Un camino de creación.
Por Mª Teresa Hermida Campa
De la formación en Psicodrama Freudiano:
Según la R.A.E. formar significa dar forma a algo, y formación, entre otras acepciones, preparar intelectual, moral o profesionalmente a una persona o a un grupo de personas.
Siguiendo este concepto, el objetivo de una formación en psicodrama sería el de habilitar o autorizar a algunas personas a ejercer como psicodramatistas.
Ya podríamos comenzar a hacernos preguntas. Qué es ser psicodramatista, por ejemplo, pregunta que cada persona que se adentre en una formación de este tipo habrá de responderse.
Pero si para andar por la vida hemos de saber de quién somos hijos, y una vez más la R.A.E. nos aclara que el apellido “es el nombre de familia con el que se distinguen las personas”, añadirle a “psicodrama” el término “freudiano” es una seña de identidad que muestra la filiación de quien practica esta técnica, y señala una forma de hacer.
Poco importa por tanto, a estos efectos, que llamemos a los grupos de psicodrama freudiano clínicos, operativos, de formación…porque la esencia de la práctica será la misma: el análisis freudiano en grupo, y, en el caso de los grupos de formación, su aprendizaje; de no ser así, estaríamos haciendo otra cosa.
Evoco mi experiencia, los primeros tiempos de mi aprendizaje; por eso mi subjetividad está a flor de piel, y desde ella intentaré aclarar ideas ahora y en tiempos venideros. Quizá por ello no me suscita especial interés la estructura formal de la formación en psicodrama freudiano, sus contenidos teóricos, sus requisitos de selección de alumnos y del profesorado, pues creo compiten a las Escuelas y quedan bajo la responsabilidad de sus órganos directivos.
Prefiero adentrarme en donde, creo, está su esencia: el inconsciente, ahí donde decía Lacan en los primeros tiempos que está el capítulo censurado de la historia de cada uno. Si seguimos a Lacan podríamos incluso decir que no existe formación sino formaciones del inconsciente.
Por tanto, el aprendiz de psicodramatista freudiano ha de adquirir la certeza de la existencia del inconsciente. Y ello requiere de cierta práctica.
Una vez adquirida la certeza mencionada estará en disposición de conocer y reconocer al inconsciente, empezando, evidentemente, por el suyo propio. Escuchemos a Freud hablar a este respecto, aplicado, claro está, al psicoanálisis: “…exigimos que todo el que quiera ejercer en otros el análisis se someta antes, él mismo, a un análisis. Sólo en el curso de este «autoanálisis» (como equivocadamente se lo llama), cuando vivencia de hecho los procesos postulados por el análisis en su propia persona —mejor dicho: en su propia alma—, adquiere las convicciones que después lo guiarán como analista». Solo así podrá cumplir con el deber “de ponerse en estado de valorizar para los fines de la interpretación, del discernimiento de lo inconsciente escondido, todo cuanto se le comunique, sin sustituir por una censura propia la selección que el enfermo resignó”.
Algunas personas acudimos a la formación en psicodrama freudiano que podríamos llamar institucionalizada, sabiendo de la existencia del inconsciente. Pudimos extraer este conocimiento de los grupos de psicodrama clínico a los que asistimos y de las sesiones de psicoanálisis, los que lo practicábamos, lo que añade un valor formativo al trabajo realizado en lo clínico.
No obstante, a los que emprenden este camino de otra manera, sin este conocimiento previo, Freud promete más de una ventaja “…el sacrificio de franquearse con una persona ajena sin estar compelido a ello por la enfermedad es ricamente recompensado. No sólo realizará uno en menos tiempo y con menor gasto afectivo su propósito de tomar noticia de lo escondido en la persona propia, sino que obtendrá, vivenciándolas uno mismo, impresiones y convicciones que en vano buscaría en el estudio de libros y la audición de conferencias…”.
