Una propuesta psicoanalítica[1]
Alba Busto[2]
RESUMEN: El encuadre grupal psicoanalítico se encuentra de, algún modo, en el centro de una serie de pares antinómicos que obstaculizan el desarrollo de la teorización que sustenta su praxis. A su vez, determinan limitaciones en la posibilidad de abordar actualmente estas experiencias, generando un movimiento circular difícil de desarmar.
Se realiza, en primer lugar, una revisión de algunas referencias teóricas grupales que dan cuenta de la oposición antagónica “sujeto como unidad” – “grupo como unidad” y de la dificultad de mantener la necesaria tensión entre singularidad y colectividad.
La distinción entre “efecto de discurso” y “efecto de grupo” de Lacan, propone un punto interesante a discutir en relación a la práctica grupal. Por otra parte posibilita retomar diferentes cuestionamientos que se hacen a dicha práctica.
Es importante remarcar que la asimetría que se impone en el marco analítico grupal introduce la escucha analítica, la neutralidad y abstinencia como hitos importantes que diferencia al analista de otros coordinadores de grupo.
Es en el reconocimiento de los propios límites y de los otros, que genera frustración, que el grupo se constituye en experiencia de análisis.
Introducción
Anteriormente hemos planteado (Busto, Gottlieb. 2001) que el encuadre grupal psicoanalítico se encuentra de algún modo en el centro de cruce de pares antinómicos: individuo-sociedad; sujeto como unidad-grupo como unidad; psicoanálisis-psicoanálisis aplicado-psicoanálisis ampliado; psicoanálisis grupal-psicoterapia grupal (consecuencia de la anterior); psicoanálisis grupal-Psicología social; psicoanálisis de grupo- psicoanálisis en grupo.[3]
Dichos pares antitéticos revisten de algún modo el carácter de falacias que llevan a polarizaciones que provocan empobrecimiento en su teorización; podríamos considerar que diferentes aspectos problemáticos en la práctica psicoanalítica grupal varan en estas dificultades de la teorización, y que a su vez, determinan limitaciones en la posibilidad de abordar estas experiencias, generando un movimiento circular difícil de romper. Operan por ello como obstáculo en las dificultades para retomar las teorizaciones desde una postura cuestionadora de lo que marcó esta práctica en nuestro país.
En la experiencia de nuestros antecesores, tomó énfasis la noción de grupo como un todo proveniente de la Gestalt. La comparación del grupo con una unidad, con un cuerpo, es una metáfora biológica muy pregnante. Se interpreta al grupo, el grupo es la unidad. Es una teorización que intenta dar cuenta de ciertos fenómenos grupales, aportando esta metáfora unificadora del grupo. Se maneja también la concepción de enfermedad grupal, como fantasía grupal, que sostiene la ilusión colectiva y sólo puede concebirse dentro del grupo cerrado en el cual “nace, se desarrolla y muere”. Para algunos analistas esta fantasía es primordial para el trabajo en grupo, por lo tanto, las interpretaciones son dirigidas al grupo favoreciendo esta construcción.
Estos planteos están enmarcados por la hegemonía de la teoría kleiniana y los aportes de Bion a la teorización sobre grupos. Fundamentan el psicoanálisis de grupo, diferenciándose de las experiencias de Pratt llamadas terapias por el grupo, y de las terapias de Slavson, terapias en grupo (Grinberg, Langer, Rodrigué. 1961).
Es cierto que la experiencia de grupo desborda lo escrito, como ocurre siempre en la práctica psicoanalítica, pero en este caso supone limitaciones mayores (posiblemente por lo señalado anteriormente) y a su vez, parece convocar algunos fantasmas (“trasgresión”, “riesgos y amenazas para el sujeto”, realizar “prácticas espúreas”) tanto a nivel personal como colectivo.
De este modo se hace profunda la brecha. Por un lado, la importante experiencia psicoanalítica que marcaron en nuestro país las décadas de los 60, 70 y 80 en diferentes ámbitos: de enseñanza, clínica con niños, con niños y sus padres, adolescentes y adultos, pacientes neuróticos y psicóticos (Busto. 1999 a.b.). Por otro, la dificultad de continuar profundizando en la teorización que legitime su praxis.
