Por Juan Camilo Arias Castrillón.
Escribo este texto como una forma de sistematizar una experiencia de formación que viví en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Argentina, y como una excusa para hablar de mi formación como psicodramatista en un país en el que el psicodrama no es muy conocido, y no existen centros de formación en psicodrama.
Todo empezó como una experiencia académica que transcurrió en el año 2012 en la UNLP, en la Provincia de Buenos Aires. Yo era un estudiante colombiano que estaba haciendo un semestre de intercambio en la UNLP, cursaba el cuarto año de la carrera de Psicología, tenía en aquel entonces veinte años, y ya llevaba al menos un año de formación como psicodramatista.
Aquí es necesario abrir un paréntesis. Contrario a muchos de los países que he visitado o he tenido noticia, el psicodrama en Colombia no es un asunto muy difundido, no existen escuelas de formación en psicodrama, ni es común encontrar materias de psicodrama en el interior de los planes de estudio de las carreras de psicología. Hasta ahora, en un breve rastreo histórico que he realizado y que seguramente más adelante publicaré sus resultados, el psicodrama en Colombia, especialmente en Medellín, tuvo “sus quince minutos de fama” en la década de los ochenta, y principios de los noventa, y curiosamente en las facultades de educación y no en las de psicología. Esto lo digo con el fin de encuadrar un poco el asunto de “mi formación” como psicodramatista, que no sucedió en una escuela de psicodrama, con un plan de estudios, sino de una manera más bien artesanal, pero en la que mi visita a la UNLP tuvo un valor fundamental.
Mi formación como psicodramatista se puede resumir en tres partes que sucedieron simultáneamente. La primera de ellas fue mi experiencia como participante de un grupo de psicodrama, La Caja de Pandora, en la que teníamos reuniones periódicas cada dos semanas de, más o menos, tres o cuatro horas de duración. Fui parte de este grupo durante dos años y seis meses, hasta que el grupo decidió concluir. Era dirigido por un psicoanalista de tradición lacaniana que orientaba su práctica psicodramática en la escuela de los esposos Lemoine (esta aclaración es importante para comprender la fascinación de mi encuentro con una propuesta diferente en Argentina). Mi participación en La Caja de Pandora me permitió, usando la expresión shakespeareana, “poner mi libra de carne”, es decir, atravesar un proceso de psicodrama poniendo mi cuerpo y mi subjetividad en la escena.
En este grupo logré elaborar una escena que me conflictuaba bastante: En diciembre de 2011 tuve una pelea muy fuerte con mi madre; en medio de esta yo llamo a mi abuelo para que venga a cuidarla porque se había desmayado, y yo tenía mucha rabia y ganas de salir de ahí. Mientras me visto para salir llegan mi abuelo y mi tío; este me habla y me dice “¿Qué gana con irse?”. Yo me calmo un poco y finalmente me quedo en casa. Al representar esta escena en psicodrama, llega el momento del soliloquio y uno de los “yo auxiliares” me hace una devolución diciendo “tengo culpa por haberme quedado”. Yo hago consciente esa culpa y la elaboración se dirige en esa dirección. Resulta que esta elaboración era fundamental para mi futuro cercano, puesto que en marzo de 2012 yo tenía planeado el comienzo de mi intercambio en la UNLP. Iba a estar solo, en un país relativamente desconocido y, saberme ir, saber separarme de mis padres y hacerme responsable de mí, era fundamental para mi viaje. Una elaboración que fue posible por el psicodrama.
La segunda parte está relacionada con un grupo de lectura y estudio de psicodrama, que llamamos El Hilo de Ariadna. Ariadna en la mitología griega, es la hija de Minos, que le entrega a Teseo un ovillo de hilo con el que puede entrar al laberinto, encontrar al minotauro Asterión, y regresar con vida. El grupo El Hilo de Ariadna funciona para nosotros como una metáfora del hilo teórico que nos guiaría a los integrantes de este grupo, en nuestra formación como psicodramatistas, por los “laberintos” de la experiencia psicodramática. Este grupo trató de emular la metodología del cartel y, aunque tuvo algunos impasses que requirieron modificarla, la idea central era que cada uno de los integrantes tenía una pregunta específica con respecto al psicodrama, y conforme iba avanzando en la búsqueda de respuestas, iba socializando con el grupo sus hallazgos.
