Teresa Hermida[1]
Resumen: Cuando leí el discurso pronunciado por Caballero Bonald en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2012, una serie de frases del mismo comenzaron a resaltar del conjunto del texto y fueron combinándose entre sí hasta hacerme recordar el Psicodrama Freudiano. Este es el resultado de una fantasía que surgió de aquel puzzle.
*El texto entrecomillado y en cursiva está entresacado del discurso de Caballero Bonald
El azar quiso que cayera en mis manos el discurso pronunciado por el poeta andaluz José Manuel Caballero Bonald en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2012, en una etapa de confusión y duda en lo referente a las bondades de la palabra y su uso en los grupos de Psicodrama Freudiano.
Al leer su concepto de poesía, como palabra que va más allá del texto y lo relativo al contenido poético de la prosa de Cervantes, quien dice que, estabiliza la corriente que introduce en lo real para descomponerlo, me recordó los artículos que leí hace años sobre poesía y psicoanálisis. En ellos, se considera a la poesía como un intento de acercamiento a lo real, a lo que no se puede acceder, a lo que no se puede nombrar por las limitaciones del lenguaje.
Pero este escrito no trata de eso. Sólo es una pequeña fantasía que surgió después de un día de psicodrama freudiano; las palabras de aquel discurso no dicen lo que dicen, sino lo que he imaginado.
Pese a lo contundente del lema con el que comienza, “Solo es válida la palabra pronunciada”, decidí continuar leyendo para ver qué pasaba.
Sucedió que un mundo de metáforas comenzó a abrirse y me pareció que el poeta, sin pretenderlo, hacia un asequible resumen de aquello que andaba rondando por mi cabeza.
Sus palabras provocaron que un inmenso abanico se desplegara ante mis ojos, a modo de escenario imaginario en círculo, donde puede desarrollarse cualquier sesión de psicodrama, en el que cada uno de sus pliegues iba siendo ocupado por una de las lecturas que habían ido conformando la vida de este autor. Así fue formándose un grupo compuesto por éste y el conjunto de libros que había elegido leer, con una característica común, que bien podría ser el amor a la palabra. Todo lo que iba surgiendo en el grupo volvía a ser puesto en palabras, formando así, los libros escritos por el protagonista, en este caso, el poeta.
Caballero Bonald apunta: “mi biografía literaria depende tanto de los libros que he escrito como de los que he leído”. Creí entender que en esta frase reconocía la importancia de los otros en la constitución de lo que somos y, que lo reafirmaba al considerar que “todos ellos constituyen como una especie de espejo múltiple donde me veo frecuentemente reflejado”. No podía ser de otra manera, no podía dejar de aparecer el espejo, porque un grupo, posibilita que cada uno de sus miembros pueda verse reflejado en los otros, quienes a modo de múltiples espejos, le van a devolver imágenes en las que reconocerse. Porque como dice el poeta, “leer es reconocernos en los otros, desentrañar lo que somos”.
Además, me pareció que en ese reconocimiento daba un paso más allá, pues en un momento de su discurso, al hablar de sus primeras lecturas y de cómo influyeron en él, se refiere a “la alianza que el escritor mantiene con sus primeras lecturas, con las fuentes literarias de su historia personal”. Casi una alusión directa al psicodrama freudiano, donde cada escena, cada acto, remite a lo vivido con aquellas figuras familiares entre las que nos desenvolvimos al comienzo de la vida, reviviéndolo y permitiendo volver a sentir lo ya sentido al beber en aquellas primeras fuentes; algo difícil, por no decir imposible, de relegar al olvido.
Admite con humildad, que antes de hacerse escritor había leído a escritores que “me abrieron una puerta, enriquecieron mi sensibilidad, me incitaron a usar la misma herramienta que ellos para interpretar la vida, para aprender a descifrarla”. En ese momento, en este espacio imaginado e imaginario, aparecieron las que quizás sean las únicas figuras “reales” en psicodrama: la de los terapeutas psicodramatistas, directores o coordinadores de grupo (da igual cómo se las quiera llamar). Porque el psicodrama también es una herramienta, un instrumento de conocimiento de uno mismo; instrumento de no fácil manejo, de forma que, su aprendizaje pasa por seguir el sendero de otros que, de una manera u otra, muestran y ofrecen el camino que ellos mismos anduvieron para descubrir sus propias herramientas de conocimiento. No hay otra vía por tanto, que colocarse en disposición de aprender de otros.
