Luis Álvarez Munárriz[1]
Resumen: El enfoque teórico en el que se insertan la mayoría de las actuales investigaciones es el denominado «naturalismo». El presupuesto teórico en el que se sustenta este modelo es la concepción del cerebro como un sistema biofísico cerrado. Nuestro modelo teórico parte de un supuesto diferente: la persona como un sistema complejo adaptativo de tal manera que cuerpo y medio se interpenetran para formar un todo unitario modulado por la conciencia. De acuerdo con este presupuesto pretendemos comprender y explicar cuatro factores que son determinantes en la configuración de la conciencia.
El término conciencia es un concepto ambiguo. Esta dificultad obliga a comenzar aclarando el significado de esta categoría. Partiré de una aproximación general: saber, darse cuenta, percatarse de algo, experiencia propia, sensación, etc. A este saber interior de ser un yo situado, a esa experiencia de lo que somos lo denominamos conciencia. El sentimiento de coherencia y continuidad de la persona, la convicción de ser un yo unitario en el espacio y el tiempo se basa en el saber consciente de quienes somos. Partiendo de esta aproximación podemos describir la conciencia de una manera más precisa como el conjunto de hábitos y destrezas de la persona a través de los cuales construye una idea de sí mismo y del mundo que le rodea, y cuya posesión y ejercicio sirve para desenvolverse en la vida cotidiana (Álvarez Munárriz: 1993, 5).
La ciencia de la conciencia
La experiencia consciente de lo que somos es sin duda lo que más y mejor experimentamos, y sin embargo lo que peor conocemos. No es de extrañar, por tanto, que sean muchas las ramas del saber que aborden este tema. A través de sus diferentes enfoques se pretende responder a una serie de preguntas con la que se espera aclarar tanto la estructura como el proceso de llegar a ser personas concientes (Chalmers 2010: xi; Bayne 2010: 15). De todas maneras la mayoría de los enfoques que abordan este tema se encuadran dentro de la cosmovisión evolucionista. El espacio global de reflexión es la evolución del universo como totalidad en cuyo proceso se admite que fueron apareciendo sucesivos niveles de realidad. Tanto desde un punto de vista filogenético como ontogenético se considera que la conciencia humana es un proceso emergente: su ser consiste en su hacerse.
Desde el punto de vista filogenético se discute cual haya podido ser el motor de la hominización y de la humanización pero se empieza a consolidar la idea de que el factor determinante ha sido la posesión de conciencia. El ejercicio de la conciencia permite al hombre liberarse de las pautas instintivas que hereda de los animales. La emergencia de la conciencia es vista como la mayor transición o salto que se ha producido en la historia de la vida, y este salto depende más de la organización y la complejidad que de la cantidad de neuronas que posee el cerebro de un organismo. Su posesión nos diferencia cualitativamente de los primates superiores con los que estamos enlazados filogenéticamente (Gazzaniga 2009: 33). Y desde un punto de vista ontogenético el estudio de cómo aparece la conciencia en el niño sigue siendo un tema recurrente. Existen numerosos estudios de cómo el niño a partir de primeros meses de vida empieza a saber, aprende a orientarse en la vida a través de los otros, se instala y adapta al entorno, etcétera, hasta conseguir la capacidad de atribuir estados mentales a sí mismo y a los demás. En síntesis: cómo emerge la conciencia y con ello la persona (Zelazo y Otros 2007: 405; Singer 2006: 33). Con estos presupuestos se consideran fijadas las bases desde la que se puede explicar definitivamente no sólo como un determinado tipo de organismos llegan a ser conscientes sino también saberse conscientes.
El estudio de la conciencia no solamente remite a una cosmovisión sino que también se apoya en una teoría específica de la realidad. El marco teórico es clave porque justifica y/o reinterpreta, unifica y orienta las categorías de las que se parte. Para desvelar la naturaleza de esta facultad humana los neurocientíficos se apoyan en la teoría ontológica más fértil que poseemos en la actualidad: la Mecánica cuántica. Su punto de referencia para comprender la conciencia es el cerebro. Éste es un objeto físico que posee como todo los seres físicos los rasgos de masa, dimensiones, movimiento, carga, etc., es decir, una realidad espaciotemporal. Partiendo de estas ideas se deduce la siguiente tesis: los estados conscientes tienen un origen físico y siguen siendo físicos (Kandel 2006: 376; Greenfield 2008: 55). El marco teórico es clave porque aunque de él no se deduzcan los conceptos que debemos usar, una vez que han sido fijados justifica y/o reinterpreta, unifica y orienta estos conceptos. Pues bien, el marco teórico en el que se insertan la mayoría de las actuales investigaciones es de corte naturalista. En efecto, su único punto de apoyo teórico es el que proviene de las aportaciones que proporcionan las denominada ciencias naturales, y la metodología se sustenta en los espectaculares avances que en los últimos decenios se han producido en el desarrollo y aplicación de las modernas técnicas de Neuroimagen (Carretié 2011, 30; Rees 2011: 10; González Álvarez 2010: 254).
