Miguel Pérez[1]
RESUMEN: Mi intención es ir describiendo como el psicodrama se integra con otras terapias. Analizar las relaciones con el psicoanálisis, con la gestalt, la terapia sistémica y las terapias corporales; en tanto que pienso que la integración enriquece la práctica haciéndola más flexible, al mismo tiempo que se adapta mejor a las necesidades de los pacientes.
Desde el Psicoanálisis se revisa la influencia que el psicodrama ha tenido para algunos psicoanalistas así como la influencia que el psicoanálisis tiene para el psicodrama.
PSICODRAMA Y PSICOANALISIS
Moreno debe a Freud una parte importante de su contribución, aunque su paso al grupo y su influencia del teatro le van a dar una originalidad que normaliza la psicopatología y extiende su influencia a lo social.
Freud y Moreno trabajaron independientemente, pero hubo muchas cosas en común entre ellos. Ambos fueron contemporáneos y vivieron largo tiempo en la Viena de fines del siglo XIX y principios del XX, aunque Freud era 36 años mayor que Moreno. Podría pues haber sido su padre…
Pero a pesar de compartir la ciudad donde trabajaban y el interés por el ser humano y sus sufrimientos psicológicos, parece que no tuvieron (casi) contacto. Tan solo hay una referencia de Moreno, a este respecto, el cual nos dice que en 1912, al salir de una conferencia de Freud, creo que acerca de un sueño telepático, se le acercó y le dijo: «Usted ve a sus pacientes en el marco artificial de su consultorio. Yo los encuentro por la calle, en el hogar, en su ambiente natural. Ud. analiza sus sueños. Yo estimulo a la gente a soñar«.
Si bien este encuentro se produce en los comienzos de la carrera de Moreno, ¿podemos pensar que Freud siempre estuvo presente, aunque fuese para oponerse a él?. No obstante Moreno fue quien pronunció la siguiente frase: «No puedo negar que el psicoanálisis ha tenido influencia sobre el psicodrama, pero esa influencia ha sido principalmente negativa«. Fue en suma el psicoanálisis (o Freud) una compleja influencia sobre el psicodrama (o sea para Moreno); conflictiva, llena de admiración, rivalidad, envidia, todo menos indiferencia, como corresponde por otra parte a toda relación paterno-filial. El padre-Freud era, lógicamente, amado y odiado intensamente por el hijo-Moreno. ¿Un «encuentro edípico fallido»?
Incluso al final de la vida de Moreno, sigue Freud presente. Uno de sus discípulos, el californiano Lewis Yablonsky[2], refiere que visitó a Moreno en su lecho de enfermo poco antes de morir. Moreno le mostró algunos de los borradores de una autobiografía que estaba escribiendo. Uno de los fragmentos de esta autobiografía consistía en una fantasía de Moreno donde decía que ya había muerto y que había ido, naturalmente, al cielo, y como parte de la bienaventuranza celeste, podía gozar del placer de participar en un «diálogo eterno» con los más brillantes espíritus de la historia. Ese día, la discusión reunía a Spinoza, Jesucristo, Hegel, Einstein, Freud, y otras luminarias. El tema era «El psicodrama y el psicoanálisis. Luego de varias horas de brillante debate en que exponían defectos y virtudes de ambas disciplinas, uno de los participantes, notando que Freud permanecía extrañamente callado y no defendía su psicoanálisis, le preguntó su opinión. Todos esperaban entonces una encendida defensa por parte de Freud de su creación científica, pero sin embargo sólo respondió: «Si hubiera vivido más tiempo, yo también habría llegado a ser un psicodramatista como Moreno«.
Confrontado con Freud al comienzo de su carrera en 1912, y nuevamente confrontando (imaginariamente) al final de su vida en 1974, como vemos, Moreno estuvo siempre estrechamente ligado a él.
Si bien Freud no llegó a ser psicodramatista, muchos psicoanalistas, sin dejar de serlo, han comprendido la genialidad del descubrimiento moreniano, y las posibilidades de enriquecimiento que el mismo aporta a la teoría y a la práctica psicoanalíticas. Principalmente Anzieu, Lebovici (con su «Psicoanálisis dramático de grupo»), G. y P. Lemoine (desde la escuela lacaniana), la «Escuela Argentina de Psicodrama Psicoanalítico», iniciada por Martínez, Moccio y Pavlovsky y luego extendida al «Grupo Experimental Psicodramático Latinoamericano».