La tercera parte de mi formación como psicodramatista, en Colombia, fue como difusor del psicodrama. En esta parte se suman las experiencias de diferentes talleres al interior de la universidad en la que estaba estudiando en el momento, las lecturas de ensayos en la misma, y la publicación de los mismos en la revista Poiésis (que está disponible en internet) y la revista Speculum (en los números tres y cuatro).
Retomando la historia de Argentina, al llegar a La Plata, ciudad que queda a más o menos una hora de trayecto en tren de Buenos Aires, mi primer interés fue buscar un centro de formación de psicodrama que pudiera recibirme durante los seis meses que duraba mi experiencia. Sin embargo, a pesar de establecer contacto con varios de ellos, no fue posible pues sus planes de estudio requerían de al menos tres años de duración, y no podía inscribirme durante solo un semestre.
Más tuve la fortuna de encontrar en la UNLP un seminario optativo titulado “psicodrama, grupos e intervención en salud mental comunitaria” cuya docente era la profesora Ana María Del Cueto (autora de diversos textos sobre grupos, intervención comunitaria y psicodrama). Simultáneamente a este curso, pude nutrir mi formación a través de la lectura de diversos textos que encontraba en las librerías de libros usados que llenan la calle Corrientes de Buenos Aires, las cuales visitaba con cierta frecuencia preguntando “¿tienes algo sobre psicodrama?”, y comprando todo el material que estuviera disponible para la posterior lectura mientras viajaba en el tren o tomaba mate en casa.
El cuerpo de este texto consiste en la descripción de algunas de estas sesiones de psicodrama que tuve al interior del curso. La dinámica académica consistía en encuentros cada dos semanas, de más o menos tres o cuatro horas, que tenían dos partes: una de teoría y otra de práctica. La parte teórica se centró en la discusión de conceptos del esquizoanálisis de Deleuze y Guattari. La segunda parte es la que voy a describir. Son notas sobre la experiencia que fueron tomadas tras cada sesión (salvo las dos primeras) y que al final tienen una nota sobre las impresiones teóricas o subjetivas. Deliberadamente elegí no alterar las notas, salvo por detalles de estilo, para conservar lo que pudo haber sido el significado de cada significante y que pudo haberse diluido en el tiempo.
Primera y segunda sesión
Mi encuentro con el psicodrama, hasta ahora, ha sido con el psicodrama psicoanalítico de Pavlovsky, mediante experiencias grupales pensadas para el grupo, quizás no tanto para el individuo.
Hemos tenido dos encuentros, en el primero tuvimos un warming (calentamiento) caminando, mezclándonos, y después recibimos la consigna de “buscar elementos en los otros que nos recuerden algo nuestro o de alguien que conocemos, y se lo decimos”. A continuación seguimos caminando y cambiando velocidades, tratando de mezclarnos en el grupo pero sin chocarnos entre nosotros; recibimos otra consigna “caminen de frente uno con otro, mirándose fijamente y mantengan contacto mientras se acercan hasta llegar al punto máximo y ahí se fugan; busquen la mirada del otro, manténganla y después se fugan”. Posterior a esto buscamos parejas e hicimos juego de roles presentándonos “como si” fuéramos el otro. Concluimos conversando sobre cómo nos sentimos.
