Transferencia y psicodrama.
Carlos García Requena[1].
RESUMEN: Como en un laberinto de espejos, en el grupo todos se miran buscando lo que ni siquiera saben. Actúan y se mueven con un plan propio y secreto, un juego al que los demás son invitados. Cada cual con sus propias reglas, cada cual esperando una cosa, pero todos resonando juntos en un baile incierto.
Nos asomaremos por un momento a los fenómenos transferenciales, partiendo de unas pinceladas conceptuales para acabar hablando de los diferentes desplegamientos en el encuadre individual o grupal.
“Anton, Anton
Anton pirulero,
cada cual, cada cual
que atienda su juego
y el que no lo atienda
pagará una prenda”.
Canción popular.
«Contigo conocí el amor
porque sólo me diste de él
la forma imposible»
Nemer Ibn El Barud
“En términos generales, la trasferencia designa la tendencia inconsciente a reeditar, en los vínculos del presente, ciertas modalidades de relación originadas en la infancia con los objetos primarios. A causa de ésta propensión, los deseos inconscientes se hacen presentes en todos los lazos sociales que el sujeto va estableciendo en los diversos momentos de su vida.” (Korman, V. 2004).
Freud comenzó a hablar de transferencia en 1888, cuando apuntaba al desplazamiento del síntoma histérico en el cuerpo. Sin embargo, será más tarde, en Estudios sobre la histeria (1895), donde la transferencia adquirirá el matiz que conserva hasta hoy, un significado que tiene que ver con el desplazamiento y el falso enlace[2].
Transferir significa desplazar una cosa de un lugar a otro. ¿Qué cosa? Para Freud, “la transferencia es un caso particular de desplazamiento del afecto de una representación a otra”.
En la transferencia se produce un pliegue, que une pasado y presente. Respecto de lo pasado, implica el rechazo de un deseo a partir de la aparición de algo que lo hace conflictivo y que se da en el marco de la relación con un objeto (inicialmente figuras parentales). Ya sabemos que la represión opera separando el afecto de su representación original, de manera que esta es reprimida y el afecto vaga errático en busca de otros depositarios. En el presente, el afecto, huérfano de su representación original vagabundea en busca de un lugar y se intenta actualizar depositándose sobre otros objetos. El afecto sigue siendo el mismo, solo que ha sufrido el desplazamiento a una representación menos conflictiva desde la que intentar desplegarse. ¿En busca de qué?
Tengamos en cuenta que la transfererencia es la repetición de un pretérito olvidado[3], un intento de reescritura o reimpresión de fantasmas y deseos inconscientes, una tentativa imposible de redimir experiencias tempranas de decepción. Lacan lo explica de éste modo: La repetición tiene que ver con el orden de lo “no realizado”, es decepción en acto, “como lo que el sujeto está condenado a no alcanzar, pero que ese no alcanzamiento mismo revela”. Podemos decir entonces que la trasferencia es el lugar por excelencia de la repetición, pues los sujetos vuelven a sus experiencias frustradas[4] en el intento de dominar retroactivamente su fracaso.
En la transferencia, la pulsión empuja constantemente tratando de generar en el otro una respuesta que suponga una satisfacción: ser visto, ser oído, etc. Pero la pulsión no pide consentimiento, se impone a la vista del otro, roba, obliga en silencio. Se manifiesta en un acto que trata de poner al otro en jaque, obligándole a una respuesta, la esperada. Busca en otro objeto la posibilidad de satisfacción a través de una jugada que implica ponerle contra las cuerdas.
El sujeto tiende a repetir sus experiencias primordiales y a proyectar sobre las personas que le rodean en su vida cotidiana, imágenes de las relaciones pasadas en las que irán implícitos ciertos tipos de reivindicación amorosa inconsciente. Una demanda de amor que se realiza ahora a un lugar equivocado en un intento de reactualización en el que se trata de obtener lo que no puede ser; de ahí que sea siempre un intento frustrado y por lo tanto, llamado a repetirse constantemente. En la transferencia, por lo tanto, hay algo de imposible, de deseo frustrado[5] y de negación por asumir su duelo.