La cuestión es preguntarnos si todavía seguimos pensando “los grupos” como se pensaban en la “década del 60”, considerados como una práctica que reviste un carácter “duro”, “inmóvil”, “rígido” y sin cambios, tan ajeno al psicoanálisis. Ubicándome en este contexto, el presente trabajo intenta desplegar algunas de las teorizaciones que fundamentan la práctica psicoanalítica grupal, puntualizando algunas de sus posibilidades y limitaciones.
De los comienzos.
El concepto de “grupo” como designando una reunión de personas aparece a mediados del siglo XVIII. Los lingüistas suponen que etimológicamente se remonta al germánico kruppa, que remite a “masa redondeada”, y del italiano, “gruppo” o “groppo” que originalmente designaba el concepto “nudo”. Como sostienen Anzieu y Martin (1997), la etimología nos proporciona estas dos líneas de fuerza que se encuentra a lo largo de toda reflexión que se haga sobre grupos: nudo y lo redondo. Estos autores destacan que el primero pone de relieve la cohesión entre los miembros; el segundo designa una reunión de personas o un círculo de gente. Puedo decir, entonces, que “grupo” remite a la cohesión de un conjunto, de un círculo de personas.
Pero, también es importante rescatar la figuración nudo como metáfora (no como semejanza “el grupo es como un nudo”), la cual supone interrogarse sobre qué es lo que hace nudo entre los integrantes de un grupo. Ello posibilita el despliegue de anudamientos-desanudamientos, nudos de subjetividad que se aflojan, se anudan y se desanudan de forma puntual o permanente, simultánea o sucesiva, al producir efectos de significación. Estos anudamientos en el grupo terapéutico cobrarán características diferenciales con respecto a otras formas de agrupamiento efímeros o duraderos, homogéneos o heterogéneos, con conductor/coordinador y sin él (por ejemplo multitudes, grupos amplios, grupos de trabajo, grupos de autoayuda, etc.).
Al igual que el retraso en la aparición del concepto de grupo referido a un grupo de personas, el psicoanálisis grupal se produce tardíamente en la teoría psicoanalítica. No voy a hacer en esta oportunidad una revisión histórica, aunque la ilusión y necesidad de marcar un comienzo de origen siempre está presente. Marco únicamente que la psicoterapia del grupo fue iniciada por Pratt en 1905 al introducir el sistema de “clases colectivas” en una sala de pacientes tuberculosos. También señalo, como otros lo han hecho, que hasta la aparición de los aportes de Bion se podía hablar de un psicoanálisis aplicado al grupo, y a partir de él, del grupo como un campo de descubrimiento.
Revisión de algunas referencias teóricas.
En forma bastante esquemática haré las siguientes consideraciones teórico-técnicas, que me interesa remarcar en la línea que anteriormente he señalado.
1) En primer lugar, es evidente el aporte de la Gestalt, que resalta la idea de totalidad, a las primeras conceptualizaciones sobre grupos: el todo más que la suma de las partes. Este “todo” reviste diferentes “narrativas”: grupo como cuerpo, como persona, como un solo “yo”; también se adjudica vivencias al grupo, dotándolo de una intencionalidad. Cuando un integrante del grupo expresa un sentimiento, el analista puede decir: “el grupo se siente triste por…” También al tomar la parte por el todo, se afirma que la manifestación de un integrante del grupo expresa como “emergente” o “porta voz” de la situación grupal. Se describe una fantasía inconsciente común del grupo. Las interpretaciones e intervenciones se hacen en forma impersonal, dirigidas al grupo, subordinando las singularidades en una tendencia homogeneizante. Lo expuesto aquí forma parte de lo ya señalado al comienzo del trabajo y, con algunas diferencias, marcó la experiencia del abordaje de grupo llevada a adelante por analistas de APU.
A continuación me interesa dejar planteados algunas reflexiones críticas a esta teorización de grupos.