Tanto el Psicoanálisis como el Psicodrama se ocupan de la psique, del ánima. Pero el psicodrama utiliza el drama, y el drama es acción. Acción, donde se inter-juegan personajes que desarrollan una dramática (y aquí la referencia al teatro es ineludible), al igual que la pregunta sobre ¿qué tiene que ver esto con el psicoanálisis?
Freud, en un artículo de 1905 que nunca llegó a publicar, «Personajes Psicopáticos en el Teatro», se refiere al «drama psicológico», comentando a «Hamlet», dice: «La puja del impulso reprimido por tornarse consciente, aunque identificable en sí misma, aparece tan soslayada que el proceso de concienciación se lleva a cabo en el espectador mientras su atención se halla distraída, y mientras está tan atento a sus emociones que no es capaz de un juicio racional. De este modo, queda apreciablemente reducida su resistencia, a semejanza de lo que ocurre en un tratamiento psicoanalítico«.
En este pasaje, Freud caracteriza acertadamente el clima que se crea cuando se dramatiza y apunta que es precisamente ese clima el que permite que en el espectador (dice Freud) y en los actores y espectadores (en el psicodrama) se produzca un proceso de concienciación (es decir, de conocimiento) a través de la disminución de las resistencias. Disminución de las resistencias que es uno de los principales efectos de la dramatización, a partir de la creación de un clima emocional particular. Tanto en el teatro como en el psicodrama, el espectador se identifica con los personajes a través de un mecanismo de identificación proyectiva. La diferencia es que en psicodrama el actor «protagoniza» «su» drama, lo re-crea, para luego crearlo.
Como nos señala acertadamente Anzieu, el mismo Freud, por otro lado, rescató el valor simbólico del juego infantil cuando en su «Análisis de una fobia de un niño de 5 años», nos muestra como el pequeño Hans «dramatiza». Se trata de un episodio en el que Hans ve caer y patalear a un caballo, creyendo que había muerto. El padre le interpreta que podría estar hablando de sus deseos de que él (el padre) muriese, y entonces cuenta cómo Hans, tomando el rol de caballo, salta, corre y «muerde» al padre. Freud comenta que Hans ha hecho aquí un «cambio de papeles» (una Inversión de roles diríamos en el lenguaje del psicodrama). Él es el caballo y muerde a su padre. En este sentido, dice Freud, él se identifica con su padre, es decir, hace activamente lo que teme sufrir pasivamente: el ataque de su padre; pero al mismo tiempo realiza un deseo: atacar vengativamente al padre. Éste mismo comenta: «Vengo observando desde hace dos días, que Hans me ha estado desafiando de modo resuelto, pero no con insolencia y descaro, sino con alegría, ¿quizás porque ya no tiene miedo de mí-el caballo?«.[3]
Otra psicoanalista a tener en cuenta es Melanie Klein, quien como sabemos, fue la primera en reconocer la profunda importancia simbólica del juego del niño y en poder interpretar este juego como el «escenario» donde se despliega el mundo interno infantil. ¿Qué es el juego del niño sino una dramatización espontánea? Las fantasías se traducen a proceso secundario y se expresan en el juego. O mejor dicho, ¿qué es una dramatización, sino un juego más o menos espontáneo de ese niño más o menos crecido que es el adulto?
D.W. Winnicott[4], insistió siempre en el sentido lúdico de toda tarea psicoterapéutica, a la que definía como una situación en que se reúnen dos personas, una que no sabe jugar y la otra que sí. La segunda enseña a jugar a la primera mediante «este juego sofisticado del siglo XX que es el Psicoanálisis”.
No podemos dejar de señalar la analogía de la dramatización con los sueños, pues en ambos el aparato psíquico está en acción. Tanto en el sueño como en la dramatización, el psiquismo se despliega en un escenario y hay personajes que interactúan: un drama se desarrolla. Esta analogía ya fue percibida seguramente por el joven Moreno, cuando dijo a Freud: «Ud. analiza los sueños… yo ayudo a la gente a soñar…«
En cierto modo, el sueño es una «dramatización» espontánea durante la noche, y la dramatización puede considerarse como una especie de «sueño».
Podríamos pensar que hay varios «Yoes» que interactúan en el escenario del psiquismo. Es lo que Freud llamó narcisismo primario. La identificación es el vínculo afectivo más precoz que tenemos con el prójimo, es la forma más primitiva de apego afectivo que tenemos con un objeto. Freud dice que el yo se limita a tomar del objeto uno solo de sus rasgos, de manera que la identificación es siempre parcial, donde ese rasgo o rasgo unario, es el motivo de las elecciones de los yo auxiliares.
