Pacientes mayores con principio de Alzheimer: un límite para el psicodrama.
Por Catherine Gaudard
Traducción: E. Cortés
La enfermedad de Alzheimer es la más corriente de las enfermedades neurovegetativas. Esta enfermedad se caracteriza por la pérdida progresiva de las funciones cognitivas, alteración de memoria, de la ideación, de la compresión, del lenguaje, del cálculo, de las capacidades de razonamiento y del juicio, dando lugar a una pérdida de autonomía progresiva en la vida cotidiana con trastornos de comportamiento y de adaptación que conducen a un estado demencial. Se suele nombrar como la enfermedad del vínculo, en tanto que ella ataca los lazos internos y externos del sujeto, perturbando las relaciones con la familia.
CONSTITUCIÓN DEL GRUPO Y DURACIÓN.-
El objetivo es construir un grupo de psicodrama donde se pueda aportar alguna cosa nueva al hospital de día. El grupo se construye con pacientes que presentan problemas de personalidad, de afectividad y del carácter.
Constituimos un grupo cerrado, de una duración limitada de una docena de sesiones, en relación con la duración del hospital, que es de 3 ó 4 meses a razón de una o dos veces por semana. Nos pareció que 6 pacientes eran el máximo que nosotros debíamos escoger.
Yo voy a ser el animador, el que va a dirigir el juego. Una colega enfermera que nombraré Nadine, y que había manifestado su intención de conocer este nuevo grupo, va a ser un referente dentro del equipo tanto más cuanto que rápidamente demostró buenas competencias como co-terapeuta en el juego de la representación, aunque no está formada. La función de la observación está garantizada por una aprendiz psicóloga del master, que nombraré Amélie; los pacientes la nombran “la pequeña”, ella representa, para ellos, alguna cosa de la juventud, del orden del recuerdo, incluso de la recuperación frente a la realidad del Alzheimer.
Al principio de cada escena, tomamos un tiempo para recordar lo que se jugó y lo que pasó en la última sesión.
El objetivo es demostrar toda la importancia del psicodrama para las personas mayores con Alzheimer, nos centraremos sobre todo en torno a la realidad de un paciente (M.B.) el cual revisando su historia, conseguirá, si nos atrevemos a decir, resignificarla.
El grupo está compuesto por cuatro mujeres y dos hombres:
Señora D.- 76 años, discreta y casada con un gran deportista, ha perdido un hijo del que le cuesta hacer el duelo, está en constante demanda de atención, de mejora y de comprender lo que le ocurre.
Señora M.- 78 años, negando sus confusiones, viuda desde hace poco de un marido aquejado de alzheimer, ha perdido un nieto, rehúsa evocar esos duelos mostrándose abatida.
Señora T.- 82 años, depresiva, introvertida (habla poco), viuda con una historia de vida traumática marcada por dos episodios de maltrato, conflictos antiguos y actuales entre sus hijos.
Señora B.- 86 años, sobre todo exaltada y delirante, viuda, agresiva con su única hija, la cual presenta a su madre como autoritaria y dura, defensiva en todo momento, rehúsa la ayuda a domicilio.
Señor M.L.- 77 años, en fase de negación de sus dificultades cognitivas, es importante apuntar que tiene 7 hijos de cuatro mujeres diferentes, con un vínculo afectivo de calidad hacia ellos y ellos entre ellos; los cuales niegan la enfermedad de su padre, estando insuficientemente presentes en el día a día. Y resistentes a la ayuda en domicilio.
Señor M.B.- 80 años, el cual nos interesa particularmente. Vive en pareja y tiene dos hijos, antiguo mecánico de bicicletas, antiguo gran deportista y monitor de squi; la enfermedad de alzhéimer fue diagnosticada hace tres años. El informe médico evoca una evolución moderada de la enfermedad sobre una situación actual difícil: una gran apatía, ideas delirantes y una esposa agotada en los cuidados de la enfermedad de su marido.