El segundo encuentro tuvo menos tiempo y el warming fue mucho más corto, por lo que solo caminamos mezclándonos, y buscamos una “pareja” que preferiblemente no conociéramos (aquí cabe aclarar que los participantes del grupo éramos más o menos diez o doce, y al menos cuatro de ellos éramos estudiantes de intercambio de Colombia y Brasil). Con esa pareja hicimos representaciones corporales; la consigna fue “uno de los integrantes va a hacer una forma con su cuerpo y el otro va a intentar complementarla, después cambian”. Cada pareja hizo su “forma complementada” y se dio la consigna “ahora van a hacer lo mismo pero la forma inicial debe tener un hueco, y el otro va a complementarla metiéndose en ese hueco”. Después nos juntamos en grupos de cuatro personas, y la consigna fue “el grupo pasa al centro, uno de los integrantes hace un movimiento y lo congela, después otro integrante lo complementa haciendo otro movimiento y lo congela, hasta que estén los cuatro integrantes en escena; después cualquiera de los participantes que estén en el auditorio puede sumarse a la escena haciendo un movimiento y congelándolo”. Cuando estuvieron todos en la escena se dio otra consigna “ahora cada persona de la escena debe asociar una palabra y decirla en voz alta”. Se disuelve la escena y pasa otro grupo al centro con el que se hace lo mismo. Concluimos diciendo como nos sentimos y expresando dudas.
Hasta el momento he experimentado que el psicodrama de Pavlovsky es más corporal discursivo, “se hace con el cuerpo más de lo que se dice con la palabra”. A su vez también veo que la orientación (no sé si del psicodrama psicoanalítico de Pavlovsky, o de la profesora, o del tema que le compete al curso “psicodrama, grupos e intervención en salud mental comunitaria”) es más hacia el análisis grupal y de las relaciones al interior del grupo, que hacia el sujeto y su “subjetividad”. Sin embargo esto puede deberse, repito, a la profesora, a la orientación de Pavlovsky, al tema del seminario o, incluso tal vez, al momento grupal que estamos viviendo que es recién de inicio de grupo en una segunda sesión.
Me parece muy interesante el contacto con el cuerpo y cómo este puede ser protagonista sin necesidad de palabra, cómo el cuerpo puede ser portador de lo simbólico en el grupo.
Tercera sesión
De nuevo comenzamos caminando bajo la consigna “caminen por el espacio, entremézclense… mírense”; después “ubíquense en algún lugar del espacio, donde quieran, y estando allí piensen en una escena en la que hayan sido protagonistas o espectadores y que haya sido significativa para ustedes, que les represente algo y ahora; cuando todos tengan su escena, vamos a relatarla en voz alta.”
Cada uno de los integrantes pensó y contó su escena y a continuación nos reunieron en grupos de entre tres o cuatro personas por proximidad espacial (los que estábamos más cerca). En los grupos debíamos seleccionar una escena de las que los integrantes del grupo habían relatado, para representarla entre todos.
Representamos la primera escena donde cada uno de los personajes, después de finalizar la dramatización, hizo un soliloquio de su papel y los sentimientos o pensamientos que atravesaban en ese momento; la consigna fue “cada uno va a cerrar los ojos y va a relatar lo que siente o piensa de la escena”.
En la segunda escena la coordinadora hizo una pausa en medio de la representación, congelando la escena, y realizamos un ejercicio de doblaje que consiste en que cualquier integrante del grupo, bien sea protagonista, reparto o auditorio, haga un doblaje de la actuación de cualquiera de los personajes en la escena, diciendo o haciendo las cosas que no se dijeron en la escena, es decir, que siguen latentes, haciéndolas manifiestas. Es una técnica muy parecida al yo auxiliar, aunque agrega el componente corporal como otra forma de simbolizar eso que no se ha dicho. En la tercera escena también hicimos doblaje.
Posterior a estas representaciones “concluimos” (entre comillas porque posiblemente no fue una conclusión, más si fue la última actividad, exceptuando la conversación final que tuvo un valor más pedagógico-formativo) realizando una actividad de multiplicación dramática que consiste en que cada participante salga al centro, o “a escena”, y represente una escena breve que le pase por la mente, sea o no resultante de las representaciones anteriores. Realizamos estas representaciones hasta agotar las escenas que aparecían, o hasta que la censura (bien sea por el real del tiempo o por defensa, o cualquier otro motivo) se impuso en el grupo.
