Andrés Felipe Herrera[1]
Resumen: Andrés aborda el psicodrama desde tres grandes valores; como experiencia, como teoría y como práctica. Presenta una propuesta de trabajo realizada en una institución que realiza un acompañamiento integral a niños y niñas trabajadores, en riesgo o situación de calle.
Dios es espontaneidad.
Por lo tanto, el mandamiento es:
¡Se espontáneo!
Moreno, J.L.
LA TEORÍA
El psicodrama es una invención que articula dos significantes y con ello dos realidades, psique = alma y drama = acción. Un psicodrama implica pues la puesta en juego del alma en una acción, la exteriorización en actos dramáticos del alma. La puesta en escena de las pasiones del alma es pues, el fin de esta técnica, que se define como un procedimiento terapéutico generalmente grupal, que utiliza técnicas dramáticas – además de verbales – como medio expresivo de comunicación, de exploración, de elaboración, de operación, etc. Su origen se remonta a principios del siglo XX y su invención se la debemos al médico rumano Jacobo Levy Moreno. Su difusión a las diversas lecturas y construcciones que han llegado y la presencia allí del inconsciente sin lugar a dudas se lo debemos a Freud y su invención, el psicoanálisis.
Ante todo, el psicodrama psicoanalítico “se propone como una forma actual de la actividad psicoanalítica.”[2] Si bien, remontándonos a su origen, encontramos que Moreno define su invención como “La ciencia que explora la verdad mediante métodos dramáticos”[3] , cabe aclarar que Moreno se refiere a una exploración más catártica que de elaboración, al menos, en el sentido psicoanalítico del término. Es claro que la posición de Moreno es antagónica y crítica del psicoanálisis, tal y como se hace evidente en el encuentro no verificado con Freud, en el cual en palabras de Moreno su respuesta a la indagación freudiana fue: “Bueno, doctor Freud, yo comienzo donde usted deja las cosas. Usted ve a la gente en el ambiente artificial de su consultorio, yo la veo en la calle y en su casa, en su contorno natural. Usted analiza sus sueños yo trato de darles el valor para soñar nuevamente. Le enseño a la gente como ser Dios.”[4] Es posteriormente que el psicoanálisis se serviría del psicodrama como medio de expresión del inconsciente, especialmente con los trabajos de Anzieu, P. y Gennie Lemoine, Pontalis, Delaroche, entre otros. A partir de sus elaboraciones el psicodrama se convierte en una herramienta que amplía el marco de aplicabilidad del psicoanálisis y el psicoanálisis en la teoría que permite de manera contundente develar lo inconsciente en los grupos.
LA EXPERIENCIA
Personalmente para mí el psicodrama tiene tres grandes valores; como experiencia, como teoría y como práctica. Como experiencia, puedo decir que transformó mi vida, fue un proceso de 3 años en los que cada miércoles asistía a un encuentro en el que, curiosamente, yo era el único hombre. Es curioso, allí pude representar mi pasado, hacerlo historia. Mi vida se transformaría en ese lugar en un tejido de dramas, tragedias, comedias. Hallar a otros que sirvieran como soporte para representar mis dramas, abrió el momento de escuchar aquello de lo cual tal vez nada quería saber. Pero, al fin de cuentas en ese momento de mi vida poco tenía que perder.
Estaba fatigado, extenuado, sin salida ante un no saber qué era lo que verdaderamente quería en mi vida y enfrascado en una queja que me paralizaba, que levantaba una muralla entre mi deseo y yo. Aún recuerdo mi llegada al grupo; ya había estado en una experiencia que había comenzado con unos compañeros de la universidad. Esta termina sin comenzar, mis compañeros desistieron, yo insistí. El desespero y el vacío no me permitieron ceder, necesitaba una salida. Mi primera sorpresa fue, como ya dije, llegar al grupo y encontrar que yo, como suele ocurrirme y luego sabría porqué, era diferente al resto. Yo era (aparte del coordinador que como tal no tiene sexo) el único hombre del grupo.
