Teresa Hermida[1]
Resumen: Primera lectura a las impresiones percibidas en el taller “La escultura y sus técnicas auxiliares” impartido el día 14 de mayo por Pablo Población Kanappe y Elisa López Barberá, desde el lado del que allí se denominó “usuario” del psicodrama, persona que cree que puede beneficiarse de dicha técnica, paciente o cliente.
Preliminares
Cuando hace meses leí en la web del Aula de Psicodrama el anuncio del taller “La escultura y sus Técnicas auxiliares”, comencé a debatirme entre el deseo de acudir a él y la barrera que suponía saber que era un taller de actualización en técnicas de psicoterapia, y por tanto, eminentemente formativo. Por un lado, el gusanillo de la curiosidad hacia que me preguntara como se conjugarían escultura y psicodrama, y cuál sería el resultado. Por otro, me atraía la presencia de Pablo Población al que conocí de forma casual con la lectura de “El Parto de la Acción”, artículo que me resulto interesante, en el que dice aceptar el papel de chaman, personaje que ejerce sobre mí una cierta fascinación. Todo ello hizo que la balanza se inclinara por formalizar la inscripción.
Acudí con unos compañeros de talleres de psicodrama, profanos en la materia igual que yo, lo que me hizo sentir menos cohibida entre un grupo que creía mayoritariamente en formación, y por tanto, con conocimientos previos. Quizá por ello, al contestar atropelladamente al saludo de Pablo Población, que recordaba al más puro estilo de los primeros talleres en los que participé: “Soy Pablo, me dedico a la psiquiatría y al psicodrama”. Marqué mi posición allí: “Y nosotros también, sólo que desde el otro lado…”, para seguidamente pasar a aclarar que no pertenecíamos a ningún grupo en formación.
Al comienzo del taller se dejó claro que aquel era un espacio formativo y no terapéutico, por tanto, las esculturas no se realizarían sobre situaciones reales sino imaginarias. Así que me arrellané en mi butaca y me dispuse a ocupar tranquilamente el lugar de espectador. Allí no se iba a mover nada. Sólo había que observar desde afuera lo que sucediera.
Desarrollo del taller
Tras una introducción para explicar la técnica de la escultura, tipos y procedimiento para llevar a cabo el trabajo con ellas, se pasó a la parte práctica, realizándose diversos trabajos de escultura en pareja, en familia, individual y en grupo. En todos los casos se solicitaron voluntarios dispuestos a pasar al centro del círculo, bien como autores de las mismas o como terapeutas.
Con la escultura en pareja empieza a sorprenderme la plasticidad del conjunto y de sus distintas partes: las manos, la posición de los cuerpos y las cabezas, etc.; se asemejaba a cualquier grupo escultórico, pero con algo más: los ojos se mantenían con vida.
Observar aquello me facilitaba el darme cuenta de cómo la misma situación, consensuada por los participantes, podía plasmarse de forma tan distinta por cada uno de ellos, sus diferentes puntos de vista ante la misma, complementado por lo que decían percibir del otro y sentir ellos mismos.
Llegó la pausa para el almuerzo, y durante el mismo me sorprende agradablemente la breve conversación mantenida con Pablo. Comenta que no deja nunca de escribir. Pasamos a vuela pluma por relaciones de poder, símbolos, casualidades, ¿quizá supersticiones?, física cuántica…, ¿qué sucede en nuestra mente con todas esas cosas? ¿La respuesta está en mantener la mente abierta?. Comencé a deslizarme hacia lo mágico.
De vuelta a la realidad del momento, continuó el taller con la escultura en familia y Pablo pide voluntarios para realizarla. Después de unos segundos de espera, y con la impresión de que en aquel redondel hay potencialmente más espectadores que espontáneos, doy un paso hacia adelante. Me indica que elija el papel que quiero representar en la familia, y tras hacerlo, -el de madre-, y elegir a algún miembro más, formamos una familia bastante convencional: los padres y la parejita, chico y chica.
Inicia el caldeamiento, que se desarrolla de forma amena y hasta divertida, durante el cual vamos construyendo la problemática que lleva a aquella familia a acudir a terapia, por qué está allí y qué es lo que pasa con la familia en sí y con la relación entre cada uno de sus miembros. Empecé a tener la extraña sensación de que algo comenzaba a suceder, que en un «sin querer-queriendo», quizá estaba permitiendo que algo de lo real fuera colándose en lo imaginario. Sin pensarlo mucho, me deslicé tenuemente sin saber hacia adonde ni si llegaría a algún sitio, pero nada tenía que perder. Las cosas siempre suceden por algo.
Una vez se puso fin al caldeamiento, y partiendo de la situación imaginaria a que habíamos llegado, inicio, desde mi puesto en aquella familia, la elaboración de la escultura real. No me desenvolvía bien, algo bullía en mi interior que no me dejaba pensar con claridad y hacia que no encontrara la forma que quería darle. Decido terminar, pero ante la pregunta de Elisa de si es así como yo veo lo que está ocurriendo, intento corregirla de nuevo porque tengo la sensación de que algo no me cuadra, de que quizá intento plasmar la situación familiar desde un lugar, el elegido por mí, sin dejar de mirar hacia otro diferente. Sin embargo, volví a dejarla prácticamente igual.
