Pedro Herrero Carcelén[1]
RESUMEN: En este trabajo intentaré responder a la pregunta: ¿cómo el psicodrama posibilita romper con la repetición, modificar o disolver lo imaginario?
La experiencia se desarrolla bajo el sino de la repetición, compulsión que tiene el objetivo del reencuentro con la satisfacción primera y la negación de la castración (la falta). En este proceso, la identificación, el imaginario (o fantasma) y lo simbólico, juegan un papel importante.Empezaremos por intentar clarificar, de forma sencilla, los conceptos de Real, Simbólico, Imaginario e Identificación.
Lo real, lo vamos a relacionar con la satisfacción mítica, momento de completud y totalidad gozosa.
Lo imaginario, alude al plano de las imágenes. Pertenece a esta categoría todo lo que tiene que ver con el registro especular, con lo dual y, por tanto, con la mirada. Está regido por las leyes de la fenomenología de la percepción y es la dimensión privilegiada del Yo y del narcisismo, ya que es, en este terreno, donde el sujeto se reconoce como Yo, donde asume su imagen corporal en relación con la imagen en la que se ve reflejado, la de espejo, la de su semejante. La imagen, proveniente del otro, le da al individuo la sensación de completud, le configura una Gestalt estructural en relación a su propia imagen. Pero es una imagen falsa, ya que es especular. Al mismo tiempo, ese otro también le va diciendo al individuo qué tiene que hacer y cómo tiene que ser para taponar el deseo que siempre está relacionado, en primera instancia, con el deseo del otro. Podemos pensar que es a partir de lo imaginario que el individuo fantasea el reencuentro con la totalidad.
Lo simbólico alude al campo de la palabra, a las matemáticas, a la ley y a las diferencias.
Las relaciones simbólicas se organizan atendiendo a parámetros normativos, los cuales, en primera instancia, tienen que ver con la ley establecida por los padres, los maestros, la religión, el país de cada uno de nosotros, etc.
Las relaciones simbólicas también pueden pensarse como la manera en que las personas se las ven con los ideales.
A principios de los 50 Lacan sugiere que uno de los objetivos del análisis sea esclarecer y modificar las relaciones simbólicas del analizante. Se trata de la posición del analizante respecto del Otro (el Otro parental, la Ley, los ideales sociales, etc.).
Las relaciones simbólicas incluyen el inconsciente y el Otro, mientras que las relaciones imaginarias están referidas al propio yo o la imagen de sí mismo (del analizante) y al yo de sus semejantes.
El análisis apunta a cambiar progresivamente las relaciones imaginarias del analizante con los otros, sus amigos, colegas, hermanos-as. Este cambio de posicionamiento en relación a los demás trae parejo una manera diferente de relación con ese Otro, con la falta, con la “angustia de castración”.
La identificación; es definida por Laplanche y Pontalis como “El proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad, se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones”.
Podemos deducir que la identificación es un proceso necesario para que se constituya el Yo, pero también va a constituir un mecanismo de atrapamiento, en donde el sujeto va a repetir una y otra vez una serie de conductas precisamente para no diferenciarse de ese otro. Ya que eso representaría la ruptura fusional narcisista.
Ese “Acto en el que un individuo se vuelve idéntico al otro”; tiene la paradoja siguiente: para que yo me pueda identificar con el otro, yo y el otro tenemos que ser diferentes. Paradoja que se subraya constantemente en el trabajo psicodramático.
¿Cómo interviene el psicodrama freudiano en la disolución de lo imaginario?
Tres son los instrumentos a tener en cuenta:
- La representación. Enrique Cortés parte de la siguiente tesis: “El psicodrama en tanto lugar donde se juegan las identificaciones, constituye un medio idóneo, gracias al juego de la representación, para que el sujeto pueda romper con lo que repite, con eso a lo que se ve atrapado”.
En el mismo acto de la representación algo del discurso inicial, imaginario del sujeto, se verá modificado por los mismos movimientos tanto del protagonista como de los yoes auxiliares.
- La elección de los yoes auxiliares. Es, sin duda, un momento de verdad del análisis en grupo. Momento en el que se juegan transferencia e identificación.
El auxiliar será uno o varios miembros del grupo elegidos por el protagonista. Se encargan de representar un rol, unas veces el descrito por el protagonista, y otras, dejándose llevar por su propio rol. De esta manera, los auxiliares no sólo van a ayudar al protagonista en la puesta en acto de su drama, sino que van a articular su división.
Un protagonista transmite su escena privada a la audiencia y para su representación, escoge a su público restringido en la medida en que supone a éstos más acordes con su imagen subjetiva.
Lo contado, es una transmisión, una abertura de la escena privada a aquellos que se sienten e incluso se descubren implicados como sujetos. Luego, el grupo restringido participará en la elaboración y desde ahí, también en su propia división, ya que es una elección no esperada.