Al principio M.B. está depresivo y se presenta encorvado, con una marcha inestable y un equilibrio precario. Se desplaza con un bastón y al caminar nos pide que le demos el brazo. Se muestra dependiente física y psíquicamente, cuyos beneficios secundarios nos parecen a tener en cuenta. La relación de pareja está construida en una relación de poder, vemos una esposa dominante y un paciente sumiso, o más exactamente en una actitud de niño pequeño obediente e inseguro. Su esposa tolera poco la separación que crea el hospital de día, la relación es difícil con el equipo y rechaza cualquier entrevista con nosotros. Es enfermera jubilada y pasa su tiempo cuidando a su marido, describiéndolo como totalmente incapaz, vigilándolo y ocupándose de él como si fuese un niño.
Pensé en el psicodrama para M.B. porque vimos una mejoría progresiva de su autonomía física y psíquica (el equipo médico dice que se está “despertando”). En los grupos toma la palabra, con intervenciones pertinentes, sorprendiendo al equipo por su capacidad de asociar, pero se corta rápidamente por los otros, por sus ideas persecutorias o auto-despreciativas.
Al principio de las escenas de psicodrama, él parece buscar llamar la atención, habla mucho pero escucha poco.
DESARROLLO DE LAS ESCENAS
Durante la prima escena: los diálogos van sobre el placer de las cosas del hogar, de la vida cotidiana, hasta llegar al “no somos eternos”; M.L. evoca sus recueros ambivalentes de Algeciras, a lo que responde M.B. “yo también he estado allí, es muy bonito, el agua es tan caliente que se puede freír un huevo, cuando te bañas tienes que salir o te quemas”, en ese momento la conversación vuelve a las cosas cotidianas del día a día.
Entonces M.B. cuenta su visita por la mañana al hospital de día: “al llegar me quedé un poco sorprendido, había un jardinero, mi chaqueta estaba tirada, perdida, mi esposa tomó el coche y me dijo que volvería más tarde, yo no comprendía, no sabía dónde estaba, me sentía solo, entonces he salido para buscar al hombre valiente que me ha cogido mi chaqueta, tenía la impresión que esperaban a que yo llegase para cogérmela, mi esposa me ha dicho que yo me ocupe de otras cosas”.
Se le invita a jugar la escena de la mañana, cuando llega al hospital de día. Durante el juego, él está ansioso y se queja sobre todo de la pérdida de la chaqueta. A la vuelta al grupo, la discusión continúa sobre el sentimiento terrible de soledad por el conjunto de los participantes; M.B. dice: “yo tengo confianza en mi esposa, ese es su trabajo, yo tuve bastantes accidentes con mi prótesis y ahora es dolorosa… hoy mi esposa debe pasar por el centro; a veces me estoy perdido y no sé si voy a dormir en la calle”. Al escucharlo, tenemos el sentimiento de que el doble desempeño de esposa y de enfermera legitima su dependencia.
M.L. se pone a llorar al hablar de su soledad y M.B. replica: “yo no voy a soportarlo mucho tiempo”. Se le propone entonces a M.L. jugar su soledad en lo cotidiano, en su casa e incluso sus paseos con el perro a hacer sus cosas. De vuelta al grupo, M.B. dice: “M.L. goza de buena salud, en cambio yo estoy hecho un serrín, él no tiene nada y yo ni siquiera sé dónde voy a encontrar a mi esposa, tengo un problema de cadera, eso me deja vacio”. M.L. reivindica su buena salud y haber encontrado un día un pastor alemán, un perro de ataque no conveniente. La escena se termina sobre los perros cariñosos y los perros mordedores.
En la segunda sesión, se empieza a hablar del tiempo que hace, del deseo de bailar, del jardín, de las flores y del miedo a no poder quedarse en casa y también de ver a alguien en su casa que en lugar de querer ayudar pueda querer robarles; M.B. dice: “en mi última salida, me robaron mis esquís, de eso hace mucho, la última vez fue necesario encontrar un sitio de descenso; yo tengo un nieto que adoro, él será un futuro campeón, lo llamo el pez haciendo esquí de fondo, ahora él hace que yo saque la lengua del cansancio”. Mme T. reacciona ante la alegría de encontrarse con sus niños por navidad aunque también con la complicación a veces de los reencuentros familiares. Mme B. encadena este discurso con el hecho de estar acompañada al hablar, de una manera un poco excesiva, como si eso fuese maravilloso, mágico.
