Andrés Herrera
RESUMEN: Se repasa a lo largo de la historia la controvertida relación entre el psicoanálisis y el psicodrama, donde los desencuentros (o más bien no-encuentros) y las resistencias han estado a menudo a la orden del día. La conclusión es clara y ya la aventuraba Gennie Lemoine: ambos pueden ser, más que excluyentes, complementarios. Finalmente se esbozan las bases para fundar una buena formación de psicodramatistas psicoanalíticos: experiencia, formación, y supervisión.
El mundo exterior existe como un actor sobre un escenario:
Existe pero es otra cosa.
El Desasosiego Fragmento 383
Me levanto de nuestra silla con un esfuerzo monstruoso,
Pero tengo la impresión de que arrastro la silla conmigo,
y que es más pesada, porque es la silla del subjetivismo.
El Desasosiego Fragmento 153
La relación entre el psicodrama y el psicoanálisis es sin lugar a dudas compleja; es si se quiere, la relación entre dos invenciones. El psicoanálisis, invención de Freud a partir de su descubrimiento, el inconsciente; y el psicodrama, invención de Jacobo L. Moreno para abordar por medios dramáticos y colectivos la nueva subjetividad producida por el descubrimiento freudiano, una subjetividad por develar. Sin embargo la relación entre estos dos personajes, ambos contemporáneos, no deja de presentar algunas dificultades, pues Moreno pretendía haber llegado más allá de Freud, con el famoso “yo comienzo allí donde usted termina, usted analiza sueños, yo invito a soñar.” Freud, por su lado, y según parece, poco se interesó por el psicodrama que Jacobo Moreno proponía por primera vez como psicoterapia de grupo.
De tal manera que el psicodrama de Moreno toma distancia en esencia del psicoanálisis, y al psicoanálisis le es, por así decir, indiferente el psicodrama. Es con el transcurrir del tiempo y el desarrollo histórico, que ambas teorías y prácticas comenzarían a encontrarse, como lo podemos ver bajo la pluma de Rene Kaes, Didier Anzieu, Pontalis, y por supuesto los desarrollos de Gennie y Paul Lemoine, quienes a mi modo de ver, representan el psicodrama psicoanalítico conforme a la enseñanza de Lacan y al retorno a Freud que sus seminarios y sus escritos han impulsado.
La enseñanza de Lacan constituye, por un lado, el retorno al psicoanálisis freudiano en su sentido estricto, y por otro, un más allá de Freud. A partir de su cercanía a esta enseñanza algunos de sus discípulos se arrojan a la tarea de replantear el psicodrama, y construirlo a partir de una “reformulación psicoanalítica”. Reformulación de la cual Lacan estuvo enterado y nunca desaprobó.
A partir del desarrollo del psicoanálisis lacaniano, conceptos como imaginario, simbólico y real cobraron valor en la práctica del psicodrama, y el inconsciente como discurso toma consistencia en el abordaje de la realidad grupal propia del psicodrama, realidad que toma la estructura del tiempo lógico que Lacan propone en su escrito “el tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada, un nuevo sofisma” como instante de la mirada, tiempo para comprender y momento de concluir. El tiempo lógico de la constitución subjetiva a partir de la experiencia de lo colectivo, pues así es como lo concibe Lacan, es el modelo lógico que permite formalizar el psicodrama psicoanalítico como un proceso de elaboración subjetiva en grupo.
Después de esto somos varios, no sé si puedo decir muchos, los que trabajamos arduo desde distintas latitudes para lograr un psicodrama que, si bien puede ceder en estándares, conserve los principios propios del psicoanálisis. Lo cual de entrada no está garantizado ni es fácil, y requiere seguramente de la construcción de una comunidad de trabajo, de la orientación clínica y la generación de un movimiento que promueva la formación y la práctica rigurosa y controlada del psicodrama conforme a los principios propios del psicoanálisis.
Por otro lado cabe decir que lo que se constata en la relación psicodrama y psicoanálisis es la reticencia, o mejor dicho la resistencia de no pocos psicoanalistas al psicodrama. La idea del inconsciente abordado en una realidad grupal les parece extraña, y ante lo desconocido, como bien nos lo señala Freud, los humanos tendemos a resistirnos. Le ha ocurrido durante más de cien años al psicoanálisis y le ocurre al psicodrama, o a sus representantes, que cuando toca a las puertas del psicoanálisis, no todas se abren.