Una de las figuras que se erige como depositario de éste intento de reedición afectiva es la del terapeuta[6]. En la medida que el espacio terapéutico permite el desplegamiento de modalidades transferenciales sobre objetos presentes, se abre la posibilidad de poner palabras a estructuras silentes que apuntan directamente al deseo.
Freud hablaba del desplegamiento de la transferencia en la cura como un espacio intermedio donde el sujeto podía elaborar sus fijaciones infantiles, pues sólo cuando se hacen presentes[7] es que puede figurarse algo de lo que secretamente encierran y optar, por la vía de la renuncia, a otras alternativas de relación más libres.
Para ello, el analista y los miembros del grupo (en psicodrama), son pantallas donde cada cual desplegará su propia película interna, sus propias demandas de amor o sus tribulaciones odiantes. Una vez que el analista sirve como depositario de las imagos que proyecta el paciente, debería poder escabullirse, sustraerse de los roles que le fueron adjudicados[8] para poder poner en evidencia la falsa conexión. Este desplegamiento afectivo inicial en las figuras intermedias es necesario para poder poner después el deseo a las puertas de la conciencia.
Esta universalidad de la compulsión a la repetición, y por tanto, de la trasferencia, es la que convierte a la cura (analítica o psicodramática) en un instrumento, porque permite presentificar el acto ante la mirada de otro que hace de espejo.
Sin embargo, no es algo sencillo. El sujeto no es consciente del juego que despliega[9], pues el carácter de actualidad vela y desdibuja tanto el carácter reiterativo de su reclamo como el mensaje mismo que el desplegamiento de estos prototipos infantiles posee. No se trata de una repetición taxativa de conductas, lo que se transfiere es algo del orden de la realidad psíquica en la que los deseos inconscientes (y los fantasmas asociados a ellos) ocupan un lugar clave. No se produce como recuerdo (como le gustaría al analista), sino como acto, lo que la hace en cierta manera codificada. No son repeticiones literales, sino equivalentes de lo vivido con anterioridad. Los indicios de las distintas adjudicaciones[10] deben ser decodificados, lo que supone un paso de lo inconsciente a lo consciente a partir de la invocación de la palabra allí donde lo que se manifiesta es acto.
Dicho esto, y con el objetivo de poner un punto de partida común antes de seguir, es necesario detenernos un momento en realizar una pequeña aclaración que frecuentemente es motivo de confusión.
Si lo que transferimos es el afecto, sea cual sea la naturaleza de éste, no tiene mucho sentido la clásica distinción entre transferencia positiva y negativa, al menos tal y como frecuentemente se entiende, pues la transferencia de afectos es siempre negativa para la marcha del análisis, independientemente de si ésta se da en su vertiente amorosa o en la odiante. No se trata tanto de plantearlo en términos de transferencia positiva o negativa[11], sino de distinguir la transferencia como motor o la transferencia como resistencia del proceso terapéutico[12].
La transferencia como resistencia[13] tiene que ver en sí misma con el desplazamiento de los afectos, sea cual sea su naturaleza, pues en cualquier caso está al servicio de encubrir una verdad. Siempre es negativa para el avance del análisis, pues no importa tanto que te ame o que te odie, ya que son dos caras de lo mismo. El desplazamiento de afecto es siempre un procedimiento defensivo que viene a congelar el progreso analítico. Cuando un paciente se enamora o despliega su odio[14] encarnizado hacia la figura del terapeuta se despliega en cualquier caso una resistencia al avance, que implica el cierre del inconsciente, silencio, detención de la asociación libre, declaraciones de amor, sensaciones de agravio por la ausencia de respuesta del analista a las demandas y en definitiva, la ocultación de contenidos en servicio de la imagen, etc. En éste sentido, se produce un velamiento de parte del sujeto que de no ser elaborado, puede terminar con el proceso mismo.
