Raúl Pérez Sastre1
RESUMEN: Tras exponer el concepto de conflicto, tanto desde el psicoanálisis, como desde la óptica de diversos pensadores a lo largo de la historia, el autor se adentra en la represión que supone la educación en el niño, y los conflictos psíquicos internos que genera (que serán reflejo de los externos, y viceversa), además de la energía que empleamos en negarlos, en hacer como que no existen. El trabajo actoral, y el psicodrama utilizado para trabajar con la “sombra” o los valores, serán distintas formas de hacer que afloren, salgan de la negación, y nos permitan ser espontáneos y protagonistas de nuevo de nuestra propia vida, de forma que podamos tomar decisiones y cambiar.
«Odi et amo. Quare id faciam, fortasse requiris.
Nescio, sed fieri sentio et excrucior”
(Odio y amo. Quizás te preguntes por qué hago esto.
No lo sé, pero siento que así ocurre y me torturo)
Gaius Valerius Catullus
Introducción.
En primer lugar, antes de comenzar con la exposición, quiero aclarar que esta no trata sobre resolución de conflictos o mediación, y mucho menos va a explicitar técnicas de ese tipo. Quizá, indirectamente, se pueda extrapolar una parte a esos campos, ya que trataremos, de forma parcial e incompleta, de reflexionar acerca de lo que supone el conflicto.
Podríamos comenzar dando una definición de qué entendemos por “conflicto”. La definición psicoanalítica, extraída de Laplanche y Pontalis (1971), sería:
“En psicoanálisis se habla de conflicto cuando, en el sujeto, se oponen exigencias internas y contrarias. El conflicto puede ser manifiesto (por ejemplo entre un deseo y una exigencia moral, o entre dos sentimientos contradictorios) o latente, pudiendo expresarse este último de un modo deformado en el conflicto manifiesto, y traducirse especialmente por la formación de síntomas, trastornos de la conducta, perturbaciones del carácter, etc. El psicoanálisis considera el conflicto como constitutivo del ser humano y desde diversos puntos de vista: conflicto entre el deseo y la defensa, conflicto entre los diferentes sistemas o instancias, conflictos entre los instintos, conflicto edípico, en el que no solamente se enfrentan deseos contrarios, sino que éstos se enfrentan con lo prohibido.”
Aunque esta definición menciona, si la tomamos en un sentido amplio, los elementos que pretende exponer este trabajo, debemos tener en cuenta que el conflicto, tal y como lo entendemos, es mucho más amplio que esta simple definición, y aunque la intentaremos ir perfilando, probablemente quede muy incompleta.
El otro elemento del título es “dialéctica”, porque el conflicto no puede entenderse como un hecho indivisible, sino que para que haya conflicto, como vimos en la definición de Laplanche y Pontalis, debe haber partes. Y como veremos, casi siempre podemos agruparlas en dos.
En este sentido, las diferentes teorías de Freud de las Pulsiones, que podríamos enumerar, sin profundizar en el tema, como “pulsiones de reproducción frente a pulsiones de auto-conservación”, “libido narcisista frente a libido objetal y pulsión de auto-conservación frente a pulsiones de muerte”, y “eros frente a Thanatos” constan siempre de dualidades, incluso en la segunda teoría, en que dominan cuatro pulsiones, se pueden agrupar de dos en dos, de forma contrapuesta.
Por otra parte, Aristóteles afirma que el hombre, por su naturaleza sociable “infinitamente más sociable que las abejas y que todos los demás animales que viven en grey”, se agrupa de tal manera que acaba formando estados. Quienes no lo hacen es porque son seres degradados o superiores. Si no pudiera unirse a nadie, sólo respiraría guerra, “como las aves de rapiña”.
Aristóteles también habla de las revoluciones y sus posibles causas, que de forma general resume en tres: “La disposición general de los que se rebelan”, “el fin de la insurrección”, y “las circunstancias determinantes que producen turbación y discordia entre los ciudadanos”.
Para Hobbes, cada persona tiene sus propios intereses, lo que le hace estar en guerra constante con sus semejantes, lo cual hace necesaria la existencia de un ente que controle coactivamente para evitar ese estado de guerra de todos contra todos. Ese ente es el estado -que puede estar personificado en un soberano, y que está por encima de las normas que afectan al resto-.
Marx, que considera que la posición económica es la base de las contradicciones sociales -es decir, el lugar que ocupa cada persona en la transformación material del mundo, en el trabajo-. Lo que es lo mismo: la clase social determina los intereses diferentes en un conflicto que, además, hace que la historia avance. La interpretación marxista del conflicto de clases es que es el motor de la historia. En el Manifiesto Comunista, en el capítulo I “Burgueses y Proletarios”, explica:
“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases.
Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”.
Podemos ver que diferentes formas de ver el conflicto, nos hacen tener diferentes formas de afrontarlo. Lo que no suelen tratar de explicar las diferentes teorías a un nivel más social, y menos psicológico, es por qué, pese a ser más que evidente que vivimos rodeados de conflictos, incluyendo el conflicto interno, parece que nos empeñamos en vivir en una realidad en la que no existen, salvo cuando son tan evidentes que no cabe negarlos. Quizá tan importante como explicar por qué existe el conflicto, podría ser el preguntarnos por qué invertimos tanta energía en hacer como que no existe, incluso en los entornos culturales en los que se puede entender el conflicto como una forma de resolver problemas.
La educación que se nos da conduce, muy frecuentemente, y cito a Erich Fromm (1968),”a la eliminación de la espontaneidad y a la sustitución de los actos psíquicos originales, por emociones, pensamientos y deseos impuestos desde afuera”. Para ilustrar esto, Fromm además recurre, como primer ejemplo, a la represión de la hostilidad y de la aversión. “Los niños muestran conflictos con el mundo circundante, que ahoga su expansión, y frente al cual, siendo mas débiles, deben ceder generalmente”. Continúa Fromm argumentando “uno de los propósitos esenciales del proceso educativo es eliminar esta reacción de antagonismo. […] El niño empieza así a eliminar la expresión de sus sentimientos y con el tiempo llega a eliminarlos del todo. Juntamente con eso se le enseña a no reparar en la existencia de hostilidad […]”
Solamente matizaría que, cuando el texto dice que se educa a los niños eliminando su reacción de antagonismo, en realidad lo correcto sería decir, como veremos, que se les enseña a abandonar su reacción de protagonismo. Tenemos entonces una conflictividad negada, a nivel interno -fruto del propio conflicto psíquico- y de cara al mundo -fruto de la educación-. A veces, simplemente llegar a ser conscientes de que existe el conflicto ya es un paso importante de cara a un proceso terapéutico. Incluso cuando la manifestación hostil es evidente, es más que probable que exista un conflicto negado que propicie que esta hostilidad aflore de forma más o menos descontrolada.
Sobre el conflicto desde el punto de vista actoral.
Preparando algunos talleres durante este año, en que hemos trabajado el conflicto como tema donde poder enfocarnos, y preguntando a diferentes personas no relacionadas directamente con la psicoterapia qué entienden por conflicto, cómo lo viven, y qué tipos de conflictos pueden identificar en sus vidas, las respuestas solían discurrir en torno a conceptos relacionados con la agresividad, la violencia, el conflicto interpersonal -armado o no-, la bronca, etc. Debo aclarar que profundizando un poco en la conversación, casi siempre hemos acabado hablando del conflicto interno. Sin embargo hubo una respuesta diferente. La respuesta distinta vino de una actriz. Quizá porque en algunas formas de trabajo actoral, como veremos, en cuanto a interpretación de lo humano, se requiere una representación del conflicto, como parte inherente a eso humano. Esta actriz había interiorizado que existen diferentes áreas de su vida donde tiene conflictos, que los conflictos provocan bloqueos -en escena y fuera de ella-, y a entender parte de esas fuerzas que tiran de ella. No todos los actores tienen por qué tener esos temas trabajados; sin embargo, para algunos, parece ser de suma importancia hacerlo.
A través de la tragedia griega -y escarbando, de la literatura dramática en general- podríamos acordar que existen diferentes tipos de conflicto:
El hombre contra los dioses. Un ejemplo de este tipo de conflicto sería Edipo. El ser humano se enfrenta a fuerzas superiores a él. En este caso, Edipo se atreve a conocer la verdad, cosa que está reservada a los dioses. El hombre tampoco puede luchar contra el propio destino.
Las leyes humanas contra las leyes divinas. La necesidad de dar sepultura a Polinices, uno de los hermanos de Antígona, en contra del mandato de Creonte, le lleva a desobedecer y a ser condenada a muerte por Creonte.
Dentro del propio personaje. Medea, cuyo esposo decide casarse con la hija del rey Creonte, y se ve desterrada, debe suplicar por un día de margen para irse, en el cual poder vengarse. La culminación de su venganza es el asesinato de sus propios hijos. ¿Qué pesa más, el odio a su marido por la reciente traición, o el amor por sus propios hijos?
