Herramienta de simbolización[1].
Enrique Cortés[2]
RESUMEN: Este artículo es un extracto y un anticipo de la ponencia que se llevará a cabo el 28 de Marzo de 2015 en el congreso de la SEPT de París, momento en que Aula de Psicodrama se hermana con la vertiente psicodramática francesa heredera de los Lemoine. El texto nos plantea múltiples interrogantes acerca del uso del dispositivo psicodramático con niños y sus entornos, planteando las cuestiones que lo diferencian de la operativa en adultos. El psicodrama freudiano, sostenido sobre la teoría psicoanalítica, nos brinda algunas respuestas a las preguntas del autor y nos pone sobre la mesa elementos para la reflexión futura.
Aún sabiendo que no aporto nada nuevo, creo que sería imperdonable no empezar esta comunicación haciendo un breve recorrido freudiano en torno al juego.
Es en el texto El poeta y los sueños diurnos (1907) cuando Freud otorga valor al juego en los siguientes términos: «Todo niño que juega se conduce como un poeta, creando su mundo propio o más bien situando los objetos del mundo en un orden grato para él».
Freud apuntaba que en el juego el niño viste un personaje, lo hace imagen de un deseo y construye argumentos con los retazos del Otro; es de esta manera, al igual que el trauma, como los argumentos se velan y se revelan. Esta construcción no sería posible sin el aporte de la memoria, siendo la pulsión una de sus formas.
Más tarde en su Análisis de una fobia de un niño de cinco años, Freud rescata el valor simbólico del juego infantil. En este texto, como señala Anzieu, tal vez Freud habla por primera vez de la representación, el episodio en el que Hans ve caer un caballo que pataleaba y cree que había muerto, el padre interpreta que podría estar hablando sus deseos: los deseos de que él (el padre) muriese. Entonces Hans toma el rol del caballo, salta, corre y muerde al padre. Freud comenta que Hans ha hecho un cambio de papeles (una inversión de rol). Él es el caballo y muerde al padre. Es decir, hace activamente lo que teme sufrir pasivamente: el ataque de su padre. Y al mismo tiempo también realiza un deseo: atacar vengativamente al padre. El efecto de esta representación posiblemente lo podamos ver ahí donde el padre comenta que últimamente viene observando cómo Hans lo desafía, sin embargo, ahora con alegría… “¿quizás porque ya no tiene miedo de mí/el caballo?”
En 1920, en más allá del principio del placer, Freud nos hace ver como mediante el juego, el niño simbolizaba la perdida, y es así como puede hacer algo con lo que no hay, con la falta; en ese caso con la partida de su madre y luego su reaparición.
La reflexión freudiana se interesó sobre todo por el placer que obtenía el niño repitiendo lo que representaba la partida. Esto le condujo a considerar que es a través de la actividad lúdica como se logra simbolizar algo que, aunque en sí mismo es displacentero, en virtud del juego se convierte en placentero (desdramatizar lo dramático).
A partir de esta observación y de otras sobre los sueños traumáticos y la transferencia, se replantearía el imperio del principio del placer que junto con el principio de realidad dominaban hasta ese momento su concepción del funcionamiento psíquico. Nace así un más allá del principio del placer representado por la compulsión de repetición arraigada en la pulsión de muerte.
El riesgo real al que queda expuesto un niño es que, al no poder jugar con el engaño amoroso, ausencia de la madre, no pueda desarrollar las operaciones instituyentes que vivifican lo real, y en ese caso, se quede atrapado en lo imaginario, en un sueño en el que se encuentra un fantasma de madre siempre presente bajo la forma del delirio, que además tendrá el inconveniente de no dejarle ver la presencia real de su madre, ya que ella está en el objeto del delirio; al mismo tiempo que el significante que mortifica se enlace al cuerpo.
La cura analítica en los niños nos ilustra cada vez y en cada caso que la relación de lo pulsional con la realidad psíquica se expresa a nivel lúdico y/o verbal y que cuando esto no es posible se producen otras opciones pertenecientes al campo de la psicopatología.
Sin olvidar que de nuestro psicodrama lo que se espera es la representación de escenas no fabuladas, lo primero que me cuestiono al trabajar en un grupo psicodramático con niños es el encuadre. Y en tanto que obviamente no vamos a sentarles en círculo y les vamos a decir: “decid todo lo que se os ocurra”, tendremos que diseñar un marco concreto donde podamos dar cabida a los niños y en el que creo que es fundamental ocuparnos también de los padres.
En segundo lugar la cuestión de la edad. Teniendo en cuenta que el bebé, como decía M. Klein, conecta con lo que le rodea desde el nacimiento, ¿a qué edad un niño puede ingresar en un grupo? ¿Un año, dos, cualquier edad? En tanto que el psicodrama es un lugar para las identificaciones, ¿estas tienen que estar hechas?