La transferencia como motor[15] tiene que ver con que el individuo pueda poner libremente en juego su red significante al servicio del avance del análisis. En éste sentido, frente al afecto que frena, está la asociación libre como flujo que empuja al desvelamiento. Se trata de una transferencia promovida por el deseo de saber y no por el deseo de conseguir cierto posicionamiento afectivo del terapeuta.
El paciente quiere amor, mientras que el conductor o analista quiere que el análisis continúe, que prosiga el deseo de saber. Es en ese impasse, en ese falso enlace, que se da la trasferencia.
Hemos de reparar en que debido al posicionamiento y disposición de los personajes y funciones en liza, la transferencia no se juega de la misma forma en el psicoanálisis que en psicodrama. ¿Hay en psicodrama una auténtica trasferencia analítica?
Aunque el objetivo de la intervención es siempre apuntar al deseo que está suspendido en la demanda, el psicoanálisis individual y el abordaje en grupo acceden a él de maneras diferentes. ¿Cómo ocurre el fenómeno de trasferencia en el grupo?
La situación de grupo pone en juego la mirada, lo que hace que haya algo de la trasferencia que se juegue de otra forma, pues la visión de los miembros del grupo y el desplegamiento de las identificaciones[16] como soporte transferencial, modifica su estructura y contenido.
En el análisis, se juega con la huella de un otro que está presente desde su ausencia y que actúa como soporte del despliegue imaginario. La identificación y la trasferencia, en los grupos es promovida y acentuada por el acceso que se tiene a la mirada, y en éste sentido, el dispositivo psicodramático permite y fomenta el desplegamiento de un amplio abanico de transferencias/identificaciones que permiten anudar antiguos deseos a nuevos pasajeros, de manera que el grupo se transforma en un complejo de pantallas identificatorias. A través del semejante, el sujeto puede acceder a partes de sí que están negadas.
Si bien en ambos encuadres se precisa de otro que sea el soporte del propio discurso (un otro al que hablarle y donde volcar los afectos), en el análisis, el analista es un solo polo al que dirigir la transferencia[17]. En el grupo, la transferencia se fragmenta y deja de ser tan exclusiva para abrirse lateralmente hacia los demás participantes[18], lo que quita una parte de esa carga centrada en el terapeuta[19]. En psicodrama, por tanto, la transferencia actúa en todas las direcciones.
Freud describe que lo que se revive en la trasferencia es la relación del sujeto con las figuras parentales, siempre ambivalente. Sin embargo, en el grupo también se depositan rastros de otro tipo de relaciones más allá de las paternales. Tal y como dice Slavson (1976):
“En la psicoterapia grupal, las trasferencias paciente-terapeuta se ven modificadas por la presencia de otros. Se activan en éste caso los sentimientos tempranos y los recuerdos inadecuadamente reprimidos relativos a hermanos y progenitores. De éste modo, un paciente que proyecta sobre el terapeuta sentimientos trasferenciales propios de la relación padre-hijo, puede, al mismo tiempo, reaccionar también ante otros miembros del grupo como si éstos fuesen sus hermanos”.
En éste sentido, hay algo de ventajoso en el grupo, pues la multiplicidad de posibles depositarios ofrece la posibilidad de un desplegamiento afectivo más variado. Uno de los ejemplos es que dentro del grupo, es más posible la aparición de la agresividad. El desplegamiento de los contenidos hostiles es fundamental en todo proceso terapéutico; sin embargo, la situación analítica, donde la misma figura ejercerá de contenedor de afectos de distinta índole, produce conflicto y propicia el desplegamiento de ciertos afectos en detrimento de otros. Mercedes Moresco nos habla de un paciente que estuvo 8 años en análisis y durante ese tiempo, nunca pudo desplegar su agresividad más que en ciertos comentarios. Al incluirlo en un grupo de análisis, pudo decir a sus compañeros todo aquello que aparentemente “no sentía” en la protección del diván[20]. En éste sentido, el grupo permite fragmentar las transferencias y facilita el juego de ciertos afectos que no se desplegarían de la misma forma en el encuadre individual.