Algunas de las resistencias al psicodrama toman igual crudeza que las que recayeron sobre el psicoanálisis, y los psicodramatistas terminamos siendo los excluidos por los excluidos, o sirviéndonos de las palabras de mi amigo y Maestro en la distancia, Enrique Cortes, “los malditos por los malditos”. Sin embargo, Lacan, con su excomunión, funda su escuela bajo un principio, el de no ceder en el deseo; principio que opera tanto a nivel del deseo del analista, como de aquello que podríamos nombrar como deseo del psicodramatista, que si bien no es el mismo que el del analista, el deseo de que eso hable, es también una vía para llegar a ese campo tan desconocido como determinante de lo humano que es el inconsciente. Ahora a partir de un nuevo deseo, el deseo de que eso se represente, esa escena corazón de la subjetividad, eje del inconsciente, núcleo de la verdad, el fantasma.
Surgen aquí varias preguntas: ¿Qué garantiza que este deseo efectivamente se produzca en su autenticidad? ¿Qué autoriza a quienes aplicamos el psicoanálisis, sus principios y su método, a aquella experiencia grupal que llamamos psicodrama? ¿Qué nos dice que lo que hacemos no es una desviación más de la enseñanza freudiana? La verdad es que no hay garantías absolutas, como tampoco la tienen aquellos psicoanalistas que se pretenden puros. Sin embargo, tenemos recursos y condiciones para regular nuestro acto. La primera de ellas, y quizás la más importante, la propia experiencia de quien coordina. Experiencia tanto de análisis personal, como experiencia psicodramática; es decir, haber cursado uno mismo la travesía del propio inconsciente en la experiencia de un análisis, así como de un proceso psicodramático. La experiencia es un saber que, como indica Aristóteles, implica el cuerpo. La formación tanto en psicodrama como en psicoanálisis requieren de la implicación subjetiva y de la inclusión del cuerpo en la relación con el saber, pues como escribe Freud a Fliess: “he descubierto una ciencia que solo se aprende con el dolor propio”.
Gennie Lemoine nos dice en su texto “psicoanálisis y psicodrama”[1], que “en el psicodrama hay continuidad entre el pensamiento que se enuncia y el cuerpo que actúa.” Actúa bajo la mirada de otros que se identifican, bajo una lógica transferencial (concepto fundamental del psicoanálisis) que ya no es solo vertical, como se da en el psicoanálisis de lo singular, sino que se presenta en su horizontalidad. Esta puesta en acto del cuerpo articulado a la palabra implica al sujeto en relación al significante que lo constituye como sujeto del inconsciente. El primer principio que establece Eric Laurent[2] como rector del acto analítico, es que se aplique a un sujeto que habla; y en psicodrama los sujetos actúan y hablan, y con ello, su ello.
Sabemos que el acto psicodramático se diferencia del acto psicoanalítico; sabemos por ejemplo que la mirada es por excelencia el objeto en juego en el psicodrama, no teniendo este objeto la misma fuerza en el psicoanálisis; también la identificación toma gran fuerza y mayor intensidad en la experiencia psicodramática. Y así es posible hallar múltiples divergencias entre el psicoanálisis y el psicodrama. Por otro lado ambos convergen en un mismo punto, o tal vez varios: la emergencia del sujeto del significante, y con ello, el inconsciente freudiano en una experiencia hecha de acontecimientos tanto de cuerpo como de palabra.
El psicodrama y el psicoanálisis, nos dice Gennie Lemoine en el texto ya citado[3], “lejos de excluirse, pueden complementarse el uno al otro en el tratamiento del paciente”. Ambos constituyen una investigación de la subjetividad, con lo inconsciente como premisa, y como causa del síntoma. Recuerdo, a manera de viñeta clínica, aquel caso de una mujer con una gran dificultad para establecer una demanda de análisis y engancharse a la transferencia con el dispositivo; es en una sesión de psicodrama, a partir de una representación, que descubre su demanda la cual expresa “– entonces, ya sé lo que deseo, deseo saber cómo ser una mujer”. Es en este punto de la elaboración psicodramática que ella encuentra por fin a qué acudir donde una analista, a resolver, nada más ni nada menos, que su deseo de mujer, deseo de saber cómo ser una mujer, deseo identificado en la experiencia del psicodrama a partir de la puesta en escena del cuerpo como vehículo del significante.
Tenemos así mismo el caso de un hombre de más de 40 años que llega a su primera sesión de psicodrama. En esta sesión inaugural, plantea su dificultad para establecer relaciones de pareja. Expresa: “Tengo todo lo que quiero y lo que necesito para ser feliz: trabajo, estudios, he conseguido logros en mi vida… Sin embargo mis relaciones de pareja no duran mucho o no terminan muy bien”. Al hablar de ello, o dicho de mejor manera, al investigar este asunto, llega a hablar de la posición sumisa ante sus parejas, significante clave que lo anuda a una escena infantil en la que su madre, mujer sumisa, llorando, le dice: “-no seas como tu padre”, un hombre de semblante duro, indolente e insensible.