Se le propone entonces jugar la escena en la que ella va con su primo viudo que viene a verla. M.L. hace de primo. El juego es particularmente jovial, por no decir eufórico; los dos se ponen a bailar, a divertirse y a reír; Mme B. durante el juego dice: “yo me siento como una joven hija de antaño”; (como ella lo recordaba) entonces ella propone un mensaje a su primo y le dice: “podríamos casarnos”. A la vuelta al grupo, vemos que el juego ha conseguido cohesión, contaminando a los espectadores los cuales dicen sentirse bien y que les ha subido la moral. Pero M.B. vuelve a su realidad de una manera radical, diciendo: “tengo ahora unos líos en la cabeza… tenemos que ser conscientes de la realidad, el tiempo avanza”.
La tercera y la cuarta sesión se desarrollan sin observador.
En la tercera sesión; remarcamos la implicación y aplicación de M.B. Se juega una escena de Mme M. en la que ella muestra su cansancio de que los intercambios que se hacen cada vez que van al médico, el médico y su hija se comportan como si ella no existiera. M.B. juega el rol de médico, un médico concienzudo y que se dirige exclusivamente a la hija de su paciente. De vuelta al grupo, M.B. manifiesta su sentimiento de no decidir nada, de no ser nada desde su enfermedad, que siente que está manos de su mujer y de sus hijas, todas enfermeras, como de su yerno, médico: “antes yo tenía tres coches, hoy ninguno, voy con los bolsillos vacios”. De esa escena nosotros señalamos que M.L. es poco hablador y que él se queja de sentirse enfermo y ahogado.
En la cuarta sesión; M.B. abre el intercambio evocando la pérdida de un amigo próximo durante las navidades; dice lamentar no haber podido asistir a los funerales, porque estaba en casa de su hija que vive lejos. Se le invita a jugar esta escena que el trae con los pormenores sobre el transporte en coche desde la estación al domicilio de casa de su hija.
M.B. hace un soliloquio: “viviendo la llegada como insoportable, mi yerno estaba conduciendo, yo antes conducía mejor que él, yo estoy sentado en el asiento de la muerte y tengo miedo, el siempre lo sabe todo, mi mujer y mi hija están sentadas en el asiento de atrás, ellas hablan de mi, deciden, organizan… yo no debería estar preocupado pero veo que las cosas se me escapan”.
De vuelta al grupo, el juego ha suscitado numerosas reacciones. Mme M. evoca el suicidio de un amigo bombero; Mme B., por primera vez habla a “corazón abierto”, evoca su rol de ayudante en el acompañamiento de su marido enfermo. M.L. que se ha identificado con el yerno, se dirige a M.B. diciéndole que la inquietud de su yerno es tan real como el vivo sentimiento de sentirse disminuido que él, constantemente, expresa.
En la quinta sesión; La conversación se decanta sobre la dificultad de estar en el hospital, sobre las enfermeras que molestan y sobre los médicos; se evoca el hecho de los cambios que se han producido y sobre el envejecimiento, de tener demasiadas preocupaciones y de no conseguir siempre hablar. Otros expresan que el hecho de reunirse y poder hablar les sienta bien. La Mme B. se posiciona reivindicando que todos los días son iguales. Mme M. está muy interesada en Amélie, la observadora: “ella escribe lo que nosotros decimos o lo que ella entiende…” Los intercambios continúan y M.B. sigue insistiendo en su deterioro: “En el hospital de día, yo me lo paso bien, hay una pequeña mejora, me siento mejor que al principio pero curarme es imposible, yo estoy condenado, todo lo que me rodea me castiga, mientras mis amigos se van a la montaña yo hago un poco de bicicleta por la buhardilla pero la cadera me hace daño; cuando perdemos la cabeza ya no hay gran cosa que hacer. He comido con unos compañeros de juventud, ellos me dicen si me acuerdo y veo que es imposible que yo recupere alguna cosa de mi cabeza, que todo está perdido, siempre tengo estupideces en la cabeza”.
Vemos como la depreciación es grande en M.B. tomando a veces matices melancólicos con sentimientos de pérdida irremediables.