Es por esta misma razón que podemos pensar cómo en la situación individual el juego transferencial es más pausado, mientras que en el psicodrama, la transferencia se dispara y se fragmenta, de manera que todo se vuelve vertiginoso. La mirada es, por lo tanto, un factor precipitante que deja al sujeto desnudo y le empuja constantemente a desplegarse. El grupo jaquea constantemente al sujeto y acelera el proceso analítico.
En cualquier caso, sí que merece la pena distinguir que en el grupo se dan dos modalidades de transferencia:
Trasferencia horizontal o lateral. Se trata de un tipo de transferencia que se da a partir de las identificaciones inconscientes establecidas con los otros miembros del grupo a partir de huellas o rasgos mínimos representativos. Se trata de una identificación con un rasgo mínimo con mínima significación al que llamamos Rasgo Unario y su función es ser soporte de la repetición[21].
La transferencia-identificación horizontal queda al descubierto cuando se lleva a cabo la elección de auxiliares. Es un tipo de ligazón afectiva donde “el yo se impregna de las propiedades del objeto y se limita a tomar de él tan solo uno de sus rasgos” (Freud). Se elige al otro sin saber por qué, casi sin palabras, pero la elección nunca es casual y pone siempre en juego significantes a partir de rasgos que como puentes, unen el presente con la escena pasada. Esa elección permite la aparición de “un primer momento de verdad que va más allá de lo que se “sabe”, más allá de lo que se habla, pues en ella se nombra algo de verdad en relación al deseo”[22].
Trasferencia vertical. Se trata de la transferencia que se establece con la figura del terapeuta y más que una trasferencia generada por la identificación de un rasgo que reactiva la conexión con otra escena, se trata de una trasferencia sobre el sujeto-supuesto-saber.
Tanto en análisis como en psicodrama, al terapeuta se le coloca como sujeto-supuesto saber, garante del deseo y de la verdad, y desde ahí, se le supone que puede dar con la clave del proceso desorganizado del paciente. Y es a ese lugar al que se lanza la demanda, que vendría generalizada por un deseo del paciente por saber de sí: “¿quién soy yo?” (¿Qué me pasa? ¿Qué tengo que hacer? ¿Por qué me pasa lo que me pasa?). En ambos dispositivos, el paciente se encuentra con el silencio del terapeuta, solo que de distinta manera.
En análisis, el silencio del analista y su ausente presencia frustran la demanda y propician que la pregunta lanzada al otro vuelva a sí mismo. En psicodrama, la presencia del coordinador es soporte de la transferencia y es más difícil zafarse de ella pues se está en el medio de un vórtice de fuerzas a las que es difícil no responder en algún momento. El coordinador está presente, pero no de la manera que se espera, pues ante la demanda de los integrantes del grupo, en vez de responder relanza el discurso hacia otro lugar. En vez de saturar preguntas con respuestas, devuelve nuevas preguntas que vienen al lugar de la sorpresa, en vez de circular en torno al razonamiento trata de dejarse resonar en la confianza de que las verdaderas respuestas vienen siempre de otro lugar (el inconsciente)[23]. Se trata de una apuesta por abrir el sentido en vez de cerrarlo, por crear un espacio para convocar la subjetividad del paciente en vez de saturarle con un significado amo. Entonces, los integrantes se miran entre ellos para descubrir en la lateralidad, que en calidad de testigos, ellos también detentan una parcela de la verdad[24]. El lugar de las respuestas se amplia, ya no está centrado exclusivamente en el analista, como tampoco la demanda de amor[25].
El lugar de supuesto saber no tiene tanta importancia en los grupos porque no hay uno solo que lo sostenga. La intervención espontánea de sus miembros modifica la trasferencia única y lleva a concebir el lugar de supuesto saber como un lugar compartido, un lugar rotativo, donde cualquier miembro se hace momentáneamente portador de un determinado saber.