El hombre contra la sociedad. Casandra se ve abocada a conocer las desgracias que van a ocurrir, y eso hace que la gente que tiene alrededor se le ponga en contra.
Por último encontramos conflicto entre los seres humanos. Podríamos hablar del conflicto que tiene Medea con su esposo, o el de Antígona con Creonte. Dentro de este tipo de conflictos podemos ver diferentes juegos de poder que emularían los mencionados anteriormente, u otro tipo de conflictos, “entre iguales”, que nos hablarían de los diferentes motores de los personajes. Entran en juego los valores, ideologías, pasiones e intereses de los personajes. Aquiles y Héctor formarían un conflicto entre pares.
Volviendo al aquí y el ahora, y en cuanto a la identificación que podemos tener con los personajes -incluso teniendo en cuenta los siglos de diferencia que puede haber entre las obras mencionadas y el momento actual, si nos siguen conmoviendo es porque tienen la capacidad de hacernos conectar con los personajes-, sería un buen ejercicio de introspección el situarnos de acuerdo a esos conflictos. Es decir, preguntarnos cuáles son los dioses contra los que luchamos -o cuáles son los que nos ayudan-, qué representan para nosotros, y de qué manera entramos en conflicto con ellos. En definitiva, situarnos en el lugar del héroe.
El héroe en la tragedia griega -según Aristóteles, la tragedia es “la imitación de personas mejores que nosotros”-, es héroe en cuanto que actúa. Al llevar el curso de la acción produce cambios -y viendo sus errores, el público puede purgar (catartizar) los suyos-.
Podemos entonces asegurar que el conflicto se va a dar en cualquier proceso de terapia, al menos en cuanto a que propicia la toma de decisiones y el cambio.
Llamemos como llamemos a las fuerzas contradictorias que se dan en cada proceso particular, lo seguro es que van a entrar en juego una fuerza protagónica y otra antagónica, es decir, una que representa la necesidad de cambio -sea esta cual sea- y otra que representa las resistencias al cambio.
Me gustaría ilustrar este concepto con un fragmento de la introducción del libro “Psicología de la Opresión”, de Philip Lichtenberg:
“Nuestra disposición para vivir como individuos disminuidos o apocados, deriva de un conflicto universal: todos queremos que las cosas sigan tal y como están, pero a su vez, también queremos que estas cambien para mejor. Si las cosas siguen tal y como están, al menos son predecibles y nuestras experiencias anteriores nos han enseñado cómo tratar con ellas […]”
En lenguaje teatral, quien lleva la acción y hace sus demandas es el protagonista, y quien pone los obstáculos, el antagonista. Analizando esto, vemos que en el curso de una acción (en el sentido dramático, pero añadiéndole un matiz, que la “no-acción”, no puede existir, puesto que el optar por la no-acción supone ya una decisión, sea esta consciente o no) hay dos conflictos:
Por un lado el que lleva al protagonista a hacer los cambios, a actuar y a hacer sus demandas -técnicamente el actor, al preparar su personaje para la representación teatral sólo necesita un “motor”, pero a un nivel humano, sería ingenuo pensar que un motor no tiene tras de sí un conflicto vital-.
Por otro lado tenemos el conflicto del protagonista con las fuerzas -o personajes- antagónicas que van a negar o dificultar el cambio.
Aunque esta óptica puede ser reduccionista -podemos establecer otras dualidades de conflicto, como hemos visto-, la misma puede ayudar a identificar cuáles son las fuerzas protagónicas -que propician el cambio- y cuáles las antagónicas -que niegan y obstaculizan el cambio-, para poder aplicar diferentes herramientas de las que dispone el psicodrama, o el modelo terapéutico que se utilice, para trabajar con ello.
Abordaje del conflicto.
Conflicto y sombra:
Una forma de trabajar con el conflicto, sobre todo cuando éste no es explícito, puede ser la exploración de esa parte de nosotros que genéricamente podríamos llamar “sombra”. Esa “sombra” es, por definición, conflictiva. Su mera existencia requiere una inversión de energía para rechazarla y protegernos de ella, de mecanismos de defensa. Normalmente, cuando hay un conflicto interpersonal, de una manera u otra, esta sombra hace aparición. Especialmente cuando se trata de conflictos de índole personal, ideológica, o de cualquier aspecto relacionado con lo subjetivo.
