Ana Belén Tenza Juan.
RESUMEN. Básicamente el Edipo trata de la arrogancia narcisista de creernos completos y el enterarnos de que “de eso nada” y “de eso nunca”, o sea de enfrentarnos con la castración, con la falta.
La castración es una prohibición que viene a señalar que lo fusional es imposible, que hay cosas que no pueden ser, que la completud no existe y que vivimos y somos seres en falta.
Uno de los pilares del psicodrama es el duelo y este tiene que ver con la castración. En las escenas de psicodrama experimentamos “lo que yo pensaba que era y no puede ser”, esto nos remite una y otra vez a la pérdida. Y sólo superaremos la pérdida atravesando el duelo.
Función Materna y Paterna
En psicodrama transferimos al grupo nuestras propias historias familiares y el grupo actúa como Madre en tanto que revivimos experiencias de satisfacción y frustración, de amor y de odio, haciéndonos sentir ambivalentes. Podemos poner nombre a lo que nos pasa, mostrarnos y descubrirnos escena tras escena sintiéndonos entendidos y aceptados, sostener la angustia que acompaña a la verdad, y aceptar y someternos a las autoridades y límites.
Como Padre el grupo cumple en tanto que surge la rebeldía y el sometimiento frente a la autoridad, y la rivalidad entre iguales en una compleja red de identificaciones. En el trabajo con el psicodrama descubrimos, aprendemos e integramos, aquello que no puede ser (límites) al tiempo que todas las posibilidades a nuestro alcance.
Roles
En el grupo de psicodrama tendemos a asumir los mismos roles que desempeñamos en nuestra familias, según Freud este eterno retorno de lo mismo tiene que ver con el deseo de regresar a un estado anterior al nacimiento (a la ilusión de completud y de no falta).
El discurso del grupo reactiva la situación edípica. Su tema siempre es el de la familia. En el seno del grupo revivimos las primeras experiencias de contacto con l@s otr@s.
En psicodrama, la representación nos permite aceptar el traumatismo de la separación sin ser destruidos por ella.
El psicodrama nos revela a nosotr@s mism@s cuestionándonos nuestro yo ideal y mostrándonos nuestra castración y nuestro deseo, al tiempo que nos permite poner en acto (jugar) nuestros propios deseos.
La alegría que experimentamos en la representación es la de una descarga de angustia intolerable hasta ese momento y una afirmación de sí mism@s como seres activos y disponibles para acontecimientos futuros.
El psicodrama nos permite revivir los roles de siempre. Los temas de cada un@ se convierten en el tema del grupo. Proyectamos sobre l@s coordinador@s y l@s demás participantes los afectos de la infancia y, a través de esta transferencia, la aventura edípica se repite.
Transferencias
En el psicodrama revivimos continuamente el Edipo en las elecciones que hacemos de l@s colaboradores para la representación. Dicen los Lemoine que estas elecciones (transferencia lateral) responden a lúcidas percepciones intersubjetivas que tiene que ver con historias de mala resolución edípica prácticamente idénticas.
Siempre elegimos a l@s auxiliares por rasgos identificatorios intentando volver al momento inicial. La buena noticia es que estas elecciones siempre van a fallar porque las identificaciones se van a ir cayendo, y esto nos va a facilitar asumir la castración, incorporar la falta y hacernos cargo de nuestro deseo.
En cuanto a la transferencia vertical (sobre los terapeutas), Lacan señala la ilusión deseante proyectada en una promesa de completud facilitante semejante a la fusión original del primer tiempo del Edipo.
Gran parte de nuestro sufrimiento tiene que ver con nuestra dificultad para asumir la castración, la pérdida. En psicodrama retomamos el fracaso edípico. Este fracaso se convierte en instrumento terapéutico ya que todo es revivido a través de él y nos conduce al duelo de la relación infantil.
El Edipo tiene que ver con el posicionamiento frente a la madre y al padre, y en psicodrama, escena tras escena, es lo que trabajamos casi en exclusiva. Aun refiriéndonos a otros personajes (jef@s, compañer@s de trabajo, abuelas o terapeutas), estos suelen remitirnos al padre, a la madre y a un@ mism@, reviviendo los afectos y conflictos de la relación edípica original de cada cual.
Gennie Lemoine defendía que el psicodrama es la “cura del deseo de nuestros padres, deseo que padecemos y que anula nuestras posibilidades de ser, al tiempo que nos permite encontrarnos con el deseo que nos es propio”.
En las escenas podemos ver lo que cojea en nosotr@s y enterarnos de qué otras opciones hay. Parte de mi experiencia en el grupo de psicodrama ha sido poder ver y dejar que me calara la posibilidad de ocupar otros sitios; sitios que tendrán otras consecuencias y efectos pero que realmente puedo ocupar cuando quiera.