Las mujeres del grupo se muestran en una posición más estoica y dispuestas.
En estos momentos me ha parecido oportuno hacer jugar a Mme.T una escena de comida familiar, con su hija y su nieta de las cuales ella había hablado al principio de la sesión. Esto último tranquiliza a Mme B. sobre los deterioros de la edad: “tu estas como siempre”, le dice su hija en el juego.
Al volver al grupo, el juego parece haber dividido a los participantes entre los escépticos en cuanto a la ayuda de sus hijos y los que ven en ellos una ayuda posible. Pero M. B. no puede incluirse en el debate, él se excluye, dice no haber escuchado nada de lo que le interesa, “yo estoy ahí para lo que yo quiero”. Como si él no quisiera apartarse de su propio malestar.
En la sexta sesión; él comienza a evocar por primera vez sentimientos de injusticia: “he dado mucho y no he tenido recompensa”. En esta sesión juega una escena particularmente significativa para el grupo y para él, por su violencia: el tenía 17 años, su padre (jugado por M.L.) “fuera de sí”, le da un puntapié al culo, le cree responsable de un error con los acreedores de la empresa. Su tío y su madre están presentes en la escena como figuras protectores ya que ellos calman a su padre diciéndole: “tú eres demasiado duro con tu hijo, lo acusas de que él no está para nada, déjalo en paz”. Cuando cambian de rol, M.B. toma el rol de su padre y se muestra, efectivamente, violento ante la mirada de sus hijos: “tú eres un inútil”, y de forma violenta le da un “golpe de pie al culo”; mientras dice: “vete de ahí”. Al volver a su lugar, hace un soliloquio: “tenía miedo, mi padre está equivocado, él comete un grave error, no es culpa mía”. Al volver al grupo, M.B. dice: “solo yo tengo derecho a eso en la familia, si esto hubiera sido siempre así lo habría denunciado, pero en el fondo le perdoné, algún tiempo después él me buscó unos esquís, eran mis primeros esquís y eso me enfermó”. (Se refiere a su afición por el esquí).
Esa escena impresiona a todo el mundo, incluido a mí, por su brutalidad. Los intercambios giran alrededor de: “me parece que él no tiene amor, yo no estoy de acuerdo con ese tipo de educación, es demasiado fuerte y demasiado violento”; M.L. y Mme M. coinciden, diciendo que “aunque es un poco bestia, la cosa degenera por una tontería pero eso no quiere decir que él no tenga amor”. En relación a los espectadores: Mme B. dice: “en las familias no siempre es fácil, ahí unos pagan por los otros y a veces no hay amor donde hay tensiones y decepciones”. También están los aspectos idílicos y las familias aparentemente un poco maltratadas.
Llegamos a la séptima sesión; que constituye un punto de inflexión; en esta sesión no hay observador.
Desde hace una semana M.B. tiene unas alucinaciones en su casa y en el hospital de día. Se trata de una sola y misma visión: unas pequeñas bestias nocturnas que se suben por encima de las paredes, por su cama y por encima de él, es con esto con lo que él llega al grupo y por lo que inicia la sesión: “mirad, mirad todos y usted, la psicóloga; las tengo por todas partes…, no sé que son, mi mujer ha tratado de exterminarlas con unos insecticidas por toda la casa (esto fue real), pero no han hecho nada, esta noche no hemos podido dormir, ustedes no pueden no verlos, mírenlos por Dios!”. Los participantes se miran entre ellos, se preguntan si él los ve realmente, se inquietan y me interpelan: M.L. me mira y me dice en voz baja: “él tiene alucinaciones” y Mme M. “usted no puede dejarlo así, el pobre”.
Le propongo jugar la escena donde él habla en la cama con su esposa. Elige a Mme B. para hacer de su mujer: “según él porque ella se llama Mme B”.
Mme B. juega una esposa calmada y tranquila: “no te inquietes por nada, intenta dormir, ellos se van a ir, yo estoy aquí, no te preocupes, yo voy a sacudir las sabanas y ellos se van a marchar”. Mientras que M.B. dice: “yo los veo por todas partes, hacen cosas, justo en el cuello y ahí hay una que rápidamente sube por mi pierna”.