Reconociéndole al psicodrama su entidad propia, quizá pudiéramos asimilar la parte vivencial del aprendizaje del psicodrama freudiano a lo que, desde los tiempos de Freud, se dio por llamar análisis didáctico que es el que habría de realizar el candidato a analista, a diferencia del clínico. Si bien en la formación institucionalizada ha de ser necesariamente más corto por el tiempo de duración de la misma, Ferenczi, quien, según Laplanche y Pontalis, fue quien más contribuyó a subrayar el valor del análisis didáctico, opinaba que “…en principio, no puedo admitir diferencia alguna entre un análisis terapéutico y un análisis didáctico, a lo cual deseo añadir todavía lo siguiente: así como con fines terapéuticos no se precisa llegar siempre a la profundidad de que hablamos al referirnos a un análisis completamente terminado, el analista, del cual depende la suerte de tantas otras personas, debe conocer y controlar hasta las más íntimas debilidades de su carácter; y esto es imposible sin un análisis plenamente acabado”.
De aprendices y maestros
Aprendiz es para la R.A.E la persona que aprende algún arte u oficio. En esta definición se engloban dos aspectos que para mí son importantes en la formación del psicodrama freudiano, ya que uno puede plantearse este como oficio o como arte, aunque no sería nada desdeñable aunar ambos conceptos.
Al pensar en ello, imagino al Maestro Mateo esculpiendo el Pórtico de la Gloria. ¿Qué expresarían las caras de los aprendices que le acompañaron en tamaña gesta? ¿Curiosidad, sorpresa, emoción, ilusión, estupor a veces? Quizá incluso dolor.
Como ya dije antes, comencé mi aprendizaje en psicodrama freudiano participando en grupos clínicos, por lo que tal vez esas expresiones que atribuyo a los aprendices de escultores no son más que una proyección de mis emociones de entonces. Y eso hace que me quede con el psicodrama como arte.
Aquellos principios me posibilitaron también entender que la transmisión surge en el encuentro con el Otro.
Y con ello nos sumergimos directamente en el mar de la transferencia. Transferencia que existe siempre en cualquier proceso formativo, pero que en este del que hablamos va a adquirir especial relevancia.
Por mor de la transferencia se le supone al Otro un saber. Pero en el caso de la de psicodrama freudiano existe una suposición de doble saber, ya que ese Otro va a operar desde dos lugares: el de poseedor de unos conocimientos como docente y el de un saber como terapeuta, por tanto conjugará dos saberes: el didáctico y el saber sobre uno mismo.
Teniendo en cuenta que el aprendiz no puede recibir el saber del Otro como si estuvieran unidos por vasos comunicantes, este último ha de procurar que aquel busque el saber por sí mismo y en sí mismo. Para ello podrá colocarse en el lugar de objeto amado, al estilo de Sócrates en El Banquete de Platón, para después desplazar la transferencia de su persona hacia el saber como objeto, sabiendo que “es amado en cuanto ama el saber haciendo del saber un objeto que provoca el deseo de los discípulos”. Así considerada, la transferencia se constituye como una “fuerza impulsora del deseo”.
Para que haya deseo de saber es necesario un encuentro con un testimonio de ese deseo, porque, siguiendo a Recalcati, diremos que un docente encarna la “fuerza de la Palabra… que sabe testimoniar no solo que sabe el saber, sino también que el saber puede ser amado”.
Y así, el docente podrá convertirse en maestro.
Cuando era niña escuchaba a mi padre hablando de alguien al que llamaba “mi maestro”. Se refería a un profesor de la facultad de Medicina donde él se formó y, a pesar de los años transcurridos, todavía puedo recordar un aire de cierta devoción en sus palabras. ¿Por qué no llamaba así a todos los profesores? ¿Por qué consideraba maestro a ese profesor y no a otro?
Pero al maestro no le es posible transmitir todo el saber, probablemente en ninguna formación lo sea, por lo que es maestro aquel “que sabe entrar en una relación única con la imposibilidad que recorre el conocimiento, imposibilidad de saber todo el saber” , y desde ahí se abrirán vacíos en los discípulos que les permitirán seguir buscando taponar la falta tras las huellas del primer objeto amado causa de su deseo.
