Inga Zaira Alonso García[1]
RESUMEN: Este artículo es un breve recorrido teórico sobre la Angustia tratando de indagar sobre su origen y su significación. Nos angustiamos y, ¿ante qué nos angustiamos?, ¿cómo podemos gestionar la angustia? No todos reaccionamos de la misma manera y cuando su aparición nos paraliza ¿qué está sucediendo?, ¿a qué nos está remitiendo?… ¿cuál es el peligro o la amenaza?
Dos escenas psicodramáticas nos muestran un caso particular donde surge una
angustia paralizante que desubica al sujeto y lo que tras de sí desemboca.
“A veces se siente más la angustia esperando un placer que sufriendo una pena”
Una de las instancias del aparato psíquico[2], el Ello, expresa lo genuino y vital en el individuo. Es la instancia más primitiva, que nos viene con el nacimiento y abarca todo lo sentido orgánicamente. En él se originan las pulsiones.
Desde la teoría psicoanalítica se entiende por pulsión una carga energética que hace tender al organismo hacia un fin. Una carga energética es una excitación corporal y el fin es cancelar el estado de tensión producido, mediante la satisfacción.
Estas fuerzas podemos entenderlas como necesidades en un registro únicamente corporal, orgánico. Con la satisfacción, que es reducir la excitación pulsional, aumenta la sensación de placer.
Este proceso: aumento de la excitación y reducción de excitación irán dejando una huella mnémica[3] en el aparato psíquico. En adelante, la necesidad irá unida a una representación de ese objeto. El objeto de la pulsión (entendido el objeto, no como él mismo, sino como la representación que de él se tiene), es el instrumento al que ha quedado asociada la excitación, de manera que es mediante ese objeto que se consigue la meta de satisfacción.
Es importante distinguir los conceptos de deseo y necesidad en psicoanálisis. El deseo en Psicoanálisis no es una necesidad vital que pueda satisfacerse. Un bebé manifiesta una demanda cuando siente una excitación pulsional. La manifestación del displacer es la demanda. Tras la satisfacción, que en un primer momento es a través de un objeto que el bebé no ha buscado y del que no tenía ninguna representación psíquica, empezará a ligar una asociación por la percepción de su experiencia a un objeto. Así, la necesidad queda ligada a un objeto. Cuando vuelve a aparecer una excitación pulsional se dispara la percepción grabada en la memoria, asociada en el aparato psíquico a aquel primer momento de satisfacción donde obtuvo todo. Ese obtener todo ya nunca volverá y el bebé deseará, aparece el deseo, como un motor que impulsa a su búsqueda que será eterna de aquel objeto que perdió. El deseo está ligado a aquella primera satisfacción[4]. Una necesidad podrá ser satisfecha pero no un deseo.
En un primer momento no hay una representación psíquica de ese objeto. Tras la asociación se empieza a instaurar.
