Cómo romper con la repetición.
Por Enrique Cortés
RESUMEN: El autor nos revela, de una forma clara y armoniosa, los fundamentos en los que se basa el psicodrama freudiano, que nace de la mano de Gennie y Paul Lemoine, quienes conjugaron la teoría psicoanalítica con la técnica psicodramática creada por Jacob Levi Moreno, formando así una nueva disciplina: el psicodrama freudiano. Este método establece sus pilares en base a una escucha que va más allá de lo aparente, la mirada favorecida por el grupo, la importancia de la palabra y el discurso grupal y las representaciones, mediante las cuales se “repiten escenas” precisamente para romper con la repetición, pues el sujeto aparece como protagonista de su propia historia y se encuentra con algo nuevo, abriendo camino a nuevas posibilidades.
Un psicoanalista no solo debe saber escuchar, también debe saber mirar.
J.D. Nasio
Hace tiempo me encontré con una mujer que venía a consulta buscando explicación al porqué de su mal carácter; ese carácter había conseguido que su marido la dejase, que perdiese el trabajo y ahora sus hijos también se estaban alejando de ella. Cuando ella intenta exponer al grupo el porqué de su agresividad, le viene una secuencia infantil en la que siendo niña los Reyes Magos le trajeron una muñeca. Ella recuerda cómo al siguiente año, una semana antes de que los Reyes Magos volvieran a visitarla, la muñeca se perdió y cómo su madre le dijo que si se portaba bien le traerían una igual.
Efectivamente, así sucedió. Este hecho ocurrió durante un par de años más.
En la adolescencia, la paciente se da cuenta de que en realidad era su madre quien le escondía la muñeca. Y fue entonces cuando surgió en ella un enorme sentimiento de rabia que ahora le fluye a borbotones.
En la representación de la escena, en la que ella, siendo adolescente, le pide explicaciones a su madre, en el cambio de rol, se escucha decirse lo siguiente: “hija, eran tiempos de hambre, nosotros éramos pobres y casi no alcanzábamos para comer. Yo, tu madre, no quería que perdieses la ilusión y por eso me inventé esta estrategia”.
Cuando la paciente se escuchó decirse estas palabras, su relación con el mundo cambió.
Con esta pequeña viñeta ya podríamos dejarlo, yo creo que vosotros ya podéis saber de la potencia y la riqueza del psicodrama.
Psicodrama, como todos nosotros sabemos, quiere decir psico (alma) y drama (movimiento). Se trata pues de poner en acción nuestros deseos; de ponerlos a jugar.
Llamamos a nuestro psicodrama freudiano porque Gennie y Paul Lemoine eran freudianos y ellos fueron los que se encargaron de hacer una nueva lectura al psicodrama de Moreno. Al ser freudiano, la palabra tiene gran importancia, aunque no cualquier palabra, como diría Lacan: la palabra que a nosotros nos interesa es la palabra plena, esa palabra que hace cadena (significante) y que llegado el momento nos descifrará un significado. En tanto que el significado de las palabras no va a depender tanto del hablante sino del oyente, que una palabra sea plena dependerá del que escucha; y esto en el grupo se multiplica geométricamente, ya que no solo están el animador y observador, es decir, los terapeutas, sino que también está el grupo, que hace de resonancia, facilitando que el significante se desplace.
Esto es fundamental, es decir, que para que alguien se sienta escuchado, del otro lado tiene que haber alguien que sepa escuchar.
Esto es lo que nos diferencia de otros modos de hacer: la escucha.
Porque nuestra escucha no va dirigida a quien “aparentemente” está diciendo cosas; más bien yo diría que nuestra escucha va dirigida hacia lo que no aparenta, es decir, eso que para el hablante no es consciente: el inconsciente.
¿Cuál es el obstáculo para poder escuchar? Nosotros. Porque uno no va a escuchar aquello que no está preparado para escuchar, y esa preparación no la da el conocimiento sino el saber sobre uno mismo, nuestro proceso terapéutico. Y esto es importante que lo tengan en cuenta, sobre todo ustedes que van a dar el pistoletazo de salida al postgraduado.
