Comentarios en relación con los aspectos fundamentales del Psicodrama Freudiano.
Fernando Muñoz Caravaca[1]
RESUMEN
El Psicodrama Freudiano es un proceso en grupo basado en el relato de una experiencia personal de Freud, el fort-da, en la que su nieto gestiona la ausencia de su madre con un juego.
Después de la escucha y la devolución por parte del terapeuta, con el que se da la transferencia vertical, el sujeto pone a los ojos del grupo y bajo su mirada una demanda; emergiendo un significante detrás del cual se esconde una falta y un deseo que quedó tapado por la repetición.
Definida la escena a representar, el sujeto elige, en un proceso de identificación movido por rasgos del otro en una transferencia horizontal, a los “yoes” auxiliares a través de los cuales escucha su propia demanda y descubre su falta y su deseo; con lo que se hace cargo del plus que él puso a la vivencia de la escena, recuperando su imagen real. Al atemperarse la represión la pulsión se moviliza mediante una expresión corporal, palabra encarnada, en la que lo sensorial se expresa a través de canales primarios en un espacio de conciencia que podemos llamar sensar, donde el proceso cognitivo no contamina (etapa pre-verbal) y la verdad se manifiesta a través de un canal directo.
El psicodrama Freudiano es en primer lugar un análisis en grupo y no de grupo, basado en el juego, en el que el sujeto puede explorar vivencias de su pasado en el entorno curador de un grupo heterogéneo, imaginario (no real) donde uno es elegido por otro, representando algo distinto de lo que es en realidad, para en un contexto de “gran familia”, poder reproducir escenas que emergen en el presente y que están relacionadas con algo que el sujeto vivió en su pasado y que archivó de una forma determinada. Escenas que encierran un significado importante en relación con necesidades insatisfechas, deseos tapados y faltas no conscientes que impulsan a la persona a la repetición de comportamientos, que de forma automática le impiden conectar con emociones congeladas y profundamente dolorosas.
El fort-da
El fundamento del psicodrama se remonta a una escena descrita por Freud en su trabajo “Mas allá del principio del placer” (1920), donde nos cuenta una anécdota familiar en la que su nieto de 18 meses, en ausencia de su madre, se entretenía con un carrete atado a un hilo haciéndolo desaparecer y regresar al mismo tiempo que emitía el sonido “oooo” (cuando lo echaba fuera) y “aaaa” (cuando lo traía).
Freud establece una correlación entre las ausencias de la madre y el juego del niño, que convierte en juego repetitivo lo que podría haber sido una vivencia de abandono dramática para él. Posteriormente, en ausencias prolongadas de la madre, el niño ampliaba el juego del carrete haciéndose desaparecer y aparecer a sí mismo en un espejo mientras emitía los mismos sonidos.
Vemos pues como ante un acontecimiento que supone la falta y el deseo de algo que no se puede tener, el juego viene a ocupar el lugar del símbolo y en tanto tal abre las puertas a que las cosas puedan ser de otra manera.
El significante
Todo proceso terapéutico se apoya inicialmente sobre la apariencia.
El significante que aparece en el momento en que algo se pierde nos sirve de intermediario con el mundo. Esta pérdida va a constituir una tensión dolorosa que el niño podrá sustituir mediante el juego, en el que él mismo va a manejar ésta ausencia y presencia gobernándolas con complacencia.
La demanda
En el psicodrama freudiano se deja un espacio inicial donde se procesan las resistencias y se ofrece la oportunidad para que alguien se atreva, a través de la palabra, a abrir un proceso de exploración que le permita identificar una escena, describirla y representarla eligiendo a compañeros en función de un proceso de identificación con rasgos que le recuerdan a la persona que sustituyen a través del juego realizado en un contenedor (el grupo que apoya, observa y participa). De las asociaciones que van surgiendo, se actúa la escena a partir de la cual aparecen contenidos que ponen de manifiesto como inicialmente fue grabada por el sujeto y cuál era su deseo latente, para poder así tomar conciencia y cambiar el guion, rompiendo la repetición y liberando los contenidos emocionales en una catarsis natural no inducida.
En la primera fase de exploración de la posible escena en la que hay implícita una demanda, a través de la escucha del proceso asociativo y del discurso de la palabra, se va perfilando el tema emergente.
Una vez definida la escena tal y como la ha vivido el sujeto, él mismo elige de entre los integrantes del grupo a los auxiliares que le ayudarán en la representación. Los datos que aporta el sujeto para la elección son en todo momento fruto de su propio recuerdo imaginario de la escena, de manera que al dramatizar, queda al descubierto ese plus que él mismo puso y que testifica acerca de cuál es su deseo; al igual que cuando el nieto de Freud crea el acting del carrete que él mismo hace desaparecer y aparecer simbolizando la falta y el deseo en relación con su madre.
Identificación
En la elección del otro hay un proceso de identificación con rasgos que son significativos pues forman parte del deseo y la necesidad del sujeto. Por eso es importante que se dé cuenta del por qué de la elección. Es como si creara un espejo al que le hace hablar y representar cosas suyas devolviéndole lo que quedó en oculto, tapado por la repetición.
Freud nos dice a propósito de la identificación que es querer ser aquel que no se puede poseer.
Tanto el amor como el deseo nos llevan a la identificación por la vía de ser o la de poseer.
El motor del grupo está en la cadena de identificaciones, donde cada uno reconoce en el otro sus propios atributos lo que posibilita el desplazamiento de significantes.