Estas dos cuestiones van a conseguir un único objetivo, crear un espacio potencial para que cada niño pueda depositar, encontrar y crear, en pro de una transformación subjetiva.
Los padres.
Partiendo del ya sabido enunciado el niño es un síntoma de los padres; y sabiendo que desde el principio la madre, el padre, los padres, son los privilegiados que han podido establecer con el niño una relación libidinal, que tiende a la exclusividad; y sin dejar de tener en cuenta el período en que vivimos, en el que los padres estamos más preocupados por nosotros mismos sin tiempo ni lugar para parar y preguntarnos qué queremos; nos encontramos que son nuestros hijos, a veces, los que vienen a nuestro amparo tratando de responder a nuestras preguntas. Enredándose en ¿quién soy yo para el Otro?
Pero los niños no tienen las herramientas, ni los recursos necesarios para ayudar a sus padres a reciclarse, ni a encontrar respuestas a sus cuestionamientos sobre los lugares familiares. Y en caso de tropezarse con la institución, tampoco ella va a dar las respuestas en tanto que no va a saber escuchar las preguntas. Posiblemente, en este contexto, es el grupo un buen sustituto en los dos flancos: para los padres y para los hijos.
A mi entender los grupos de niños no deberían comenzar antes de que se haya puesto en marcha un dispositivo permanente de elaboración con los padres, o sus sustitutos.
Me cuestiono ahora si es conveniente que el grupo de padres este dirigido y observado por los mismos psicodramatistas que observan y dirigen el grupo de niños (hijos); y si en ese caso no serían todos ellos hermanos en la transferencia.
En cualquier caso, de lo que no tengo duda es de que el trabajo en grupo con padres, en sí mismo, puede movilizar y desbloquear las conductas arcaicas de funcionamiento debidas a las fijaciones de la historia de cada uno de ellos, lo que llevará a esos padres a encontrar respuestas en torno a la paternidad, a los roles de la pareja, a la masculinidad, a la feminidad etc., aliviando a los hijos de esa tarea y favoreciendo que estos encuentren un lugar en el grupo familiar; ¿Quién soy?
El encuadre.
En el grupo psicodramático con niños tendremos que crear las condiciones para que la representación tenga lugar, y a veces, ¿habrá que hacer una especie de caldeamiento, para el que se podrá utilizar el juego o incluso el dibujo?
El primer contacto con el niño es a través de los padres que nos trasmiten sus propias demandas en torno al hijo. El niño, en ese sentido, es convocado al lugar de completar al Otro. Es por eso que a menudo es indispensable tener un número importante de entrevistas individuales con un niño antes de introducirlo en un grupo de psicodrama.
Estas entrevistas encaminadas a clarificar la propia demanda del niño, permiten subjetivizar algo de su síntoma y a introducirlo en las reglas terapéuticas, a veces insuficientes para impedir el paso al acto, siempre difícil de analizar en niños, los cuales rápidamente nos clasifican de adultos represivos. Por otra parte estas entrevistas dan un conocimiento al terapeuta, sobre la historia del niño, necesario para la escucha.
Una vez ya en el grupo y teniendo presente las palabras de Paul Lemoine: “el grupo es un lugar de identificaciones”, constataremos que las transferencias laterales se establecen, a veces, con tal masividad que dificultan mucho el análisis, en tanto que los niños difícilmente llegan a salir del registro aquí y ahora.
Por otra parte cuando la transferencia se “engancha” con uno de los psicodramatistas, el niño podrá asumir más fácilmente la angustia que ocasiona la situación grupal y afrontar así las diferencias que ayudan a asumir la construcción de la identidad.
Es sabido que en el análisis individual, el trabajo analítico con niños incluye un abanico de posibilidades: el juego, con o sin juguetes, el dibujo, etc. Personalmente pienso que la función de los juguetes o dibujos facilitará, no solo la expresión del mundo interior sino también el intercambio entre los individuos. Sin olvidar que el objetivo de nuestro psicodrama es la representación de escenas no fabuladas, ¿nosotros usamos también estas posibilidades?, ¿podemos pensar el carretel del juego del fort-da como el objeto mediador?
Sabemos que el objeto transicional elegido por el niño es una forma divertida de experimentar su dominio sobre los territorios no autónomos, lo que permite la consolidación de su narcisismo en tanto que el niño puede ejercer ahí una omnipotencia imaginaria. También sabemos que el mediador permite a los niños experimentar simbólicamente su capacidad para controlar el medio ambiente que pudo ser inasequible durante su primer contacto con el mundo y que el objeto, que se encuentra entre la realidad exterior y el mundo interior del sujeto, va a facilitar no solo la comunicación sino que también puede ayudar a la expresión de los afectos.