En éste punto, cabe decir que el terapeuta en grupo no se ofrece para dramatizar, no toma roles ni participa de las representaciones porque si dramatiza se implica. No puede ofrecerse como polo de identificación porque hay riesgo de quedarse pegado al circuito libidinal de los individuos y el grupo. Si llegarse a participar en la escena, estaría respondiendo en cierta manera a una demanda de entrar en un juego que es el juego del paciente, y ya sabemos que eso tiene sus riesgos. Por otro lado, participar de la dramatización supondrá quedar equiparado al resto del grupo como un miembro más, pudiendo dejar al descubierto ese lugar diferente que representa a la función simbólica y que viene a limitar el goce[26].
La función del conductor de grupos en relación a las transferencias viene a ser un trabajo de actualización de las relaciones para ir desvinculándolas, en la medida de lo posible, de aquellas otras que hemos ido estableciendo a lo largo de nuestra vida con el grupo familiar y con otros grupos de personas, para poder desarrollar un modelo más acorde con nuestro momento particular. Para ello, debe permitir que se desplieguen, pues sólo in presentia es que se puede ver la naturaleza de las mismas. Una vez desplegadas, un cierto requiebro supone dejar vacante el lugar para que el ocupante original pueda volver a reencontrarse con el afecto[27].
En análisis, será el silencio del analista el que servirá de pantalla para que el sujeto pueda verse a sí mismo y sus actos los que vengan a quebrar el intento de referenciarle los afectos transferidos. En psicodrama, además de lo anterior, el factor de ruptura imaginaria se da porque los otros nunca responderán como cada cual espera. En éste sentido, la imagen que se espera recibir siempre queda en entredicho. Simon Blajan Marcus dice que “no hay relación de grupo” porque el malentendido fundamental aparece innegablemente. En esa fisura se instala el psicodrama, para intentar abrir y despegar aquello que trata de suturarse.
Cada sujeto lleva al grupo todo el bagaje condensado de lo que han sido sus relaciones con los grupos, es decir, una interiorización de estilos básicos de relación. Al ponerse en relación con otras personas, los imaginarios se ponen a jugar, de manera que siempre se producen ecos entre individuos. Pacho O`Donnell dice que la transferencia podría concebirse como “dos ruedas dentadas que giran libremente hasta encajar una en la otra.” En ese momento, donde ambas ruedas llegan a girar al unísono, pasado y presente quedan unidos y giran al tiempo.
En el grupo de psicodrama, todo está dispuesto para separar por un momento lo que quedó repetitivamente asociado. El juego reanuda un discurso que se había detenido y en ese nuevo desplazamiento, el afecto reencuentra su destino, que es el de liberarse para volver a fijarse sobre un significante. La escena representada nunca es como la que se recuerda, los auxiliares nunca se comportan como lo hicieron los sujetos originales y por si fuese poco, en los ecos, los participantes aportan nuevas claves a la cadena. Esta “serie de catastróficas desdichas” dan al traste con la repetición y brindan espacio a la posibilidad de que puedan darse otras realidades fundamentadas en otro tipo de relaciones. En éste sentido, la experiencia de dramatización tiene efecto de nueva escena que puede modificar los circuitos trasferenciales.
Por último, cabe comentar el papel que en psicodrama freudiano ejerce el observador en relación a la transferencia. Desde su lugar de escucha desempeña el papel más analítico y ejerce como último cerrojo en la evitación del goce, que si hablamos de transferencia puede darse si el grupo o el terapeuta quedan presos de determinado juego transferencial.
El hecho de trabajar en pareja favorece que las caídas en dichas redes transferenciales del grupo puedan ser mejor prevenidas, y en caso de sucederse, manejadas. La duplicidad de mirada y de escucha ayuda a detectar mejor éstas dinámicas para ponerlas al descubierto y poder trabajar con ellas. Esta función ejercida por “el otro”, que hace función de tercero en la relación, no sólo es importante cuando la transferencia viene del lado de los integrantes del grupo, sino también cuando la propia historia del terapeuta se despliega en el espacio grupal contaminando las relaciones[28].
