Enrique Cortés y Ana Guardiola[1]
RESUMEN: Se intenta diferenciar entre La Verdad y la verdad psíquica y su manejo en el psicodrama.
En diversas ocasiones ante una representación, nos encontramos con que el protagonista nos comenta que la escena representada no coincide con la real, queriéndonos decir que la representada no es verdadera.
Por otra parte leo la siguiente definición de psicodrama: “el psicodrama es una exploración de la verdad mediante métodos dramáticos”.
¿De qué verdad hablamos? Si la verdad está en el suceso “original”, ¿qué de verdad hay en la representación posterior? ¿Es que la verdad se puede cambiar? ¿Acaso no son ficción las escenas psicodramáticas? ¿Nos ocupamos nosotros de cómo la elaboración y la representación de mentiras[2] tiene algún alcance terapéutico?
¿De qué hablamos cuando hablamos de la mentira? Desde luego, no nos referimos al sometimiento de la realidad que se produce en las escenas o a la manipulación de sus datos; nosotros vamos a basarnos en la actividad de la memoria, donde la experiencia aparece etiquetada y desde luego deformada (subjetivada) por el sujeto, lo que implica un grado de falsedad sobre los hechos reales, es lo que Freud llamó realidad psíquica.
Y en las psicoterapias en general y en el psicodrama en particular, de lo que se trata es de verificar la realidad psíquica.
En psicodrama se intenta representar una realidad, sucedida o no, como sucediendo, siendo así que en este escenario, aquella realidad resulta distorsionada, y no obstante de esta situación se reactivan sentimientos que son, por definición, Verdaderos. Como nos comentaba Widlöher: “para que los sentimientos sean auténticos no es necesario que los participantes olviden que esta situación es ficticia, ni hace falta que la crean verdadera para que la vivan seriamente”. Se trata entonces del “como si”.
De la formación moreniana del psicodrama se deduce una teoría de la ficción que concede este carácter, no a la escena psicodramática, sino a la vida. Es cuando Moreno remarca que “la primera vez produce risa la segunda vez”, es decir, que el carácter ficticio de nuestras acciones, representando cada uno en la vida nuestro propio papel, se pone de manifiesto justamente en psicodrama con la “segunda vez”. Por eso el psicodrama curaría por su desdramatización a través de su dramatización.
La mentira comporta la necesidad de vivir unas fantasías en el mundo interno del otro. Hacer realidad una fantasía no en nuestro propio mundo interno, al modo de la realización fantástica, sino dotándose así de mayor realidad en el mundo de los demás, a quienes se miente. La virtud de la escena psicodramática de recrear el mundo de la fantasía puede convertirse entonces en un recreo en la manipulación de lo real. De ahí la negativa de muchos de nosotros a entrar en esas zonas de representación: “las escenas propiamente proyectivas, a las que llamamos fabuladas por puro goce, las evitamos todo lo posible…la escena fabulada conduce directamente al acting out”[3].
Al situar el psicodrama en el plano de lo imaginario, se elimina de las escenas el acting: el gesto real, los muebles etc., son utilizados para fines imaginarios; si se trata de comer o de beber, no se come o se bebe realmente, de lo contrario pasaríamos del plano imaginario al de la realidad, y si bien se puede pasar del plano imaginario al simbólico, no se puede pasar del plano imaginario al plano de lo real. Se traslada así en psicodrama la atención, no a lo real, sino a uno de los planos de la realidad psíquica. “No hay grupo sin imaginario”, dice Anzieu.
Moreno, en cambio, va a aceptar las situaciones simbólicas como sustituto, porque él intenta representar situaciones reales; frente a esta postura, algunos pensamos que “la simple abreacción o la toma de conciencia no son efectivas y que la eficacia del psicodrama es una eficacia simbólica; el niño se expresa simbólicamente en sus dibujos y en sus juegos; el psicodrama hace revivir simbólicamente y repara también simbólicamente”[4].
Si el aparato de tensión creadora que promueve el psicodrama lo pensamos como un máquina que funciona a una cierta profundidad, podemos percibir que no es tan importante la estructura de esa máquina sino lo que ella remueve, empuja y obliga a salir, mostrándonos. Y como sabemos, lo que emerge aflora estructurado en escenas, formando parte de complejos trozos vivos evocados por la dramatización[5]. Por esto es que pienso que la riqueza del psicodrama está en su capacidad de reestructurar, en una formulación dramática, amplios aspectos personales que aparecen organizados bajo la forma de un rol. Es decir que se trata de algo más, a mi entender, que una emoción fugaz o una crisis catártica; por eso muchos preferimos las escenas convencionales y anodinas a las violentas sacudidas de una conmoción dramática.
Se trata de recrear una nueva conducta en forma de rol. Un rol que atenta a la realidad del sujeto porque la transgrede, pero que afirma su verdad; y esto sucede con aspecto de verosimilitud y actualidad.
Las escenas, siguiendo este recorrido, tienen el valor de algo que ha surgido conformado desde dentro del grupo y con un alto valor re-estructurante de lo que está por venir. Y esa estructura, de esa escena, poco importa que venga dada en términos de falsedad, identidades engañosas o sucesos ficticios, si incorpora interiormente una reconstrucción verdadera y rica de los mundos íntimos de cada uno de los participantes, lo que le va a llevar a un re-encuentro.
