El cuerpo, la palabra y la cosa en psicodrama freudiano
Mario Polanuer
Resumen: Intentaremos mostrar los resortes con los que opera el psicodrama freudiano, partiendo del relato de un fragmento de la cura de un neurótico obsesivo.
Para ello será necesario apuntar a la cuestión de la palabra en su doble función: de constitución del sujeto, y de herramienta para el tratamiento.
Lo haremos viendo como se despliega en el dispositivo psicodramático lo singular de este sujeto, en lo que hace a su relación al otro, a sus propios objetos (a su cuerpo, en particular) y a los variados objetos transferenciales que en este dispositivo se ponen en juego.
Veremos también cómo, en la neurosis obsesiva, el psicodrama es especialmente adecuado para dar lugar a la posibilidad de una reescritura de la historia, con los efectos de curación que ello permite.
Transmitir lo que sucede en un tratamiento es complicado por diversas razones.
En primer lugar, porque el saber acumulado acerca del funcionamiento de la psique humana está lejos de ser un conocimiento exhaustivo: lo real de la clínica va siempre más allá del saber constituido.
Lo que sucede en la clínica pertenece al registro de la experiencia y en el intento de transmitirlo -que requiere una elaboración conceptual- se produce una ganancia en el terreno del saber por el que se paga un precio: se cambia de registro, se pierde lo que de la experiencia no se puede nombrar y que, probablemente, es su núcleo duro. Lo que constituye el eje de la experiencia psicoanalítica, en particular, pertenece al orden de lo imposible de decir.
Por lo tanto, al hablar sobre un tratamiento, debe saberse que la dimensión de la imposibilidad atraviesa todo el texto. Aceptarlo hace posible el relato clínico. Permite explorar el contorno de ese agujero y construir un texto que bordee ese «imposible de decir», para extraer de ese movimiento las herramientas conceptuales que pueden cernirlo y operar sobre él.
Otra manera de enfocar el asunto: el recubrimiento de lo real por el saber obedece al modelo de la curva asintótica, que se acerca al eje infinita y constantemente, sin llegar jamás a tocarlo.
Esta concepción tiene dos ventajas:
-Al eliminar la perspectiva del saber absoluto, preserva de cualquier posición religiosa.
-Transforma cada cura, cada encuentro con cada paciente, en una aventura, en una experiencia novedosa. Porque requiere una disponibilidad para la invención, ya que lo que está más allá del saber ligado constituye su centro.
La segunda dificultad es consecuencia de la necesidad de definir la perspectiva desde la cual se enfoca lo real de la experiencia clínica.
Cada teoría, cada manera de abordarlo, tiene sus propios paradigmas, su coherencia interna y constituye, a la par que un corpus, un particular código mediante el cual quienes la comparten se comunican entre sí. De esa manera pueden poner en cuestión sus prácticas y someterlas a la prueba de la interlocución, a la prueba del otro.
Pero si se trata de hablar con los que no son “de la parroquia”. Con quienes no comparten -por desconocimiento o por desacuerdo- la misma teoría, se añade un problema suplementario: el particular recorte de lo real que constituye el objeto de una ciencia, de una disciplina o de una praxis, está determinado – a la vez que determina – su propia naturaleza. El objeto «psique» es distinto para las distintas teorías que lo abordan y para las diversas prácticas que lo tratan.
Para una transmisión estricta sería necesario fundamentar los articuladores mayores de la teoría en la que quien expone se sustenta. Como esto resulta irrealizable en contextos como los de este escrito, se requiere del receptor una aceptación provisional – dogmática – de los mismos para poder escuchar algo de lo que la experiencia relatada revela.
Por último, un tercer orden de dificultades. Cuando se habla de una experiencia en grupo – como es el caso – sólo se puede hacer un relato riguroso si se sigue alguno de los hilos que tejen su trama.
El psicodrama freudiano es una práctica en grupo que puede considerarse como una forma de psicoanálisis aplicado, diferente de la cura individual.
Comparte con la cura psicoanalítica algunos elementos, y tiene otros que le son propios: se trata de una práctica en grupo, donde la mirada adquiere una prevalencia similar a la de la voz, donde el cuerpo se pone en movimiento. Por eso, la función “deseo del analista” se pone en juego de una manera particular, acorde al dispositivo que la encuadra, y da lugar a un tipo de funcionamiento distinto al que se da en una cura individual.
A continuación, expondré un fragmento de una sesión de psicodrama. Intentaré mostrar el funcionamiento del dispositivo a la vez que de qué manera, en ese contexto, se aborda el tratamiento de una neurosis.
