Por Enrique Cortés
A los que estuvisteis,
a los que estáis y
a vosotros que ya venís.
Ayer tarde y esta mañana hemos tenido nuestras sesiones de segundo grado, cuanto que me ilusiona este espacio; son grupos iguales y tan diferentes. Iguales en tanto que el objetivo fundamental es la formación de psicodramatistas y tan diferentes en tanto la posición de cada uno de los integrantes en ambos grupos.
Pero no es este el único grupo que se da en nuestra formación.
En el curso de formación de psicodramatista, distinguimos tres etapas sucesivas, estas toman la forma de tres tipos de grupos: grupos terapéuticos o de primer grado, grupos didácticos o de segundo grado y grupo de control.
Quisiera hacer una pequeña reflexión sobre las diferentes demandas e identificaciones que se dan en ellos, así como el tipo de recorrido libidinal que puede forzar al “postulante” en el momento del pasaje de uno a otro grupo.
Esto en el marco de la transferencia, tanto en el grupo como hacia los terapeutas.
El grupo de primer grado, se sostiene o bien por una demanda de una necesidad de terapia personal o sobre una demanda de formación. En los dos casos, el candidato se encuentra siendo miembro de un grupo impuesto bajo la dirección de dos terapeutas que animan y observan alternativamente.
P. Lemoine, dice que la cura termina con el hallazgo o descubrimiento, por parte del paciente, de sus identificaciones inconscientes, hasta el punto de rechazarlas, con el padre del mismo sexo, en general. Llegado el caso, el análisis puede detenerse y el participante desaparecer. Siendo esta una forma de renovarse los grupos.
En el segundo grado, la demanda formulada necesita ser aceptada por los terapeutas. Habiendo recibido esta marca de reconocimiento, los electos van a formar parte de un grupo homogéneo en la búsqueda de un mismo objetivo: ser psicodramatista.
Lo que hay de nuevo en este grupo, es que la función de animación de una parte y la función terapéutica, no son ejercidas por la misma persona. Los terapeutas didactas se retiran a la periferia del grupo, y son los participantes los que se distribuyen las posiciones de animador, de observador y de paciente.
Desde la posición de animador el candidato va a identificarse con el rol del terapeuta. Y desde allí esperan allí ser reconocidos.
En un principio en este un grupo los participantes se encuentran en el campo de la rivalidad fraterna y acuartelados entre dos posiciones identificatorias: la del paciente, a menudo rechazada en tanto que se viene del grupo de primer grado y la del terapeuta, idealizada, inaccesible, sin falla. Provocando la angustia.
También en este grupo, los roles de animador y de paciente se suceden entre los miembro del grupo, donde cada uno se ve en el otro, lo que provoca que se encuentren con la falta, poniéndola en común y constituyendo, así, por analogía las marcas identificatorias actuales. Estas últimas puedes ser repeticiones puestas en acto en circulación en el grupo; lo que se verá luego durante la evaluación al final de la escena con la participación de los didactas.
Para entrar en el grupo de segundo grado, ha sido necesario, previamente, haberse dejado llevar por un grupo dirigido por los terapeutas animadores.
Marie Noëlle Gaudé dice que, el final del mismo se podría situar ahí cuando se deja de esperar de los terapeutas el reconocimiento. O lo que es lo mismo cuando se renuncia a la búsqueda de señales identificatorias de un modelo ideal de terapeuta.
El grupo de control; podríamos pensarlo como el lugar de intercambio de experiencias, donde se aprenden “las recetas de los hermanos mayores”, manteniéndose al tanto, al mismo tiempo, de las dificultades de cada uno. Pero eso, que en un principio, no sería tan malo, acabaría siendo un grupo de apoyo. Y de lo que se trata de hecho es de controlar la función del terapeuta, no tanto haciendo un “como si” asumiendo que estamos en un grupo de iguales, presentes en al aquí y el ahora, sino cómo nos posicionamos en el cara a cara ante el grupo de pacientes, que vemos en otra parte, y cómo nosotros asumimos efectivamente la responsabilidad ante ellos y lo que nosotros aportamos en sus discursos. Porque en el ejercicio de esa función nosotros tenemos que sostener un lugar.
Lo que se escucha en este grupo, a través del relato, son las dificultades que el psicodramatista trae. Es como un “contra punto” en el camino de su deseo de animador, el de la contratransferencia tanto en el cara a cara en el grupo de dicho participante como con su coanimador.
En el grupo de control de lo que se trata es de ver los componentes transferenciales de sus propias identificaciones en las relaciones terapéuticas que ellos mantienen con los pacientes.
El grupo de control tiene entonces su lugar en el curso de la formación y nosotros podemos constatar que la cara psicodramática se continúa allí bajo una forma propia. Donde los discursos individuales se vinculan, se cuestionan y se responden en un discurso común al grupo y en presencia de los psicodramatistas didactas.
CONCLUYENDO:
En el grupo de primer grado, se tendrá que aceptar la dirección del grupo de los terapeutas: “renuncia a tener a la madre y al padre para ti solo”.
En el grupo de segundo grado, el terapeuta se desvanece, él no anima. El no ofrece las marcas narcisistas demandadas por aquellos que siguen empeñados en el camino de la identificación a una imagen. Por lo tanto se debe renunciar a identificarse a un modelo ideal de animador; donde se deberá arriesgar el deseo de ser psicodramatista frente a los miembros del grupo. Para esto es fundamental, que los formadores no se ubiquen como modelos ideales a reproducir, sino como sujetos transmisores de un quehacer. Cada aprendiz accederá en esta destitución imaginaria del Otro, a su propia castración simbólica, premisa fundamental y fundamento de un “estilo” propio.
Acceder a un estilo propio es simbolizar el lugar de coordinador y observador como función, dejando al descubierto sus identificaciones más arcaicas y posibilitando el pasaje del lugar de analizante al de psicodramatista; lo que puede abrir la puerta al grupo de tercer grado.
En el grupo de tercer grado, se trata de desalojar una última forma de goce: ver de qué manera el animador se identifica a la demanda del grupo, aportando por tanto eso que a él mismo le hubiera gustado recibir: “no responderás a la demanda del grupo ya que entonces es de tu demanda de lo que se trata y en ese caso entrarás en el circuito libidinal del grupo”.
Las palabras del padre “tu no disfrutarás del grupo-madre”, resuenan, a lo que el psicodramatista deberá someterse.
Alicante a 21 de Octubre del 2017 (después de dos tandas de grupo de segundo grado)