Las pulsiones en su primera teoría[5] Freud las agrupa en dos básicas: las pulsiones de autoconservación cuya meta es la supervivencia (hambre, sed, sueño…etc.), y las pulsiones sexuales cuya meta última es la perpetuación de la especie. El individuo siente esta excitación o energía como deseos sexuales. Entendamos que, en la teoría psicoanalítica, lo sexual tiene un carácter referido a la satisfacción de un deseo amoroso o afectivo. No es un fin relacionado con la genitalidad. El concepto hace referencia al afecto. Este deseo es llamado libido[6]. Este deseo amoroso será constante durante toda la vida. Luego este dualismo se modifica, y se oponen pulsión de muerte y pulsión de vida, modificándose la función y la situación de las pulsiones en el conflicto. Y se concebirá a la «pulsión como la fuerza cuya existencia se postula en el trasfondo de las tensiones generadoras de las necesidades del Ello”[7]. La pulsión de vida consiste en la conservación de las unidades vitales existentes y en la constitución de unidades más amplias. Existiría una tendencia a producir y mantener la cohesión de las partes de la sustancia viva, y el organismo individual como aspirante a mantener su unidad y su existencia. El principio subyacente a esta pulsión es el de ligazón de unidades orgánicas de organización cada vez más complejas. Dentro de esta pulsión se encuentran la pulsión sexual (constitución de unidades vitales más complejas) y la pulsión del yo (conservación de las unidades simples). La pulsión de muerte tiende a la reducción completa de las tensiones, o sea, a disolver al ser vivo al estado de materia inorgánica; tendencia a la destrucción de las unidades vitales, a la nivelación de las tensiones y al retorno al estado inorgánico, considerado como el estado de reposo absoluto. Las pulsiones se dirigen primariamente hacia el interior, tendiendo a la autodestrucción (pulsión de destrucción), y en un segundo momento se dirigirían hacia el exterior (pulsión agresiva). Esta idea de que la pulsión de muerte es el empuje por el retorno a la materia inorgánica supone la concepción de que todo ser vivo fue, en un «antes», un «ser no vivo»; por lo tanto, la satisfacción de la pulsión sería un retorno a un estado anterior. La pulsión, destructora del organismo hacia sí mismo, hace tender al deseo de desintegrarse y de conducirse hacia un estado de inorganicidad, pero este deseo se convierte en inofensivo cuando pasa de la pulsión destructiva hacia la pulsión agresiva, o sea, hacia un objeto externo (misión facilitada por la constitución del sistema orgánico vinculado a la musculatura). Para Freud, parte de esta pulsión agresiva se pone al servicio de la sexualidad, por ejemplo en el sadismo. Cuando la pulsión destructiva se convierte en pulsión agresiva, parte de ella permanece en el organismo evidenciándose en el proceso del masoquismo primario. Las pulsiones de muerte se contraponen a las de vida en esta nueva concepción teórica, ya que las anteriores pulsiones esbozadas por él (autoconservación y sexuales) constituyen en esta nueva visión de la pulsión, las pulsiones de vida. El principio que rige directamente esta pulsión es el de «Nirvana», ya que este es el principio económico de la reducción de las tensiones a cero, en tanto el principio del placer representa la exigencia de la libido.
Segunda teoría de las pulsiones explicitada en «Más allá del principio del placer«, la pulsión de vida (Eros) y pulsión de muerte (Tánatos).
Al nacer todas las pulsiones obedecen al principio de placer. Este principio indica que todas las energías están inducidas a una satisfacción instantánea para reducir el displacer. Este principio se relaciona con el inconsciente. Por el fracaso en la consecución de la satisfacción, implícito en la vida, se irá configurando el aparato psíquico bajo otro principio, el de realidad. En el principio de realidad las energías, pulsiones, son contenidas hasta comprobar la compatibilidad de la satisfacción por el sujeto. Este segundo principio se relaciona con el preconsciente y el consciente.
Es una educación de las pulsiones que consiste en que esa energía libre pasa a estar ligada a una representación-palabra del objeto de la pulsión. Se va configurando la segunda estructura psíquica, el Yo, cuya tarea primordial será la de hacer posible el ajuste entre el Ello y el mundo exterior. El Yo está al servicio del principio de realidad.
NEUROSIS
Conflicto entre ese ajuste del Ello y el Yo. Sería un conflicto entre la pulsión y la búsqueda de excitación, entre la excitación y los medios o mecanismos para lograrla, ya que dependemos del exterior para este fin.
Un conflicto es una lucha o contradicción entre, por lo menos, dos exigencias contrarias que pueden proceder tanto de la misma fuente como de otra distinta. Esto es a veces una lucha interior (o intrapsíquica) por dos sentimientos, necesidades, deseos que la persona quisiera satisfacer al mismo tiempo sin tener que hacer renuncias; o bien porque satisfacer ese deseo, conlleva un conflicto moral afectivo o con otras personas, entre el sujeto y el ambiente con sus exigencias y obstáculos.