Se trata de un caso de neurosis obsesiva, elegido por dos razones:
Primera razón, freudiana: Freud sostenía, en su artículo sobre el Hombre de las ratas que es …una apreciación psicológica del pensar obsesivo arrojaría unos resultados de valor extraordinario y contribuiría a aclarar nuestras intelecciones sobre la esencia de lo consciente e inconsciente más que el estudio de la histeria y de los fenómenos hipnóticos[1].
La segunda, psicodramática: la estructura del dispositivo psicodramático lo hace particularmente apto para el tratamiento de esta neurosis.
Se trata de un paciente que ha llegado al grupo de psicodrama por una indicación de su analista, con quien continúa un análisis.
Esto tiene su importancia para quienes, siendo psicoanalistas, practicamos el psicodrama. La pregunta por la relación entre las dos prácticas subyace a muchas de nuestras reflexiones. Intentaré mostrar lo que este caso nos enseña al respecto, y que hace al problema de las indicaciones.
Indicaciones en el sentido usual – indicar un tipo de tratamiento – y en un sentido más específico, como un tipo de intervención en un tratamiento: indicar la toma de una medicación, una conducta determinada o, como en este caso, la indicación de hacer algo, hecha por un analista.
José, el paciente en cuestión, llega al grupo por indicación de su analista. Una indicación y no una orden: para entrar en el grupo y comprometerse con el trabajo a realizar, José ha de asumir la responsabilidad de la decisión. El tratamiento no sería posible si para él se tratara de obedecer a un analista ubicado transferencialmente en la posición de amo.
Para eso es necesario que sea él mismo quien cruce el umbral del grupo de psicodrama. El hecho de hacerse cargo de ello, de pedir ayuda a alguien constituye una variación en su relación consigo mismo. El demandar adquiere la dimensión de acto, de atravesamiento.
José tiene buenas razones para ello. Empresario, hijo de una familia acomodada, de alrededor de 45 años, José viene a ver al psicodramatista porque padece.
Relata que se angustia muy fácilmente. que le cuesta desempeñar su trabajo en todo lo que hace a las llamadas relaciones humanas, que son básicas para su buen desarrollo, ya que se siente viviendo como encerrado tras un muro. Arañando las paredes de la fortaleza en la que se refugia, y que se ha convertido en una cárcel.
Eso le hace sentirse siempre en falso. El muro es también una máscara. Engaña al otro y le deja aislado del mundo, sin poder establecer una relación que él sienta auténtica.
Encerrado entre sus murallas, su actividad principal es lo que el llama pensar. Los contratiempos más triviales y los problemas más serios, los acontecimientos más nimios y los sucesos de mayor trascendencia, las noticias que no le atañen y las más importantes de su vida personal, son por igual motivo suficiente para que a José se le dispare el pensamiento. No importa que él crea saber que darle vueltas a las cosas no le ayudará a solucionarlas, o que considere el contenido de los pensamientos totalmente estúpido, y a su repercusión emocional excesiva.
Es como si su castillo estuviera desconectado del mundo hasta el punto que resulta hermético. Así como nadie puede entrar, tampoco puede salir nada. Forzando la metáfora, y adelantando una hipótesis interpretativa, se puede afirmar que por no salir, no sale ni la mierda. Que carece de desagües.
Por lo tanto lo que le entra, lo que viene de afuera, está destinado a una rumiación eterna. O, dicho de otra forma, no tiene por donde soltar la mierda. José la arrastra, así, por el mundo. En forma de pensamientos.
Por último, esta peculiar manera de estar en el mundo, no deja de tener consecuencias físicas. Esa mierda que arrastra, aquello de lo que no puede desprenderse, le hiere. Le duele el estómago, le duelen los hombros y está siempre cansado.
Esta situación no halla vías de solución en su análisis, que continúa desde hace de varios años. Por eso decide aceptar la indicación de su analista y pide entrar a formar parte de un grupo de psicodrama.
Seis meses después de integrarse al grupo, durante los cuales se produjo el atravesamiento que su implicación subjetiva en el trabajo requiere, protagoniza una sesión de la que relata dos escenas.
Comienza hablando acerca de sus dificultades para tomar una decisión en lo que respecta a su matrimonio. Dice que desde hace mucho tiempo, años, éste no funciona, que el amor recíproco no existe y que piensa en que debería separarse de su mujer, pero que no puede tomar la decisión de hacerlo.
Se lo ha planteado más de una vez, pero ella no está de acuerdo, y le da un montón de razones para continuar juntos.
Cada vez él cede a las argumentaciones que ella le presenta, pero en su interior el pensamiento insiste: ha devenido en una carga, que lo agobia y que, una vez más -como sucede con otros pensamientos-, irrumpiendo en su conciencia autónomamente, lo invade. Y le impide estar del todo en lo que hace.
