Psicoanálisis y grupos
Mario Polanuer[1]
RESUMEN: En este trabajo se describen los conceptos de real, simbólico e imaginario como herramienta, aparejo o brújula que orienta el trabajo clínico. Partiendo de una breve referencia teórica sobre los tres registros, el autor pasa a desplegar una viñeta clínica basada en una sesión grupal que servirá para intentar comprender cómo se articulan en la práctica y cómo operan en la sesión psicodramática.
SIR es un aparejo, una herramienta conceptual, un dispositivo para el análisis. Recibe su nombre de las iniciales de los tres registros que, desde que fueron inventados por Jacques Lacan en los años cincuenta, algunos psicoanalistas utilizamos como instrumento de navegación para orientarnos en las complejas y agitadas aguas del psiquismo humano. Simbólico, Imaginario y Real, anudados de forma borromea, constituyen los tres ejes en torno a los que se articula nuestra caracterización del sujeto hablante y definen las líneas maestras de nuestra particular manera de tratarlo (o quizás sea mejor decir: de tratar con él).
Cuando quienes lo utilizamos habitualmente en nuestra clínica (llamada individual), practicamos psicodrama, no lo abandonamos, sino que nos servimos de él para intentar comprender de qué manera el grupo y la escena psicodramáticos operan sobre dicho sujeto y cómo, de acuerdo con las leyes que rigen la psique humana, se construye la estructura del grupo de psicodrama en particular y de los grupos humanos en general.
En esta exposición, señalaré algunas cuestiones básicas del funcionamiento general de SIR y algo de lo que revela aplicado en un contexto grupal. Aventuraré, además, algunas hipótesis derivadas de su aparición «en escena» cuando nos servimos de él, al hacer psicodrama y mostraré cómo su puesta en funcionamiento permite sistematizar algunos fenómenos y dar cuenta de los efectos de nuestras intervenciones.
La idea de los tres registros, que SIR representa, constituye un aporte original del psicoanálisis de orientación lacaniana a la práctica del psicodrama y a su conceptualización, y ése es el motivo por el cual lo traigo a este Encuentro.
Empecemos, pues, por algunas precisiones acerca de la estructura de SIR. Decía al principio que se trata de Simbólico, Imaginario y Real, anudados de forma borromea. El nudo borromeo básico está formado por tres redondeles de cuerda, anudados de manera tal que si cortamos cualquiera de ellos los otros dos quedan libres (Figuras 1 y 2).
Este tipo de anudamiento presenta al menos dos particularidades:
En primer lugar, los tres redondeles son interdependientes: si cualquiera de ellos es cortado, los otros dos quedan sueltos, no quedan trabados entre sí. Para existir en tanto nudo, cada redondel requiere de la presencia de los otros dos. Los tres, y sólo los tres, hacen que el nudo quede trabado.
En segundo lugar, no hay privilegio de un redondel sobre los otros dos. Cada uno es equivalente a los otros en cuanto a su función en la estructura. Los tres sostienen solidariamente la estructura de nudo.
Aplicando estas propiedades a SIR, podemos afirmar que SIR existe (es útil, es operativo, permite avanzar en la comprensión de los fenómenos de la clínica) si y sólo si los tres círculos (Simbólico, Imaginario y Real) están presentes, en dos perspectivas:
Desde una perspectiva conceptual hemos de tener en cuenta que manejarse sólo con uno o dos de los registros implica una distorsión de SIR. Como veíamos más arriba, es necesaria la solidaria presencia de los tres para que SIR tenga valor como herramienta.
Desde una perspectiva práctica, si aplicamos SIR al sujeto de nuestra clínica, si lo aceptamos como topología psíquica mínima del sujeto humano, hemos de saber que lo que sucede en uno de los registros tiene efectos sobre los otros dos (en la figura 2, su proyección plana, pueden verse las diversas intersecciones). Si llevamos la hipótesis más a fondo, si pensamos el momento virtual del anudamiento como equivalente topológico de la estructuración misma del sujeto, veremos que en los casos extremos, cuando uno de los círculos no se cierra, el anudamiento no se produce; el sujeto no se estructura. A su vez, es posible pensar un desencadenamiento psicótico de la siguiente manera: un momento de tensión, un encuentro inasimilable pone de manifiesto a una debilidad estructural en uno de los círculos, y éste se abre. Como ya sabemos, la consecuencia es que el nudo se suelta.
