Mercedes Baudes de Moresco
RESUMEN: El trabajo en los grupos operativos permite trabajar con profesionales que atienden pacientes colocándose en el lugar de pacientes y no en su lugar habitual. Esto permite un cuestionamiento de los miedos y las propias dificultades. Sobre todo, mejorar la relación con los pacientes y la tensión entre compañeros. La autora no trabaja con escenas psicodramáticas sino con otras técnicas que no abordan el análisis de dichos profesionales.
A partir de los enriquecedores intercambios con Elisa Buendía, propongo algunas cuestiones a pensar y otras a tener en cuenta, al tiempo que agradezco a Enrique Cortes Pérez la invitación al escrito.
Tanto en los grupos analíticos como en los operativos, no hay un límite de edad previsto o determinado. La inclusión de diferentes edades, lejos de dificultar, es un modo de favorecer el entramado grupal. También lo favorece si es conformado por hombres y mujeres. Lo importante es que respetemos y hagamos respetar la regla fundamental de la ética de la confidencialidad.
Pero esta regla no es un pacto, porque sería perverso, ya que sabríamos que puede transgredirse.
Dependerá entonces de cuál sea la forma de transgresión y de la importancia de esta; de allí evaluaremos las consecuencias. Aun así, siempre habrá lugar para el análisis de la situación.
Como es difícil hablar en abstracto, ya que todo grupo tiene una conformación que le es propia y única, comentaré un grupo operativo con médicos del Hospital Municipal Fernández, de Buenos Aires, Capital Federal, en sala de maternidad y con pacientes internadas.
Situación
Los médicos que lo desearon fueron quienes asistieron a este grupo cada semana.
El contacto comenzó en la cátedra de Psicología Médica, dictada en general para salas de Ginecología y Obstetricia.
Durante las exposiciones siempre preferí hacer una descripción no muy complicada desde el punto de vista teórico psicoanalítico, sino de los temores recurrentes tanto en las pacientes como en los médicos, y de las dificultades a las que estaban expuestos. Y aun enfocando conceptos teóricos, siempre permití interrupciones y preguntas constantes, ya que mis clases no fueron magistrales, sino coloquiales.
Esta libertad hizo que pudieran mostrarse en sus dudas y contribuyó a crear cierto lazo de confianza necesario para la tarea.
De allí provinieron los que deseaban formar parte del grupo que iba a tratar más específicamente las problemáticas variadas que la clínica misma se encargaba de aportar.
Empezamos sentados en círculo y los comentarios se sucedieron partiendo de las dificultades de alguna paciente internada.
Utilizo, en grupos como este, más que escenas psicodramáticas propiamente dichas, el roleplaying y el soliloquio, porque permiten con rapidez el situarse en posición de paciente y no de médico, y también porque no se trata de un análisis de cada uno de los que participa.
Todos pensamos desde escenas
En este caso no hubo una demanda de análisis en ninguno de los que asistió, ni fue mi intención provocarlo. Por eso a veces un tiempo de duración del encuentro más corto es beneficioso, y en este caso ello evitó la posibilidad de que se expusieran frente a sus pares y resultó adecuado a la tarea. Tampoco percibí honorario alguno.
La idea de mejorar la relación médico-paciente fue suficiente para que se interesaran en venir a los grupos, y además en un clima de juego de palabras, intercambios y cordialidad que ayudó a resolver ciertas tensiones entre ellos.
Recordemos que en una sala de internación no todo es un “happy end”, tuvimos situaciones angustiosas, muertes, pérdidas y conflictos. Y todos, yo incluida, sufrimos con algunos casos que se nos presentaron y nos alegramos de la resolución de muchos otros. Era un equipo de trabajo y ello enmarcaba la tarea.
Las reuniones fueron pensadas para un día de la semana, atentos también a las urgencias que se pudieran presentar en la sala de internación. Muchas veces, en medio del grupo, venían a buscar a alguno de los doctores por alguna emergencia, pero estábamos acostumbrados y preparados hasta para interrumpir la reunión.
La presencia en sala de partos también era importante, (siempre que los médicos estuvieran de acuerdo), porque con ello no sólo se ayudaba a las pacientes que requerían de nuestra presencia, sino que así los médicos veían el trabajo de las dos psicólogas de esa sala, la Lic. Silvia Sumblad y yo misma.
En el grupo operativo de médicos residentes y de planta estuve sola en la función de coordinación. He postulado en otros escritos que la coordinación de dos analistas, alternando las funciones con la de escucha observación, es excelente para la tarea por múltiples razones que no consideraré aquí. Pero lo menciono porque justamente creo que se puede trabajar con lo que se tiene, con las diferentes condiciones de los lugares, de los pacientes y de las instituciones, y que la rigidez, tanto conceptual como práctica, no aloja resultados, sino que los paraliza.