Al volver al grupo, observo que las tensiones sean rebajado y que las asociaciones de los unos y de los otros pueden retomarse, al mismo tiempo que M.B. parece más calmado, pero a partir de ese momento se calla. Son las mujeres del grupo y entre ellas Mme B. la primera que se expresa sobre las relaciones sexuales entre niños y niñas, asociándolo, sin duda, sobre la escena de la cama matrimonial: “los niños a veces se aprovechan de las chicas y hay quien quiere acostarse con ellas y las chicas no lo saben”; entonces se abre una discusión alrededor de las mujeres “que son engañadas” por los hombres y de “unos hombres no fiables y de los que tienes que desconfiar”. M.L. interviene explicando que “hay niños educados que respetan a las niñas”.
M.B. está en silencio y los otros asocian sobre la inseguridad, las intrusiones posibles, los sentimientos de soledad etc. ¡las pequeñas bestias van a volver! M.B. entra en la conversación que se está produciendo interpelando vivamente: “miradme, están en todas partes, miradlas subiendo por mis piernas”. Yo intento hacer esperar a M.B. diciéndole que hablaremos de ello, para terminar la discusión en curso, pero es demasiado tarde. Todos los participantes están otra vez turbados, tomando la actitud del comienzo. Yo me siento desbordado al retornar con fuerza las alucinaciones que yo pensaba que se habían canalizado y me frustré al ver interrumpidas las asociaciones suscitadas por el juego. El hecho de que pueda existir un vínculo entre las pequeñas bestias y el tema sexual se me escapa en ese momento, totalmente. Esas pequeñas bestias obstaculizan el curso de mi pensamiento y toman el control, hasta el momento en que M.B. abandona el grupo diciendo: “vosotros no creéis nada de esto, os burláis de mí, yo sé que estoy loco, quiero irme”.
Yo siento un “hormigueo” y una sensación de cólera. Mi cursillista lo acompaña a la salida y yo termino apresuradamente la escena sintiendo un mal estar interior, el cual no me es desconocido.
Es después de la sesión que junto con la cursillista-psicóloga yo decido ver a M.B. en entrevista individual, es entonces cuando nos interrogamos sobre el impacto del psicodrama sobre este hombre que parece que cada vez sufre más y como nosotros hemos fallado no ayudándole lo suficiente. En el curso de este intercambio, yo tomo conciencia, de que me he sentido movilizado, como las mujeres del grupo al ponerse a hablar de lo sexual, sin saber demasiado que hacer y he tenido la sensación de que esto fue lo que superó a M.B. y sus pequeñas bestias, antes que yo hubiera tenido tiempo de pensar alguna cosa, de poder agarrar lo que estaba pasando en el grupo.
Yo encuentro a M.B. algunos días más tarde y le digo mi sentimiento de no haber logrado comprenderle ni de haberle ayudado lo suficiente la última ve en el grupo de psicodrama cuando él nos mostró su confusión. Para mi gran sorpresa, él no solamente se siente muy bien de lo que había pasado la anterior semana al no verse comprendido, además sintió que no tenía otra opción que marcharse, pero es más, en estos momentos él no es un hombre que se presente como delirante y que muestre su herida depresiva: “yo sufro moralmente demasiado y a veces eso es insostenible, tengo ganas de que esos momentos terminen, mis hechos personales no son comprendidos en mi familia, mi esposa me dice que yo tengo alucinaciones, yo sé bien que esto no impide que vea a esas pequeñas bestias, tengo necesidad de marcharme, a veces deseo estar hospitalizado, necesito estar cuidado, no puedo quitarme todo esto, necesito ayuda, mi mujer no me comprende, ella me lo hace todo y eso no cambia nada, quiero estar tranquilo, lejos de ellos…” Por primera vez M.B. emite una demanda de cuidados y de separación de su esposa. A veces, nos dice en ese momento: “tengo demasiado esposa-enfermera; pero es la mujer, la esposa, la que yo necesito y no la enfermera”.
