Claudia Helena
RESUMEN: Claudia nos habla de cómo su experiencia como animadora o coordinadora en un grupo de formación de psicodrama, inevitablemente le lleva al análisis propio a través de multitud de preguntas que a menudo se despiertan en su práctica como Psicodramatista, preguntas a las que encuentra respuestas delante de su analista. La subjetividad propia siempre está presente y, no tenerla en cuenta ni analizarla, es el camino más fácil para perder tu lugar.
“Para que una experiencia pueda dar una enseñanza,
hay que pagar el precio de la experiencia y nadie puede hacerla
en el lugar de otra persona”.
( J.L. Miller, 1998)
La experiencia en psicodrama -por lo menos en mi manera de concebirla- parte de esta premisa: “el precio de la propia experiencia, por conquistar un lugar diferente”, donde la experiencia es definida: “Como una forma de conocimiento, habilidad derivada de la observación, de la participación y de la vivencia de un evento o proveniente de las cosas que suceden en la vida. Hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo. Práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer algo”. El lugar concebido como «parte o punto de un espacio», desde el cual nos relacionamos o no, con otros.
En el presente escrito pretendo abordar algo de mi experiencia, derivada de la observación, participación y vivencia en el trabajo psicodramático, desde tres lugares, que aunque distintos, confluyen entre sí: el lugar de saber-nada, el lugar de la pregunta y el lugar de mi-nada, y la dificultad como eje y motor de dicha experiencia.
El Lugar de Saber-nada
Después de un tiempo prudente de experiencia personal en el trabajo psicodramático y sin abandonar mi trabajo individual en análisis, decido, no sin vacilar, aventurarme en la experiencia -en otro país, España- como observadora-coordinadora, (animadora le llaman allí) en un grupo de formación de psicodrama, en donde tras la misma sesión, dicho acto es “supervisado” por un asesor.
El acto de coordinar o animar en un grupo lo había comparado con el de escuchar una lectura, un cuento o novela relatado por los participantes, como si el coordinador al escuchar lo expresado en voz alta por los participantes con sus intervenciones (yo auxiliar), diera un nuevo rumbo a lo que se representa, lo que se pone en escena.
Cada coordinador tiene una manera particular de puntuar y dicha puntuación la hace desde su aprendizaje previo, por lo que inevitablemente se ve influenciada por lo que somos, lo que sabemos e ignoramos de nosotros mismos.
Fue así como en una primera sesión de psicodrama ocurre lo siguiente:
Escena 1
- N: …“ A mi madre se la va la olla”, “debo ayudarla para que no se le vaya”
- Coordinador: “ahí” hay una escena, vamos a representarla
En el momento que se entra en escena se clarifica que no hay tal escena. Se trata de un malentendido, pues “la olla” era otra cosa.
El coordinador insiste : ¿Desde dónde? y ¿para qué?
- Coordinador: piensa en una escena, donde a tu madre se le vaya la olla…
Se juega la escena y se llega a una “elaboración” que se asemeja a lo que previó el coordinador al tener claro el “tema” que circula en el grupo, la cual tiene un efecto tanto en “N” como en el grupo. Más no es eso lo que trabajaremos aquí; el énfasis lo pondremos en la pregunta: ¿Desde dónde y para qué? Es claro que el Coordinador malentendió lo dicho por “N”, lo puso a jugar y tuvo un efecto ¿Qué movilizó al coordinador a lanzarse a la escenificación de la supuesta escena?
En ese momento me encontraba en el lugar de saber; dirigía, encausaba, puntuaba, con un afán de comprender «algo» que está más allá y que toma su tiempo elaborarlo, más aún comprenderlo; pero esto lo entendí mucho más tarde.
Segunda sesión
En la semana previa a la siguiente sesión de psicodrama, me encontraba desbordada por una inercia, que de manera sutil, aunque perceptible, se anudaba a un deseo de hacer de la buena manera, la primera experiencia coordinando un grupo; me tenía sobre avisada de mi apresuramiento – síntoma personal que se veía reflejado en el trabajo-; deseaba entonces no presionar, ni remarcar tanto, dejar, soltar.
En esta experiencia nueva para mí, no sólo por ser en un contexto sociocultural diferente, sino porque la forma de coordinar los grupos era un tanto distinta. La elección de la escena la elegía el coordinador, pues invitaba al participante a representar y se estaba “a la caza de la escena”, como solía decir el asesor; por ende la posición del coordinador era un tanto más activa. Fue así cómo pasé de una posición muy controladora, a una un tanto pasiva. Me fui de un extremo al otro, un giro, pero seguía en el mismo lugar y el temor de focalizar me llevo a dejar pasar escenas.
Escena 2
- A: Mi madre me llama por teléfono y le digo que….