Al igual que el maestro tiene un estilo que le distingue de los demás, que dependerá de “la relación que sepa establecer con lo que enseña a partir de la singularidad de su existencia y de su deseo de saber”, los aprendices irán conformando el suyo propio.
La técnica psicodramática, diría Freud, se aprende de un maestro, y Lacan añadiría: pero no me imiten. Porque no se trata de intentar hacerse uno con el Otro, ni de que el maestro intente emular a Dios para crear discípulos a imagen suya, en cuyo caso solo se conseguirían meras copias de un único original, sino de respetar el estilo de cada uno que vendrá conformado por su singular existencia.
El propio Freud hablaba de la aplicación del psicoanálisis como técnica desde su propia individualidad. Escuchémosle: “He decantado las reglas técnicas que propongo aquí de mi experiencia de años, tras desistir, por propio escarmiento, de otros caminos… Pero estoy obligado a decir expresamente que esta técnica ha resultado la única adecuada para mi individualidad; no me atrevo a poner en entredicho que una personalidad médica de muy diversa constitución pueda ser esforzada a preferir otra actitud frente a los enfermos y a las tareas por solucionar”.
Llegados a este punto podríamos hacernos una pregunta: ¿pueden los legos ejercer el psicodrama? Pregunta similar a la que se hizo Freud en 1926 sobre el psicoanálisis. Entonces eran legos las personas que pretendían ejercer el psicoanálisis sin ser médicos. Hoy podríamos denominar así a aquellos que pretenden aplicar la técnica del psicodrama freudiano en grupos sin tener la titulación de psicología.
La respuesta está en las manos de los distintos estamentos que dirigen esta actividad.
No obstante veamos la opinión de Freud al respecto: “…. los candidatos mismos son analizados, reciben instrucción teórica mediante lecciones en todos los temas importantes para ellos, y gozan del auxilio de un analista más antiguo y experimentado cuando se les permite hacer sus primeros intentos en casos leves. Se calcula que esa formación lleva unos dos años. Desde luego, aun trascurrido ese tiempo se es sólo un principiante, no un maestro todavía. Lo que falta debe adquirirse por medio de la práctica y del intercambio de ideas dentro de las sociedades psicoanalíticas, donde los miembros más jóvenes se encuentran con los mayores. La preparación para la actividad analítica no es nada fácil ni simple, el trabajo es duro y grande la responsabilidad. Pero una vez que se ha pasado por esa instrucción, que uno mismo ha sido analizado, ha averiguado de la psicología de lo inconsciente lo que hoy puede saberse, conoce la ciencia de la vida sexual y ha aprendido la difícil técnica del psicoanálisis, el arte de la interpretación, el combate de las resistencias y el manejo de la trasferencia, ya no es un lego en el campo del psicoanálisis. Está habilitado para emprender el tratamiento de perturbaciones neuróticas…»
En psicodrama freudiano a estos requisitos que señala Freud habríamos de añadir uno más: el de conocer la técnica del análisis en grupo y aplicar las habilidades mencionadas al trabajo realizado en él, teniendo en cuenta su desarrollo por Gení y Paul Lemoine.
Y llegamos al final de la formación. Ese momento en que los aprendices reciben el título que les habilita para, dejando el grupo de formación, salir al mundo. Lo que supone un principio.
Y en el principio, cuando Dios creó al hombre y a la mujer, les dio un mensaje: creced, multiplicaos y llenad la tierra. Y para ello les dio “… cuantas hierbas de semilla hay sobre la haz de la tierra toda, y cuantos árboles producen fruto de simiente, para que todos os sirvan de alimento”…” Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho…”
Así podrán esparcir las semillas que amorosamente recibieron de otras manos, las de aquellos que supieron transmitirles amor por el saber no sabido: sus maestros.
Pero aquí no acaba todo; el aprendizaje no finaliza nunca. Una formación de estas características puede generar múltiples efectos de subjetivización que favorezcan la ruptura con la repetición y la apertura de nuevos horizontes, que podrán convertirse en caminos para la creación.