Le propongo que represente la escena y el acepta, elige su reparto y lleva al acto psicodramático la representación. Dicha representación, cuya complejidad no describiré en detalle, le permite identificar el hecho de haber tomado este enunciado materno al pie de la letra, asumiendo en su literalidad el deseo de la madre hasta tal punto que se identificó a ella. Desde entonces, su destino estaría marcado por ser un hombre feminizado en su deseo, como si al negarse a ser como su padre, no le hubiese quedado más salida que la elección forzada de hacerse a imagen y semejanza de su madre, relacionándose con las mujeres a partir de la identificación al síntoma materno, que lo instalaba en el lugar de un hombre demasiado bueno, lo cual al parecer no es tan bueno.
Este hombre, atravesado por la experiencia psicodramática y por el encuentro con el inconsciente, comprende que esa escena vivida en su infancia había determinado de manera contundente su posición en las relaciones amorosas y concluye su elaboración con un saber, un deseo y un acto.
- El saber: que sus dificultades para una relación estable radican y convergen en la escena fantasmática representada.
- El deseo: reafirma el deseo de no ser como su padre, pero descubre que tampoco desea identificarse a su madre pues esto le ha costado no poco dolor en su vida. Desea ahora una nueva manera de ser un hombre para una mujer.
- El acto: Pide una cita a su psicodramatista, pero ahora en calidad de psicoanalista.
Como ejes de la consistencia para un psicodrama que sea psicoanalítico, tenemos en primer lugar el saber de la experiencia, ese que Lacan en su seminario 17 ubica en el lugar de la verdad cuando se trata del discurso del analista (a/S2). Anudado a esto, y en segundo lugar, se hace necesaria una formación teórica, el abordaje de conceptos. Tarea nada fácil dada la complejidad de este constructo teórico y las resistencias que, a nivel inconsciente, se despiertan en quien trata de abordar esta teoría y los problemas que plantea. En tercer lugar tenemos el ejercicio de supervisión o control, el cual adquiere, en la búsqueda de consistencia para un psicodrama de orientación psicoanalítica, vital importancia. Pasar la práctica por otros, renunciando al afán narcisista de hacerlo perfecto, de “hacerlo muy bien y aquí nada falla”. Se trata de, parafraseando a nuestro filósofo Estanislao Zuleta[4], hacer del fracaso un operador positivo sobre el cual construir cimientos más firmes que nos permitan, nunca triunfar, aunque haya triunfos, sino fracasar cada vez mejor. Además ese es otro de los principios que Lacan nos transmitió.
Los ejes de la formación de un psicodrama que procure ser psicoanalítico los encontraríamos en la siguiente triada:
- Experiencia propia, del que coordina y de los que participan.
- Formación en conceptos y principios, tanto del psicoanálisis como del psicodrama.
- El control y supervisión de la dificultad y del impasse, más que del logro.
Es en este engranaje triádico, que se abre la posibilidad de existencia de una experiencia grupal, psicodramática, en la cual se produzca el deseo singular y la conquista subjetiva de una ex-sistencia, al ser nombrado en la particularidad de ese deseo, deseo que, una vez desligado de los ideales que lo han reprimido, le proporciona una salida del laberinto de sus identificaciones, a la libertad que Miller nos transmite como la libertad de “nacer como aquel que quiere lo que desea”[5].
Sería mucho más lo que podría decirse y plantearse en torno a la relación psicoanálisis y psicodrama, sin embargo otro de nuestros principios en el mundo lacaniano es el No todo y con él la brevedad en el Decir, el Bien Decir, así que concluyo con un acto que espero tenga el efecto de fundar, pues me parece necesario y de vital importancia para la existencia del psicodrama psicoanalítico, la creación de comunidad y sobre todo de movimiento, de tal manera que abrimos la puerta de ingreso a lo que seguramente se perfila como una comunidad de trabajo y un movimiento, el movimiento psicodramático. Quienes deseen, bienvenidos.
Bibliografía:
- Lemoine, G y P (1997) Jugar-Gozar. Ed. Gedisa. Barcelona. España.
- Laurent Eric. (29-mayo-207) Principios Rectores del acto analítico. Revista El PSICOANALISIS Nº 11
- Estanislao Zuleta. (1994) “Elogio a la dificultad”. Fundación Estanislao Zuleta.
- Miller, Jacques Alain. (1987) Matemas I. Editorial Manantial.
[1] G. y P. Lemoine, Jugar Gozar. Ed. Gedisa.
[2] Laurent Eric, Principios Rectores del acto analítico.
[3] Gy P Lemoine, Jugar Gozar.
[4] “Elogio a la dificultad” Estanislao Zuleta, Pensador colombiano, impulsador del psicoanálisis.
[5] Miller Jacques Alain. Matemas I