Si bien los tres círculos son equivalentes desde una perspectiva topológica, no son iguales en cuanto a la materia de la que están hechos. Si lo fueran, no sería necesario llamarlos de diferente manera, bastaría con a, a’, a»… Pero reciben un nombre que, si bien representa a cada redondel en su particularidad, no describe de forma detallada su contenido. Para que SIR sea útil debemos intentar definir con la mayor precisión posible de qué está hecho cada uno de sus componentes y no conformarnos con identificar a cada uno de ellos, con lo que su nombre, en el contexto de la lengua coloquial, pueda evocarnos.
Para ello daré algunos detalles acerca del contenido de cada uno de los redondeles.
Simbólico alude al campo de la palabra, a las matemáticas, a la ley y a las diferencias, a lo parcial y a la contradicción dialéctica. Para esta ocasión es útil resaltar que a esta categoría pertenece la relación al otro en tanto sujeta a un pacto, a una terceridad. Está regido por las leyes y la estructura del lenguaje. Sus figuras fundamentales son: condensación y desplazamiento en Freud; metáfora y metonimia en Lacan. Es la dimensión privilegiada del sujeto, ya que la matriz en la que se va a formar lo antecede y el sujeto tiene un lugar en este registro desde mucho antes de su nacimiento. En el momento de su constitución, y para que esta sea posible, el sujeto deberá ser atrapado por lenguaje que le hablan, por un orden de parentesco que le preexiste y por los deseos que una multitud de personas, en particular sus padres, actuarán en su relación con él. Las mismas personas que más adelante serán sus modelos, sus objetos, sus auxiliares y sus enemigos. Puede verse cómo Simbólico excede lo que normalmente entendemos por símbolos.
Imaginario alude al plano de las imágenes. Pertenece a esta categoría todo lo que tiene que ver con el registro especular, con lo dual y, por lo tanto, tiene que ver con la mirada, con las formas, con la identidad y con las semejanzas. Con lo Uno y con el Todo. Para nosotros es interesante resaltar que a este registro pertenecen las relaciones al otro en tanto rival, en tanto competidor, en tanto parte de una dinámica de tú o yo. Está regido por las leyes de la fenomenología de la percepción y es la dimensión privilegiada del Yo y del narcisismo, ya que es en este terreno donde sujeto se reconoce como Yo, donde asume su imagen corporal en relación con la imagen en la que se ve reflejado: la del espejo, la de su semejante. La idea de Imaginario así desarrollada, se despega de lo que usualmente llamamos imaginario, y que entendemos como fruto de la imaginación. Alude al registro fundamental de la formación del Yo, que se sostiene en su anudamiento con lo Simbólico. El niño sólo se reconoce en el espejo si desde lo Simbólico alguien dotado de significación para él, alguno de quien el pequeño está en dependencia vital, y sobre todo de su amor, le indica: ese eres tú, introduciéndolo así mediante la palabra en un engaño fundante.
Lo Real, por último, lo definiremos por la negativa. Es lo inaprehensible por lo Simbólico, el resto de cualquier operación simbólica. Si bien las primeras oposiciones aparecen en lo Real (presencia-ausencia, día-noche, seco-mojado, etc.) a cualquier intento de dar cuenta mediante el lenguaje, se le escapa un resto. Dicho resto es lo que permite, por ejemplo, que el horizonte de la ciencia esté siempre abierto y que lo desconocido crezca, en cuanto a su magnitud, cada vez que se elabora un concepto. Desde esta perspectiva puede explicarse el hecho de que la tecnología, que consigue cierto manejo de lo Real, tiene efectos imprevisibles, que no se atienen a la intención ni de sus inventores ni de la humanidad en general (a modo de ejemplo basta echar una mirada a la energía nuclear, o a la manipulación genética). Para dejar las cosas claras, lo Real se define como lo imposible. Es el reino de la discontinuidad, de lo fragmentario y de la falta de orden. En la clínica se manifiesta por el goce del síntoma (porque es la dimensión Real del objeto la que permite la descarga pulsional). Para el trabajo en grupos interesa resaltar que pertenece a este registro lo radical de la alteridad: el hecho de que más allá de toda identificación, de todo reconocimiento posible, hay algo en el otro que al sujeto le resulta inaprehensible. Algo que desconoce por estructura, y que hará del otro, en su fragmentación, objeto posible goce del sujeto. Como puede verse, el concepto de Real en este contexto es mucho más restringido que el que manejamos en el lenguaje coloquial.