En esa elección que, como hemos visto, tiene que ver con una primera identificación o identificación primaria, el sujeto queda unificado al objeto, “yo soy como él”; el sujeto pierde su identidad en pro de la identificación con el objeto.
Lo que viene a decir Lacan es que no tiene una función unificante sino distintiva. Que si bien en el origen hay identificación del yo con un objeto por mediación de un rasgo y que si es cierto que esta operación es ineludible puesto que el sujeto está obligado a pasar por otro sujeto para singularizarse y reconocerse, lo que está en juego va más allá pues en el mismo advenimiento del objeto lo que se demuestra es la diferencia con el yo; y es por tanto un movimiento que engendra una posible relación con la identidad.
A este segundo momento, que él lo califica de progresivo, lo denomina identificación secundaria o simbólica frente a la primaria o imaginaria.
Mediante la distinción con el otro el sujeto se reencuentra. Y esto es lo que propicia el psicodrama, en tanto que la mirada es uno de sus pilares.
El individuo es grupal, o sea conflictivo y contradictorio. Varios personajes «habitan» dentro de él viviendo situaciones dramáticas y cuando está con el otro sus dramáticas grupales internas se entrelazan.
Cuando se incluyen las técnicas psicodramáticas, esos dramas internos son externalizados, se hacen «visibles» a través del «como sí» de la dramatización. Y entonces el drama interno se juega en el escenario psicodramático.
De este modo, toda dramatización, al igual que el juego del niño, no es más que una dramatización espontánea, la expresión de situaciones internas conflictivas del sujeto y/o del grupo, a través de una re-presentación. Re-presentación de una obra vieja con ropaje nuevo, quizás con nuevos actores, con cambios en la escenografía y en la puesta en escena.
El sujeto va repitiendo (compulsión a la repetición) a través de re-presentaciones, situaciones traumáticas (o no), infantiles, a través de sucesivas y (quizás) infinitas sustituciones. Por otra parte, y esto es importante, dicha repetición no sólo lleva a representar, sino que esta re-presentación le permite repetir ahora de un modo activo lo que en otro momento soportó pasivamente. Como en el juego del carretel del pequeño Ernst: él decide ahora cuándo la madre se ausenta, y cuándo la madre vuelve. Así, en el escenario dramático, el sujeto puede recrear la escena, pero esta re-creación es también una creación. Es también algo nuevo. El sujeto puede ahora tomar el rol del otro, puede ser él el agresor, el violador, el seductor, etcétera, de su mitología infantil., pudiendo hacer una relectura de la propia historia.
También está la importancia de la introducción de los «Yo auxiliares», mediante los que se desarrolla, como antes hemos apuntado, todo el juego de las identificaciones. Lugar privilegiado de la transferencia. Proceso por el cual «reconozco al otro como diferente, sólo para atribuirle partes mías, aspectos míos». Un modo de preservar la ilusión narcisista y de desconocer al otro.
Mediante la inversión de roles puedo ir tomando conciencia de que yo soy el otro, y que el otro soy yo. Y al mismo tiempo, que yo no soy el otro y que el otro no soy yo, configurando un inter-juego dialéctico en espiral, como diría Pichon, que permite ir saliendo lenta y paulatinamente (aunque quizás nunca totalmente) de la ilusión narcisística hacia la des-ilusión más «adulta», la des-ilusión objetal. Desilusión objetal que significa soportar una de las más grandes heridas narcisistas del individuo: la aceptación de la diferencia de sexos, y por lo tanto de la alteridad, la aceptación de la diferencia generacional, y por lo tanto de la finitud: diferencia de sexos y diferencia de generaciones (es decir, incompletud, envejecimiento y muerte).
A través de este lento y doloroso proceso el individuo va logrando, aunque no del todo, ver al otro como diferente. Y aquí el otro, los otros, adquieren importancia, pues en último término el individuo se define a partir de los demás: Soy porque los otros me reconocen. Me desidentifico para encontrar mi propia identidad.
El psicodrama, implica también otros dos elementos: el cuerpo y el grupo[5]. Si bien se puede trabajar en psicodrama individual, se podría decir que casi siempre el trabajo es en grupo, y creemos que la función del grupo es esencial para la dramatización. El grupo otorga una matriz adecuada al desarrollo de los múltiples dramas que los sujetos repiten en el aquí y ahora de la situación grupal. La dramatización surge como emergente grupal, como expresión de la o las fantasías predominantes en cada momento en el grupo, llevadas al proceso secundario de la acción dramática. Allí se reviven los conflictos infantiles repetitivos («neurosis de transferencia grupal») en la «familia grupal».