Era una atmósfera particular, una heterotopía, un lugar diferente a todos, donde el tiempo transcurría distinto, era un lugar por fuera de todo lo que en ese momento me agobiaba. La luz, el silencio inicial, los rostros hasta ese entonces desconocidos. Estaba naciendo a una realidad nueva que no comprendía bien y que, de hecho, me parecía algo loca. Ellas hablaban de sus vidas, sus tristezas, sus anhelos, y las cosas insignificantes en apariencia que les ocurría en su cotidianidad. Una de ellas se sentaba en una de las sillas vacías que eran dos, desde allí el coordinador la interrogaría, le pediría detalles y precisiones sobre lo ocurrido; ¿dónde estabas?, ¿cómo era él?, ¿qué ocurrió luego? Yo no entendía bien porque jugaba al Sherlock Holmes, no tenía ni idea donde quería ir. De repente, sorpresa: “elige quién quieres que sea tu esposo” dijo el coordinador. Yo me quise hacer el idiota como nos sucede cuando no queremos ser elegidos para algo, desvié la mirada y jugué a que me desaparecía un ratico, ¡eso es, la política del avestruz!, esconder mi cabeza en la tierra mientras todo pasa. –“Andrés”. Efectivamente, ese era mi nombre, yo era Andrés, llamado a ser otro, otro que ni siquiera conocía. Fue así como entré en escena, como parte del reparto. Escena que aquella mujer repetía, aquella escena de la cual ella era la protagonista y yo fui el antagonista, prestando mi cuerpo para actualizar algo que ya había pasado.
La verdad, no le encontraba mucho sentido, hasta que la escena representada caería dando lugar a una escena más allá, situada en la infancia de la protagonista. Escena que conservaba intacta en los resquicios de lo reprimido y que había repetido sin saberlo durante toda su vida. En ese momento, entendí de qué se trataba, descubrir la escena detrás de la escena, al mejor estilo de Hamlet.
Luego yo sería el protagonista. La representación de la compañera, había ya removido en mí conflictos de los cuales no tenía mucha conciencia, había generado ecos que no lograba callar, ecos que encontrarían en el grupo el lugar para darles un cuerpo, poner mis demonios afuera en un exorcismo que creo hace rato esperaba. Me arrojé. Elegí mi reparto y conté mi historia como si fuera un libreto y abrí el telón.
La partida de mi casa, postergada durante no poco tiempo, se precipitaría con una simple pregunta del terapeuta, después de una escena dramática que daba cuenta de una de mis quejas; la relación con mi madre: “¿y porqué vives con tu mamá?”. Esta pregunta me dejó mudo, no hablé más esa sesión, pero al salir decidí que irme era necesario y que no podía aplazar más esta decisión pues era dar largas al encuentro con mi deseo. Rememoro ahora también aquella escena que revivió el recuerdo de mi infancia en el cual furioso golpeaba mi cabeza contra el piso, al dramatizarlo sabría que era mi manera de hacerle daño al padre castrador, “qué más preciado por un padre que la cabeza de su hijo” aún resuenan en mí las palabras del terapeuta. Hacerme daño para dañar a otros, romperme la cabeza contra el mundo sería la ruta del destino que me había hecho por un lado, un aficionado a los rompecabezas y por otro, un masoquista de primera categoría.
En adelante, el psicodrama constituyó en mi vida un lugar, un lugar aparte del resto, un lugar en el que pude elaborar el duelo de las constantes separaciones en mi vida, hallar un espacio para verme y ver a otros , escucharme y escuchar a otros , sentirme y sentir a otros, pensarme y pensar a otros. Los semblantes con los que me presentaba ante el mundo padre, hombre, hijo, hermano estudiante se hallaban en cuestión…, todos mis roles estaban ahora entre interrogantes y en el trasfondo de cada escena la pregunta: ¿quién soy? Y luego de cada sesión, un nuevo yo, menos completo, pero más verdadero.
LA PRÁCTICA
Como practicante de psicodrama mi inicio fue en función de observador. Observar, registrar, describir desde un lugar silencioso, casi de cadáver se podría decir, me permitió captar la experiencia desde otro lugar, un lugar que me permitió tener otra perspectiva no excluyente sino complementaria del psicodrama. La técnica era aplicada a una propuesta de apoyo al apoyo, un espacio de control y elaboración de dificultades a profesionales que intervenían en el campo psicosocial y que estaban expuestos a grandes dificultades y problemáticas que afectaban su subjetividad. Algo curioso que recuerdo es cómo se daba un develamiento de la articulación de los vínculos familiares inconscientes a las relaciones laborales, los conflictos que se daban en lo laboral hallaban su correlato y resonancia en los conflictos familiares no resueltos por los sujetos.
Las relaciones tensas entre coordinadores y las biparticiones en los equipos remitían siempre a los dramas edípicos: papá, mamá, hermanos cobraban vida para cada sujeto en jefes y pares laborales. Resolver unos permitía desentrañar los otros y viceversa. Por otro lado, el psicodrama constituyó un medio de protección, un refugio contra el malestar producido por trabajos que se caracterizaban por lo propio en el mundo moderno: la sobre-exigencia, la presión, la desconsideración por parte de un sistema que desconoce la subjetividad del trabajador reduciéndolo a un asalariado al que hay que angustiar metódicamente.