En primer lugar, una interrogación que se puede hacer a esta teorización sobre grupos, es de qué forma las diferencias individuales pueden ser significadas en su singularidad en la concepción de grupo como un todo.
No cabe duda de que una intervención, gesto o actitud corporal de un participante de un grupo puede constituirse potencialmente en índice o baliza de un determinado momento del grupo, pero ello no es algo predeterminado y fijo, sino que depende de la posibilidad de adquirir significación en la trama grupal.
Si bien es importante rescatar que esta teoría trata de dar cuenta de un “plus grupal”, al mismo tiempo, al no poder mantener la imprescindible tensión todo-partes, incluyen estas últimas en el primero. Esto implicó diferentes críticas de las consecuencias técnicas ya señaladas. Una de ellas está basada en el efecto “masa”[4] que producen los grupos. Esta crítica atribuye el efecto “masa” a lo que consideran una “característica indeseable” de los grupos; no consideran por lo tanto, que dicho efecto depende de las características de un determinado encuadre y de la capacidad y pericia del coordinador. Vinculado a este aspecto se enfatiza, además, la facilitación a los actings en los integrantes de un grupo. También se cuestiona los fenómenos de cohesión como generadores de “cosas terribles”. Hay que recordar también que grandes cosas se han podido hacer justamente en grupos.
Otro cuestionamiento a este tipo de trabajo analítico con grupos es el exceso de sentido, la tendencia explicativa o “comprensiva” de cada uno de los movimientos que se producen en el grupo y de los síntomas que presentan sus integrantes, por ejemplo: “esto es por esto, esto por lo otro” etc. Este planteo, como analizo más adelante, está vinculado a la afirmación de “la excesiva impronta imaginaria” que se da en el grupo.
Por otra parte, una y otra vez reaparece en juego la antinomia “sujeto”-“grupo”,[5] que puede formularse de la siguiente manera: “los grupos implican un riesgo a la identidad”, o su opuesto, “los grupos son soportes identificatorios”. Esta oposición planteada de este modo, no permite visualizar que en un determinado grupo y en un determinado momento, es posible que se desplieguen significaciones que sean vivenciadas por algunos de los integrantes del grupo como peligro o como sostén. Lo que en realidad “corre riesgo”, tal como se señala reiteradamente, es el “autonumus ego”, el ego autónomo, tal como fue cuestionado por Lacan (b, 1978, pág. 23). Es el encuentro con el otro lo que hace imposible mantener la ilusión unitaria, total y autónoma del “ego”, “que cree en sí, que cree que él es él”. Pero es la presencia del otro lo que posibilita que el sujeto se constituya como tal, marcando así el descentramiento del sujeto. En esta misma línea, me parece importante destacar lo siguiente:
“Singularidad y colectividad, que sólo sosteniendo su tensión harán posible pensar la dimensión subjetiva en el atravesamiento del deseo y la historia”. (Ana María Fernández. 2000, pág.56)
Pienso que sin duda, es importante tener en cuenta estos u otros cuestionamientos. Pero a veces, con este tipo de críticas se trata de justificar la descalificación de los abordajes grupales psicoanalíticos –y no sólo al psicoanálisis de grupo-, para sostener como único espacio analítico, el psicoanálisis individual. Algo similar ocurrió con el trabajo analítico con niños y con psicóticos. También es lícito marcar que a veces el manejo de las teorizaciones que sustentan el trabajo con grupos -como ocurrió en su momento con las teorizaciones kleinianas, lacanianas o vinculares-, dejan de ser hipótesis y funcionan como conceptualizaciones a priori.
2) En segundo lugar, dentro de los aportes teóricos al trabajo analítico con grupos, la corriente francesa[6], reconociendo la importancia de los desarrollos de Bion, inicia la conceptualización de los fenómenos fantasmáticos en los grupos. Con ello se intenta salvar el impasse de la oposición antinómica todo-partes, “individuo”-“grupo”.