A través del psicodrama también se puede aprender a descifrar la vida, porque del grupo y en el grupo se aprende, ya que, como bien dice Caballero Bonald refiriéndose a sus compañeros, los libros, en todos ellos “se alojan no pocos de mis descubrimientos de la vida, precisamente porque también en esos libros descubrí otras vidas, experimenté la sensación de que algo había allí que merecía la posibilidad de compartir un mundo ignorado y excitante”. Y no olvidemos que, en definitiva, lo que ocurre en un grupo es un reflejo de lo que sucede fuera de él.
Reconoce que sus inicios no fueron fáciles, porque cuando comenzó a leer, en su primer encuentro con Cervantes, “quizá no había superado esa prevención ante lo que se supone árido o dificultoso”. Al igual, no son fáciles, en ocasiones, las primeras etapas de un grupo, ni lo es integrarse en él, porque cada uno de sus miembros tiene una idea, una visión diferente de lo que el grupo puede y debe ser. Cada uno espera algo distinto que difícilmente coincidirá con lo que es. Tampoco es fácil el encuentro con aquellos espejos que, a veces, parecen querer poner en peligro la individualidad de cada uno, ya que, en definitiva, no es fácil identificarse con el otro haciéndose reconocer al tiempo, como diferente a él.
No obstante, superar aquellos primeros escollos, mereció la pena para él, puesto que añade: “cuando lo hice libremente algo se filtró en mi capacidad receptiva”. Participar con libertad en un grupo como el de psicodrama, sensibiliza y acrecienta la capacidad para recibir sensaciones y estímulos. Supone, además, abrirse a una nueva experiencia, a “una nueva enseñanza de la vida porque… un libro te habla, pero también te escucha. El hecho de elegir un libro y compartir con él una misma aventura también supone un ejercicio de libertad”.
Vuelve a referirse a Cervantes cuando manifiesta estar de acuerdo con Azaña en que al escribir se “introduce en lo real para descomponerlo”. Pero ¿hay algo “real” en psicodrama? No sé si yerro al decir que los sentimientos. En psicodrama siempre pugna por salir a la luz la historia de cada miembro del grupo, y al jugar con ella, queriendo o sin querer, cada uno se va introduciendo en una especie de túnel del tiempo en el que se reviven los sentimientos del pasado en tiempo presente, intentando encontrar, y con suerte, reconocer a través de ellos, las primeras escenas de aquella historia, para desmenuzarla y releerla, si es posible, desde una perspectiva más objetiva.
Pero esa perspectiva no ha de lograrse sino a través de la palabra, del lenguaje, o como dice Caballero Bonald, a través del “prodigio instrumental del idioma que me ha servido para objetivar mi noción del mundo”.
En cualquier grupo las palabras son la carta de presentación de cada uno de sus componentes. A través de ellas, cada cual se da a conocer, se muestra, porque como dice el poeta “mi palabra reproduce obviamente mis ideas estéticas, pero también mi pensamiento moral, mis litigios personales, mi manera de buscar una salida al laberinto de la historia”.
Para esclarecer lo que de la propia historia se encuentra en penumbra, ha de jugarse con ella tal como se recuerda. Es la historia tal y como se vivió. Esto, no quiere decir que la realidad fuera exactamente la misma. Para ello, no hay otra que, como dice Caballero Bonald: “ya apenas si puedo evocar aquellas primeras sensaciones, tan remotas y difusas” de las que “no conservo el recuerdo, sino el sedimento del recuerdo… me basta con la presunción de que algo tuvo que ocurrir… no tengo otra elección que creerme a mí mismo”.
Pero en psicodrama, no solo tiene valor lo que se dice, sino también los silencios, interpretados como otra manera de decir. El poeta también aprecia el silencio, pues entiende el de Cervantes durante los muchos años en que no publicó nada, como un discurso interno para prepararse, observando y aprendiendo: “no es el silencio de quien ha elegido no hablar, sino de quien ha hecho del soliloquio un método de maduración previa a la palabra”.