Por otro lado, la misma estructura de las sesiones psicodramáticas, donde los terapeutas se alternan en las funciones de animador y observador, favorecen que las transferencias no puedan quedar fijadas por mucho tiempo, pues allí donde el paciente apuntó encuentra un vacío que ahora es ocupado por otro.
Un caso clínico de transferencia a partir de una sesión de psicodrama.
Carola, una integrante del grupo comienza diciendo que en una sesión anterior quedó sorprendida cuando el terapeuta eligió una canción de desamor muy especial para ella. Una vez en su casa, se sentía inquieta al sentirse secretamente elegida (¿qué casualidad que eligiese mi canción?). Algo del pasado y el presente quedó enhebrado. De inmediato la conectó con la inquietud de ser elegida por un padre con muchas mujeres a su alrededor. Y cuenta una escena donde en una fiesta, ella descubre a su padre haciendo un aparte con una de sus tías, sorprendiéndoles en una situación un tanto embarazosa. El padre le pide: “no le digas nada a mamá”. Y ella se sumerge en un silencio cómplice, un silencio que nunca la deja tranquila. Una alianza en torno a un secreto que produce inquietud. Es al mismo tiempo un gusto, el ser elegida y recibir la atención del padre, y un enorme peso que supone soportar el peso de un silencio que representa la trampa.
Reconoce haber pasado la vida buscando “a la otra”. La sombra de otra mujer que será buscada en muchas otras sombras de mujer. ¿Para qué? ¿Quizás para que ponga ella las palabras que Carola no puede poner? ¿Quizás para que le de las claves, como en cualquier histeria, sobre qué tiene una mujer que se lleva el amor del padre por encima de la madre?
El animador le pregunta por qué necesita ser la elegida, pero en un lapsus, ella repite la pregunta realizando una ligera pero crucial diferencia: ¿para qué necesito ser la preferida? No es lo mismo ser la preferida que la elegida, porque elegidas pueden haber más, pero preferidas sólo puede haber una. Está clara la demanda de amor al padre y al animador. Sin embargo, ese lugar de “la preferida” que ella pretende, no está exento de pago.
Carola siente inquietud ante el grupo porque que el animador la ha elegido para trabajar de nuevo. “Me sabe mal. La vez pasada también trabajé yo. Hay más personas”. La escena que se dramatiza tiene que ver con esa misma sensación de inquietud que ella sentía ante sus hermanas, que le recriminaban obtener siempre las mejores atenciones del padre. El desplegamiento transferencial se desarrolla en varias direcciones. Por un lado, en torno a la figura del animador, que como reflejo de la figura paterna encarna el lugar deseado, una mirada que la hace sentir preferida. Al mismo tiempo, ese deseo despierta la incomodidad a partir de las miradas de los otros compañeros que, como sus hermanas, desean lo mismo que ella. Carola se encuentra atrapada entre su deseo y el reproche de los otros.
Es claro que más allá de cómo se jueguen los afectos en el grupo actual, lo que Carola siente es un eco de otro grupo, el familiar, el reflejo de otra escena que repite emocionalmente en el presente.
Tras el testimonio de Carola, Ángela, que ha ocupado el papel de hermana en la escena anterior, dice sentirse cerrada, con una sensación extraña donde ella siente que hay algo retestinado (¿retestinado? = ¿Retenido? + ¿intestino?). Desde luego, se trata de algo tragado pero no digerido.
Habla del miedo que siente ante el animador, quien le anima a explorar en éste sentido. Se trata de un miedo a que el terapeuta del grupo se enfade con ella y la agreda. ¿Por qué iba a ocurrir eso? Es claro que algo pasado se ha depositado clandestinamente en ésta nueva relación.
Al evocar el sentimiento de haber sido burlada por alguien de importancia, se encuentra con la figura de Don José, un profesor que se metía con ella ridiculizándola y llegando en algún momento a agredirla.