La formación en psicodrama no es una formación de conocimiento, de lápiz y papel, donde hay Otro que sabe (saber universitario) y otro que aprende, que se empapa de conocimientos. Nuestra formación es una formación de saber, de saber qué hacer con la verdad de nuestro deseo, con la verdad de nuestro inconsciente.
Entonces en un primer momento está la palabra, alguien que dentro del círculo se atreve a dar un paso al frente, alguien que se atreve a exponerse. Acto que propicia que la palabra circule, produciendo una cadena de significaciones.
Pero además, el lugar donde esto ocurre es un lugar propicio para que pasen cosas: el grupo.
Y vaya que si pasan cosas en un grupo…
Porque de entrada un grupo se compone de más personas de las que aparentemente están. Hay un cuentecito donde un maestro sufí le dice al alumno: “si estuviésemos solos te diría la verdad sobre el mundo”. El alumno corrige al maestro y le dice que allí no hay nadie más que ellos dos, a lo que el maestro le responde: “estoy yo y también estás tú, además está lo que yo pienso de ti y lo que tú piensas de mí, y también lo que ambos esperamos el uno del otro, más las interpretaciones que hacemos de lo que escuchamos, que sin duda tienen que ver con nuestra historia, en la que están nuestros padres, hermanos…”
Es decir, que un grupo, y sobre todo un grupo de psicodrama freudiano, es un lugar abonado para que todas nuestras fantasías eclosionen. Allí nuestros fantasmas salen a pasear; el grupo es el lugar privilegiado para que nuestras identificaciones se reaviven e incluso se construyan otras nuevas.
Y si no olvidamos que en un principio solo fuimos eso, identificaciones, para nuestra propia construcción y si seguimos sin olvidar que luego necesitamos romper con ellas, para poder construir nuestra propia identidad, podemos pensar sin miedo al equívoco que el grupo psicodramático es un lugar de construcción, de nuestra construcción.
En un principio necesitamos del otro para que nos vaya diciendo quiénes somos y así nos construimos desde la igualdad: “yo soy lo que el otro dice que soy”, pero luego necesitamos separarnos de ese otro para ir construyéndonos desde la diferencia: “yo soy eso que me diferencia de los demás.”
Es el paso de la identificación regresiva a la identificación progresiva, en búsqueda de nuestra identidad. Para poder jugar con todo esto en nuestro psicodrama entran en acción las elecciones de los “yo auxiliares”.
Y para todo esto es fundamental la mirada. En el grupo todos estamos expuestos a la mirada de los demás.
Escribí un subtítulo: “cómo romper con la repetición”. Como sabemos, Lacan nos habló del instante de la mirada, del tiempo de comprender y del momento de concluir, que son tiempos lógicos del proceso que el psicodrama acelera.
¿Qué implica esto? Que el psicodrama freudiano posibilita romper con la repetición y así abrir un abanico de otras opciones.
Vosotros sabéis que Freud decía que el proceso terapéutico podíamos imaginarlo como una trayecto de dientes de sierra; yo en realidad creo que es circular.
Nuestra vida es circular, pasamos muchas veces por el mismo sitio, pero la cosa es pasar de diferente manera. Cada vez que yo cuento esta viñeta, la de la muñeca, es seguro que la cuento de diferente manera, siempre hay algo nuevo; pero la cosa es que en mí siempre hay algo nuevo también. Desde el primer día quedé atrapado; primero me identifique con la niña, luego con la madre, otras veces creo que con las dos y siempre con matices diferentes.
Ese es un gran objetivo: “romper con la repetición”. Dejar de repetir lo que no nos hace bien, situarnos y recolocarnos de otra manera con los objetos que nos rodean.
Gracias al psicodrama freudiano, podemos ser los protagonistas de nuestra propia historia y no actores secundarios.