Cuando se detiene a detallar los pormenores de su tortura, el animador interviene invitando a los otros miembros del grupo a hablar, y sus asociaciones puntúan el relato de José, cambiando la prioridad de sus proposiciones.
Podemos dividir el relato de José en dos apartados:
El primero, que él cuenta a modo introductorio, refiere a un encuentro fallido con su mujer, a una escena en la que el otro juega un papel.
El segundo, su motivo de preocupación, un relato pormenorizado de la fenomenología de su sufrimiento mental. Este relato es, esencialmente, la repetición de lo que ya ha dicho en numerosas ocasiones, aunque su contenido varíe. Se interrumpe por una intervención del animador, que precipita al diálogo.
Las respuestas de los otros priorizan el primero, que él daba como subordinado, y permiten al psicodramatista indicar la representación de la escena del diálogo con su esposa.
Durante la representación, dice en un soliloquio: sólo podría separarme si ella estuviese de acuerdo. José sólo podría hacerlo si esa separación no implicara un encuentro con la diferencia. Es decir, si no tuviera la dimensión de acto, lo que le remitiría a su soledad estructural.
Paradójicamente, es ésta posición la que lo aísla. Es evidente, incluso para él, que la conversación es un falso diálogo, ya que en lo que hace a su deseo está fuera de juego. En ése momento, aunque físicamente presente, está ausente en tanto sujeto, y la inhibición para el acto hace que su pensamiento quede «haciendo círculos». El goce que se pone en juego en este síntoma es del orden del masoquismo moral.
Volviendo a la escena, cuando juega el rol de su mujer, comenta en un aparte: Si rompo mi pareja, una pareja normal, sería como un niño malo… el niño malo de mamá.
Esta frase es subrayada por sus compañeros en sus comentarios, mostrándole que habla tanto de su posición infantil respecto a su mujer, como de su miedo a la soledad que el momento de realización de un acto conlleva.
José produce entonces una nueva asociación. Sin saber porqué, le viene a la mente un hecho acaecido una veintena de años atrás:
Por circunstancias que no recuerda, se vio obligado a acompañar a su madre a Andorra. Viajaban en su coche y él conducía.
No sabe de qué hablaron, pero recuerda su angustia, que crecía a medida que el viaje avanzaba. No sabía, dice, como llenar el tiempo.
Para jugar la escena, pide a un compañero que haga el rol de su madre.
Lo elige porque, como su madre tiene… carácter.
Nuevamente, como en la escena anterior, es cuando juega el rol de su madre cuando aparece algo de lo que no tenía intención de decir. En este papel no para de hablar, Y como quien habla «para llenar el tiempo», le cuenta a José -es decir, en los hechos, se cuenta a sí mismo – una anécdota familiar:
Recuerdo a Juan, mi hermano, dice. Le asesinaron al final de la guerra civil. Era militar, y le dijeron que le dejarían irse, pero era una trampa. Le habían detenido cuando estaba a punto de huir, y había un pequeño avión esperándole. Le dijeron que le dejaban irse, y él subió al avión, y fue justo en el momento en que estaba despegando cuando comenzaron a disparar, matándole.
Al volver a su rol, y escuchar este relato en boca del antagonista, palidece y dice: Siempre se me ha dicho que soy el vivo retrato de mi tío Juan.
En boca de su madre aparece la amenaza que subyace a la posibilidad de despegarse. Y la reactualización de la emoción que la escena suscita, le hace vacilar.
Ya no está en una posición pasiva respecto a sus propios pensamientos, sino que se encuentra confrontado, por obra del psicodrama, a una decisión. Es en la transferencia donde la acción se juega. Y la representación produce un cambio en el tipo de discurso. Del discurso de un esclavo, cuyo amo es ese pensamiento, al de alguien que se siente dividido. Esa división, ya en forma de pregunta, es la que lo hace hablar.
En el pasaje de un tipo de discurso al otro hay un momento privilegiado: el momento de la vacilación. Aparece ahí, de una manera fugaz, un tercer tipo de discurso, en el que el sujeto aparece descentrado; lo que causa su discurso es el lugar que el otro ocupa en tanto representante (semblante, diríamos en términos lacanianos) del objeto.
En ese momento casi virtual de tan fugaz, el saber que nace está en conjunción con la verdad. Se trata de lo que Lacan llama en su Seminario sobre el moi «la verdad en estado naciente».
Eso le abre la posibilidad de una elección, que puede determinar un cambio en su posición subjetiva. Aunque para ello es necesario que se pague el precio de una renuncia.