Como afirma Jaques Alain Miller, el sujeto contemporáneo vive en un mundo de leyes para las cuales nunca podrá estar a la altura. Dichos como: “hace dos meses que no veo a mis hijos por mi trabajo”, “tengo miedo de las minas quiebrapatas en las zonas donde trabajo”, “siento que no les importa lo que pueda sentir yo”, se sumaban a las escenas que daban cuenta de no pocos abusos a los que los sujetos en pro de ideologías institucionales y exigencias laborales se sometían. Ante ello, tenían una responsabilidad que el psicodrama develaba al abrirles la posibilidad de decir no, pues tal y como lo afirma Gennie & Paul Lemoine, el psicodrama enseña al sujeto a decir no, definiendo al neurótico como aquel que no ha podido decir no a sus padres, o a los amos que advengan en su lugar profesor, jefe, destino… El poder liberador del psicodrama se reduce a eso: decirle no al deseo ajeno que se nos impone cada vez más, para hallar un sí posible a nuestro propio deseo, una liberación del miedo a partir del reconocimiento de su verdadera naturaleza y del lugar que tenemos en él. El psicodrama posibilita entonces posicionarse distinto ante ese amo que nos gobierna y que no es más que el inconsciente.
Pero al fin es siempre difícil escaparnos de la ley del Edipo, aún en psicodrama. La hora de ruptura con quien había sido mi mentor, mi terapeuta, mi maestro había llegado. Ruptura sin duda traumática que me dejaría en un vacío, una cierta orfandad ante la cual debía decidir si retirarme o tratar de ser ahora mi propio padre, es decir, atreverme a ser yo un psicodramatista, ya no un auxiliar ni un observador, me hallaba a punto de dar un paso más allá marcado por la incertidumbre. Es allí donde surge La Puerta como un grupo, un proyecto en el cual me autorizo a ir más allá del padre, a coordinar una técnica que puede tener más riesgos que garantías. Tal vez este ir más allá del padre está también en el horizonte del psicodrama, así como de la experiencia psicoanalítica individual, la cual en mi caso, estuvo siempre ligada a mi formación en psicodrama. Es necesario que hagamos nuestro propio camino, que dejemos de ser hijos para ser padres de lo que queremos, el psicodrama no sólo nos lo enseña sino que nos da el valor para abrirnos camino.
Mi experiencia coordinando La Puerta esta próxima de llegar al año, hasta ahora son muchos los logros, mucho también lo que hay por recorrer y muchas las dificultades que he tenido que sortear: absentismo, resistencias, deserciones… Sin embargo, mi formación me ha dado un principio al cual me he aferrado para no naufragar ni hundirme en el océano de la práctica y de la vida, no ceder en el deseo es la máxima que orienta mi práctica. Axioma que deja Lacan al psicoanálisis, para que no muera en manos del goce que padecemos en lo contemporáneo y que ha hecho que La Puerta permanezca abierta como un refugio ante el malestar propio del mundo del sujeto moderno.
EL PSICODRAMA Y LOS NIÑOS DE HOY
El psicodrama psicoanalítico tiene también su aplicación en niños. Su primer antecedente lo hallamos en Didier Anzieu con el centro médico psicopedagógico y su texto, “El psicodrama psicoanalítico con niños y adolescentes” (1979). Actualmente, la intervención con niños presenta tales dificultades que resulta necesario recurrir a la inventiva y la creación para producir efectos en la intervención que lleguen más allá del ideal de adaptación y clasificación imperante en la época. El psicodrama ofrece, en este sentido, un medio original de producir la subjetividad del niño, así como de abrir su posibilidad de expresión al máximo, posibilitando la resolución de conflictos propios de la niñez en el mundo actual. El psicodrama nos permite suspender las categorías estandarizadas con las que la mal llamada clínica moderna encasilla la subjetividad infantil. Rótulos como: hiperactivo, bipolar, oposicionista desafiante, etc., son puestos entre paréntesis para dar lugar a la expresión espontánea del ser del niño.
A continuación presento una propuesta de trabajo realizada en una institución que realiza un acompañamiento integral a niños y niñas trabajadores, en riesgo o situación de calle. Muchos de ellos carentes de lo que en psicoanálisis llamamos Otro con mayúscula, y que podemos para abreviar traducir como Ley en tanto transmisión familiar. Si se quiere, podemos pensar que “la calle” y su ley, ocupan para muchos de los niños ese lugar del Otro, hallando como efecto la imposibilidad de los y las niñas de regular sus pulsiones, condición que se expresa en altos niveles de agresividad en sus vínculos. El psicodrama entonces les ayuda a partir de la hostilización a construir en el juego a aquel Otro que pacifique a partir de la elaboración de conflictos, sus vínculos.