Hace unos años, en el primer o segundo módulo de nuestra formación, recuerdo que me dirigí a una alumna, le pregunté algo sobre lo que estábamos hablando, y entonces ella me dijo que no confiaba en mí. Yo sabía que no podía estar hablando de mí ya que acabábamos de conocernos, así que le pregunté quién era yo. Me contó, nos contó, que en otro lugar y en otra formación, otro terapeuta con sus palabras o sus actos, le había hecho daño…. Seguidamente nos contó una secuencia infantil, donde un profesor también le hizo daño, ese profesor era algo sádico. Años después yo estaba escribiendo sobre la transferencia y recordé todo esto, entonces le escribí para pedirle permiso y poder hablar de su caso y su respuesta fue la siguiente:
“Enrique confío en ti y sé que respetarás el anonimato”. ¿Qué había cambiado? ¿Había cambiado yo? ¿Había cambiado ella? Nosotros decimos, porque así nos lo transmitió Lacan, que algo de su subjetividad se había “movido”, que ha habido un ligero o no tan ligero cambio subjetivo; como un nuevo posicionamiento… y desde ese nuevo posicionamiento ella me ve de otra manera, yo diría que ella mira de otra manera, esto también posibilita que ella pueda ser mirada de otra manera.
El psicodrama ayuda a que estos pequeños cambios subjetivos ocurran.
Pero ¿por qué?
Entre otras cosas, porque la realidad no es estática, es cambiante, se va construyendo constantemente. En un principio nosotros vemos lo que esperamos ver, como el cuento del traje del rey, pero basta un dato que no encaje para que nos podamos dar cuenta de que las cosas no siempre son como uno espera.
Nosotros hemos construido nuestra historia de retazos de acontecimientos verdaderos, pero a partir de ellos hemos construido una historia falsa, aunque con calidad de verdad; es lo que Freud llamaba realidad psíquica.
Pensemos en una cabeza de toro, unas alas de águila y un cuerpo de caballo; existen y son verdaderos. Pero si ahora construimos un animal que tiene cabeza de toro, cuerpo de caballo y alas de águila, ese animal no existe.
Así construimos nuestra historia; tiene efecto de realidad y en nosotros se ha inscrito como verdad absoluta.
En el psicodrama, al poder jugar no solo con la palabra, sino también con escenas que de entrada nosotros pensamos que son o han sido reales, al poder subjetivizar nuestra historia, nos encontramos, sin quererlo, con algún detalle; puede ser una frase o una palabra, un gesto, en definitiva algo inesperado que viene a crear duda, duda de lo que momentos antes era una verdad absoluta y no cualquier verdad; estamos hablando de nuestra historia, hablamos de mi historia, de mi Verdad (con mayúsculas), una verdad que me justifica en mis actos actuales, en mi forma de pensar, una verdad que inconscientemente me dirige en mi proceder. Pero ahora tengo una pequeña duda, y esa duda hace que pueda haber una abertura a lo novedoso, esa “cosita” con la que inesperadamente me he encontrado en mi trabajo psicodramático hace que la verdad sobre mí tenga alguna fisura y ésta hace que me cuestione o me replantee cosas tan nimias, importantes y estructurales como cómo fue mi infancia, cuál era mi lugar en la familia, si mis padres se querían… y ya sabemos que las preguntas requieren respuestas; aunque en este caso solo el hecho de formularme las preguntas ya hace que en mí haya un cambio; nosotros lo llamamos cambio subjetivo.
Y es entonces cuando posibilitamos, poco a poco y escena a escena, que podamos ser los verdaderos protagonistas de nuestra historia, porque en realidad estamos haciendo una relectura y reescritura de nuestra propia historia.
La cabeza de toro se aliena con el cuerpo de toro, las alas de águila con el águila y el cuerpo de caballo con su propia cabeza etc… y como por arte de magia el animal que nosotros habíamos construido que tenía una cabeza de toro, un cuerpo de caballo y alas de águila desaparece.
Y ya nada es como uno esperaba (afortunadamente).
Conferencia pronunciada en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) en la I Jornada de Psicodrama y Grupos, en la Universidad Franz Tamayo. Septiembre de 2016.