Renuncia al goce del síntoma. Narcisístico, en cuanto se satisface de sí mismo.
Renuncia a completar a la madre, que se define para él por lo que tiene, al punto que se plantea la siguiente pregunta: ¿La amenaza ante la posibilidad del despegue no tiene efectos en la medida en que él se coloca ocupando el lugar de lo que no tiene?
Renuncia a lo que él ha bautizado como muralla, y a correr el riesgo que asumir la condición de sujeto deseante implica.
¿Por qué, cabe preguntarse, ese momento de vacilación es tan importante? ¿Por qué la hipótesis de que ese es un momento de viraje posible?
Porque es un momento en el que también vacila su consistencia yoica, momento en el cual lo estructurante de «los efectos de la palabra sobre el sujeto» (una definición lacaniana del inconsciente) se deja oír por un fugaz instante, se abre en una pulsación.
El yo de José es su defensa, la muralla es lo que le da consistencia. Al abrirse, en ese instante de radical encuentro con la alteridad que la escena propicia, el fantasma de la amenaza materna que lo sostenía desnuda su condición de puro enunciado, ya que el antagonista – el que jugaba el papel de madre – en el hecho mismo de prestar su voz para pronunciar dicha frase se desplaza del lugar de puro soporte transferencial que José le asignaba.
La particularidad del psicodrama, podría formularse, desde este punto de vista, es que conduce a un encuentro (con el desencuentro) con el otro.
Para retomar los términos empleados al principio de este escrito, se trata de pasar de la impotencia – de ese rasguñar los muros desde dentro – a la confrontación con la imposibilidad de un encuentro que haga Uno.
Se funda así la posibilidad de establecer un lazo con el otro como tal, ya que al reconocer la alteridad, al abrirse la dimensión de la diferencia radical, es posible reconocer al otro como sujeto particular.
Semejante, prójimo, pero radicalmente otro, inaprensible en su totalidad.
Esto es lo que fundamenta la adecuación del dispositivo psicodramático en la neurosis obsesiva: precipita al encuentro (con el desencuentro) con el otro.
Para terminar, apuntaré algunas cuestiones sobre las cuales el caso de José nos enseña, aunque sólo sea de una manera especulativa.
La madre es el Otro primordial. Es la Cosa mítica, el das Ding freudiano. Satisface todas las necesidades, sostiene con su deseo la significación del sujeto, y es portavoz de los fundamentos simbólicos de la consistencia yoica del mismo.
Pero en el momento en que se pone en juego su incompletud, la Cosa se pierde para siempre. Su deseo por un objeto más allá del niño muestra su falta, pero solo a costa de esta pérdida, de este desgarramiento, el sujeto puede advenir en tanto deseante.
En la neurosis obsesiva, la castración materna, insoportable a la par que necesaria, está inscripta en tanto reprimida.
La sintomatología responde a un hecho estructural: la represión de la falta en la madre lo impulsa a completarla, produciéndose así un enlazamiento entre lo simbólico de las palabras y lo real del cuerpo. Por eso no podemos llamar a los síntomas físicos de José conversiones.
No metaforizan con el cuerpo, al modo de los síntomas histéricos estructuras de palabras – la palabra hecha carne -. Son más bien efecto – y muestra – de un particular modo de continuidad entre simbólico y real.
Sólo con la pérdida de La Cosa, con el descompletamiento de la madre mítica, ha lugar a la misteriosa dimensión del deseo, y a la de su siempre enigmático objeto.
El dispositivo psicodramático, animado por el deseo del analista, apunta a poner al sujeto en posición de elegir.
La elección en sí, que – como todas las decisiones – implica una pérdida, queda del lado del sujeto.
El carácter subversivo del psicoanálisis es consustancial a la revolución que supuso el descubrimiento freudiano: el hombre no está en su propio centro.
Este descentramiento esencial determina la imposibilidad de un encuentro consigo mismo.
La libertad por la que el psicoanálisis apuesta es la que, por no renegar de dicha imposibilidad y más allá del dolor que ello implica – se trata, finalmente, del dolor de vivir – permite salir de la impotencia.
[1] S. Freud, A propósito de un caso de neurosis obsesiva. Obras Completas, Volumen X, página 178, Amorrortu editores.
Bibliografia
Freud Sigmund. Obras completas, Amorrortu editores, página 178.
Massotta Oscar. Lecciones de Introducción al psicoanálisis. Gedisa
Lacan Jacques . Proposición del 9 de octubre. Escritos 1 Edit. Siglo XXI
Lacan Jacques. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Seminario 2. Edit. Paidos