos decir que el deseo es preferible éticamente, porque es la verdad del hombre.
Viñetas Clínicas
Pretendemos trazar un recorrido a través de tres escenas de psicodrama en las que el paciente en cuestión, actúa como protagonista.
El deseo es metonimia de la demanda, demanda que es inconsciente. Demanda articulada al deseo que la falta en el Otro hace aparecer en psicodrama; pero, ¿demanda de qué? No es excesivamente arriesgado aventurar la respuesta: demanda de cura.
Primera escena: “Cascanueces”
Xavi es el “jefe de cocina” en la Comunidad Psicoterapéutica. Tras una comida ha sacado nueces encima de la mesa para repartir entre los comensales (pacientes y algún miembro del equipo terapéutico).
Luis: Dame “mis partes”
Xavi: No tengo. Antonio, dale a Luis parte de las nueces que has cogido.
Antonio -con la mano en los cojones-: Coge estas.
Xavi se dirige a Antonio con la mano alzada.
Concluye la escena.
Consideramos dos soliloquios. En uno, Xavi habla de su excitación emocional ante la burla de Antonio. En el segundo, indica que casi se descontrola y siente miedo de sí mismo, para acabar diciendo: “me falta la palabra”.
La demanda de Luis remite a Xavi a su función simbólica en la Comunidad terapéutica. La entrada en discurso de Antonio con su metáfora-broma coloca a Xavi frente a un impasse que luego él mismo nombrará y que, sobre la marcha, resuelve con el gesto de alzar la mano.
Analicemos en primer lugar, la metáfora de Antonio: el resto semántico que se precipita tiene un claro referente sexual, pero algo falta, el pene que Xavi erige con el brazo, momento en que dirá: “me estoy excitando” deteniendo ahí el gesto.
Algo falla en Xavi cuando de lo simbólico se trata, enfrentado en su propia función simbólica en la Comunidad, (aquél que bromea con el sexo algo tiene de padre real, las tiene todas), algo que impide a Xavi asumir la metáfora como tal y le lleva a cerrar la cadena significante con una metonimia sobre su propio cuerpo. Y, en tanto que toda metonimia conlleva una referencia al objeto, aquí se reintroduce el objeto que falta, el pene en el brazo alzado, y, en tal gesto, Xavi recupera lo simbólico. (Se anudan los tres registros: real, simbólico e imaginario)
Para golpear, Xavi debe levantar el brazo, pero una vez levantado, hecho el gesto significante, ¿para qué golpear? Acabará diciendo: “me faltan las palabras”.
Un dato a añadir: al día siguiente de la tercera escena, Xavi se fracturará el brazo, mutilación de lo real que en el après-coup da sentido a esta primera escena.
Segunda escena: “Del silencio del padre al padre sin vergüenza”
Sucede en casa de los padres de Xavi, hay heroína encima de la mesa de su habitación. El padre entra sin llamar y pregunta: “¿eso qué es?”. “Heroína”, responde Xavi. El padre exclama: “¡Ah!” y sale de la habitación. En el relato, previamente, ha aparecido como Xavi desde hace tiempo ha ido dejando jeringuillas usadas y restos por la casa, sin que nunca haya sido interpelado al respecto.
Padre: ¿Eso qué es?
Xavi: Heroína
Padre: ¡Ah!, -saliendo de la habitación-.
Si la escena anterior termina con la aparición de la angustia en torno a la frase “me faltan las palabras”, en ésta, la angustia se sitúa desde el comienzo como efecto de la ausencia de un padre, de su silencio. Xavi le llama, pedirá de él que cumpla su función en relación al saber y a la prohibición.
En un soliloquio Xavi añadirá: “lo tenía que saber”. Pero el padre ni sabe, ni prohíbe. Por más que Xavi en la inversión de roles pondrá en su boca, a través de soliloquios, sentencias de sabiduría y futuros castigos. Pero la realidad que le reprocha, la queja de Xavi desde su angustia, es su silencio.
Sabemos que el significante de la castración es la única protección con la que contamos frente al llamado de un goce puro. La demanda de separación de Xavi respecto al objeto prohibido no es atendida por el padre que queda atrapado en la contemplación de la escena de la Heroína con su hijo. La angustia alrededor del lugar hueco que representa al padre es la que justamente va a buscar apoyo en la heroína. El padre, sin vergüenza, mira y exclama: ¡Ah!
Pero algo de la metáfora paterna ha funcionado en Xavi, y ello, le permitirá llamarlo una y otra vez. Xavi seguirá buscando, como se verá en la siguiente escena, ese significante de la castración que sustenta el deseo del Otro y pone límite al goce, que le permitirá separarse de la terrible posición que ocupa respecto al deseo de Ella, la Heroína de todos los cuentos y todas las fantasías.