En tanto el fantasma es una escenificación que se desarrolla entre varios sujetos, en ella se produce la vibración conjunta de fantasías denominada resonancia fantasmática.[7] La integración de los sujetos a una situación grupal, moviliza diferentes aspectos de su propia subjetividad, y todo lo que “resuena y habla”, desde los participantes de un grupo, son posiciones en la escena fantasmática. Lo singular se sitúa, entonces, en el modo de posicionarse en dicha escena.
Con el concepto de resonancia fantasmática se intenta abandonar la teorización de una fantasía inconsciente grupal. Se plantea entonces que en los grupos, las fantasías son individuales y, aunque puedan ser compartibles, no por eso dejan de serlo. La vuelta que intenta dar Kaës (1995) con la estructura grupal de la fantasía, el aparato psíquico grupal, la postulación de un sujeto del grupo y sujeto del inconsciente, es una propuesta que merece ser discutida en profundidad.
Actualmente hay algunos autores que conciben al sujeto en el grupo, en un vínculo productor de subjetividad. Marcos Bernard, uno de los seguidores de Käes, afirma:
“El tratamiento no es del grupo, sino de los pacientes incluidos en él. En rigor, se trata de un tratamiento del sujeto singular en grupo, aunque se tenga en cuenta sistemáticamente las vicisitudes de la dinámica grupal, y el trabajo interpretativo se realice en el marco del aquí –ahora-grupal.” (1997, pág. 3)
Efecto de discurso – efecto de grupo.
De los aportes teóricos a los grupos, un aspecto que considero fundamental en el momento actual, se refiere a lo siguiente: las palabras del discurso psicoanalítico dejan un margen de ambigüedad polisémica que permite privilegiar el registro simbólico como modo de acceder a la otra escena –lo inconsciente-, posibilitando el encuentro de significación en los movimientos del discurso.
“Yo diría que mido el efecto de grupo en cuanto a lo que agrega de obscenidad imaginaria al efecto de discurso.” [8]
De esta manera, Lacan (a, 1973, pág. 31)[9] se refiere a los grupos, siendo de las pocas y raras oportunidades en que lo hace. Pero no está hablando aquí sólo de grupos terapéuticos, está hablando de grupos en general, en un momento importante en su postura cuestionadora de la Asociación Psicoanalítica Internacional en particular, y de las instituciones en general. Haciendo esta salvedad, continúo.
Para Kaës, esta formulación de Lacan:
“ha tenido como efecto (de grupo) cerrar la investigación para toda una corriente del psicoanálisis al denunciar los efectos de grupo en lugar de proponerlos para el análisis.” (1995, pág. 86).
Y más adelante agrega:
“Lacan nunca ha dicho nada que diera a entender que esto imaginario se pudiera simbolizar, que fuera el lugar de algo distinto de un aumento de alienación. Se pasa de una verdadera cuestión a una petición de principio rebelde a cualquier puesta a prueba.” (pág.87).
Me interesa detenerme en este punto que recoge uno de los cuestionamientos más fuertes por parte de psicoanalistas -como lo planteado anteriormente en este trabajo-, quienes señalan los riesgos en la práctica psicoanalítica grupal, por un lado por “efecto de masa”, y por otro, el exceso de sentido, de captura imaginaria.
Es sugerente como sigue Lacan:
“Tanto menos se asombrarán, así lo espero, del dicho que es históricamente cierto, que sea la entrada en juego del discurso analítico, lo que ha abierto la vía a la prácticas llamadas de grupo.[10] Y que esas prácticas sólo revelan un efecto, me atrevo a decirlo, depurado (purifié) de discurso mismo que ha permitido experimentarlo. Ninguna objeción aquí a la práctica llamada de grupo, siempre y cuando esté bien indicada. Es corto.”.
Es como si Lacan dijera: “no digo más, punto y aparte”.