Llegados a este punto, descrito SIR en su conjunto y realizado un repaso por la composición de cada uno de sus elementos, la cuestión se plantea en los siguientes términos: ¿Qué aporta deslindar los fenómenos de la subjetividad en estos tres registros?, ¿qué significa que es una brújula, un instrumento de navegación?, en última instancia, ¿qué utilidad tiene SIR en el trabajo clínico?
La respuesta, es cierto, no viene sola. Para hallarla es necesario remitirse a la concepción del sujeto humano que cada clínico maneja, y a su apuesta por ejercer su acto en el nivel que él considera fundante. Es necesario, entonces, mostrar al menos un boceto de la perspectiva que el psicoanálisis adopta.
El psicoanálisis concibe al sujeto como causado por el significante. Como ya señalé anteriormente, en la descripción de los registros, es necesario considerar la existencia de un lugar fundante, una matriz simbólica en la que el sujeto a advenir deberá formarse. La posibilidad de que el sujeto adquiera el sentimiento de sí, de que la imagen unificada del propio cuerpo cristalice en lo Imaginario, depende de un apoyo en el registro Simbólico (más arriba decía: “El niño sólo se reconoce en el espejo si desde lo Simbólico alguien dotado de significación para él, alguno de quien está en dependencia vital y de amor, le indica: ese eres tú… «). El recorte que hace el psicoanálisis en lo Real para definir su objeto es el de la causación significante. Por eso, el registro que privilegia en su intervención es el de lo Simbólico.
Una exposición sistemática de esta concepción excedería con mucho el marco de esta comunicación, por lo que una pincelada habrá de bastar como evocación de la teoría que sustenta esta manera de entender las cosas. Sin embargo, y en tanto una de las propiedades de una teoría estructural es que cada parte tiene la estructura del todo, volveremos a pasar por esta idea fundamental al exponer sus consecuencias en la clínica.
Para mostrar como esta perspectiva determina la forma de entender y de manejar la clínica pondré a trabajar a SIR en el análisis de una sesión de psicodrama, que ya presenté en un artículo publicado en el número 111 de «Psychodrame» (el boletín de la Société d’Études du Psychodrame Pratique et Theórique [SEPT]), correspondiente a julio/setiembre de 1993, bajo el título de «L’obsessionel au risque du psychodrame». Yo hubiera preferido su título en castellano («Despegando») por razones que se aclararán en la exposición, pero su equivalente francés («Decollant») no se prestaba (en opinión de los responsables de la edición) para traducir el deslizamiento significante que se produce en el original.
Análisis de una sesión de Psicodrama
Se trata de un fragmento del tratamiento de José, un paciente obsesivo. José abre una sesión hablando acerca de sus dificultades para tomar una decisión en lo que respecta a su matrimonio. Dice que desde hace mucho tiempo, años, éste no funciona, que el deseo ya ha muerto, y que del amor sólo quedan restos. «Debería separarme de mi mujer», dice, «pero no puedo». Habla con ella del asunto, pero ante sus numerosos argumentos para continuar juntos, José no puede sostener la decisión que, en su pensamiento, ya ha tomado una y mil veces.