¿Cómo resuelve el Yo este conflicto? Freud indaga en los destinos de la pulsión a través de las pulsiones sexuales. La manera de defenderse de estas son:
- El trastorno hacia lo contrario. Se resuelve en dos procesos diversos:
- La vuelta de una pulsión de la actividad a la pasividad. Ejemplo: los pares de opuestos del sadismo-masoquismo. El trastorno sólo atañe a la meta de la pulsión, de manera que la meta activa (martirizar, mirar), en el sadismo, es remplazado por la pasiva (ser martirizado, ser mirado), en la vertiente masoquista.
- El trastorno en cuanto el contenido, transformar el amor en odio.
- La vuelta hacia la persona propia. Es más comprensible si se piensa que el masoquismo es, sin duda, un sadismo vuelto hacia el yo propio, y la exhibición en contraposición a deseo de ser visto lleva incluida el mirar el cuerpo propio. Lo esencial de este proceso es el cambio de vía del objeto, manteniéndose inalterada la meta.
- La represión es el destino que encuentra una moción[8] pulsional al chocar con resistencias que quieren hacerla inoperante, es la renuncia a la satisfacción pulsional, una respuesta del aparato psíquico entre la fuga y el juicio adverso o condenatorio. Una moción pulsional se reprime debido a que la meta pulsional causa displacer en lugar de placer. El motivo, la razón de la represión, está puesto en el displacer causado al sistema Consciente o Preconsciente, siendo satisfacción para un sistema Inconsciente. Tenemos así, que la condición para la represión es que el motivo de displacer cobre un poder mayor que el placer de la satisfacción.Su esencia consiste en rechazar algo (la necesidad pulsional) de la conciencia y mantenerlo alejado de ella. Sin embargo, la represión no impide al representante de pulsión seguir existiendo en lo inconsciente, organizándose, y creando conexiones. Prolifera desde las sombras y encuentra formas de expresión. En realidad, la represión sólo perturba el vínculo con un sistema psíquico: el de lo consciente.
- Transformación en angustia.
LA ANGUSTIA
En «Inhibición, síntoma y angustia» (1925), Freud elabora una teoría más avanzada sobre la angustia, que es conceptualizada como «reacción ante una situación peligrosa» o señal de alarma ante un peligro interno (como la libido) o externo (como la castración); al mismo tiempo da un giro completo a sus concepciones, puesto que ya no es la represión quien produce la angustia sino la angustia quien causa la represión.
En 1932, vuelve a ocuparse Freud de la angustia en la 32ª de las «Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: La angustia y la vida pulsional«[9]. Freud plantea su hipótesis del factor traumático. «Lo temido, el objeto de la angustia, es cada vez la aparición de un instante traumático que no puede ser tratado según las normas del principio del placer». Cada vez que el sujeto se encuentre ante una situación de excitación que no pueda dominar mediante la descarga (tramitarla según el principio del placer que tiende a reducir la tensión y recuperar la homeostasis), se reactualizará el «factor traumático» y dicha situación será vivida como peligrosa, como fuente de angustia.
La angustia es un estado afectivo, habla del “nacimiento” como el suceso que deja tras de sí tal huella afectiva: las influencias propias de la angustia sobre la actividad cardíaca y la respiración. Es la angustia primigenia. Hay que distinguir dos tipos de angustia:
- Angustia real, es aquella que sentimos cuando anticipamos un peligro, un daño temido del exterior. En este caso hay una representación real, algo tangible, un daño posible y reconocido.
- Angustia neurótica, que es inadecuada. No existe, de manera consciente, un peligro; la angustia está expectante y vacía de significado. La angustia que nos interesa es ésta.