La pregunta que nos hacemos es si esto es posible, si el funcionamiento grupal puede liberarse de la “obscenidad imaginaria” (sorprende el modo fuerte que la adjetiva). [11]
Lacan diferencia efecto de grupo y efecto de discurso. Tal vez se podría decir que el efecto de discurso, él lo ubicaría referido a lo simbólico, frente a lo que se agrega de obscenidad imaginaria, que tendría que ver más con el efecto de grupo. Es decir, al efecto del discurso se agrega en el grupo una obscenidad imaginaria, más allá de todas las aspiraciones y pretensiones de poder manejarnos simbólicamente con los efectos de discurso.
Pero por otro lado, parece decir que el discurso analítico es el que ha permitido que apareciera este efecto de discurso purificado, es decir, sin la carga imaginaria en el grupo.
Lacan continúa:
“¿Cómo el objeto “a” en tanto que es la adversión a la mirada del “semblant” donde el análisis se sitúa, se soportaría con otro confort que el grupo?”
A partir del Seminario de la Angustia, Lacan fue reafirmando cada vez más el concepto de objeto “a”, sobre todo como lo que cae, en el sentido de lo que no puede ser capturado por lo imaginario, por lo real ni por lo simbólico. Ese sería el lugar del analista, es decir, rechazar la mirada del “semblant”, del prójimo, es ahí donde el análisis se sitúa. En las traducciones de los textos de Lacan al castellano se traduce “semblant” por “semblante”, entendiendo por tal, el otro en su registro especular, en el campo imaginario. Es interesante el juego que se produce entre “semblant” y “semblable”; el primero se traduce por “apariencia”, “sombra” o “simulacro”, etc. y el segundo por “semejante”. Se podría decir “la apariencia del semejante” y se redobla así el aspecto imaginario que Lacan destaca.
“¿Cómo soportaría otro confort que el grupo?”. Esta es la gran pregunta, si yo me coloco ahí, ¿cómo soporto? El analista tiene que salir de ese lugar, porque de lo contrario queda atrapado en la captura imaginaria. Aquí, él juega con otra paradoja: al mismo tiempo que ése es el lugar del analista, la única forma de soportar es en el confort del grupo. Ubicarse y salir. Tiene que estar ubicado ahí, no tiene más remedio que estar ubicado ahí, y al mismo, debe poder salir de ese lugar.
Si bien es cierto que en el funcionamiento de los grupos, cualquiera sea, inclusive grupos terapéuticos, la impronta imaginaria es fuerte y más difícil de desmontar que en un análisis individual, no hay manera de evitarlo, es más, forma parte. Estar siempre atento en ese juego, en esa paradoja.
También hay que ponerse en la posición, en el mejor sentido, pragmática. ¿Sirve o no sirve? Desde luego que va a depender de las indicaciones.
Encuadre grupal.
En términos generales diremos que el grupo en psicoanálisis implica una praxis determinada y por ello, una serie de pautas que no constituyen normas rígidas sin contenido, sino que enmarcan un límite de espacio-tiempo donde es posible el despliegue del proceso psicoanalítico. Como en todo encuadre psicoanalítico, es fundamental la actitud y el posicionamiento del analista, siendo importante diferenciar la capacidad de aceptar e interpretar las variaciones que surgen inevitablemente, de la necesidad de mantenerlo invariable en forma rígida. Incluye entonces, la posición y lugar del analista, así como el conjunto de factores espaciales como las características del consultorio o de la institución en que se realice, así como la duración de las sesiones y la frecuencia (es doblemente difícil el cambio de horas o suspensiones de las sesiones en un grupo). Funciona como fondo organizador, permitiendo el despliegue del trabajo analítico, la emergencia de lo inconsciente y la transferencia.