Cada vez cede, pero el pensamiento insiste: ha devenido una carga que lo agobia y que, una vez más (como sucede con otros pensamientos), irrumpiendo en su conciencia autónomamente, lo invade. Le impide «estar del todo» en lo que hace. Y es esto lo que José trae al grupo: un pensamiento, una rumiación como síntoma. No le interesa tanto resolver su conflicto matrimonial como hablarnos del síntoma: su problema de pareja es sólo un pensamiento más, uno entre miles, que es aparentemente autónomo, que va por su cuenta, y cuya forma intenta transmitir, obsesivamente, al grupo, deteniéndose (deleitándose quizás) en el detalle de los pormenores de su tortura.
Entonces el animador interviene, le interrumpe e invita a los otros miembros del grupo a hablar. Las asociaciones de sus compañeros puntúan el relato de José, invirtiendo la prioridad de sus proposiciones.
Podemos dividir el discurso de José en dos momentos:
En el primero, que cuenta a modo introductorio, refiere un encuentro fallido con su mujer, una escena en la que el otro juega un papel.
En el segundo, hace un relato pormenorizado de la fenomenología de su sufrimiento mental, que es lo que quería, desde una perspectiva intencional, exponer. Este relato es la repetición de lo que ya ha dicho en numerosas ocasiones: la estructura sintomática es siempre la misma, el pensamiento, no importa cuál, va solo. El relato se convierte en una cantinela para el grupo. Se puede decir que el relato es al grupo lo que el síntoma a José. Sólo se corta cuando interviene el animador, que pone a circular la palabra, impidiendo que cristalice el monólogo.
Las respuestas de los otros priorizan el primer momento, que José daba como subordinado, y permiten al psicodramatista invitar a José a representar la escena en la que se produce el diálogo con su esposa.
Durante la representación dice en un soliloquio: «sólo podría separarme si ella estuviese de acuerdo». José está, una vez más, en una paradoja. Sólo podría separarse si, de alguna manera, no se separase. Si no tuviera que confrontarse con una diferencia, si no tuviera que hacerlo solo. Podemos afirmar que se niega al acto, en tanto éste le remite a su soledad estructural.
Pero esta posición es la que lo aísla. Es evidente, incluso para él, que la conversación es un falso diálogo, ya que en lo que hace a su deseo está fuera de juego. En ese momento, aunque físicamente presente, está ausente en tanto sujeto.
La inhibición para el acto hace que su pensamiento quede «haciendo círculos», y él se aísla. El goce en el síntoma, cuya naturaleza masturbatoria se hace patente, muestra el funcionamiento del masoquismo moral del obsesivo.
También vemos, en el discurso de José, cómo las formaciones del inconsciente funcionan según la ley del significante. Oscar Massotta propone, en sus «Conferencias de introducción al psicoanálisis», la metáfora del tero, ave pampeana que pone sus huevos en un sitio y canta en otro. El huevo, en este caso, es puesto al descubierto por la interlocución de sus compañeros.
Volviendo a la escena, cuando juega el rol de la mujer, comenta en un aparte: «Si rompo mi pareja, una pareja normal, sería como un niño malo… el niño malo de mamá».
Esta frase, que los demás subrayan en sus comentarios, muestra la posición infantil de José respecto a su mujer, su miedo a la separación (¿de su madre?, ¿de su mujer?), así como a la soledad que el momento de la realización de un acto conlleva.
Nueva interlocución, nueva asociación: rememora un hecho acaecido una veintena de años atrás, una vez que acompañó a su madre a Andorra. Viajaban en su coche. Recuerda que mientras conducía, su angustia iba en aumento. No cruzaban palabra, o no lo recuerda. «No sabía», dice, «cómo llenar el tiempo».
Para jugar la escena, pide a un compañero que haga el papel de su madre. Lo elige porque, como su madre, tiene… carácter.
Como en la escena anterior al hacer la inversión de roles, en el papel de su madre, aparece algo que no tenía intención de decir. Aquí no para de hablar y, como quien intenta “llenar el tiempo», le cuenta a José (en la representación, se cuenta a sí mismo) una anécdota.
