Teresa Hermida[1]
RESUMEN: A partir de la pregunta, ¿por qué mueve tanto el psicodrama?, hecha por una persona que participó en un taller de fin de semana de Psicodrama freudiano, trato de contar cómo asistiendo a esos talleres y encontrándome reticente al juego, la “Divina Comedia” de Dante vino a interactuar con el psicodrama, recordándome, a través de frases encontradas al azar y, claro está que fuera de contexto, ideas relativas a la verdad, el deseo, la separación y la pérdida, que parecían llevarme de vuelta a él.
Hace días encontré por la calle a una persona con la que coincidí tiempo atrás en un taller de fin de semana de Psicodrama freudiano. Tras interesarse por estos talleres a los que nunca volvió, hizo un breve recorrido, que según me pareció era más para su coleto que para mí, de los sitios de similares características por donde había pasado desde entonces, para terminar despidiéndose con un pregunta que, por el gesto que la acompañaba, pareció convertirse en una especie de lamento: ¡Ay! ¿Por qué mueve tanto el psicodrama?
Suspirando, me encogí de hombros y sólo acerté a musitar: “no lo sé, no me preguntes a mí”, con lo que seguimos cada cual nuestro camino.
Pero la pregunta hizo mella y, a la vuelta de la esquina, comenzó a transformarse en qué es lo que se mueve en psicodrama para que, alguien que dice haber pasado por otros lugares con la misma finalidad que la llevó a aquel taller, se pregunte precisamente qué ocurrió en aquella única ocasión. A su vez, eso me llevaba a cuestionarme cómo llegué al psicodrama y por qué continuaba en eso que algunos llaman juego.
Me acerqué al psicodrama con cautela, sin saber lo que era, quizá por casualidad y alguna dosis de curiosidad, al ver un anuncio de aquellos talleres de Psicodrama freudiano, influida tal vez por la afición al teatro.
Después, comenzó a parecerme, quizá más por intuición que por conocimiento de causa, un buen espacio donde andar al encuentro con la verdad.
Además de aficionada al teatro, también me atraían los libros. Quizá por ello en un momento dado, me pareció que cuando sentimientos y emociones comenzaban a bailar en mi interior con especial intensidad, algunas lecturas encontradas al azar, parecían querer centrar mi atención en ellas. Y eso fue lo que pasó con la “Divina Comedia” de Dante.
Entonces, tras los talleres de psicodrama a los que acudía donde, aunque uno se resista, sentimientos y emociones pugnan por salir a flor de piel, comencé a leer párrafos al azar de la “Divina Comedia”, aunque he de advertir que mis manos solían dirigirse hacia el final del libro, donde sabía que se encontraba el Paraíso, quizá en un intento de obviar el paso por el Infierno, al inicio de la obra. Con ello, en unos momentos en los que no me sentía inclinada al juego sino más bien reticente, se inició precisamente una especie de juego con aquel libro, que parecía querer llevarme de vuelta al psicodrama.
Así, andando a vueltas con la verdad, leía:
“Si puedo demostrarte una verdad, volverás el rostro a lo que preguntas como ahora le vuelves la espalda”.
Pero, ¿quién puede demostrar a otro su verdad? Estaba claro que la llave de la verdad la tiene cada uno. Ya los clásicos griegos advirtieron que la verdad esta oculta en la mente de cada ser humano, y San Agustín, que se decantó por decir que habita en el interior del hombre, esbozó el camino a seguir para encontrarla: adentrarse en uno mismo dejando de buscar fuera.
Por ello, sabiendo como sabía que la verdad no lo tenía fácil para encontrarse conmigo (el paso por el diván nunca es en vano), creí ver en el psicodrama un lugar adecuado para tratar de espolearla, porque ¿acaso no era la verdad la que quería asomarse cada vez que alguien dejaba que saliera a la luz algo de su historia?
En un momento dado, aquellos talleres comenzaron a asemejarse a una especie de pozo que se nutría con la lluvia de deseos en que parecía transformarse lo que en ellos veía y escuchaba. Desde su brocal intentaba ver el fondo, que se me antojaba repleto de un fango pegajoso que atrapaba esos deseos, ni que decir tiene que en su mayoría insatisfechos, lo que dificultaba liberarlos; tal vez ello ocasionara que pareciera escucharse a veces el eco de una queja, que quizá no era más que una doliente demanda.
Todo eso contrastaba profundamente y entraba en franca contradicción con esa especie de ilusorio e imaginario nirvana particular en el que a veces intentamos situarnos, ese que promete paz a cambio de ausencia de deseo.
Pero con la lluvia ya se sabe, calabobos o chaparrón, quien se expone a ella sin cubrirse termina calado hasta los huesos. Por ello, desde el brocal de mi pozo psicodramático, comencé a asumir hasta donde me identificaba con algunos compañeros que por allí pasaban, o al menos, cuantos rasgos comunes parecía tener con ellos, lo que me llevó a la conclusión, ya conocida por otro lado, de que aunque cada uno de nosotros fuera único, quizá nos asemejábamos más de lo que en principio pudiera parecer.
En aquellos momentos, comenzaron a agolparse en mi recuerdo escenas de talleres anteriores, imágenes nítidas que supongo siempre estuvieron ahí y me abocaban a la búsqueda del denominador común.
Envuelta en este trasiego de deseos, acudí a la “Divina Comedia” y mis ojos fueron a posarse en el siguiente párrafo:
“Exhala el ardor de tu deseo de tal modo que salga bien expresado con la fuerza que lo sientes, no para que nosotros lo conozcamos mejor por tus palabras, sino para que te atrevas a manifestar tu sed, a fin de que otros te den de beber”.