Nosotros nos reencontramos en la octava sesión; a la cual viene sin sus pequeñas bestias y sobre todo se muestra en una actitud muy diferente de las sesiones precedentes. A lo largo de la sesión él escucha a los otros, empático y atento. Es más, parece haber retrocedido su postura, no está turbado, parece más flexible corporalmente, está más aseado y ha olvidado su bastón en el hospital de día.
La sesión octava gira alrededor de un solo juego, corresponde a M.L. quien cruza la calle para saludar a tres ancianas, conocidas feministas, que le constatan que él ha cambiado, que él está casi irreconocible, M.L. responde diciéndoles que se cuida y que siempre tiene nuevos proyectos, M.B. es un espectador atento pero no se implica, en todo caso se inclina para escuchar y ver mejor, no perdiendo detalle.
A la vuelta al grupo grande expone sus intenciones: “es clásica esa mirada de los otros sobre ti ante la que tu reaccionas, nos comenzamos a deprimir, una cuesta difícil de remontar, pero M.L. es constante, él tiene un buen estado general con esas mujeres, eso le resta malestar, es otro hombre, vive la vida tal y como viene y si tiene una subida de energía no se avergüenza”.
La discusión continúa alrededor de la aceptación de los cambios y de las pérdidas relacionadas a la edad y las enfermedades de la memoria, que pasa por la confrontación de las miradas de los otros.
M.B. continua siendo parte activa: “no debes juzgar a los que te juzgan, es un consejo que debes tenerlo en cuenta, es el principio del cambio, no todo lo que uno piensa lo debe decir, la vida no es un largo rio de tranquilidad, nosotros no estamos obligados a mojarnos el culo en el agua fría, el agua tibia es mejor (¿querría él querer decir que mejor protegerse de las grandes excitaciones y de las grandes emociones?), mis esquíes se quedaron en el muelle, la cosa no es tan grave para quedarnos jodidos; yo soy el más enfermo de aquí, tengo una enfermera, mi mujer, a mi disposición en mi casa todos los días y os puedo decir que no es fácil, en todo caso yo no voy a mejorar, esta es la última vez que yo vengo al grupo porque me van a hospitalizar, tengo que cuidar de mi, estoy muy contento de haber venido hoy”. M.B. se muestra tranquilo, capaz de encontrar una solución más activa a su actual edad.
Las dos últimas sesiones continuaron sin él.
¿POR QUÉ DEL SÍNTOMA ALUCINATORIO?
No está claro que en el aprés-coup se pueda medir el valor de esas pequeñas bestias en términos de reaparición de lo sexual con M.B. en su carácter traumático, por lo menos no solamente, de hecho es un significado señalado por los otros participantes pero no por él. Esas pequeñas bestias que suben e invaden todo el campo del pensamiento y de lo corpóreo; desde el episodio de la cama conyugal, se pueden entender como metáfora de una sexualidad olvidada, denegada o rechazada, lo que hace eco en las mujeres del grupo frente al sexo del hombre que asusta y ante el cual hay que cuidarse, ante lo cual el segundo hombre del grupo responde: “los muchachos son educados”.
¿Pero las pequeñas bestias no evocan también el juego de niños, la pequeña bestia que sube y hace cosquillas? En resumen, un juego sexual donde se encontraría la nostalgia de un goce sexual por M.B.
Él a su llegada se presenta como un hombre profundamente afectado por su disminución pero sobre todo resignado y se vive como alguien totalmente dependiente de su mujer, donde la enfermera eclipsa a la esposa. Ahí él esta feminizado e infantilizado y tocado en el corazón de su identidad sexual.
El psicodrama, merced a los juegos aportados por él y por los otros participantes, parece que ha despertado su deseo. ¿Por qué eso que se despierta toma la forma en él de un síntoma alucinatorio? Nada en la historia de M.B. nos permite evocar la psicosis. Nosotros nos decantamos por el debilitamiento de ciertas funciones mentales, las cuales causan una eliminación de los límites entre lo imaginario y lo real. El contenido de estas alucinaciones nos cuestionan y nos hacen pensar en las fobias infantiles en relación con las cuestiones sexuales, también podemos asociar en relación a las pequeñas bestias, las bestias nocturnas o el hecho de sentirse una bestia. Dentro del significante “bestia” podemos encontrar frases como: “Yo soy una bestia”, “mi mujer me hace todo, yo soy una basura, una cobaya”, y además hay…en la transferencia, por qué no, “la bella y la bestia”, significantes del discurso de M.B. y después viene la enfermedad del esquí, cogida después del castigo paterno.