«Recuerdo a Juan, mi hermano», dice. «Le asesinaron al final de la guerra civil. Era militar republicano, y le tendieron una trampa. Fueron a buscarle cuando estaba a punto de huir, y él dijo que había un avión esperándole. Le dijeron que le dejaban irse. Él subió al avión y, justo en el momento en que estaba despegando comenzaron a disparar, matándole”.
Vuelve a su rol y escucha este relato en boca del antagonista. Recuerda entonces que, en el mito familiar, él se parecía mucho a su tío.
En boca de su madre aparece la amenaza que subyace a la posibilidad de despegarse. La reactualización de la emoción que la escena suscita le hace vacilar, y le permite salir de la pasividad respecto a sus propios pensamientos. Se encuentra confrontado, por obra del psicodrama, a un aspecto particular de su fantasma, y se revela la verdadera alternativa (verdadera desde la perspectiva del inconsciente).
La transferencia construye un terreno de juego, propone un escenario, y allí se juega la acción, el fantasma se despliega. La representación es eficaz porque precipita un cambio en el tipo de discurso. Del discurso de un esclavo, cuyo amo es ese «pensamiento», al de alguien confrontado a su división. Su división le impulsa a interrogarse, y lo conduce a sucesivos descubrimientos.
En este fragmento vemos como trabaja SIR: Lo Real: el goce del síntoma. Lo Imaginario: las emociones en tanto apelan al yo. Lo Simbólico, el plano de la palabra, la sujeción al deseo del Otro.
La perspectiva psicoanalítica lleva a operar en el plano Simbólico, para abrir la posibilidad de una modificación de la posición del sujeto ante lo Real que diversifique sus posibilidades de goce.
La lectura de los acontecimientos desde esta perspectiva es homóloga a la de la estructura que suponemos inconsciente mismo. Lo Imaginario, las emociones, el registro yoico, es utilizado en el dispositivo para sacar al sujeto de la pasión narcisística y lanzarlo a la asociación significante.
Aplicado a la función del compañero de grupo, SIR muestra su triple dimensión: en lo Imaginario, el otro es semejante y rival, en lo Simbólico interlocutor y testigo, y en lo Real es irreductiblemente otro, radicalmente diferente. Ese Real es lo que hace que el llamado yo auxiliar no pueda nunca someterse del todo al lugar que se le asigna, por lo que la escena queda siempre algo desajustada, posibilitando que surja la sorpresa.
La eficacia de la representación, entonces, deriva de que para escenificar se necesita del otro y éste sólo puede prestarse a medias. Entonces, del recuerdo al relato, y del relato a la representación, se abren resquicios en el discurso intencional que ponen al sujeto en un espacio intermedio, entre la defensa frente a lo reprimido que vuelve y la decisión de intentar saber de su deseo. El otro es, también, testigo: sostiene una función simbólica al actuar como tercero del sujeto con respecto a sí mismo, además de encarnar el lugar en el que se reescribe la historia.
Como se ve, en esta perspectiva no cabe una pretensión holística. La apuesta ética proscribe la dimensión ideológica, y no hay holismo sin Ideal. El discurso Amo se viste con diferentes disfraces, y el rigor es una manera de hacerle frente. La apuesta por la libertad conduce a una práctica atea, y el camino que intenta transitar es el de la verdad.
SIR es un instrumento que sirve para orientarse también respecto al lugar en que, para el sujeto, el psicodramatista se encuentra, y lo que ilumina el terreno en el que se sitúa su acto. Pero desarrollar este punto requeriría otro trabajo. Probablemente haya más ocasiones.
Nota: Este trabajo fue presentado en el XV Encuentro de la Asociación Española de Psicodrama, realizado en Barcelona del 21 al 24 de octubre de 1999 y dedicado a “Psicodrama y otras psicoterapias”. Su título parafrasea el del presentado por Emilio Rodrigué al “Encuentro preliminar para una convergencia lacaniana de psicoanálisis”, en Barcelona, febrero de 1997. Este era: “Yes, SIR”. Se trata de un pequeño homenaje.
[1] Psiquiatra. Psicoanalista. Psicodramatista. (17291mpb@comb.es).