“Es interno al analista y se apoyaría sobre la conciencia clara que él mismo tiene de su posición como psicoanalista”. (Braun, Busto, de Barbieri, Morató. 1998, pág.61)
Es importante remarcar que la asimetría que se impone en el marco analítico, le otorga al analista un lugar que surge precisamente del rehusamiento de satisfacer la demanda, marcado por la abstinencia, que es al mismo tiempo aspiración siempre imposible y siempre renovada. El analista que coordina el grupo introduce la escucha psicoanalítica, la neutralidad y abstinencia, como hitos importantes que lo diferencian de otros coordinadores de grupo. Desde un lugar de interrogación y de sostenimiento del silencio o con diferentes modalidades de intervención, favorece condiciones de posibilidad para la producción singular y colectiva. No es entonces quien “descifra o traduce una verdad oculta” sino aquél que interroga. Alguien que más que espectador de la escena grupal, se implica al abrir condiciones para que las significaciones que circulan en un grupo, permitan identificaciones y movimientos transferenciales. Por ello se vuelve imprescindible diferenciar la escucha analítica como instrumento esencial en el trabajo con grupos, de la búsqueda permanente de sentido y “comprensión” de los acontecimientos grupales; el desafío que insiste permanentemente es el sostenimiento de la tensión singular-colectivo.
La asimetría que se establece es también muy “marcante” porque abre espacios de fantasías y de proyección transferencial que tienen los grupos analíticos, más allá de cómo se manejan los diferentes aspectos técnicos propios de cada encuadre grupal. El encuadre en su articulación con la técnica, aún en los no propiamente terapéuticos, permite el surgimiento de la eficacia simbólica, dándole o aumentando “el espesor analítico”.
Pensamos que en los diferentes encuadres con pacientes neuróticos, con patologías graves, psicóticos, con patologías orgánicas, pacientes de diferentes franjas etáreas, así como grupos en la enseñanza, de Reflexión, de Tarea, etc., el analista que coordina se ubica siempre del lado de la abstinencia con todas sus derivaciones. En otro lugar (Busto, Errandonea. 2002), nos preguntamos sobre el sostenimiento de la neutralidad frente a la visibilidad física del rostro y cuerpo del analista; además, nos interrogamos sobre cómo opera en los pacientes y en el propio analista.
El campo de la transferencia es complejo: se entrecruzan identificaciones proyectivas y al mismo tiempo, movimientos transferenciales de cada uno de los integrantes con cada uno de los analistas y con la pareja de analistas, entre ellos y él / los analista (s) y entre los analistas. Cuando los coordinadores son una pareja heterosexual se ve favorecido el despliegue de fantasías edípicas, de exclusión, rivalidad.
Pensamos que la tensión, el vaivén de ida y vuelta entre estos dos polos (sujeto-grupo) hace que nos movamos con interpretaciones al grupo y a los sujetos que lo integran. De todos modos, las interpretaciones dirigidas a uno de los integrantes son realizadas en el grupo. (Busto, Gottlieb. 2001)
Otro punto importante en los grupos, y más cuando son grupos terapéuticos, es lo que atañe a la indicación, elección y selección. Se señala que sería de indicación para aquellos pacientes sin tendencias importantes a la actuación. Aunque se continúa esgrimiendo el criterio económico como de indicación para tratamiento terapéutico grupal, no fue ni es un criterio esencial. Queda más en evidencia en un momento como el actual que, con honorarios reducidos, un paciente podría acceder tanto a un tratamiento individual (con baja frecuencia de sesiones) como a uno grupal.
En términos generales diremos que el grupo es una indicación, es una elección, en el cual es fundamental el lugar del analista; cómo también lo es con diferentes abordajes, sea con un grupo, un niño, un adolescente, una pareja o una familia.
Encuadre: miradas y juego de identificaciones.
Queremos señalar que la práctica grupal tiene una especificidad que le es propia. En simultáneo con la trama discursiva, se despliega una dramática, una escena que convoca los sentidos: ver, oír, donde en esa escena, la mirada, el ser mirado y mirar, favorecido por el cara a cara constitutivo del encuadre grupal, adquiere una importancia sustancial. “Mirada y ceguera”, “gesto e inmovilidad”, “palabra y silencio” se anudan en este doble “rostro” de lo inconsciente. (Busto, Errandonea. 2002).