Tanto Moreno como el psicoanálisis hablan de ese encuentro:
“Cuanto más se aproxime una psicoterapia a la atmósfera de un encuentro vivo, tanto mayor será el éxito terapéutico”[6]
“El Psicoanálisis consiste en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta”[7]
R., un participante de un grupo de psicodrama semanal, habla con mucha angustia de que se encuentra perdido, descentrado. Se desespera al narrar la falta de afecto de su madre y la ignorancia de su situación pese a que él se la ha transmitido. Ha estado enfermo, es autónomo y no ha podido trabajar, con lo cual debe unos meses de alquiler. Cuenta que siempre se encuentra con la misma situación, momentos de necesidad en que su familia, sobre todo su madre, no responde como él espera. Sin embargo, sí lo hacen cuando es su hermano quien sufre. No sabe si debe volver a casa con su madre ya que le parece que es esto lo que ella le demanda a cambio de su ayuda. Aunque es feliz viviendo solo y está pendiente de una oferta magnífica de trabajo, acorde con sus aptitudes.
El terapeuta le propone trabajar la escena donde se ha producido ese descentramiento y esa angustia de la que habla. Se le pide que elija a un participante para el rol de su madre y elige a J. porque es “alguien que le puede sorprender”. Es una elección interesante que ya habla del contenido latente de lo que está expresando R.; J. es un paciente que suele ser elegido por organizado, responsable, podríamos decir previsible.
Al jugar la escena empieza contando que es él quien llama a su madre porque ha recibido una carta, pero no es capaz de recordar lo que decía en ella. El terapeuta le hace cambiar de rol y ya en el tránsito, cuando abandona su lugar, empieza a recordar que le escriben porque a raíz de una discusión con su padre, R. ha descolgado el teléfono y ya no se pueden comunicar con él. Con lo cual su madre le explica por carta que piensa seguir ayudándole con dinero al mes, pero que este mes, dado que ya le han enviado más de lo previsto, le enviará menos.
Desde el lugar de su madre, responde, preguntándole que si enviando una cantidad determinada podría cancelar todas sus deudas y, ya desde su propio lugar, se da cuenta de que es él quien respondió que se lo tenía que pensar porque le daba miedo gastárselo de golpe. Un momento en que se encuentra sumido en la sorpresa del sentimiento y el contenido de lo que está contando. El momento no corresponde a la realidad actual del paciente, le remite a su adolescencia, cuando no tenía ningún control sobre sus actos y esa irresponsabilidad le era propia. Ante la pregunta de para qué, responde que para que la respuesta de su madre fuera diferente de la que fue en su día, carente de afecto e intentando manipularle porque no confiaba en él; y también para reparar esa situación y otras similares donde se le daba una respuesta que el paciente ni asume ni acepta. Una verdad que aflora simplemente en el desplazamiento afectivo de situarse en el lugar del otro. Una verdad que irá desvelando otras que conducirán al desvelamiento del deseo que subyace a la impostura.
La verdad es siempre la verdad sobre el deseo, y la meta del psicodrama, como del análisis, es ayudar al sujeto a articular esa verdad. La palabra es el medio para revelar esta verdad, pero como dice Lacan: “La verdad está estructurada como una ficción”.
Es el psicodrama un dispositivo privilegiado para ir resolviendo, escena a escena, dicha ficción, con las claves del sentimiento que aparece en los distintos lugares o por la presencia de estos.
Es curiosamente en el lugar de su madre, donde R. recupera la memoria de la historia tal y como sucedió. Una historia diferente del relato que cuenta, que corresponde a otro lugar y a otro tiempo. Es en el lugar del otro donde mejor se siente, ya que el otro es él mismo. Al proyectar su deseo sobre el otro se borró y borró al otro. Pierde así en el mismo acto, su deseo y al otro.
La verdad, para Lacan, se refiere al lenguaje, es decir, al inconsciente, que siempre se abre paso, que es una revelación. El momento en que R., al volver a su propio lugar y devolverle el yo auxiliar sus propias palabras en el lugar de su madre, reconoce que es él quien le dice que no a su madre; justo cuando su madre le ofrece darle lo que le había estado pidiendo. Es el momento de la verdad, que se manifiesta en su expresión de asombro y en el sentimiento casi de gozo del descubrimiento.
- sacrifica su deseo al goce, como dice Alain Miller: “donde era el goce, debe advenir la verdad”.
El trabajo en psicodrama, como en análisis va en contra de esta elección, se trata de enseñar al paciente a elegir la verdad.
Bibliografía:
[1] Psicodramatistas y Miembros del Aula de Psicodrama
[2] inventamos que es de noche cuando no lo es y que una persona que no está acaba de entrar…
[3] Lemoine, G y P. “Jugar-gozar”. Editorial Gedisa.
[4] Anzieu, D. “El psicodrama analítico de niños”
[5] López Sánchez, J.M. ” El psicodrama en psiquiatría clínica”
[6] Moreno, J.L. “Psicoterapia de grupo y psicodrama”
[7] O. Donell, P. “Psicoanálisis grupal y psicodrama freudiano”