Las grietas del modelo neurobiológico
A pesar de los espectaculares avances realizados en el campo de la Neurofisiología persiste el misterio de la conciencia. De todas maneras se considera cuestión de tiempo el que se pueda desvelar definitivamente. Para lograrlo se necesita un modelo que dé cuenta de cómo surge y como funciona la conciencia. Se necesita un esquema conceptual en el que se articulen una serie de conceptos relacionados entre sí. El concepto clave que guía y orienta todas las investigaciones y experimentos en el modelo neurobiológico es la categoría de cerebro. Su núcleo se puede condensar en esta sencilla fórmula: los estados mentales y los estados cerebrales son esencialmente idénticos, es decir, la conciencia es el cerebro que somos (Vidal: 2009, 76).
El cerebro es condición necesaria y además suficiente para explicar el surgimiento, la estructura y el funcionamiento de la mente consciente. De acuerdo con este principio el objetivo primario de sus investigaciones se centra en desvelar la base física de las células cerebrales que activan la experiencia consciente, es decir, los «Correlatos neuronales de la conciencia» (Koch 2004: 19; Changeux 2008, 10). Se parte del supuesto incuestionable de que son los mecanismos y sucesos cerebrales los que colectivamente producen la actividad consciente. Se definen como el conjunto mínimo de sucesos neuronales que conjuntamente bastan para generar un estado fenoménico consciente específico. El cerebro construye la conciencia. “La mente consciente es el resultado del funcionamiento muy bien articulado de varias, a menudo muchas, zonas cerebrales. Entre las estructuras cerebrales fundamentales que se encargan de implementar los pasos funcionales necesarios, se cuentan sectores concretos situados en la región superior del tronco encefálico, un conjunto de núcleos situados en la región del tálamo, y sectores de regiones específicas a la vez que muy extensas de la corteza cerebral” (Damasio: 2010, 45; Evers 2011, 187; Nahab y Otros 2011: 48).
En este modelo el intento de explicar el sentir y el actuar humanos mediante el mero análisis de las conexiones neuronales en el cerebro es abstraído de todo saber del mundo de la vida y con ello se está tratando al ser humano como a un autómata sin experiencia, en último término, como una cosa. El hecho de que en la observación neurofisiológica del ser humano aparentemente no se toman en cuenta sus cualidades personales es considerado como un caso de «reificación» que impide explicar los sentimientos más profundos del ser humano como el amor, la amistad, el cariño, los estados no ordinarios de conciencia, etc. (Schroll 2010: 3; Ellis 2010: 64). Para superar este enfoque reduccionista muchos neurocientíficos empiezan a reconocer que también el entorno es esencial para entender la estructura y el funcionamiento de la conciencia. Comienza a aceptarse este principio: el que es consciente es el organismo entero, que tiene un cerebro, que tiene un cuerpo y que vive inmerso en un mundo, con una historia. La conciencia aparece en el vivir encarnado de este organismo dentro de este sistema global, y no en sus partes. En suma: el cerebro es un órgano de la persona y en manera alguna el protagonista central.
En el estado actual del conocimiento sería un suicidio científico prescindir de las aportaciones de la Neurobiología y de los avances realizados en el conocimiento del sistema nervioso. Pero también debemos señalar que el modelo neurobiológico fracasa en su intento de explicar el tema de la conciencia. Tiene demasiadas grietas que indican la necesidad de buscar modelos alternativos (Noë 2009: 210; Ellis 2010: 64). El reconocimiento de esta situación nos obliga e incita a construir un nuevo modelo que se basa en el siguiente principio: la conciencia no funciona en el vacío sino que emerge de la totalidad de la persona situada en un medio concreto. La conciencia existe y se conforma en las relaciones entre la persona y el mundo que la rodea y es irreducible a un mero mecanismo neurofisiológico, pero tampoco es un misterioso «fantasma en la máquina». Debe ser objeto de investigación científica, pero no para ser estudiada únicamente con los métodos de la neurociencia y sus dispositivos imagimáticos, sus electrodos y su botiquín de drogas psicoactivas (Rose 2005: 45).
El modelo cultural
La categoría central del modelo cultural es la de persona. La persona es la base desde la que se construye la conciencia del cuerpo situado que cada uno de nosotros somos, es el mecanismo central para la producción de mente consciente. En este modelo el cerebro es un órgano de la persona pero en manera alguna el protagonista o actor principal. Vemos la persona como un sistema complejo adaptativo de tal manera que cuerpo y medio se interpenetran para formar un todo unitario modulado por la conciencia.