Finalmente, a manera de charla formativa, conversamos sobre la utilidad de estas técnicas en el ámbito comunitario; cómo una multiplicación dramática, por ejemplo, puede ayudar al trabajo en el interior de una comunidad, poniendo una escena de base producto de las vivencias de los miembros de la comunidad, y observar y trabajar con las escenas que de allí se derivan.
Asociamos toda esta producción a las líneas de fuga (o puntos de corte), que son puntos donde se rompe el orden establecido dando paso a la creatividad, o me permito decir, la espontaneidad del sujeto. También hablamos de cómo estas líneas de fuga y el trabajo psicodramático, se asocia al concepto de rizoma, libro rizomático, o pensamiento rizomático de Deleuze y Guattari.
Cuarta sesión
De nuevo comenzamos caminando alrededor del espacio, entremezclándonos. A continuación nos ubicamos a un lado con la consigna “imaginemos que aquí hay un escenario que tiene tres escalones a cada lado, ustedes suben al escenario, caminan y en el medio se detienen o no, y siguen caminando hasta el final del escenario, y se bajan de él”. Todos lo hicimos; en algunos casos se hizo repetitivo, pero en la forma como las personas atravesaban el escenario, se podían interpretar algunas cosas… incluso algunos lo hicieron como un ejercicio espontáneo, cambiando la forma habitual de caminar por un escenario… después cambiamos de consigna “vamos a subir al escenario, y se van a detener en el medio, van a decir su nombre al público, y les van a decir el significado de ese nombre; es decir, usted cómo se llama y por qué se llama así y no de otra forma”. Una técnica de presentación muy útil para “descentralizar el yo”, centrando la atención en el nombre como algo ajeno pero que es en sí mismo el sujeto; es decir, da la impresión de que “estoy presentando a mi nombre y no a mi”, entendiendo el nombre como algo extraño al sujeto, algo que no es él, como una cosa. Después de esto cambiamos de consigna “van a subir al escenario, se detienen y van a presentarse como si fueran su mascota; una mascota que tienen, o tuvieron. Es decir, van a hablar como si fueran su mascota y van a presentar a su dueño. Por ejemplo: yo soy rufo, el perro de Ana; Ana me parece una persona….”
Conversamos un rato sobre la experiencia, de nuevo haciéndolo más hacia lo pedagógico… sin embargo surgió otro ejercicio de la conversación. Formando equipos de cuatro personas, cada equipo recibía la consigna de “en el medio de ustedes hay una piedra; esa piedra la tienen que llevar desde aquí (señalando el lugar donde estaba el equipo) hasta aquí (un lugar unos cuantos pasos más allá)”. Después conversamos acerca de cómo este ejercicio podía ser utilizado en los diagnósticos de problemas en comunidades, para ver la dinámica de la resolución de problemas al interior de la comunidad.
Quinta sesión
En la quinta y última sesión comenzamos caminando a través del espacio, y en medio de la entremezcla de cuerpos, recibimos la consigna de cerrar los ojos y girar sobre nuestro eje desplazándonos, como rondando, sintiendo el contacto de los otros. Después nos pidieron que nos formáramos en tres grupos, preferiblemente entre los que no habíamos trabajado, que no nos conocíamos muy bien y, en esos grupos, que pensáramos en una máquina que no existiera, que hiciera algo, que fuera susceptible de ser dramatizada y que tuviera movimiento.
Tras un tiempo para pensar las máquinas, los grupos fueron pasando uno a uno dramatizando las máquinas. Especialmente una de las que fue dramatizada causó un efecto interesante en el grupo. La máquina simulaba leer el estado de las personas con un escaneo corporal, y brindaba recomendaciones para mejorar tu estado. Varios integrantes del grupo, animados por la coordinadora, fueron pasando por la máquina para que esta les diera su lectura.