En cuanto al cuerpo, el psicodrama permite rescatar el lenguaje corporal tanto del paciente como de los yo auxiliares. La importancia del lenguaje corporal radica en su cercanía a los afectos. Ya Freud se refirió muchas veces a la fuente corporal de los afectos, desde el «Proyecto», donde ligó la aparición del afecto a «experiencia de dolor» y a la «descarga endógena y secretora» en el cuerpo, que queda ligada a la «imagen del objeto hostil», repitiéndose ante cada reaparición de éste[6]. Mediante el levantamiento de la represión los afectos que estaban reprimidos afloran y es por esto que se debe estar atento a las señales del cuerpo como medio de expresión de estos.
En definitiva, el psicoanálisis aporta la relación discursiva y asociativa que el psicodrama lleva a la escena y amplía del individuo al grupo y de lo interior al contexto. La dramatización exterioriza y pone en juego lo imaginario, lo que permite el acceso a lo simbólico y facilita una reconstrucción de los fragmentos perdidos de nuestra existencia. De esta manera, nuestra vida es puesta en perspectiva y reelaborada bajo un nuevo prisma: el de la creatividad espontánea, que surge cuando la dramatización cala hondo en el protagonista.
No es exacto que el psicodrama sólo trabaje con lo interpersonal y grupal. La relación dual del sujeto consigo mismo también es objeto de su trabajo. Para muchos psicoterapeutas individuales el psicodrama sólo es útil en los problemas relacionales y no en los intra-psíquicos. La acción no es el objetivo único del psicodrama, sino un elemento más del mismo. El caldeamiento inespecífico debe mucho al psicoanálisis, sin embargo, es diferente de la asociación libre individual y muestra el salto de lo individual a lo grupal.
La técnica psicodramática del cambio de roles incrementa la empatía y amplía la visión del mundo.
La asociación de escenas, que combina el pensamiento psicoanalítico y psicodramático, lleva a mundos intra-psíquicos inexplorados. Una norma del director es acompañar al protagonista, jamás ir por delante de él; esto es llegar hasta donde él desee.
Otro aspecto inherente a la situación grupal es la resonancia de escenas, donde el inconsciente circula y se refleja en los demás componentes del grupo. Las escenas se encadenan unas con otras en una danza de representaciones que dan coherencia y movimiento a la fase grupal en que se encuentran.
La noción moreniana de co-inconsciente proviene del psicoanálisis, pero su significado trasciende el ámbito individual para llegar al colectivo. Se entiende por co-inconsciente cuando dos o más personas tienen una especial afinidad por la cual piensan o sienten lo mismo ante hechos similares, incluso a distancia. Es más una versión en el tiempo presente del aspecto jungianos de inconsciente colectivo que un inconsciente freudiano.
La pulsión escoptofílica es otra aportación que el psicodrama de los Lemoine hace desde el psicoanálisis de Lacan. Aunque no hay duda de que los Lemoine dieron lugar a un psicodrama que va más allá del discurso.
En el psicodrama de los sueños, la interpretación y el análisis van más allá del inventor del inconsciente. El diván se extiende a toda la sala y al conjunto de su vida, el protagonista aporta multitud de datos sobre su personalidad y forma de ser. Si el revivir lo que en el sueño resulta doloroso es una experiencia saludable, más sano aun es representar los extraños personajes que afloran en el estado onírico. La recreación da un contexto a lo inconexo y otorga un significado a lo oculto.
La representación, la creatividad, el momento y la espontaneidad del psicodrama son las actrices de este proceso que enriquece la práctica psicoterapéutica.
[1] Psicólogo Clínico y Psicodramatista.
[1] Gennie y Paul Lemoine. Teoría del Psicodrama. Edit. Gedisa. Pg.285 y ss.
[2] Roberto Losso. Psicoanálisis y Psicodrama: Sigmund Freud y Jacobo Levy Moreno. Conferencia pronunciada en el Encuentro Internacional de Psicodrama de Grupo. Buenos Aires.
[3] idem
[4] D.W. Winnicott. Edit. Gedisa. Realidad y Juego.
[5] Gennie y Paul Lemoine. Teoría del Psicodrama Edit. Gedisa. Prólogo.
[6] E. Cortés. Apuntes de Psicodrama Freudiano. Edit. ECU Pg. 90 y ss.