De un peligro exterior se puede huir, pero no se puede huir de un peligro inconsciente. El hecho de no poder darle un significado actual en cuanto a una representación que nos vincule el afecto nos remite a un estado anterior, inconsciente y olvidado. Los peligros reales, psíquicos de la evolución del individuo. Tenemos que hablar del peligro de desamparo psíquico en la etapa de inmadurez del Yo; peligro de pérdida del objeto de amor, en la etapa de insuficiencia de la infancia; peligro de la castración en la etapa fálica.
Freud finaliza diciendo que el origen de la angustia es doble: en un primer lugar remitiendo a la angustia primigenia; y en un segundo lugar, como señal que remite a ese momento traumático.
El psicoanálisis utiliza la angustia como una brújula y orienta al paciente a ponerle palabras para así dejar de vivirla como algo displacentero. La angustia no es en sí una patología sino un afecto estructural que nos remite a la completud perdida.
Si el choque entre las pulsiones y su dificultad de satisfacción acometen con la angustia aparece el síntoma como una formación sustitutiva, como un intento de escapar de ese malestar; en lugar de angustia se vivirán jaquecas, mareos, vértigos, ideas obsesivas, bulimia, etc.
Lacan desarrollará la teoría de la angustia como una amenaza de la desintegración del Yo en el estadio del espejo. Relaciona la angustia con un miedo de ser absorbido por una madre devoradora. Esto implica una diferencia entre su teoría y la de Freud, quien la entendía como un peligro de separación de la madre. Lacan relaciona la angustia en su concepto de Lo Real; este real es “el objeto esencial que ya no es un objeto sino este algo ante el cual todas las palabras cesan y todas las categorías fallan, el objeto de la angustia por excelencia”. En un primer momento el niño ve reflejada su imagen en el espejo y se encuentra con la mirada de la madre esperando su aprobación; sigue en relación de fusión queriendo ser el objeto del deseo de ella, el falo (es la omnipotencia de sentirse por sí mismo objeto de la completud de la madre). La separación es traumática y el poder simbolizarla le hace pasar de este estado pasivo a uno activo. En el Seminario X, ”La angustia”, Lacan dice que esta es un afecto que no es engañoso, no es sin objeto, simplemente involucra un tipo distinto de objeto, un objeto que no puede simbolizarse del mismo modo que todos los otros. Este objeto es el objeto a, el objeto causa del deseo, y la angustia surge cuando aparece algo en el lugar de este objeto. Cuando el sujeto es confrontado con el deseo del Otro y no sabe qué objeto es él para ese deseo.
Lacan vincula la angustia con el concepto de falta, refiriendo que todo deseo surge de la falta, por lo que la angustia surge cuando falta esta falta; la angustia es la falta de falta. No es la ausencia del pecho, sino su presencia envolvente; es la posibilidad de su ausencia la que, de hecho, nos salva de la angustia. Al final de su obra, Lacan parece volver a la primera teoría de la angustia (la angustia como libido transformada), menciona que la esta es lo que existe en el interior del cuerpo cuando el cuerpo es abrumado por el goce fálico.
ANGUSTIA EN PSICODRAMA: ESCENAS
PRIMERA
La representación de Sandra, viene cuando aparece una escena que tiene en la cabeza en donde recuerda su deseo hacia su abuelo; deseos de estar con él, de ser mirada por él, traducido en que su abuelo la atendiera dándole un lugar a través del juego. Una atracción, que no sabe cómo ni cuándo se convierte en odio y rabia.
Al contactar con ese recuerdo dice sentir ternura y afecto. Contacta con el deseo de estar con él, de que le enseñara cosas, y dice sentir tristeza. Habla de que tenía ganas de estar con su abuelo y que en una escena, la de la mecedora, está siendo mecida por su abuela y llega él y le pregunta: “¿a quién quieres más a tu abuela o a mí?” Esa pregunta la paraliza. Dice que los quiere igual aunque en este momento es con él con quien quiere estar.