Este modelo no surge de la nada sino que engarza con las aportaciones de las ciencias de la complejidad. “Reconocer la complejidad, hallar los instrumentos para describirla y efectuar una relectura dentro de este nuevo contexto de las relaciones cambiantes del hombre con la naturaleza son los problemas cruciales de nuestra época” (Prigogine 1983: 46; Laughlin y Pines 2000, 31). Siguiendo esta línea de pensamiento partimos de este presupuesto ecosistémico que fundamenta el modelo: tan importante es el sistema como el medio en el que se desenvuelve el sistema. Cuerpo y medio se interpenetran para formar un todo unitario y la conciencia aparece en el vivir encarnado de este organismo y no en sus partes (Fuchs: 2009, 103; Juarrero 2009: 97). La conciencia tiene una base cerebral, pero su estructura y funcionamiento está configurada por la experiencia del medio global en el que se ejerce. Conforma un espacio caracterizado por formaciones en bucles donde, por un lado, la conciencia corporeizada de la persona construye el mundo en su interacción con él y, por otro, esa misma mente consciente es construida en la interacción con el medio ambiente natural, personal, social y cultural. De ahí que este modelo contiene cuatro variables relacionadas según los principios de la causalidad circular:
- a) El medio interno. La conciencia no funciona en el vacío sino que tiene neurobiológico pero también intencional: rasgos y estructuras mentales por medio de los cuales designa y otorga significado a la realidad. Esta dimensión refiere a la conciencia individual o cultura en sentido «subjetivo». Desde esta perspectiva la conciencia es contacto social con uno mismo, y ese contacto se realiza a través de símbolos que están siendo constantemente redefinidos por la persona a través de la experiencia social y las informaciones que recibe del medio.
- b) El contexto social. La conciencia no está únicamente en la cabeza sino que también emerge y se configura en las interacciones sociales. Somos seres sociales que se comunican entre sí y, por tanto, el círculo intersubjetivo también está en la base de lo que entendemos por conciencia. La conciencia es creada históricamente a través de la praxis social. En los procesos interindividuales las representaciones de un sujeto afectan a otros sujetos y generan modificaciones en la conciencia de las personas.
- c) El universo simbólico: Refiere a un «sistema externo» al hombre que puede ser visto como un espacio u orden de «Formas simbólicas», un tejido de significados que nutre la vida social que los miembros de un grupo crean y comparten (rechazan). Este orden simbólico no solamente influye sino que también es un factor decisivo en la configuración de la conciencia. Contiene esquemas de interpretación -representaciones, ideas, normas, valores, hábitos y acciones- culturalmente definidos y socialmente transmitidos por la gente (individuos, grupos, comunidades).
- d) El entorno natural: El medio ambiente no es algo que está «allá afuera» para ser percibido o conocido. Es experienciado y valorado de diferentes formas en lo que refiere a la intensidad y la cualidad. El medio físico no solamente es el soporte o anclaje somático de la persona sino también el escenario en el que se desarrolla la existencia individual y colectiva de los seres humanos. Es un factor que también conforma nuestra conciencia.
El orden simbólico de la cultura
Después de haber expuesto los elementos fundamentales el modelo cultural me centraré en uno de ellos: el orden simbólico de la cultura. Merece la pena subrayar la importancia de este orden porque en el modelo neurobiológico solamente se tienen en cuenta las aportaciones de la Física (átomos) Biología (genes) y Teoría de la información (bits). Defendemos que el medio cultural es un factor determinante en la configuración de la conciencia y frente a los principios del modelo neurobiológico debemos resaltar que no se puede concebir como un ruido o un mero epifenómeno del cerebro (Álvarez Munárriz: 2005, 72). También debemos señalar que este orden no se disuelve en el medio social como aparece en las actuales investigaciones de la denominada Neurociencia social que toma como punto de referencia las neuronas espejo. Por ello conviene recordar que este orden simbólico no solamente influye sino que también es un factor decisivo en la configuración de la conciencia. Comprende un conjunto de esquemas de interpretación –representaciones, ideas, normas, valores, y acciones, etc.- culturalmente definidos y socialmente transmitidos por la gente (individuos, grupos, comunidades). La cultura de la sociedad en la que nos hemos desarrollado modela nuestras formas de ser y pensar. Este trasfondo cultural constituye la atmósfera que respiramos y sin la cual no podríamos vivir y desenvolvernos en nuestro medio físico y social. De este principio deducimos que el medio cultural es un factor determinante en la configuración de la conciencia y no se puede concebir como un ruido o un mero epifenómeno del cerebro.