Superado en parte el impacto que me produjo encontrar a una Beatriz, la amada de Dante que creía recordar ya en el Paraíso, animándole a que expresara su deseo, me pareció que aquellas palabras iban en la misma dirección que el psicodrama.
Aquello me sonaba. ¿Estaba equivocada o alguien dijo que en psicodrama lo que se pone en juego es el deseo? Aquel párrafo, que partía de la existencia de deseo, parecía querer resaltar la importancia de expresarlo, de manifestarlo tal como se siente, dejando un poco al lado a los demás, lo que abriría la posibilidad de que otros pudieran acceder a él.
Esto que dicho así de corrido parece tan sencillo, puede no resultar nada fácil, en todo o en parte. Para poder expresar el deseo ha de conocerse, reconocerse y aceptarse. Quizá supone apartar a un lado los deseos y expectativas de los otros, para dejar de preguntarse qué quieren de uno y empezar a pensar qué es lo que quiero yo.
En cuanto a lo de atreverse a manifestarlo, ¿insinuaba acaso la existencia de miedo? Eso también me sonaba. No es tarea fácil exponerse a un grupo, ni dejar a veces al descubierto las propias vergüenzas. Quizá con poco esfuerzo se pudiera confeccionar una lista de miedos, propios y de los otros, que a veces creemos percibir: a lo desconocido, a lo que no puedo ver, a eso que parece que no sé porque no soy consciente de ello, pero que quizá con algún estímulo puedo saber, etc. Pero eso sí que es fácil que ocurra en psicodrama, pues desde que te sientas, con palabras o silencios, no puedes estar seguro de lo que va a suceder. Quizá también miedo a perder algo, incluso tal vez algo que nunca fue.
En ese punto encontré las palabras de Virgilio, la “sombra magnánima” de Dante, animándole a continuar el camino que había emprendido:
“…tu alma está traspasada de espanto, el cual se apodera frecuentemente del hombre, y tanto, que lo retrotrae de una empresa honrosa…” “Sólo deben temerse las cosas que pueden redundar en perjuicio de uno, pero no aquellas que no pueden hacerlo.”
En el siguiente taller en el que participé me imaginaba tendiendo la mano a un compañero, curiosamente a la que más cercana me sentía desde el lado de la ternura, que no del de la confrontación, emulando a Beatriz y diciendo aquel párrafo sobre el deseo. Y cuando esas palabras parecían querer escapar de mi boca, quizá como una reminiscencia de los latines eclesiales de mi infancia, se producía una especie de concatenación de palabras: Exhala tu deseo – Et resurgit – Et ascendit in caelum…. (Exhala tu deseo, y resucita, y asciende hasta el cielo)
Confieso que fue un deseo insatisfecho porque, ¿cómo se sitúa una ante un grupo y, tras plagiar a Dante, como única explicación a semejante atrevimiento sólo se le ocurre decir algo así como: “es que parece que habla la “Divina Comedia”?
Por último, de aquellas palabras de Beatriz quedaba algo que me inquietaba. ¿Qué quería decir con eso de “a fin de que otros te den de beber”?. Aquello me sonaba a pedir, a demandar, a dejar que otros puedan satisfacer tus deseos. Y rizando el rizo, y dejando aislado este trozo de la frase, podríamos decir que para que haya “otros” antes ha tenido que haber “unos”. Unos que, desde los primeros, han de ir siendo dejados por el camino. Pérdida que supone que algo falte a alguien. Separación y pérdida necesaria para dejar hueco a otros, pero eso no es sin dolor.
Buscando quizá un poco de consuelo acudí otra vez a la lectura y encontré esta vez a un Dante entristecido que llora la pérdida de Virgilio, el “dulcísimo padre”, al que limitado por la razón y como representante de la sabiduría, le ha llegado el momento de desaparecer. Sin embargo, antes de dejarle le ha recordado qué gana con la pérdida: libertad.
”Tu albedrío es ya libre…y sería una falta no obrar según lo que él te dicte. Así pues, te dejo ya señor de ti mismo”…”Sírvate de guía tu voluntad”.
En este punto, llorando la falta de Virgilio, es cuando puede reencontrarse con Beatriz y acceder al Paraíso, posibilitando así su reencuentro con el amor y la felicidad.
Vuelvo a recordar a la persona que me encontré aquel día. Durante los pocos minutos de conversación que mantuvimos planeaba el recuerdo que ambas conservábamos de lo que se movió en aquel taller. Ahora sus palabras parecían denotar que quizá siguiera atrapada en las mismas redes de entonces.
Ello contrasta con la Beatriz resplandeciente rodeada de seres angelicales que sale al encuentro de Dante, cosa que me hace recordar a otro ser angelical. Ese Ángel de la Guarda en el que me enseñaron a creer de muy niña, esa dulce compañía que estaba a nuestro lado para protegernos y enseñarnos el “buen camino”. Quizá ese camino no era otro que el de recordar siempre quién y qué somos. Cualquier otro es fallido y conduce al dolor y al sufrimiento.
No tuve una contestación para aquella compañera. Quizá pude decirle que en ocasiones, hay quien ve en algunos lugares como el del psicodrama, posarse un águila, animal de poder por excelencia para algunas culturas como símbolo del espíritu y la valentía que espera paciente el momento oportuno para acompañar a aquel que, tras recuperar su poder personal, amando luces y sombras, alza el vuelo hacia el sol extendiendo sus alas por el inmenso cielo de la libertad.
[1] Licenciada en Derecho