Ahora bien, en el juego, como en el dibujo, lo que importa es la elaboración por el significante que de él haga el niño, las palabras que él ponga, con lo que se requiere un trabajo de escucha fundamental para encontrar más allá de las identificaciones, la implicación del sujeto en ellas. Para ello el cambio de roles, en tanto que momento peculiar de la representación donde se otorga la palabra ubicada en la alternancia de lugares, será fundamental para que el sujeto del discurso emerja, escandido en las ilusiones y pregnancias grupales.
En ese sentido, el psicodrama freudiano se muestra como un privilegiado al permitir el recorrido que va de la ilusión grupal a la representación y a diferencia de un grupo de juego, desvela el lugar simbólico desde el cual el sujeto podrá ver cómo ha construido el conjunto de identificaciones y el yo (moi).
Psicodrama freudiano.
Tenemos que saber que en estas edades el niño trata, por una parte de mantener los deseos edípicos reprimidos, y por otra, aspira a una revalorización narcisista.
Este doble movimiento complica las relaciones que se establecen en la psicoterapia individual del niño, que tratará de neutralizar al psicoterapeuta, al que percibe como seductor o perseguidor. El grupo, al jugar el rol de suministrar representaciones, promueve los desplazamientos de la libido y mantiene a distancia las representaciones muy erotizadas, abriendo la puerta a nuevos investimentos y sublimaciones que participan del proceso de simbolización.
Además, el grupo, a través de su función contenedora, proporciona un punto de apuntalamiento ante las sobre-excitaciones y actúa de escudo, protegiendo a los niños que tienen dificultades para apoyarse en los límites.
El dispositivo del psicodrama se basa en una estructura de grupos de pares donde cada uno es para sí mismo en tanto que es para los demás. Además, presenta una diferencia real con los grupos fraternales en la presencia del animador.
El animador psicodramatista incorpora al grupo una figura de autoridad que lleva consigo el orden simbólico de la diferencia generacional en la diferencia de lugares. El psicodramatista se convierte para el joven en la representación del Otro, reviviendo así el proceso de la encarnación y la destitución de la figura del padre edípico.
En la mayoría de los casos, después de algunas sesiones en las que las escenas que se reproducen son de la vida presente, y a menudo sobre las rivalidades con sus compañeros o con los adultos, las escenas traídas suelen cambiar, empezándose a hablar de temas edípicos.
En nuestro psicodrama el dispositivo permite reproducir el tema fundamental de la separación del Otro y de la construcción subjetiva, al abordar el imaginario mediante los juegos, escenas del Otro donde todo puede representarse sin peligro y sin miedo a las represalias.
En el mismo movimiento, el dispositivo psicodramático también posibilita la dinámica simbólica en el intercambio de un lugar de dirección, en la persona de uno de los dos psicodramatista. Este fenómeno clásico de la transferencia lo conocemos por el llamado sujeto supuesto saber, tan difícil de soportar por los niños en el encuadre de la cura clásica cara a cara, pero que aquí está mediada en primer lugar por la división de la dirección entre ambos psicodramatistas (en el caso de ser posible), y en segundo lugar en la dirección de sus compañeros, otros semejantes que componen el grupo. Este ajuste de la misma transferencia permite un alivio que se vive sin los peligros de la presencia masiva del Otro en que a menudo se convierte para el niño el terapeuta, quien encarna el papel de un perseguidor que debe ser destruido.
El psicodrama propone oportunidades de simbolizar la imaginación desbordante que caracteriza a los sujetos en estos momentos.
Por último destacar un aspecto del psicodrama, que hace que sea una herramienta valiosa para el trabajo con estos jóvenes; es el mismo dispositivo psicodramático, tal y como nosotros lo practicamos, ya que al tratarse de la historia de la vida del sujeto, permite una historización de la misma.
Poner primero una historia (mediante la palabra) y a continuación una representación de un momento de su vida, no es una repetición catártica del mismo, como lo pretendió Moreno, sino la experiencia de una historización del sujeto, la subjetividad de la escena, como siempre, en un después.
Conclusión.
Eugene Mahón en The many meanings of play (1933) imaginó una narración dramatizada del juego del carrete, atribuyendo a su protagonista, el pequeño Ernest, el siguiente pensamiento mientras se desarrollaba el citado juego:
Estoy solo. Mamá me ha dejado. Me siento abandonado, pero apelaré a mis recursos. ¿Qué pasa si arrojo esto y lo atraigo hacia mí de vuelta?
Cuando lo arrojo siento alivio de mi malestar y mi angustia desaparece a medida que controlo ese objeto más pequeño que yo.
Puedo imaginar el objeto arrojado, pero que recuperaré como un héroe que controla la situación. También puedo imaginar que estoy arrojando a mi madre y que puedo recuperarla cuando quiera.