La escena que se representará será aquella que se produjo cuando Ángela llega a casa tras la agresión del maestro y se encuentra con sus padres. Una escena donde ella calla porque siente que su padre la ignora. Sin embargo, en la escena y a partir de un lapsus que comete, queda al descubierto la duda: ¿es su padre quien la ignora o es al revés?
Pero más allá de eso, lo que me interesa rescatar de ésta viñeta tiene que ver con la secuencia que se produce y con cómo varios personajes vienen a ocupar el mismo lugar de una serie psíquica transferencial en la que el animador del grupo es el eslabón más presente, el depositario actual del afecto evocado.
En este mismo sentido, y para terminar, rescataré un pequeño diálogo de la secuencia final de la película “Freud, Pasión secreta”, en la que se despliega la encrucijada de este amor imposible que es la transferencia:
Cecili. Me aseguró que saber la causa de mi enfermedad me curaría, y sigo deseando estar muerta. ¿Ahora que estoy curada no volverá a verme?
Freud. Volveré a verte porque no estás curada.
Cecili. ¡Mis síntomas se han ido!
Freud. Si… todos menos uno… tu amor por mí.
Cecili. ¡Eso no es un síntoma!
Freud. Buscabas a tu padre y lo sigues buscando a través de mí. Sigues buscando su cariño. Yo solo soy un reflejo de su imagen.
Cecili. ¡Pero yo a usted le quiero por sí mismo! (…) ¿Acepta ese amor?
Freud. Lo acepto como algo sagrado. Hasta que desaparezca y haga sitio a otro amor, un amor de tu propia elección. Recaerás, pero llegará el día en que afrontes la vida según tus propias ideas.
Bibliografía.
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- Sunyer Martín, J.M. (2008) Psicoterapia de grupo grupoanalítica. La co-construcción de un conductor de grupos. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid.
Notas:
[1] Psicólogo. Psicodramatista miembro del Aula de psicodrama. Formado en psicoterapia clínica integrativa y Gestalt.
[2] Hablamos de “falso enlace” cuando el afecto queda depositado en un lugar que no es el original.
[3] Freud, en Recuerdo, repetición y elaboración.
[4] El encuentro actual con una imagen pretérita determinada que siempre es fallido y por eso reiterado.
[5] En el mismo momento de ocultar, la transferencia revela, de ahí que la podamos concebir también como una manifestación del inconsciente en la medida que deja al descubierto posicionamientos y estilos de vinculación infantiles que se actualizan en las relaciones presentes. Se trata por tanto, de una de las huellas del deseo infantil reprimido.
[6] La transferencia va más allá de la figura del terapeuta, y se produce en todas y cada una de nuestras relaciones. Sin embargo, hablaremos de las figuras presentes en el análisis y en el psicodrama porque será sobre éstas sobre las que se desplegará con posibilidad de análisis.
[7] Freud: “Nadie puede ser ajusticiado en absentia o in effigie”.
[8] Si en análisis, el giro se lleva a cabo a partir de los actos del terapeuta y de la invitación a asociar, que puede llevar al sujeto a depositar el afecto presente a su momento y depositario originario, en el psicodrama está todo dispuesto para realizar el desplegamiento identificatorio. El relato y la construcción de la escena, la elección de auxiliares, el momento de la acción y los ecos, vendrán a romper siempre el cristal estático de la identificación y a ofrecer nuevas imágenes más flexibles.
[9] El desplegamiento de esa transferencia depende de la historia de cada cual, que siempre es subjetiva.
[10] Podemos decir entonces que la transferencia es, por lo tanto, un proceso de adjudicación de roles inscritos en el mundo interno de cada sujeto, y debe ser entendida como una manifestación de sentimientos inconscientes que apuntan a la reproducción estereotipada de situaciones.
[11] Que hace referencia únicamente a un planteamiento descriptivo del tipo de afecto en juego, pero no habla de una diferencia estructural, pues el enlace falso es igual de resistencial provenga del amor o del odio.