En un principio, en la representación de la escena, ella está acurrucada en los brazos de su abuela y cuando su abuelo llega y está presente, siente deseos de irse con su él; a la vez siente angustia. Carmen, la terapeuta, interviene en ese momento y le pregunta que si necesita permiso para hacer lo que desea. Esta pregunta cabrea a Sandra, pues la pone delante de eso, de un permiso que está esperando de alguien. Le da rabia, dice que no y entonces se va con él.
“¿Por qué no te has ido antes?”. Le devuelve Carmen.
Se repite la escena, ella haciendo de abuelo. Y luego la repite volviendo a ser ella misma. En esta escena, algo cambia, y ella decide levantarse de los brazos de su abuela e irse con él, aquello que quiere; cumpliendo así su deseo. A la pregunta de Carmen sobre cómo está ella dice que “bien, tranquila”.
Le pregunta sobre cómo se siente al haberse ido de los brazos de la abuela en la mecedora, y responde que “liberada, como si hubiera salido de una prisión”.
Enrique, que está de observador, le devuelve que si era un lugar tan placentero, “¿cómo lo llama prisión?”.
Tras la representación en la que ella tenía la fantasía de no ser querida por su abuelo y sin conciencia de a qué le remitía la angustia, interpreta que era culpa de su abuelo, que no la sacó de los brazos de su abuela; ocurre que algo cambia.
- Se da cuenta del deseo de estar con su abuelo, lo revive, y se pregunta ¿es el reprimirlo lo que le causa angustia o la opción de acceder a él?
- Que el estar en la mecedora era algo no deseado, era estar en un lugar en el que no quería estar. Y le surge la pregunta: ¿por qué me quedo si no quiero estar aquí?
La escena de la mecedora es significativa en su vida, muy repetitiva. Ella siente que ha pasado mucho tiempo en esa mecedora siendo mecida, acunada, y los recuerdos que tiene asociados son de angustia o de vacío. Posiblemente no siempre lo fueron, pero en algún momento creó la asociación.
En esa escena, sintió angustia por reprimir el deseo y no hubo lugar para la rabia ni el odio.
Por asociación, ésta escena le trajo otra, también en la mecedora, que le remitía a la sensación de sentirse pegada a ella por alguna razón.
SEGUNDA
En relación a un ejercicio que posteriormente hace en un Psicodrama moreniano donde había que definirse a sí mismo a través de las palabras de la madre, vuelve a pensar en su abuela. De alguna forma el cómo la ve ella, para hablar de ella misma, la lleva a una tristeza en la que se queda pegada. Piensa que tiene entre 3 y 4 años.
En las intervenciones, habla de la tristeza en una escena, “la mecedora”, y entonces la relata.
Estoy sola jugando en el jardín y me canso. Acudo a mi abuela para seguir jugando. Necesito de fuera algo con lo que entretenerme, ya que he llegado a un punto de cansancio donde no se cómo jugar más ni a qué.
Ella está sentada. En la mecedora. Distante. Abstraída. Le digo que quiero jugar, y ella no quiere. La miro y la veo lejos. Triste. Llora (yo pensaba que llegaba con angustia ya del jardín, pero en estos momentos no lo siento, creo que es aquí donde comienza). Le pregunto por qué llora y me lo niega. Siento angustia, una gran angustia que me desborda y paraliza, como si me hundiera.
Elige tres representantes: el abuelo, la abuela y la angustia.
Entra del jardín y le pide a su abuela que juegue con ella, pero laencuentra llorando y triste. S. le insiste en jugar, y la abuela se niega. Ella le pregunta qué le pasa y la abuela responde que nada. Al elegir, coloca la angustia detrás de la abuela. S. se empieza a angustiar ante la situación de ver ausente a su abuela. La angustia comienza a hablar, quiere contar algo sobre la madre de ella. S. empieza a alejarse de la escena y se sienta en el suelo, lejos de los dos representantes que habían comenzado a discutir entre ellos. La abuela tampoco quiere escuchar a la angustia y aparece el abuelo, que se sitúa junto a la abuela. Ambos se arropan dejando a la angustia a un lado.