Cree que Cervantes, que tuvo una vida llena de vaivenes y conflictos, “acabó encontrando una justiciera contrapartida en esa manifestación suprema de la propia libertad que es la palabra”. “Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón”. Es a través de la palabra que podemos situarnos ante los otros como lo que realmente somos y, desde ahí, aceptarlos como diferentes para poder llegar a acuerdos e ir creando lazos con ellos.
Es curioso observar los vínculos existentes entre personas con características en principio bastante diferentes, que han coincidido en algunos grupos de psicodrama, donde compartieron libremente vida y milagros. Porque, al mirarlas entornando los ojos, pueden apreciarse finos hilillos de seda que, entrecruzándose forman un entramado suave y firme, resistente al paso del tiempo.
Cuando Caballero Bonald se refiere a lo que denomina su palabra escrita, la poesía, advierte que en ella “está implícito todo lo que pienso y hasta lo que todavía no pienso”. Porque la palabra en la que cree, es aquella que va más allá de lo dicho, “ya que esa que ocupa más espacio que el texto propiamente dicho, me retrata y me justifica”.
¿Qué lenguaje en psicodrama freudiano puede reunir esas características de ir más allá de lo que literalmente dice y de contener hasta lo que no se sabe que se piensa? Pues no puede ser otro que el del inconsciente, que hace aparecer eso que quizá se intuye pero no se sabe, o, al menos, eso de lo que no se tiene certeza. Y esa “palabra” es enormemente potente, circula entre los miembros del grupo, los mueve y bambolea, hace de hilo conductor que va remitiendo de una cosa a la otra -aunque sea a través del no sé qué pasa, pero algo pasa-, removiendo sentimientos y deseos, volviendo a traer conflictos anteriores, olvidados o reprimidos, lo que permite, en ocasiones, reelaborar la propia historia.
Para él es tan importante esa palabra que trasciende del propio texto, que cree que le ha “enseñado todo lo que sé sobre mí mismo a medida que he ido valiéndome de ella para elegir mis propios diagnósticos sobre la realidad”.
Por otro lado, no es posible aludir al psicodrama freudiano sin tener presente la pérdida, ya que se trata de atravesar el duelo de lo que no hay, de eso que ya no puede ser, o tal vez, incluso de lo que nunca hubo. Y eso implica dolor. Quizá Caballero Bonald considere que la poesía, esa palabra con un sentido que trasciende de lo que nombra, puede, en cierta forma, suavizar algunas faltas, compensar el daño sufrido y las pérdidas acaecidas a lo largo de la vida, porque nos dice: “La poesía también tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida. Lo que se pierde evoca en sentido lato lo que la poesía pretende recuperar, esos innumerables extravíos de la memoria que la poesía reordena y nos devuelve enaltecidos, como para que así podamos defendernos de la averías de la historia”.
Incluso cree que “puede corregir la erratas de la historia, y esa credulidad nos inmuniza contra la decepción”. Transcribiendo esto a psicodrama, quizá podríamos decir que si creemos que posibilita releer la propia historia, habríamos de confiar en que permita corregir errores haciendo otra lectura de ella, lo que podría protegernos del desencanto y la desilusión.
Pero esto no queda ahí, porque la entiende como “una construcción verbal, un acto del lenguaje que alumbra las “cavernas del sentido”… palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación, a esas profundas cavernas del sentido a que se refería San Juan de la Cruz”.
San Juan de la Cruz, con su lenguaje poético del amor y de la luz, menciona esas cavernas en “Llama de Amor Viva”, y aclara que son las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad, “son tan profundas cuanto de grandes bienes son capaces, pues no se llenan con menos que infinito”.
¿Qué decir ante esto? Nada. Solo cabe sentir en silencio… sabiendo que hay lugares donde no hay palabras… donde la palabra no alcanza. A pesar de ello, no pude un día dejar de preguntarme sobre la posible incidencia del psicodrama sobre esas potencias del alma.
Bien, y esta fantasía termina como todas las fantasías, con la vuelta a la realidad, por lo que solo queda despedirse. Y no se me ocurre mejor manera de hacerlo que con los versos mencionados de San Juan de la Cruz:
“Oh! lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido”.
Nota:
[1] Licenciada en derecho.