[12] Corresponde a un planteamiento lacaniano distinguir la transferencia como resistencia y como motor. La transferencia en su vertiente resistencial tiene que ver con el desplegamiento del imaginario en la relación entre-dos, mientras que en su vertiente motora se refiere a la libre palabra como vía de acceso al deseo inconsciente. Se trata por tanto, de la vertiente simbólica de la transferencia.
[13] Freud plantea también la trasferencia como una resistencia que se opone a la emergencia de lo reprimido, de manera que la fusión imaginaria con la escena de antaño apunta a evitar saber quién soy yo y por lo tanto, a caer en la cuenta de lo que no puede ser (duelo). La trasferencia es resistencia en tanto que encierra una insistencia por seguir manteniendo vínculos relacionales pasados que apuntan al no reconocimiento del dolor y la falta. Para Lacan, la transferencia en su lado resistencial tiene que ver con el registro imaginario.
[15] Este tipo de transferencia tiene que ver con lo simbólico, pues se despega de lo imaginario y se lanza en la búsqueda del saber asumiendo los riesgos. El paciente se lanza a la asociación libre donde la palabra le va ayudando a saber de sí más allá de la imagen que había creado de sí y del mundo. En éste sentido, se trata de una transferencia que ayuda a avanzar.
[16] Hay cierta coincidencia entre los términos “identificación” y “transferencia”. Si bien están hablando del juego de proyección interindividual, cabe cierto matiz diferenciador. La identificación tiene que ver con la mirada, y la mirada es el vehículo a través del cual se descubre algo en el otro que sirve de soporte para la transferencia. Esta última, tiene que ver con la transferencia afectiva con el objeto al que quedó ligada la identificación.
[17] Transferencia vertical.
[18] Transferencia lateral.
[19] A ese mismo efecto de producir un despegamiento transferencial sobre una sola figura, contribuye el intercambio de funciones de coordinador y animador propio del psicodrama freudiano, lo que permite la ruptura de comodidad transferencial y contra-transferencial.
[20] Baudes de Moresco, M. (1988) ¿Psicoanálisis o psicodrama? Ley, contrato y trasgresión. Ed. Nueva visión. Buenos Aires.
[21] Aunque se trata de un concepto complejo y controvertido, podemos decir que el rasgo unario es representativo del objeto perdido y por lo tanto buscado. La elección de un auxiliar se lleva a cabo guiada por la presencia inconsciente de ese rasgo mínimo en el que se condensa lo significativo del otro para la escena. A través de ese punto de unión, el auxiliar queda momentáneamente pregnado de un eco de otra escena, de otros sujetos a los que representa.
[22] Enríquez, M. Lo que se pone en juego en la trasferencia con el otro. Cuadernos de psicodrama. Revista de la asociación de psicodrama freudiano. Nº ?. Pp.5. Madrid.
[23] Foulkes habla de la existencia de un campo dinámico de experiencia y concibe la situación grupal como un caleidoscopio de relaciones alimentadas por un efecto resonante. La transferencia se encuadra en esa resonancia fantasmática inconsciente. Javier Arenas utiliza el neologismo resonamiento, para hablar de aquella actitud del analista en la que, por efecto de su escucha, responde en resonancia al discurso y la presencia del paciente. Diferencia entonces la vía del razonamiento, donde el analista intenta “razonar con” y “comprender al” paciente, con la vía del resonamiento, donde la respuesta del analista es un efecto resonante.
[24] En el juego de los auxiliares y los ecos de la escena, el resto de participantes aportan significantes que como eslabones de la cadena significante añaden nuevas respuestas.
[25] En el grupo, parte de la demanda es satisfecha, pues hay compañerismo, comprensión, amor, etc.
[26] Al participar en la escena el analista deja de ejercer su función, la ley que garantiza la prohibición del incesto. La función del terapeuta grupal, viene a ser la de limitar el goce y apuntar al límite. Imbuido en la escena, que es gozosa en la medida que el paciente la guardó de un modo cómodo, no tiene libres ni la escucha ni la capacidad resonante como para detectar aquello que engancha al paciente en su trama.
[27] Ver esquema L de Lacan.
[28] Contratransferencia.