Y es que para poder salir del sitio, un@ tiene que enterarse de dónde está. El psicodrama nos da la oportunidad de hacer relectura de nuestra historia, escena tras escena. Está destinado a aquell@s que repetimos incansablemente la misma demanda, una demanda frenética que no puede ser satisfecha ya que el deseo se consumaría en la satisfacción. Continúa la repetición en el grupo y en éste la demanda circula, algo se hace con ella, surge el intercambio, se acaba el círculo cerrado.
La repetición para ser eficaz necesita cambiarse en representación. Dicha repetición se origina en mayor grado en la falta que en el placer, en la relación con objetos edípicos perdidos con los cuales el encuentro ha sido fallido.
La eficacia terapéutica del psicodrama se basa en la dinámica determinada por la presencia de much@s participantes que actúan como terapeutas y que favorecen la evolución un@s de otr@s.
Al mismo tiempo l@s terapeutas nos muestran el rol y nos revelan nuestros deseo, mostrándonos cómo ese rol se encuentra alienado al deseo del otro y a la imagen que cada un@ cree o pretende tener acerca de sí mism@.
La ley en el Edipo, y que trabajamos para instaurar a través de las escenas, nos ayuda a estructurar y poner a cada elemento del grupo familiar en su lugar.
El psicodrama viene a hacer tambalearse la versión de la realidad que nos contamos. Nos empeñamos en reeditar la misma relación dual infantil. Tenemos un papel que repetimos y desplegamos para que otr@ nos confirme nuestra película. Es una estrategia defensiva, un escondite frente a la castración porque, ante el susto de no querer rascar, lo más fácil es esconderse detrás de un rol. Ese papel tiene que ver con rasgos que percibimos importantes para las figuras que tienen valor para nosotros. Este papel es el que nos jugamos en el grupo de psicodrama, y en función de la rigidez y la energía con que nos empeñamos e identificamos con esos rasgos, acumulamos carga de sufrimiento. En el presente ponemos en juego sentimientos y afectos que tienen que ver con otras personas y otros tiempos. Siempre vamos a estar hablando del Edipo en psicodrama.
En la representación y las escenas mostramos nuestro papel y nuestra película; a partir de ellas podemos cuestionarlos y buscar otra posible salida. La verdad va a venir de parte de l@s auxiliares, l@s terapeutas y del discurso del grupo. Hay cosas que yo no veo y l@s otr@s sí y esto facilita que me pille en mi propia trampa. Ante la propia tozudez y empeño vienen otr@s (auxiliares, terapeutas y eco grupal) que nos hacen señalamientos para poder acceder a otro tipo de verdad.
El psicodrama nos ayuda a aclararnos con nuestro deseo. Para ser y para jugar el deseo hay que “poner-se” límites a un@ mism@ y a l@s demás. Reconocer la diferencia. El otr@ no soy yo. Lo mío me toca mirármelo a mí, no colocárselo al otr@.
Además de curarnos del deseo de nuestros padres, el psicodrama nos permite reencontrarnos con el nuestro. Y sólo apropiándonos de nuestra propia potencia nos acercaremos a la libertad.
Las escenas trabajadas en estos meses desvelan el sobreesfuerzo que hacemos por volver al “antes de que cambiara la historia” y lo mucho que nos cuesta enterarnos de que la historia ya cambió. Nuestra historia está siempre presente y el factor imprescindible para no quedarnos fijad@s en el “antes”, es poder despedirnos para abrir la puerta a nuestra nueva historia, nuestros deseos, nuestra vida.
Por otra parte, y en relación con esto último, el cambio de roles en psicodrama sirve para experimentar lo vivido desde otros lugares, permite a cada actor separarse de su propia historia-deseo y ponerse en el lugar del otr@, facilita la separación de sí mism@ y del propio enunciado. En definitiva, poder entender que un@ va poniendo en l@s demás cosas propias (actitudes, conductas, palabras…), ayuda a recoger velas haciéndonos cargo de lo propio, desenganchándonos, al menos en parte, de la dependencia y el tener la mirada puesta fuera de sí.
El objetivo de l@s participantes en psicodrama es acostumbrarnos a estar en la falta y poner en cuestión nuestras certezas para poder reconstruirnos de otra manera.
El psicodrama nos incita a pasar de objeto a sujeto, de víctimas a responsables.
Concluyo con una frase de Andrés Herrera en la que afirma que “el psicodrama es un lugar para renacer”. Y yo añado “a la verdad de quienes somos”.
Bibliografía:
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- Lemoine, G. y P. “Teoría del psicodrama”. 2ª edición, 1996. Ed. Gedisa. Barcelona.
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http://www.scb-icf.net/nodus/contingut/arxiupdf.php?idarticle=293&rev=39 - Vega, V. “El complejo de Edipo en Freud y Lacan” Universidad de Buenos Aires, 2015.
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