Ana María Cubí Lillo[1].
RESUMEN: La autora intenta dar cuenta de algunas reflexiones en torno a su proceso terapéutico. De cómo el acercarse a la experiencia de lo ya vivido, aunque lo vivido no sea exactamente como se recuerda, el poder volver a experimentar esos sentimientos que tanto te influyeron, contemplar la posibilidad de lo no dicho, es una puerta nueva que ayuda a desprenderse de esos velos que te cegaron.
Estaba con una amiga en la playa y comenzamos a contarnos historias que desde hacía tiempo no expresaba, sentimientos que tenía olvidados. En ese ponernos al día, comencé a relatarle cuestiones que yo misma me hacía sobre la terapia que inicie tras una crisis que tuve hace un par de años, aunque me parece que ha pasado más tiempo.
Ella me pregunto cómo me podía beneficiar una terapia de grupo. Si una de las trabas que yo tengo es mi dificultad para expresarme ante una amiga, ¿cómo sería ante un grupo?.
Yo esta vez me encontraba realmente mal, había perdido la voz de nuevo y me vi envuelta en tinieblas; pensar que la gente te odia, sentir que todos te observan, creer que tus seres más queridos te quieren destruir. Realmente, esta vez creí estar en el infierno, que estaba en este mundo para pagar mis pecados y mis ofensas a los seres más queridos, mis palabras más duras a quienes había amado y odiado; pensaba que mi vida era observada y juzgada por todos quienes me rodeaban, por los que estaban y por los que habían pasado por mi vida. Pensé ser una gran carga para todos ellos que estaban allí, de alguna manera, protegiéndome del mundo, pero que ahora querían acabar con mi vida. Las voces de la gente disfrutando de la noche de San Juan, me parecían amenazantes; sentía que venían a por mí para acabar con mi vida y que la única alternativa, si pasaba la noche era redimir de alguna manera mis faltas, y servirles en todo lo que me pidieran.
No podía participar en un grupo de amigos o familiares sin sentirme una extraña. Aun cuando comencé con la terapia, pensé que era una nueva estratagema para dominarme y no me veía en un principio reflejada por los que compartían conmigo esta experiencia. Pero poco a poco, escuchándoles, comencé a sentir el apoyo del grupo, me vi reflejada en algunas de sus palabras; algunas de sus vivencias ya no me resultaban tan ajenas y extrañas, tan distintas. Pero ver que estás con personas que en algunas ocasiones se sienten confusos o perdidos y sentir que tu entiendes tan bien esos sentimientos pues son parecidos a los que yo había sentido en muchas ocasiones, te ayuda a mirarte un poco más y a poder compartir los oscuros pensamientos. Escuchas a los otros y te ves reflejado, y en cada reflejo, en cada historia, te ves más claro. Comencé a poder hablar, muy poco a poco; pasaba semanas sin hablar ni darle importancia a lo que por mi mente pasaba. Pero en un grupo no puedo sentirme indiferente: las otras historias, las sensaciones y sentimientos que en mi provocan los otros son ineludibles, están ahí aunque quieras evitar sentir, aunque quieras evitar pensar.
Esta vez trabajábamos con el Psicodrama y cuando narrábamos una situación que nos resultaba un problema, lo representábamos.
Para mí, acercarme a la experiencia de lo ya vivido, aunque no sea exactamente como lo recuerdo (porque creo que en todos los recuerdos está mi realidad particular, un punto de vista único y una interpretación subjetiva), poder volver a experimentar esos sentimientos que tanto me influyeron, contemplar la posibilidad de lo no dicho, es una puerta nueva que ayuda a desprenderme de esos velos que me cegaron.
En mi crisis recuerdo una pelea que tuve con mis padres, como intenté escapar de su casa en el peor de los momentos. Los sentimientos encontrados hacia mis padres fueron muy intensos y al revivirlos sentí que se liberaban; contemplé la rabia que estaba ahí, una rabia que en realidad solo pude sacar como si de una niña se tratara. Pero pude ver algo de mi interior, de la realidad y de la ficción que había creado mi mente.
El simple hecho de elegir a quien representaban a mis padres y a mis hermanos, fue ya como una toma de conciencia de los sentimientos y las sensaciones que en mi producen las relaciones con ellos. Escuchar la visión del grupo sobre lo actuado, sus sensaciones como quienes representaban, es poner voz al otro en una situación semejante, poder tener otro punto de vista desde un lado diferente al propio; algo que enriquece la visión de ese momento. Eso no solo ocurre cuando trabajas algo personal; en el simple hecho de participar de otra experiencia, como representante de otro o simplemente de observar; puedes encontrar rincones en ti mismo que creías no tener o haber olvidado ciertos momentos, espacios escondidos, pero presentes. Cada vez quiero quedar más con los demás, esas personas que han sido y son importantes para mí. Echaba mucho de menos la relación con los otros, y cada vez estoy más feliz de hacerlo, de poder reírme y charlar sin pensar que están en mi contra.
No obstante sigo sintiendo una lucha interna, una batalla que me impide ver lo obvio cada vez que intento acercar lo vivido; sigo luchando por seguir adelante, por darme cuenta de los pasos que di para llegar a ese punto, y tal vez dentro de un tiempo, pueda disipar todas esas nubes, como el viento disipa en las mañanas las brumas del mar; tal vez pueda descansar sobre la arena tranquila escuchando el rumor de las olas, hablando con amigas de historias que hacía tiempo no hablaba con nadie.
Nota:
[1] Cuidadora de discapacitados psíquicos. Instituto Valenciano de Atención a las Personas con Discapacidad y Acción Social (IVADIS).