“Cada uno es susceptible de ser llamado sin haberlo previsto al lugar de una división subjetiva”.
En un momento dado, ya en escena, el o los auxiliares pasan a ser Uno junto con el protagonista, jugando la escena. El público, incluso el no elegido para jugar, sabe que forma parte de la audiencia, no desconociendo por lo tanto que forma parte del trabajo.
En ese sentido se podría decir que el objetivo del psicodrama es poder compartir con los otros sujetos lo que pertenece a lo imaginario de la subjetividad privada.
Ayudado por el público, por el psicodramatista, las escansiones, la escucha nueva… La sintaxis del discurso se modifica y el sujeto ya no va a estar en el lugar desde el cual hablaba antes.
“Podríamos tal vez pensar que el objetivo o la función del rol del auxiliar consiste en permitir al protagonista que sea consciente de la distancia que hay entre el personaje que él vive y el que encarna la persona que se encuentra enfrente suyo. En ese momento, la distancia que los separa del otro se anula y la angustia por ser el otro desaparece, y esto, precisamente cuando puede sentir, vivir en su cuerpo, el rol del otro”.
- El cambio de roles. Va a permitir que el protagonista represente el rol del otro. “El cambio de roles permite a cada actor separarse de su deseo para ponerse en el lugar del otro, y así realiza también en el acto, la separación del sujeto del enunciado y el de la enunciación. El cambio de roles permite al sujeto descubrir que el deseo es el deseo del Otro”. Viene a disolver el imaginario del protagonista, en tanto que añade nuevos sentidos y rompe con las identificaciones especulares, rasgos por los cuales se han elegido a los yo-auxiliares. Mediante el cambio de roles se varia la dirección tomada por el sujeto al inicio de la narración. Si bien el juego permite dar paso al deseo encubierto, poniéndolo en el otro o por mediación del otro, en la inversión de roles el deseo es retomado como propio.
Conclusión.
Todos estos mecanismos posibilitan que los espejos identificatorios se rompan.
Para Freud la identificación es “la manifestación más temprana de un enlace afectivo entre el yo y el objeto”; Lacan partirá del estadio del espejo (fase que se desarrolla en torno a los seis meses de vida).
Esta identificación primaria tiene la particularidad de su dependencia del otro, siendo la fuente de todas las identificaciones posteriores. Desde ese momento, todo el saber humano se vuelca en la mediatización por el deseo del otro, ya que, el sujeto, va a quedar atrapado en la pregunta: “¿Qué quiere el otro de mí?”, “¿quién soy yo para el otro?”
Captado entonces por una imagen que jamás podrá aferrar, el sujeto no dejará desde entonces de pedirle razones a ese otro. Y será a partir de la no respuesta a esta pregunta que comienza el verdadero trabajo psicoanalítico.
Ante la pregunta “¿Qué soy yo?”, la respuesta se busca en el otro, alguien que le diga, “tú eres eso”.
Pero en el psicodrama, cuando el sujeto busca la mirada de los terapeutas, “se encuentra con que esa mirada no es un espejo, no refleja nada, de ese modo los terapeutas no se ofrecen a la identificación de los miembros del grupo, sino a la transferencia”.
En el psicodrama, y a través de la representación, esas identificaciones se tambalean y el sujeto debe hacerse de nuevo la pregunta; pero ahora, bien lo sabe él, la respuesta no está en el otro. El sujeto comienza a preguntarse: ¿Cuál es mi deseo?
En el psicodrama el espejo es destrozado por las miradas de los otros al mismo tiempo que el discurso, la palabra, la voz, etc., es decir, la experiencia de la falta, es la que le restituye al sujeto su unidad. El discurso del grupo lo ayuda a superar el fracaso de la repetición edípica gracias al aspecto de renuncia y de ausencia que el lenguaje comporta. Este proceso es facilitado gracias a la transferencia.
Tenemos pues, dos momentos relacionados con la identificación:
- Un primer momento o de elección, esto es, el motivo por el cual es elegido un miembro del grupo y no otro.
- Un segundo momento de separación, el protagonista consigue identificarse con ese otro, al colocarse en su lugar.
Paradoja: Identificarse para poder distanciarse y, por tanto, también poder acercarse sin angustia. ¿Por qué? Porque de esa manera la imagen del ideal, la imagen especular, podrá ser abandonada.
Bibliografía:
- Cortés, E. (2004). Apuntes de psicodrama freudiano. Madrid. ECU.
- Fink, B. (2007). Introducción clínica al psicoanálisis lacaniano. Buenos Aires. Ed. Gedisa.
- Revista de psicodrama y grupos. Nº 2. Fundamentos. Madrid (2012).
- Cortés, E. y Colaboradores. (2009). Psicodrama Una propuesta freudiana. Valencia. Ed. Alboran.
[1] Licenciado en Psicología. Máster en Técnicas Gestálticas. Terapeuta Asociación Proyecto Hombre Murcia, Alumno de la formación en psicodrama