- F: Fue una semana difícil, vuelve lo mismo, me han acusado de algo que no hice….
- Coordinador: Mas cosas…
En el discurso que circulaba en el grupo se leía claramente un tema temido por el coordinador, que por su trabajo personal sabía que no tenía muy bien elaborado. El tema seguía circulando y la decisión fue abordarlo con la herramienta de la “espontaneidad” (luego se verían o no sus efectos). Había, creo, una ventaja, pues era un grupo de formación y no tanto de elaboración, aunque en ellos el riesgo puede ser igual o mayor.
En el lugar de saber, la posición de dirigir, puntuar, llevar, conducir, coordinar, me encontré con que hay cosas que se escapan, que se me escapan, tanto propias como de otros. En el lugar de la nada-inercia, dejo pasar, pues no se escapan, se dejan ir. En ambos extremos: el saber y no saber, nada…
Un síntoma personal y un temor que dificultan el hacer, han estado en juego en ambas sesiones. El hacer con otros implica un saber de sí mismo que no solo es una herramienta ante las propias dificultades, más aún, hace que se facilite el saber hacer allí donde otros padecen, tomando distancia de dichas pasiones que pueden ser también propias; más no creo que ese sea el lugar del coordinador. Queda preguntarse entonces por ¿cuál es el lugar del Coordinador en un grupo psicodramático?, ¿el hecho de nombrarse «Coordinador» no lleva implícito un hacer particular? Por supuesto, no es el lugar del participante que va a saber de sí. ¿Es saber de sí de otra manera, en el lugar del control de su acto y de su propio análisis?
Recuerdo una frase que decía el asesor de las sesiones de formación:
“lo más importante es ver con que piedras tropiezo, y cómo eso me dirige a mí en mi trabajo”.
(E. Cortes, 2012)
El Lugar de la pregunta.
Fueron estas y otras dificultades las que me llevaron a preguntarme por un lugar ¿Desde dónde hacer? ¿Qué hacer? ¿Hay que hacer? Si hay que hacer, ¿qué hacer y cómo? Fue así como en mi formación se incluía la pregunta como eje y motor de un saber diferente; como dice Miller “la pregunta de quién no sabe de antemano, la condición misma de la experiencia” ( J A Miller, 2000, p 38). Una pregunta que me formulaba, por suerte no en soledad, sino acompañada por otros que siguen el mismo camino; en el grupo de formación, con las asesorías con Andrés Herrera (psicoanalista y psicodramatista colombiano) y con la supervisión de Enrique Cortes (psicoanalista y psicodramatista español).
A su vez me encontré con un enunciado de Miller que me condujo a pensar en un lugar diferente: “Hay que desistir de la búsqueda del saber, tanto más si es absoluto, y limitarse a acoger con prudencia lo que es”. En este sentido el lugar del psicodramatista no se sitúa a partir de su saber, «sino de su posición, posición que ha sido adquirida a través del saber que supuestamente ha acumulado en su cura, es decir, de su propia experiencia» (J. A. Miller, 200, p 38).
El Lugar de mi-nada
Es entonces cuando en mi análisis, surge la pregunta por un lugar: ¿Qué lugar he ocupado?, ¿en dónde estoy?, ¿qué lugar deseo? Pregunto e indago por el lugar de mi cuerpo, que mi cuerpo ocupa; me ocupo de eso.
Fue así como en una sesión de análisis, paso, no sé cómo, de la pregunta por el lugar que ocupo, a ocupar un lugar. Y al nombrar aquel lugar como propio en mi análisis, dicho nombramiento apaciguaba -un poco- el desorden que generaban los otros lugares en donde mi ser quedaba suelto, sin lugar, lo cual a su vez tenía como efecto el comenzar a autorizarme a ocupar un lugar diferente en el trabajo con otros.
Conclusión
La experiencia en mi análisis, en donde le doy un lugar a eso íntimo y propio, deja despejado un lugar que abre la puerta a querer saber de otros, a prestarme para que otros sepan de sí; no sin aviso de eso propio que puede emerger e interferir en el trabajo y por lo cual el saber de mí, anudado a la pregunta sobre mi acto con otros, abre caminos insospechados a un saber inédito.
Hablo de un lugar en gestación porque la formación no está hecha de una vez para siempre, es una conquista del uno a uno, de día en día. El lugar de la sorpresa enseña más que el lugar del saber que petrifica, aun siendo necesario este último para corroborar cada día que el saber es insuficiente.
Referencias:
- Cortes E. (2012). Grupo de formación. Alicante.
- Miller, J-A. (2001). El banquete de los analistas. Ed. Paidós. Buenos Aires.
- Miller, J-A. (2006). Introducción a la clínica lacaniana. RBA. Barcelona.