Cito a Hellville Hendrix, en el capítulo 7 del libro “Encuentros con la Sombra”, que ilustra, mejor de lo que yo pueda expresar, este fenómeno:
“Nuestro «yo perdido1» está ahora completamente alejado de nuestra conciencia ya que hemos cortado casi todas las conexiones con los aspectos reprimidos de nuestro ser. Nuestro «yo enajenado2», las facetas negativas de nuestro falso Yo3, permanecen justo bajo el umbral de la conciencia vigílica y amenazan de continuo con emerger. Por ello, para mantenerlas ocultas debemos hacer de continuo un esfuerzo activo o proyectarlas sobre los demás. Es este el motivo por el que replicamos enérgicamente «¡Yo no soy egoísta!» o respondemos «¿Perezoso yo? ¡Tú sí que eres perezoso!»”
Una forma posible de trabajar en este ángulo es dar presencia a cada parte implicada en el conflicto, incluso si esta no tiene una definición, un nombre o una finalidad concreta, ya sea mediante objetos intermediarios, sillas vacías, yoes auxiliares, etc.
Reconocer los propios valores:
Otra forma de abordar el conflicto es el trabajo con los valores, ideas y conceptos que forman parte de la cultura de las personas con las que trabajamos. El método del axiodrama, que se podría definir como “la síntesis del psicodrama con la ciencia de los valores (axiología)” y que “dramatiza las aspiraciones morales de la psique tanto individual como colectiva, verbigracia: justicia, verdad, belleza, gracia, compasión, perfección, eternidad y paz.” (Moreno en Cukier, 2005), es un buen instrumento para este fin.
Tal y como Adam Blatner (2008) expone, como método de Axiodrama, se puede identificar un tema por el grupo y personificarlo. Alguien toma el papel del valor. El grupo identifica uno o varios valores opuestos y también son personificados en roles que también se pueden jugar. Las personas que desempeñan estos roles comienzan a discutir desde su rol. La importancia de este trabajo radica en la capacidad que tiene de ir de lo abstracto a lo concreto, para cuestionar en grupo qué entendemos por los diferentes valores que se trabajan.
Reflexión final.
En la medida en que la psicoterapia discurra hacia la gestión del conflicto por parte del propio paciente, convirtiéndose en protagonista de su propia vida, estamos potenciando su capacidad espontánea. Si tomamos la definición de espontaneidad de Moreno –“la respuesta nueva a una situación antigua o una respuesta adecuada a una situación nueva”-, esta espontaneidad nos responsabiliza de nuestros propios actos convirtiéndonos en protagonistas de nuestras propias vidas.
Me gustaría terminar la presente exposición citando uno de los textos que más me han orientado sobre la importancia del conflicto, Beyond Amnesty. Es un texto que trata la realidad de la autolesión, cuestionando el estilo de vida de países como el nuestro -el texto es de Reino Unido- desde el conflicto entre nuestra naturaleza humana y el medio que nos rodea:
“Si no crees que estés luchando por tu vida, piénsalo de nuevo. Si sabes que no estás luchando por tu vida, puede que estés en el lado equivocado”.
BIBLIOGRAFÍA:
– Aristóteles. Poética. Escuela de filosofía Universidad ARCIS www.philosophia.cl/biblioteca/aristoteles/poetica.pdf
– Aristóteles, Política.
www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/a/Aristoteles%20-%20Politica.pdf
– Blanter, A. Axiodrama. www.blatner.com/adam/pdntbk/Axiodrama.html (2008)
– Cukier, R. Palabras de Jacob Levy Moreno, Ágora. São Paulo, 2005.
– Fromm, E. El miedo a la libertad. Paidós. Buenos Aires, 1968.
– Hobbes, T. Leviathan. Digireads.com Publishing. (1615, ed. de 2009)
– Laplanche, J. y Pontalis, J.B. Diccionario de psicoanálisis. Ed. Labor. Barcelona, 1971.
– Lichtenberg, P. Psicología de la opresión. Ed. Cuatro Vientos. Santiago de Chile, 1990.
– Marx, K. y Engels, F. Manifiesto del Partido Comunista. Marxists Internet Archive www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm (1848, ed. de 1999)
– Psiquiatrizadxs en Lucha (ed.). Beyond Amnesty. www.bsquero.net/beyond-amnesty/
– Zweig, C. y Abrams, J. Encuentro con la sombra. Kairós. Barcelona, 1993.
1 Psicólogo
1 Yo perdido: Según el autor son aquellas partes de nuestro ser que las demandas de nuestra sociedad nos han obligado a reprimir.
2 Yo enajenado: Según el autor son aquellas partes negativas de nuestro falso yo que son desaprobadas, y por tanto, negamos.
3 Falso yo: Según el autor, la fachada que erigimos para llenar el vacío creado por la represión del yo perdido y por la falta de satisfacción adecuada de nuestras necesidades.