Hay dos campos en los que aparece con claridad la relevancia de este orden:
- a) En la sociedad globalizada y multicultural en la que nos movemos es necesario recalcar la importancia del orden simbólico de la cultura. Un factor determinante de la conciencia es, por tanto, la red de significados compartidos que hace posible la relación y el entendimiento con los miembros del grupo social en el que vivimos. La cultura está en continua interacción dialéctica y el intercambio con las personas que la constituyen (Geertz 2000: 205). De todas maneras en el campo de saber se reconoce el etnocentrismo con el que el saber occidental ha abordado y explicado esta dimensión y que identificaba mente con las creencias y valores de la persona enculturizada en Occidente. Para evitarlo se acepta que tanto los esquemas como las reglas que activa la conciencia en la interacción social son únicos y dependen de la cultura y de civilización a la que se pertenece. A pesar de que reconocen la relevancia del enfoque sociocultural, reprochan la escasa investigación realizada en este ámbito y en echan en falta las aportaciones de la Antropología (Turner y Whitehead 2008: 93). Se ha demostrado que los procesos neuronales pueden variar entre los distintos grupos culturales debido a diferencias culturales en los modos de ser y pensar. Se distingue entre cultura occidental de corte individualista cuyo valor supremo es la independencia (estilo de vida cognitivo), y oriental de tipo colectivista en la que se aprecia altamente la interdependencia (estilo de vida afectivo). Ambas son compatibles y en vez de dicotomía sería más exacto establecer un continuum que va del polo individualista al colectivista (Lockley 2010: 66).
- b) Los seres humanos forman parte de sistemas culturales, están modelados y determinados por sus culturas y en su mayor parte actúan exclusivamente de acuerdo con las realidades culturales de su existencia. Las normas culturales, símbolos, valores y tradiciones con los que se desarrolla una persona se convierten para ellas en algo «natural». Es una idea cuya relevancia ya puso de manifiesto Freud, tanto para la vida individual como social. La cultura protege al hombre contra la naturaleza y sirve para regular las relaciones de los hombres entre sí. Este orden simbólico de la cultura ha sido la causa de la pérdida de nuestra autenticidad, de nuestra libertad, de nuestra plena individualidad. Somos lo que nos deja ser la cultura, cuya finalidad no es la felicidad de los individuos, sino la represión de nuestros anhelos más fuertes (Freud 1969: 143). Para este pensador la Cultura es el freno que tienen los miembros de un grupo para controlar sus tendencias asociales y destructivas. Pero somos también nosotros los que nos podemos liberar de esos frenos tomando conciencia de esa situación. Esa actitud es la base de la imaginación creativa en las sociedades humanas, la raíz del cambio social, en una palabra, la fuente de la que dimana la productividad social y la diversidad cultural. El objetivo de una cultura sana es el equilibrio entre la represión de los instintos que imponen las necesidades colectivas y la necesidad de satisfacerlos que tiene el individuo. (Freud 1930: 35). Hoy debemos recuperar pero también actualizar las ideas de este gran pensador.
A modo de conclusión
El desafío que tiene por delante la ciencia de la conciencia, que en estos momentos se está construyendo, consiste en integrar según los principios de la causalidad circular aquellas dimensiones que configuran la conciencia personal. Desde el punto de vista teórico el modelo cultural propuesto nos incita y también ayuda a progresar en el conocimiento de la estructura y el funcionamiento de esta capacidad humana. En el panorama actual del saber permite avanzar en la construcción del edificio de la ciencia de la conciencia del cual hasta ahora solamente hemos echado los cimientos. Y desde un punto de vista práctico promueve un estilo de vida guiado por una visión integral de la conciencia que posibilita un desarrollo armónico de la persona. Hace posible la creación de hábitos saludables en personas sanas y ayuda a solucionar problemas a personas con enfermedades físicas y mentales. Y conviene resaltarlo: en el presente es la mejor estrategia de prevención que poseemos. Ello no significa que se menosprecie las aportaciones de la Neurobiología ni el esfuerzo de las industrias farmacéuticas para crear fármacos que prevengan o curen las enfermedades. Simplemente se afirma que este modelo es relevante y debe ser tenido en cuenta. Propicia un estilo de vida basado en el desarrollo de una conciencia integral orientado a mejorar la vida de las personas y reducir el sufrimiento psicológico tanto de manera directa como indirecta. Toma como punto de referencia y es además una apelación a cada persona. Y para los terapeutas un enfoque adecuado porque conecta con el hombre de carne y hueso, con lo que realmente interesa y preocupa a las personas tanto sanas como enfermas.
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[1] Catedrático de Antropología Social. Universidad de Murcia. Presidente de la Asociación de Antropología de la Región de Murcia