La mesa del rey
Les propongo a este grupo formado por diez niños, un juego que llamo “la mesa del rey”. En este juego organizo las sillas en media luna. Dejo una silla vacía, invito a los que quieran jugar. Una vez están todas las sillas ocupadas, menos una, que es la del rey, les propongo que juguemos a contar historias o cuentos. En este caso, les propongo historias de la familia. Pregunto entonces quién quiere contar una historia. Levantan varios la mano, ante lo cual hay dos posibilidades; sortearlo o, elegir yo quien va a representar. Opto por la segunda opción. Le digo entonces a Sebastián, quien ha mostrado una particular disposición al juego desde el principio, que libere la mesa y se siente en la silla del rey.
La escena.
Desde allí, le digo que cuente la historia y él se bloquea, me pregunta de qué hablar y dice no saber qué historia contar, le digo que cualquier historia de su familia, algo que haya ocurrido. Por ejemplo, le sugiero un paseo o cualquier cosa. El dice que ya sabe cual historia quiere contar. Escucho, y le pido a los niños que escuchemos con atención la historia, a veces repito lo que dice para que los demás niños estén al tanto del desarrollo. Al mismo tiempo le pregunto a Sebastián. Sebastián cuenta una historia “inventada” que en realidad es una escena vivida en su familia. La historia es de “una señora que vendía cremas y le pegaba puños a su hijos (…) y un día se le escaparon los hijos, que eran tres, de la casa, sin permiso cuando un amiguito, Alex, los convidó a jugar a la calle. La mamá al verlos por la ventana por la cual se salieron mojó la correa y salió a perseguirlos para pegarles. Y les pegó”.
El reparto.
Una vez concluido el relato de la historia, le pido a Santiago que elija quien va a ser la mamá, y le digo que no tiene que ser necesariamente una mujer. Elije a un compañero que se niega a ser la mamá puesto que él es hombre. Otro niño, en cambio, se ofrece para ser la mamá. Luego le pregunto quienes van a ser los niños. Elige a tres amiguitos. Recapitulo las escenas y les aclaro que en la mesa del rey no pegamos de verdad sino que hacemos “como si”. Ellos preparan sus personajes, se busca la correa, improvisamos la ventana por la que se vuelan con una silla y la función comienza. Se representa la escena.
El acto.
La escena, sale casi tal cual como se planeó, representamos la historia de Sebastián. No sólo salieron los tres niños, sino que la mayoría del grupo, que era de diez, se incluyó en el reparto. Todos los niños en el momento de la escena en que la mamá los perseguía para pegarles salen corriendo. Mientras, la mamá representada los perseguía con una raqueta, que mojada hacia las veces de correa. Los demás niños se identifican al ser pegados por mamá pero ahora no en la dimensión real y angustiante de ser perseguidos por una mamá con una correa mojada, sino en una dimensión imaginaria, creativa y lúdica que ahora era vivida con un disfrute. La escena de Sebastián salía a flote, lo cual ya es un logro. La representación imaginaria superpuesta a la vivencia real disminuye la carga de angustia que comporta y permite una primera elaboración por medio de la representación dramática.
Conclusión
El psicodrama psicoanalítico, tanto en niños como en adultos, es una puerta que abre la posibilidad extinta en gran medida en nuestra contemporaneidad de crear, de inventar con aquello que se padece. El pathos (padecimiento) se hace poiésis (creación), esta es la cura que se propone. No es una cura de la gratificación, es más bien, un proceso de elaboración, tal y como lo dice Rene Kaes: “El psicodrama psicoanalítico de grupo es el lugar y momento de resurgimiento potencial donde cada uno puede reactualizar en la acción los diversos orígenes de su vida”[5]. Allí donde hay un callejón sin salida ,el psicdrama abre la puerta a un sueño cuyo destino y finalidad es llegar a un status nascendi. El psicodrama es un despertar.
[1] Egresado del Programa de Psicología. FUNLAM. Colombia. Psicodramatista
[2] Kaes, Rene. “ El Psicodrama psicoanalítico de grupo” Amorrortou editores p. 20
[3] Moreno, J.L. Psicodrama. Ediciones Hormé. Pag. 35
[4] Ibíd. p.27
[5] Kaes, Rene. “ El Psicodrama psicoanalítico de grupo” Amorrortu editores p. 19