Se trata, en todo caso, del resurgir de la sexualidad y de la pubertad como demuestran las asociaciones de las mujeres del grupo a través de las cuestiones del devenir hombre o del devenir mujer; para M.B. es más su infantilización que está puesta en escena, pero es en ese mismo punto que él se reinicia en tanto que hombre, al cual le habían quitado su chaqueta, en la primera escena. Vemos la importancia de esos actos en las escenas de psicodrama, que le devuelven el cuerpo sexuado.
Notamos que esas pequeñas bestias aparecen en la sesión sexta donde M.B. ha jugado la escena donde él es ese hijo, adolescente de 17 años, que recibe el golpe de pie en el culo por su padre; escena que en la realidad ha sido vivida como un inmenso rechazo, una real descalificación. Ese padre que no hace crédito a su hijo de su buena fe, ese padre que tiene el poder y que condena a su hijo a un goce del tipo masoquista. Después del juego de la sexta sesión, M.B. parece enorgullecerse de ese tratamiento: “solo yo tengo derecho a esto en la familia”. ¿La relación se construye desde la descalificación? No es hasta después de este castigo que su padre le ofrece sus primeros esquís que él tiene “me dio la enfermedad”. Un castigo injusto que es preludio de una reparación paternal y una afirmación de sí mismo.
Será en el curso de la escena siguiente, donde él viene con sus pequeñas bestias y después la escena de la cama conyugal, cuando M.B. abandona el grupo como si él nos quisiera decir: “yo quiero mostraros que soy un hombre pero vosotros no me reconocéis como tal, esto hace que yo me vaya”. Él se marcha con sus pequeñas bestias. La imagen actual de su cuerpo y la acumulación de las pérdidas en la realidad hacen vacilar su yo y su identidad sexual. ¿Puede esto reconstruirse, ese sentimiento que él tiene de desvalorización: “ser un serrín, ser una cobaya para el otro, una basura”? no comprendéis nada; me dice a mí y al grupo.
Como yo no debo dejarle salir del grupo con ese sentimiento de dejadez y en tanto que él no se puede ir diciendo “yo soy castigado por todo”, le propongo una entrevista individual donde me sorprende por su control de sí mismo, lo que se manifiesta en la octava sesión.
Antes del trabajo de psicodrama su enfermedad de Alzehimer y su dependencia eran su castigo, su drama. Ahora él ha hecho un recorrido significante y ha podido identificar su síntoma y está familiarizandose con él, en suma él rehúsa hacerlo propio.
P.M. Charazac nos dice que tanto en el hombre adulto como en el niño, la depresión es ante todo corpórea en apoyo a su yo, en el origen todo es corpóreo.
¿Esas pequeñas bestias han permitido a su mujer que se interese al fin por otra cosa que no sea solo como un objeto de cuidado? A través de ellas, ella coge al final la realidad de lo que él siente, de lo que él tiene ganas pero que lo expresaba de una manera torpe y simple, en tanto que ella se va a proveer de insecticida e intenta erradicarlas. ¿Eso constituye un preludio de otra cosa? Esas pequeñas bestias metafóricamente van finalmente a permitirle su descubrir en relación a las cosas que le pasan en el cuerpo al diferenciarse de su mujer, al separarse de ese enlace. Ahí está la necesidad de excluirse, de hacer ruptura por sentirse como objeto de deseo del otro, por rehabilitarse como sujeto deseante y vivo.
EVOLUCIÓN DE LOS OTROS PACIENTES.
¿Cuál es la evolución de los otros participantes? Rescato sobre todo a dos pacientes, los cuales impactan al grupo y han sido significativos: Mme B. y M.L.