La terapeuta acude a S. y le pregunta si quiere escuchar lo que dice la angustia. Ella dice que sí. Se acercan y cuando la angustia quiere hablar, S. expresa que no hay nada de lo que dice que sea significativo. La terapeuta le pregunta qué quiere hacer con la angustia y ella responde que sentarla en el grupo, echarla. Después se sitúa entre sus abuelos y allí se encuentra confortada.
Termina la escena.
Con las devoluciones del grupo, S. se da cuenta de algo que es repetitivo en su vida: El manejo de la angustia. Encuentra dificultad para elaborar de manera psíquica lo somático. Es repetitivo que, en situaciones donde experimenta angustia, utilice la evitación de la situación para zafarse de la sensación corporal. Éste es, quizás, el primer paso para el camino que le queda en su trabajo de crecimiento. Encontrar en la angustia una aliada y enfrentarse a la dificultad de elaboración mediante la palabra.
La angustia es una sensación a la que no quiere escuchar y que trata de alejar.
Vuelve a encontrarse con que la angustia le surge ante un deseo. En la primera escena era irse con su abuelo, en la segunda, salir del aburrimiento. Un deseo que reprime. Dice:
“En mi primera escena, en mi discurso, le daba mucha importancia a las palabras de mi abuelo. Las palabras “tienes que querer más a tu abuela que a mí” en las que yo justificaba o le encontraba una explicación a mi odio hacia él. ¿Por qué reprimo ese deseo? Yo lo asociaba a que sus palabras eran un rechazo hacia mí. Pero, ¿es así?; ¿Era así? Es algo que ahora dudo. Lo que me llega es que reprimía el deseo para agradar a mi abuelo. Su deseo era que yo estuviera con mi abuela y el mío era irme con él. Lo reprimo para agradarle, para ser aceptada por él, lo que me deja en angustia. Para ser querida tengo que ser aceptada por él y si muestro mi deseo, mi diferencia… puedo perder su aceptación.
En la segunda escena, reprimo el deseo de jugar y me quedo fusionada a mi abuela. Mi deseo se queda suspendido, contenido y me paraliza. Me lleno de angustia.
Esto me lleva a las repeticiones en mi vida. Mi paralización ante el deseo de ir a ballet de pequeña, ante el deseo de hablar en público, de mostrar mi deseo por algún chico, por ir al psicodrama en su principio; ante mis deseos, hay un punto de angustia importante y en muchos casos, una paralización.
¿Para qué reprimo mis deseos? Me llegan varias cosas.
- En mi primera escena, lo vivo en este momento como para no perder el amor de mis abuelos. Cumplir los suyos. Como si buscar mi satisfacción fuera perder algo mayor, su aprobación.
- Y si expreso mi deseo, como en la segunda escena fuera desde el exterior a través del otro, no hay posibilidad de satisfacción.
Lo que me lleva a un sentido de ser yo un algo para otro, un deseo para el otro. Como si me faltara una parte principal en mi vida. El sentirme en el derecho de tener mis deseos al margen de otro.
Es como si de alguna forma hubiera aprendido a ser yo el deseo del otro y sólo así, tener una falsa satisfacción.
Creo que mi trabajo acaba de empezar y me queda un largo camino.
S., al evocar su típica respuesta, ya habla sobre la constitución de su psiquismo, al haberse expuesto de manera repetitiva a experiencias de este tipo. Hay una representación que suscita una resonancia en el cuerpo. Hay que tener en cuenta lo corporal, no evitarlo para descubrir su valor simbólico. En referencia a esto, no hablamos de lo anatómico y lo fisiológico sino de las representaciones internas del que el Yo mantiene con los objetos fantasmáticos[10].