Tercera escena: “Sabina está tras un diván”
Xavi relata la escena de la ruptura con la chica con la que llevaba tres años conviviendo. De nombre, Sabina.
Xavi: Estamos en el pueblo, en un salón bastante grande, yo estoy tumbado en un sofá y ella, sentada en un sillón. Ese día rompió ella conmigo -nos dice-, porque intentó sacarme del mundo de las drogas. Sabina nombra un deseo exterior. Estoy perdiendo cosas, ya no puedo más.
Elige un hombre para el papel de Sabina, el mismo que eligió para padre en la escena anterior.
Xavi -dando las palabras al antagonista-: Me dices que te vas, que has intentado un montón de veces separarme del caballo, que se ha quedado sin fuerzas. Su nombre es Sabina.
Hagamos un pequeño paréntesis para ver el giro de la forma impersonal: “Se ha quedado sin fuerzas”, ¿quién?, ¿el caballo?, “su nombre es Sabina”. Hero-ina, Sab-ina. El cambio en el sujeto del enunciado remite a la vinculación que el objeto droga mantiene con el Otro. En realidad el toxicómano quiere hacer creer al Otro que posee el objeto de su goce, con lo cual si el Otro desaparece, tal objeto desfallece.
Un dato más que Xavi nos entrega en su relato. En el pueblo de su novia, él era llamado Saba.
Sab-a. Hero-in-a. Sab-in-a. Cadena significante donde de modo particularmente explícito, podemos entrever la función que la droga heroica cumple en la constitución, dolorosa, de un sujeto, además de permitir darse una respuesta a la pregunta ¿qué es ser una mujer? El toxicómano tiene su respuesta: una mujer es una heroína. Y él, para ella, el héroe de las mil aventuras y desventuras que adornan el cotidiano de los toxicómanos. Sab-a, célula narcisista, en la que el sujeto adherido a ese Otro primigenio, desinencia y esencia de lo femenino, al de Mamá. Cara gozosa.
Pero con la Hero-in-a nuestro sujeto opera, también, esa primera separación, restituye el lugar del Otro. La heroína puede funcionar en lo real, como una magnífica gestora del goce y, en lo simbólico, como significante de identificación dado por el otro: “Yo soy heroinómano”. Esta primera separación propiciada por el significante heroína, le va a permitir ocupar un lugar propio, todavía imaginario.
Al final de la escena, Xavi dirá: “¡Qué vergüenza!: estoy encarnado”. La intervención terapéutica sosteniendo su vergüenza: “sí, estás encarnado”, va a permitir que Xavi añada: “el nombre de mi madre es Encarnación”. Xavi es el falo erecto que, sometido a una mirada exterior, la de aquel hacia quien la madre dirigió de algún modo la suya, siente vergüenza.
Retomemos el inicio de su relato: “ella rompió conmigo”. Ella rompió ese día la relación imaginaria entre yoes. Este es el don de Sabina, el de su ausencia. La enseñanza, el saber que ella dona a Xavi con su pérdida, no es cualquiera. En el primer soliloquio, desde su propio lugar, Xavi nos dice: “tenía que llegar, la he dejado hecha polvo”. ¿Dónde tenía que llegar? El está tumbado en el sofá. ¿Qué dice la pulsión? Goza. ¿Quiere esto decir, goza de tu propio cuerpo o, goza del cuerpo del otro como de tu propia metáfora? “La he dejado hecha polvo” (ella, identificada al objeto droga). En otro soliloquio dirá: “Se ha hartado de mí, yo la he hartado”. El sujeto que aquí pugna por constituirse aún deberá reclamar sobre el hartazgo[3], un plus de goce, objeto que es causa de su deseo. Con la inversión de roles, Xavi hará un soliloquio desde el lugar de Sabina: “tengo que pensar en mí, si no pienso en mí, este hombre me va a destrozar toda”. Nombrando su deseo, el Otro se barra, se constituye como separado.
Emergencia de la función paterna que va a permitir a Xavi recoger, en forma invertida, su propio deseo: ser nombrado como hombre. Ella ha nombrado su deseo, su falta por tanto, y lo nombra sobre lo abusivo de un goce.
Notas:
[1] VII Jornadas de REIMS. Plataforma Internacional para una Clínica del Toxicómano. Diciembre 88.
[2] José Miguel Arnal, Mimí Bayarri, Teresa Fernández y Mario Jordá. Psicodramatistas y psicoanalistas.
[3] Saciado, repleto, lleno