Mme B. defensiva, exaltada y agresiva hacia su hija, el juego de las sesiones han impuesto su realidad de más mujer en armonía con sus emociones y su historia, que ella cuenta en las últimas escenas, que ha escrito y que quiere transmitir a su hija. En el hospital de día, ella está más tranquila, a veces triste pero aceptando mejor las ayudas (casi siempre por su hija), se mueve menos (no sale de casa a cada momento). Lo que le ha permitido tener más éxito en la mediación terapéutica.
M.L. en el psicodrama ha modificado, sobre todo, nuestra mirada. Nosotros le veíamos como un hombre deficiente y defensivo, con quien no podíamos tener una verdadera discusión. M.L. se muestra un hombre profundo, instruido, empático, un padre amoroso, que se pelea por ser él mismo y por lo que él ha construido. Nosotros, ahora, sentimos que lo conocemos y somos más tolerantes con sus hijos, los cuales nos parecían sospechosos e inconstantes. Se muestra más verdadero experimentando sus emociones.
Con Mme B. vemos un cambio muy manifiesto: “he cambiado y envejecido”, está más abierta, se muestra más fácilmente y sobre todo se apoya en mí, finalmente ella está más confiada: se convierte en la protagonista de sus propios cuidados. Regularmente yo me la encuentro en los balances médicos-psicológicos, ahora que ella no está en el hospital de día y realmente la vemos con una alegría que no disimula.
La fuerte relación transferencial conmigo en este grupo de psicodrama permite que se inscriba un tercero aceptado por la familia, lo que facilita que los reencuentros familiares sean más calmados y que se desarrolle un trabajo de alianza.
CONCLUSIONES.
En los pacientes mayores con Alzheimer, podemos encontrar y reinventar su realidad singular, que se representen como sujetos de su propia historia, lo que les permite dar un cambio significativo a sus vidas, construir su memoria en presencia de los otros, unir sus trazos mnémicos tanto como los pulsionales, fantasmáticos y afectivos.
Frente a “yo me pierdo”, M.B. (en concreto y los demás en general) necesita encontrar a ese otro, como seguro soporte frente al proceso de desunión, de desidentificación. La dependencia al otro es en primer lugar una relación: para que nazca el yo se necesita pasar por el otro. El otro en una posición de “yo auxiliar”, lo van a desempeñan tanto los terapeutas como los otros participantes.
La psicoterapia individual ha mostrado sus límites ante lo perdido, ante la confrontación de la vida interna, ante la representación de la muerte psíquica. En estos veinte últimos años se ha demostrado la pertinencia del apoyo grupal en la disminución de la enfermedad de alzheimer, fortaleciendo las competencias terapéuticas de los cuidadores. La memoria vuelve en presencia del grupo. Los métodos de rehabilitación cognitiva se muestran rápidamente ineficaces si lo que está en el centro no es la relación con el otro, apoyando y tranquilizando. El placer tomado y compartido es el que da sentido a toda la actividad creativa.
Lo cotidiano en la enfermedad de alzheimer es una realidad muy difícil de descubrir. Más allá de los test neuro-psicológicos, de las imágenes, de las investigaciones sociales, ¿qué es lo que subsiste y persevera detrás del gesto perdido, del discurso en bucle, del objeto que no permanece, qué es eso que en el fondo se repite? La enfermedad se pierde en su cotidianidad, se olvida el instante, a veces se usa la expresión de “olvidar a la medida”, por lo que parece que se olvida a cada momento, a cada instante, lo que ellos viven y lo que nosotros les decimos. ¿Pero su realidad cotidiana es sin embargo desencarnada? Creemos que no. Los pacientes en psicodrama nos hablan de ellos, jugando y reescribiendo su deseo, su subjetividad, aproximadamente como pueden hacerlo unos pacientes no mayores y no con alzheimer.
El término “aprendiendo a vivir mejor”, me parece bien para describir la realidad de los pacientes mayores con alzheimer en psicodrama.
Nosotros permitimos al sujeto confrontar la pérdida de sus facultades intelectuales, seguir estando presente en él, estar en la realidad de sujeto singular y tener que recurrir a ello siempre; y esto desde la primera pregunta: “¿Qué es lo que me pasa?”, para que pueda intentar comprender alguna cosa por él mismo y su grupo de pertenencia familiar, con el fin de retrasar los límites de la degeneración.