Es un juego maravilloso…
Comentarios y preguntas:
DICIOLE MARCI.- Respecto a la edad, la regla de psicodrama que rige para nosotros es no llevar a la representación por medio del juego más que las escenas vividas. Efectivamente, resulta discutible en su aplicación y para niños pequeños, resulta imposible. En grupos de niños de 5 o 6 años se suelen utilizar marionetas y muñecas, y en grupos de hasta 9 años historias y fantasías. Hasta los 10 años no se juegan escenas reales.
ENRIQUE C.- Acabo de darme cuenta de que, al escribir este artículo, cuando yo pensaba en el grupo de niños, no pensaba en niños de esas edades, sino en niños de 11 o 12 años.
HENRY FROMM.- En estos grupos, los relatos y las representaciones de los niños pequeños, siempre se refieren a una misma pregunta: “¿Cómo nacen los niños?”. No todo se puede jugar en el psicodrama con niños
ENRIQUE C.- Pero en el psicoanálisis tampoco todo se puede escuchar. El psicodramatista es el que está en la posición de hacer producir por medio de juegos y representaciones fantasiosas, ficciones que den cuenta de la posición del sujeto frente al enigma del Otro, deseo que es el suyo. ¿Cómo? Trabajando los límites de lo expresable, de lo representable, de lo metafórico.
DICIOLE MARCI.- Nosotros no llevamos grupos de padres, solo grupos con niños
ANÓNIMO.- Yo sí que tengo grupo con padres. A los padres los veo en grupo durante tres veces. La primera vez al principio de la terapia de los niños, para explicarles en qué consiste, la segunda a mitad para explicarles cómo anda el proceso y luego al final para las conclusiones.
ENRIQUE C.- Intuyo que tus grupos son cerrados.
ANÓNIMO.- El grupo con niños dura nueve meses.
ENRIQUE C.- Leí un artículo de Serge Gaudé que decía que era deseable que las marionetas y máscaras sean indicativas, sin más. Sin rasgos excesivamente marcados, dejando al niño un margen para el contraste y la traducción de sus negaciones y desmentidos; defensas del sujeto que acompañan a la afirmación, al reconocimiento y la atribución. Si las marionetas o máscaras son lo más neutras posibles esto no me encaja con la elección del yo auxiliar desde el rasgo unario.
DICIOLE MARCI.- Esto se comprobó que no resultaba; dejaron de ser neutras, tienen rasgos, las marionetas y las máscaras están presentes y los niños las pueden usar.
ENRIQUE C.- También dice Serge Gaudé que el psicodramatista hace exponer construcciones ficticias o sintomáticas, que no deben ser interpretadas a nivel del sentido o del contenido, ni tratar de reducirse, aunque no puedan ser comprendidas.
Una de las dificultades a las que se expone es la de tender a corregir o atenuar, la dimensión fantasmática de los juegos propuestos; o bien, de manera opuesta, la de dejar que se produzca una catarsis. En el primer caso por querer educar al fantasma, es decir, de orientar al deseo, dejarlo bien limpio; y en el segundo caso por querer expulsar o consumir el fantasma al proyectarlo sobre figuras o fetiches.
El psicodramatista de niños debe y puede posibilitar el juego de ficciones, que son generadas por el fantasma y que delatan su posición ante la castración. En ello se hará de soporte y testigo, abriendo cada sesión con un mensaje transferencial implícito, dirigido al niño: que cada uno pueda reconocer un lugar, en el gran Otro y en la comunidad de los iguales.
Es simplemente por pertenecer al grupo, que cada niño se puede interrogar por el lugar que ocupa en la hermandad y en el Otro: ¿Quién soy? ¿Quién soy para el Otro?
Además, gracias al juego, el psicodrama ofrece al niño el apoyo del otro para prevalecer como sujeto. Quiero decir con esto que no es la relación entre niños lo que se resalta sino lo que es propio de cada uno, como sujeto.
En psicodrama con niños, los roles que estos se atribuyen y distribuyen son débiles (poco estables) y los escenarios breves, ya que en el psicodrama con niños, sus integrantes no tienen la capacidad de reconstruir una escena precisa que haya hecho acontecimiento subjetivo.
Cuando la escena vivida no es evocable por el niño, la ficción dramática transcribe sin embargo la realidad de su efecto. Siempre para encontrar un lugar en las preguntas originales ¿Qué vale un niño como yo?, ¿de dónde vienen los niños? (¿de qué deseo?), ¿qué es una mujer para un hombre?, ¿cómo ser un hombre?, etc.
Lo comento porque me parece interesante para la reflexión; aunque no haya tiempo para más.
[1] Ponencia elaborada para la Reunión de la SEPT de Marzo del 2015 sobre “Psicodrama infantil” en París.
[2] Psicodramatista. Psicoanalista. Miembro del Aula de Psicodrama.