En este caso, el contacto con las pacientes se efectuaba a pedido de los médicos de sala, cuando ellos lo consideraban importante. La aproximación a las embarazadas variaba dependiendo de si era por esa indicación o si por pedido de alguna de ellas. Y también nuestro trabajo.
Hacíamos generalmente la recorrida médica que facilitaba el conocimiento de las pacientes y de su estado, más la razón de su internación y que pudiéramos acercarnos para hablar con ellas.
De ese modo, ya en pleno trabajo, aparecían los miedos a perder el embarazo, al parto, a las enfermedades, a la muerte. Las situaciones que se presentaban ya constituían la historia familiar de cada una, las particularidades, los conflictos frente a cada embarazo. Por eso mismo, muchas veces éramos solicitadas a la sala de partos, tanto como al preparto, y era bastante común que estuvieran solas para el trance (sin pareja o marido o familiares).
Durante los 9 años que trabajé en el Hospital Fernández de Buenos Aires hubo algunos historiales de psicosis puerperales y algunos de rechazos al bebé, imposibilidad de amamantar y extrañamiento de la situación. Algunas pacientes continuaron sus sesiones siendo externas, por pedido de ellas. La atención se realizaba principalmente en sus camas y a las que se podían levantaban las atendíamos en alguna salita pequeña, aunque sabíamos que podíamos ser interrumpidas en cualquier momento. Pero esta circunstancia era totalmente natural para todos y nunca impidió el curso del trabajo.
No fue posible, por todas estas razones, hacer un grupo con las pacientes, pero justamente por estas razones pudo hacerse con sus doctores, y creo que fue más que importante que el seguimiento de las mujeres internadas con gestaciones complejas tuvieran alguna idea de qué les pasaba además de los datos consignados en su historial médico.
Si comencé hablando de la confidencialidad, en la particularidad de este grupo de médicos, fue por el respeto mostrado hacia sus pacientes y entre ellos mismos, ya que fue inevitable que aparecieran situaciones personales que entorpecían la tarea médica. Pero tuvo sus efectos: Las pacientes dejaron de ser en nuestra sala la » hiperémesis gravídica», o la «amenaza de parto prematuro», para llamarse por su nombre. Su nombre implicó el reconocimiento subjetivo.
El psicoanálisis y la mujer
En «El motivo de la elección del cofrecillo”, Sigmund Freud, en 1913, interpretó la imagen de Venus como la envoltura ilusoria bajo la que se oculta la fatalidad de la muerte. Velos, envolturas y ¿qué hay por atrás?
Las condiciones de lo femenino, en sexo o en género, esta dislocación y tantas cosas que resolver al mismo tiempo hacen de su mundo algo caótico y de una imposible solución permanente. Porque tenemos en cuenta los deseos que, a veces o la mayoría de las veces, no puede cumplir. En ella están la vida y la muerte coexistiendo, como en cualquiera o más que en cualquiera por su posibilidad de dar vida y su proximidad con la muerte.
En este trabajo casi inicial de Freud ya relaciona la elección de cofre-mujer con «blancura, palidez, mudez”, todas figuraciones de la muerte en cuentos y obras famosas, y finalmente dice que hay tres vínculos inevitables con la mujer para el hombre: la paridora, la compañera y la corrompedora,…»o las tres formas en que se muda la imagen de la madre en el curso de la vida: la madre misma, la amada que él elige a imagen y semejanza de aquella, y por último la Madre Tierra, que vuelve a acogerlo en su seno… Sólo la tercera, la callada diosa de la muerte, lo acogerá en sus brazos». Y en sus últimos escritos, en las nuevas conferencias de 1933 de Introducción al psicoanálisis, también escribe magnificas letras sobre el “Tabú de la virginidad” y “La femineidad”.
Tal vez la conjunción entre algunos aspectos teóricos psicoanalíticos, además de los personales, tanto de los médicos como de las pacientes, permitió que se pudiera trabajar largo tiempo en este ámbito, pero sabemos que no todos se avienen a las dificultades de decir lo que sienten o lo que piensan sin criticarlo de antemano. A veces se supera esta etapa, pero otras no, y ahí acaba todo.
El psicoanalista se ofrece al encuentro con alguien que tiene algunas razones para cuestionarse, ya sea en un grupo operativo, o de análisis, o en sesiones individuales, pero para ejercer su función es imprescindible que el sujeto se implique en la experiencia.
BIBLIOGRAFÍA
Freud, S. Conferencias de introducción al psicoanálisis (Parte III). Editorial xx. ciudad (año)
Freud, S. El motivo de la elección del cofrecillo