En la situación inédita y privilegiada del tiempo y el espacio que constituye el grupo terapéutico, los pacientes miran y son mirados por los otros integrantes del grupo y por los analistas, así como éstos lo son por los pacientes y por el otro analista. Esta situación particular favorece la vivencia -que todos sentimos en algún momento- de quedar expuestos a la visión de los otros, movilizando angustias y temores. Pero es esencialmente una experiencia que “genera condiciones de mirada”, tal como lo formula Fernández (2000); mirada que se desliza en el vaivén del reconocimiento o el desconocimiento, de la aceptación o el rechazo, del interés o la indiferencia, del peligro o la contención. Inter-juego de miradas que desencadenarán “resonancias fantasmáticas”, que posibilitarán movimientos identificatorios y transferenciales; afectaciones corporales impregnadas de fantasías y deseos; confrontaciones sobre los ideales, lo permitido y prohibido.
Es en ese cruce de lo singular y lo colectivo donde se despliegan palabras, lapsus, decires, silencios, acontecimientos, gestos, movimientos, miradas, intervenciones, actings, afectaciones, etc. Todo ello muy bien sintetizado por Kaës cuando afirma:
“El entrecruzamiento de los discursos individuales forma puntos nodales, no sólo como una cadena sino también como una trama, una red, un tejido asociativo. Esto significa que no se trata solamente de una cadena significante sino de un conjunto semiótico amplio y compuesto en el cual se entretejen palabras, miradas, lugares, mímicas, gestos”. (1986, pág. 1)
Sincronías y diacronías en el proceso de subjetivación.
En el entrecruzamiento que se proyecta diacrónica y sincrónicamente en torno al eje transferencial, desplegado de un modo muy especial en la dramática, en el escenario grupal, es importante dar lugar a lo singular y a lo grupal, a lo interno y a lo externo; como un nudo, volviéndolo un material que promueve significación. Podríamos hablar, de momento(s) de constitución de lo grupal y momento(s) de subjetivación.
En los movimientos dentro de una sesión, entre sesión y sesión, entre lo de cada uno y lo de los otros, se despliegan nudos conflictivos que se aflojan, desatan o se aprietan; con nuevos anudamientos y desanudamientos de los hilos que constituyen los proyectos, los deseos, los conflictos y las angustias de cada integrante del grupo.
Es cierto que hay momentos de dilución de la subjetividad en una subjetividad grupal que se despliega en un imaginario fuerte. Pero en el grupo se procesa el trabajo en torno a los logros de cada subjetividad en el reconocimiento de sus propios límites y de los otros. Se manifiestan diferentes formas de reconocer o no al otro, que es un semejante (ídem), tiene cosas que le son comunes, compartibles y es soporte de identificaciones. El otro (alter), también puede ser un diferente confrontando los aspectos distintos, aspectos que pueden hacerse propios, aceptarse como diferentes o rechazados. Una última posibilidad es que el otro (alienus), se presente como un ajeno promoviendo la exclusión y el rechazo. Estas modalidades son aspectos que deberían ser momentáneos, puntuales y móviles en el grupo. La ilusión de ir al encuentro de lo común en el grupo o la búsqueda de la fusión con el otro es, justo como se señala frecuentemente, uno de los aspectos más complejos y difíciles que los analistas que coordinan el grupo están permanentemente de-construyendo, posibilitando así, la aparición del otro en tanto alter. En esa de-construcción se abriría la posibilidad de conocer-conocerse, de resignificar, de historizar su pasado, de encontrar nuevos sentidos, de modificar identificaciones y de cuestionar certezas y convicciones. Es en la posibilidad de reconocimiento de los propios límites y de los otros, cosa que genera frustración, que el grupo se constituye en experiencia de análisis.
En el tratamiento grupal se da la posibilidad de atravesar fenómenos que podrían llamarse momentos de confusión, de “pérdida de límites”, de “alienación”, de gran movilización. Entonces, puede surgir la tendencia inmediata a un acting que, a su vez, brinda también la posibilidad de un trabajo analítico dentro del grupo en relación a estas angustias tan intensas.
Me interesa hacer la siguiente puntualización: Si bien la especificidad del psicoanálisis grupal la entendemos en relación a otros encuadres grupales no psicoanalíticos, compartiría la idea de ubicar la especificidad psicoanalítica del lado de nuestro posicionamiento como psicoanalistas, más que en las características del encuadre psicoanalítico (individual, pareja, familiar o grupal).