Posteriormente tuvimos un breve espacio de conversación acerca de los conceptos de máquina y agenciamiento de Deleuze y Guattari.
Después de la conversación nos pusimos de pie, hicimos un círculo mirando todos hacia el centro, recibimos la consigna de caminar hacia alguien, ponernos frente a ese alguien y decirle algo que nosotros le dejábamos y algo que nos llevábamos de ese alguien, a la manera de “me llevo… de ti y te dejo… de mí”. El ejercicio se realizó con todos los integrantes del grupo y, una vez todos realizaron este ejercicio, se propuso seguir la misma consigna pero con el grupo, es decir, decirle al grupo algo que me llevo de él y algo que le dejo yo al grupo.
A continuación pasamos a otro momento de charla donde una de las compañeras de intercambio comenzó a llorar expresando su tristeza porque la experiencia está finalizando y porque nunca volverá a encontrar a las mismas personas en las mismas situaciones. Esta situación hacia resonancia en varios de los integrantes del grupo que también estaban realizando experiencias de intercambio, y también estaban prontos a regresar a sus países.
La coordinadora propone un ejercicio y dice: “tomémonos una foto”, a lo que todos nos posicionamos como para tomarnos una foto. La coordinadora dice que el que quiera pase al frente y tome una foto simbólica, como para fijar ese recuerdo en la memoria y permitir un cierre simbólico de la experiencia, tanto para los compañeros de intercambio como para los demás estudiantes. Finalmente tomamos la foto real y concluimos la sesión.
Conclusiones
Esta sistematización, si bien breve, deja varios elementos. Para mí, como psicodramatista que en ese entonces estaba en formación, fue particularmente importante encontrarme con una vertiente del psicodrama diferente a la que venía trabajando en La Caja De Pandora. El uso de técnicas diferentes a la representación simple y el doble, que eran las técnicas privilegiadas en La Caja de Pandora, me permitió comprender la riqueza y multiplicidad que subyace al psicodrama.
Simultáneamente, muchos de estos ejercicios de clase ayudaron a la comprensión de los conceptos que estaba leyendo en los libros que traía de la calle Corrientes, especialmente los relacionados con el esquizodrama.
Esta experiencia en el curso con Ana María del Cueto, acompañada de la lectura de textos que no eran comunes en mi país, me hicieron preguntarme por las tradiciones teóricas del psicodrama, lo que me llevó a comprender las diferencias técnicas, teóricas y metodológicas que existen entre el Psicodrama Clásico de Moreno, el Psicodrama Psicoanalítico de los argentinos (Pavlovsky, Kesselman, Martínez Bouquet, Moccio, y otros), el Psicodrama Psicoanalítico de los franceses (Anzieu, Lebovici, y otros), el Psicodrama Gestáltico de tradición humanista (Fritz Perls) y el Psicodrama Freudiano (los esposos Lemoine). Se conectó con la pregunta rectora del grupo de El Hilo de Ariadna, cuyo objetivo era leer sobre psicodrama “para encontrar, en las formas de hacer de los diversos psicodramatistas, nuestra propia forma de ser y hacer”
Cabe rescatar dos asuntos importantes en mi formación, ambos resultantes de esta experiencia en la UNLP. El primero es que, producto de las lecturas del curso y algunas tardes de reflexión, escribí el primer artículo para Speculum “Donación de significantes en el psicodrama: una propuesta técnica de caldeamiento”. El segundo es que a partir de mi vuelta a Colombia, comienzo el proceso de cierre de mi experiencia en La Caja de Pandora, y empiezo a nombrarme “Psicodramatista”. Lo que me empujó a coordinar diferentes talleres y seminarios en diferentes universidades del país, con el objetivo primordial de difundir el psicodrama como una metodología de intervención que tiene diversas características que la hacen única y ventajosa para la intervención de diferentes fenómenos psíquicos. Y además me puso en camino al congreso Iberoamericano de Psicodrama, realizado en Santiago de Chile a mediados del 2015.