A continuación, otros miembros de la familia, el padre y la hija, elaboran cada uno su escultura real. Mientras lo hacen empiezan a moverse sentimientos variados, desde el no sentir a la indiferencia, pasando por la tensión, la sensación de soledad, de estar atada, de no poder establecer contacto ni siquiera echando una mirada de reojo, etc.; sensaciones que no dependían sólo de la posición en que me colocaban, sino también de quien lo hacía y si lo hacía con respecto a él o a otro.
Así las cosas, Elisa considera que uno de ellos, la hija, está preparada para pasar a elaborar su escultura deseada. Y esta, con delicadeza, realiza un bonito trabajo, nos mueve y nos va colocando de tal manera que logra modificar el sentir de toda la familia. Paso a la emoción, una emoción profunda, y a colocarme en una posición naturalmente amorosa.
En este punto, con la creencia de que aquella familia ya está preparada para seguir sola, si acaso con alguna intervención ocasional del terapeuta, esta decide dar por concluido el trabajo.
En el ulterior debate escuché opiniones variadas sobre lo sucedido y sobre el momento en que se puso fin, probablemente todas acertadas. Creo que se dejó en el momento justo, pero que a aquella familia le quedaba, a partir de ahí, un largo camino por recorrer.
Tras la pausa del café se elaboran dos esculturas individuales. En una de ellas ante la pregunta del terapeuta a su autora acerca de qué es lo que está pasando, qué ve y qué quiere modelar con su cuerpo, responde con una referencia a los arquetipos, lo que hace que vuelva a sumergirme en el mundo de lo mágico.
Por último, y como broche del taller, se realizó una escultura en grupo, representando la celebración de un cumpleaños feliz, en la que me limité a ocupar el lugar de espectador, sin entrar a participar activamente.
¿Qué circunstancias facilitaron mi participación activa en el taller y con ello que algo se moviera?
Supongo que un entramado inconsciente de cosas de las que puedo reconocer fácilmente las siguientes:
– Que el punto de partida no fuera la verbalización de sentimientos, emociones y sensaciones, con la consiguiente exigencia de traducirlas a palabras concretas.
– La participación en anteriores talleres de psicodrama, que posibilita cierta pérdida de miedo al círculo y lleva a plantearse si la forma más eficaz de ver y reconocer, en definitiva de aprender, es arriesgando la propia piel.
– El chamán, palabra que no me atrevería a utilizar en este contexto si no fuera porque Pablo Población lo recoge asimilándolo al psicoterapeuta de nuestro ámbito sociocultural.
Si bien en esta acepción sólo incluiría a los que tienen un determinado hacer, el ya largo recorrido junto a Enrique, y la actitud de Elisa y Pablo en este taller, que como auténticos chamanes sabedores de su poder (imprescindible para serlo), lo ejercen desde la humildad, hacen buena la opinión de aquellos estudiosos del tema que sostienen que aunque muchos llegan a convertirse en chamanes, sólo unos pocos llegan a ser verdaderos maestros del conocimiento, el poder y la curación de cuerpo, mente y espíritu.
– Dante y su “Divina Comedia”, siempre dicen algo. Cuenta cómo en su camino hacia el encuentro con Beatriz, ha de salir del infierno, la mansión del dolor, abrazado al cuello de su Guía, por el único camino posible: trepar por el propio demonio.
– Por último, algo que escuché tantas veces sin comprender: no pienses… déjate llevar… déjate llevar… Probablemente me dejé llevar hacia el juego y por el juego.
Eco del taller
Transcurrida una semana el eco del taller sigue resonando en mi oído.
Confluyó allí mucho trabajo anterior. Años de intentar ver y entender a uno mismo y al otro, en definitiva, de búsqueda de la verdad por individual y subjetiva que esta pueda llegar a ser.
Vuelvo a colocarme en posición de elegir: espontanea o espectadora, mostrarse o esconderse, arriesgarse o protegerse, jugar o no jugar.
Confieso que siento vértigo y pasa por mi imaginación el deseo de convertirme en escarabajo pelotero, de esos que recubiertos por su caparazón se hacen una bola imposible de aplastar aunque se les estruje con el pié. No se les ve, pero ellos quedan ciegos en el interior de su cáscara en un intento vano de protegerse.
Esta mañana mientras pensaba si lo real se coló en lo imaginario o si sucedió al revés, preguntándome si el saco es el mismo, si se le da la vuelta hacia adentro o hacia afuera, me adormecí. Me sacó de ese letargo algo parecido a un sueño. Era sólo un sonido, el de una canción, un Ave María que una voz infantil, de niña muy, muy pequeña canturrea mientras juega. Me estremeció, me sirvió de bálsamo, y entonces, emocionada, le pedí que no dejara de cantar.
Por ello, con el recuerdo de un trocito de una plegaria de un indio sioux, Alce Negro, le envío lo escrito a Enrique: …”que la Paz venga a los que son capaces de comprender; esta comprensión debe venir del corazón y no únicamente de la cabeza”…
[1] Licenciada en Derecho