Sintetizando: destaco la importancia de pensar la compleja tarea de desarticular ciertas ficciones, ciertos pares antinómicos que siempre reaparecen: “individuo”-“sociedad”, “sujeto como unidad”-“grupo como unidad”. Es necesario mantener una postura cuestionadora e interrogadora de los postulados teóricos, así como de las diferentes prácticas grupales. Ello permite evitar las estereotipias y riesgos que hemos señalado en el trabajo y que son consecuencia, fundamentalmente, de algunos aspectos teórico-técnicos que hacen coincidir lo grupal con lo homogéneo e indagan lo idéntico donde deberían encontrar significaciones singulares.
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[1] Publicado en la RUP Nº 96 “Encuadres y Procesos Psicoanalíticos”, noviembre 2002.
[2] Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Bvar. España 2287.C.P.11200. E-mail: abusto@netgate.com.uy
[3] Ana María Fernández (2000) hace un desarrollo y análisis muy completo de algunos de estos puntos.
[4] Bajo el título “Psicología de las masas y análisis del yo”, Freud traduce el término “masas” como “group” (empleado por McDougall), y también como “foule” (utilizado por Le Bon). A su vez, Freud plantea que bajo el nombre de “masas” se reúnen formaciones muy diversas. Del análisis que éste autor hace sobre este punto sólo quiero señalar lo siguiente: Le Bon utiliza el término “masas” para agrupaciones efímeras y destaca en ellas la liberación de emociones. La masa es “extraordinariamente influible y crédula”, y favorece en cada individuo el contagio, la fascinación, la disminución del rendimiento intelectual, etc., como consecuencia de una “fusión en la masa”. McDougall establece como punto diferencial el factor de organización en el “group”, pero cuando éste carece del factor organizativo, lo llama multitud (crowd). En este caso, para Freud, la diferencia entre ambos autores se borra porque se trataría de “masa simple no organizada”, con las características antes señalas. Freud, sobre este aspecto, hace una serie de consideraciones y cuestionamientos. Sin embargo, opino que el “efecto de masas” tal como lo plantea Le Bon, es el único aspecto que se jerarquiza remitiéndose a este texto de Freud. Muchas veces se confunde lo que se despliega “en un grupo pequeño” (como lo han teorizado inicialmente Bion y Foulkes y todos los desarrollos posteriores de psicoanálisis grupal), y éste “efecto de masa”. Merece un desarrollo aparte este texto, la posición de Freud respecto a la cuestión de grupos y el análisis de conceptos tales como lazos libidinales e identificación, ideal del yo, superyó, así como también, la consideración del grupo como dimensión misma de organización psíquica.
[5] Viñar (2001-2002) platea un cuestionamiento fuerte a la noción de individuo, adscribiéndose a la noción de “sujeto sujetado” de Lacan. A partir de una concomitancia lógica entre lo cultural y lo singular, concibe lo grupal y lo singular siempre en tensión, siempre implicándose el uno al otro.
[6] Kaës (1984) realiza una revisión histórica de la importancia del pensamiento francés en las teorías sobre grupos.
[7] Según Anzieu (1978), el concepto de resonancia inconsciente fue esbozado por primera vez por S. Foulkes y el de resonancia fantasmática por H. Ezriel. Continuaron su desarrollo analistas franceses como el propio Anzieu y Missenard.
[8] Destacado por mí.
8 Agradezco a Daniel Gil los aportes y el intercambio en la discusión de este artículo.
[10] Destacado por mí.
[11] Para Gil, es sugestivo que Lacan utilice para el grupo uno de los adjetivos que usa para referirse al superyó (obsceno y feroz). También me sugiere que estaría implícita la relación del superyó, producción imaginaria, con los grupos y las masas, a diferencia del ideal del yo, vinculado a lo simbólico. Esta sería una propuesta interesante a discutir e intentar desarrollar en futuros trabajos.