Por Enrique Cortes. Psicodramatista. Psicoanalista.
La Envidia (el peor de los pecados)
“…la del niño que no habla todavía, mirando a su hermano colgado del seno de su madre, mirándole”. J.Lacan; Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
“Quien tiene envidia pone gran trabajo en impedir que se manifieste, cosa que trae consigo grandes molestias corporales…” Castilla del Pino; Teoría de los sentimientos.
“Y de todos los vicios, ninguno ataca tanto la felicidad de los hombres, porque no satisfechos de afligirse a sí mismos, los envidiosos perturban el placer de los otros” Descartes; Las pasiones del alma.
Desde Freud, la envidia es básicamente la envidia de pene y como tal organizador de la sexualidad femenina, en el contexto del Complejo de castración y del Complejo de Edipo. En Lacan, en cambio, la envidia de pene la refiere al estatuto imaginario, La envidia quedará referida a la agresividad constituyente.
Seguiré la línea de la identificación y el narcisismo.
Un tipo va por ahí, viviendo y tratando de ser, no obstante es que la envidia es un padecimiento del ser, y de pronto ¡zas!: ve a la envidia. Es decir ve fuera de sí, algo en el otro deseable; algo que no debería estar allí, en el otro. Entonces cuestiona su valía, su ser en el mundo.
Rápidamente hace un cálculo de destrucción del otro por el que se siente desposeído. A él le corresponden los derechos, todos, y desde luego no se ajusta a la ley.
“Allí donde el otro está, yo debería estar, teniendo lo que el otro tiene…”
Ya Freud va a vincular el narcisismo con la envidia, renuncia que la socialización hace inevitable; pero también sabemos por Freud que la líbido no termina por abandonar nunca ese lugar de satisfacción y que el reducto de omnipotencia seguirá allí, más o menos reprimido.
El obstáculo es que en tanto que la envidia es difícil de esconder, el narcisismo camina siempre en riesgo de ser atravesado por la vergüenza del no ocultamiento, y además es un pecado bastante rechazado y detestable. De otros pecados, incluso uno puede jactarse; por ejemplo de los celos por amar en exceso, pero de la envidia no.
Aristóteles, en la Retórica, platea las condiciones para ser envidiado:
“Se sentirá envidia de quienes son nuestros iguales o así aparecen…”
Si volvemos a Freud, él va a plantearlo en términos de amor; Freud plantea las condiciones para amar, los requisitos que hacen que el objeto amoroso sea elegido si y solo si los reúne.
Entonces de igual manera que no se ama a cualquiera, tampoco se envidia a cualquiera.
Así pues Narcisismo e Identificación, intentan emparejarse; pero ser como el otro no es ser el otro; por mucho que se empeñe; ¿la salida es pues destruirlo?
¿Cuál sería la salida más allá del asesinato del otro?
Freud es tajante; o los síntomas o la vía de la sublimación. La sublimación, la creación, podría ser una buena vía pacificadora y de aminoración agresiva (para este tema lesrecomiendo la respuesta de Freud a Einstein sobre el porqué de la guerra). Nosotros sabemos que esta sociedad nos lleva a usar la envidia como instrumento de producción; que estamos inmersos en un mercado productor de envidia, que nos empuja a producir sin frenos.
Tan solo volver a recordar a Freud, cuando en el malestar de la cultura dice:
“… el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infringirle dolores, martirizarlo y asesinarlo”
Termino con una fábula de Oscar Wilde, en donde se habla de la envidia: el diablo encarga a sus demonios que hagan caer en la tentación de la envidia a un ermitaño, del cual se decía que era muy santo. Estos lo intentan con hermosas mujeres, con los más refinados manjares, con cuantiosas fortunas etc… pero el santo hombre no se aparta de sus devociones.
El diablo enfadado toma las riendas y dirigiéndose al ermitaño, le digo al oído: “tu hermano ha sido nombrado obispo de Alejandría”. De inmediato una mueca furiosa de envidia asomó en su rostro.
¿Qué salida nos queda a los que padecemos las envidias de los otros; aquellos que van caminando con mala ARTE y poca TERAPIA? Sigamos nuestro camino y alejémonos; creemos y construyamos allí donde se nos permite, allí donde la tierra es fértil y no olvidemos que en un principio fuimos nómadas; así siempre estaremos preparados para reiniciar la marcha.