La pulsión no ha quedado satisfecha, manteniéndose inhibida sin lograr expresión. Hay una necesidad inhibida y contenida. La búsqueda de satisfacción encuentra un objeto frustrante del deseo. La forma en que el sujeto elabora la frustración, donde hay que poner palabras, habrá quedado ligada al aparato psíquico, configurándolo, rompiendo la identificación inconsciente que subyace bajo la experiencia. En la etapa en la que se desarrolla la escena, el Yo tiene una vaga construcción en cuanto a su diferenciación con el objeto. Está en vías de desarrollar y se entiende como una separación entre lo que el sujeto desea y lo que desea el otro; esta diferenciación causa angustia. Aparece el espacio de separación, que es una delimitación, y la situación es vivida como un riesgo de pérdida de objeto. Es dar un salto al vacío, a la angustia de ruptura fusional que es vivida como una soledad incomunicable a través del cuerpo.
Recordemos que la construcción del Yo comienza mucho antes. A partir de los 6 meses, donde aún no tiene un sistema eficaz de neutralización de la angustia originada por experiencias frustrantes, el niño comienza a crearse una configuración de sí mismo a través de las vivencias de satisfacción y en relación a los objetos con los que está vinculado.
Será el trabajo, mediante la elaboración del lenguaje, establecer una recuperación de las necesidades que no fueron satisfechas e ir encontrando lo que faltó para una nueva construcción del sí mismo.
Bibliografía
- Danielle Quinodoz, 2005, El vértigo entre angustia y placer. Biblioteca nueva.
- Enrique Cortés y Colaboradores, 2010, Psicodrama una propuesta freudiana. Alborán editores.
- Enrique Cortés, 2012, Seminario: Partiendo del trauma (edición revisada). Alborán editores.
- 1916, Pulsiones y destinos de pulsión.
- Freud, 1926, Inhibición, Síntoma y Angustia.
- Freud, 1920, Más allá del principio del placer.
- Freud, 1938, Esquema del Psicoanálisis.
- Juan Pundik, 2003, No quiero pensar. Editorial Filium.
- Juan A. Portuondo, 1990, Psicoanálisis. Editorial Psique, S.L.
- Lacan, 1962-1963, Seminario X La angustia.
- L Guerdán Pécker, J.I. Morera de Guijarro, 2011, Las sendas del deseo. Biblioteca nueva.
Notas :
[1] Licenciada en Filosofía y letras, Filología Hispánica. Formada en Terapia Gestalt y Bioenergética. Alumna del curso de formación de psicodrama.
[2] Ello, Yo y Superyó, Sigmund Freud intentó explicar el funcionamiento psíquico humano, postulando la existencia de un «aparato» psíquico que tiene una estructura particular. Sostuvo que este aparato está dividido, a grandes rasgos, en tres instancias, el Ello, el Yo y el Superyó, que sin embargo comparten funciones y no se encuentran separadas físicamente.
[3] Forma bajo la cual los acontecimientos o el objeto de las percepciones, se inscriben en la memoria, en diversos puntos del aparato psíquico. La teoría psicoanalítica de las neurosis supone una atención particular a la manera en que los acontecimientos vividos por el sujeto, acontecimientos eventualmente traumáticos pueden subsistir en él. A pesar de algunas formulaciones ambiguas de Freud, la huella mnémica no es una imagen de la cosa sino un simple signo, que no tiene una cualidad sensorial particular y que puede ser comparado por lo tanto con un elemento de un sistema de escritura, con una letra.
[4] Llamada satisfacción mítica.
[5] Freud.
[6] La libido es la fuerza impulsiva que representa el instinto sexual, la energía relacionada con todas las emociones que denominamos con el término amor. La evolución de la libido en el hombre pasa por cuatro fases desde su nacimiento: oral, sádica, anal y fálica.
[7] Freud, “Esquema de psicoanálisis”, 1938.
[8] f. Acción y efecto de mover o ser movido.
[9] Pág. 3146-3154
[10] Representación interna fantasmática de las personas significativas. Las relaciones del Yo con los objetos internos constituye el fundamento de la estructura psíquica.