En la representación se vive el aquí y el ahora sobre fondo de ausencia; las elecciones de los participantes las hace el protagonista buscando inconscientemente que emerja en el otro su propio deseo alienado en las palabras, gestos y silencios, pudiendo recordar los suyos propios. A través del proceso asociativo el sujeto se separa, se diferencia de los demás, hallando sus propias vivencias y reconociendo su propia historia personal mas allá de lo que ocurra en el grupo; encontrando así su propia identidad desde la diferencia con los otros.
Cuando no teníamos capacidad de autoconciencia fuimos haciéndonos una autoimagen a través de las devoluciones de los otros y “nos pasaron en vena” sus sistemas de creencias, miedos, frustraciones, cadenas negativas y sus opiniones.
Cuando el otro nos representa a través del rasgo que hemos identificado en él, mostramos nuestro deseo a los ojos del grupo, descubrimos lo que lo inmoviliza y nos hacemos cargo de lo nuestro separándonos de la imagen que hemos considerado como nuestra piel, que en realidad tenía que ver con cómo nos veían nuestros seres queridos de los que dependíamos vitalmente y sobretodo de cómo percibíamos nosotros que nos veían. El cambio de roles es muy apropiado precisamente para ayudar a explorar todo esto, especialmente cuando la diferencia entre la escena propuesta y lo que se representa es grande.
Duelo
Si tenemos en cuenta que solo se puede hacer el duelo de lo que hubo y se perdió, solo podemos representar escenas no fabuladas. El duelo es un proceso en el que se posibilita el atravesamiento de lo imaginario y el pasaje a lo simbólico, descubriendo al mismo tiempo cómo nuestro propio deseo había quedado alienado al deseo del otro.
Se trata de hablar en lugar de generar síntomas o enfermedades, de actuar para reconocer en la escena el deseo propio, que será ayudado a desvelarse por aquel a quien elegí para jugar un papel. Es como si le hiciéramos decir a nuestra imagen en el espejo (el otro que hemos elegido) aquello que no podemos o no queremos reconocer y que nos atrapa en la repetición.
En el cambio de roles, las intenciones que adjudique al otro, las escucho como propias hasta que las pueda reconocer y asumir.
Al desmontar la imagen ideal y falsa con que nos representamos ante el mundo va emergiendo nuestro inconsciente que es pura falta, el resto son síntomas.
En este sentido hay que confiar en el inconsciente individual y en la relación inconsciente entre los miembros del grupo, pues es desde ahí desde donde se elige al otro y en el contenedor formado por el grupo, donde se manifiestan los diversos campos energéticos y emocionales para ser integrados con la finalidad de la cura.
Por la concatenación entre sí de los participantes se produce un proceso en que cada frase, cada significante, cada representación, hace surgir otra frase, otro significante, otra representación, que en realidad se siguen un hilo conductor movido por el inconsciente.
Transferencia
El proceso de transferencia es vertical hacia el terapeuta, al que se le supone un saber, y lateral hacia los otros que en calidad de testigos tienen una parcela de la verdad terapéutica.
Proceso corporal
Por medio de la representación se movilizan las pulsiones que son como un puente entre lo psíquico y lo somático, fuente de estímulos intrasomáticos en continuo fluir.
La demanda pulsional se va mostrando a medida que la represión se atenúa y el aparato psíquico va consiguiendo su evolución hacia un desbloqueo profundo.
Es precisamente la represión lo que se interpone entre el consciente, el pre-consciente y el inconsciente, dejando al sujeto sin memoria de la escena matriz, que desde el inconsciente insiste en mostrarse mediante la repetición.
Cuando la palabra es reprimida o dificultada, surge la expresión corporal que constantemente nos está hablando (palabra encarnada) a través de un sonrojo, una vacilación, un silencio y sobretodo de sensaciones interiorizadas y ancladas en la memoria celular a través del sistema nervioso central (cerebro medio-emocional y profundo-reptiliano), registrándose como vivió el sujeto el miedo, la rabia, el deseo o cualquiera que fuera lo que genero la situación.
Los que trabajamos desde el cuerpo sabemos por propia experiencia como a través de sensar, que no es más que permitir un espacio para que el sujeto escuche sus sensaciones, el cuerpo aporta una información primordial y no contaminada. Cuando se ponen palabras desde la sensación sin pasar por ninguna elaboración, como en la etapa pre verbal (tiempo en que por otro lado se configuran los significantes raíces que luego evolucionan por la suma de experiencias posteriores pero con un mismo denominador común), emerge al consciente la verdad a través de un canal directo y seguro. Se debe privilegiar lo corporal cuando la información que este aporta contradice la palabra.
En el juego psicodramatico se abre un espacio fuera de la palabra hablada que permite a la palabra encarnada hacerse presente, de manera que se puede abordar lo anímico Es importante tener en cuenta que al sensar, el individuo va a entrar en un estado de conciencia más profundo que el de vigilia y al que llamamos awearness o darse cuenta. Este estado le va a permitir poner palabras a la sensación, facilitando al mismo tiempo la posibilidad de que aparezcan y desaparezcan tensiones corporales significativas relacionadas con la coraza caracterial (W. Reich) como patrón primario de tensión que se forma según el niño va creando su estrategia de supervivencia. Un patrón caracterial que se configura en una forma de ocupar el espacio, de responder ante situaciones de desafío y de estrés, al tiempo que en la relación con nuestro eje central y el campo gravitatorio que nos da sensaciones de apoyo o tensión (conflicto).
La mirada
Por último vamos a hacer mención a la mirada en el Psicodrama. Esta ocupa un papel fundamental pues es el otro al mirar el que da significado al discurso del sujeto que todo el tiempo se mueve en un proceso de identificación y espejo. Vínculo que tiene que ver con la mirada de la madre que está desde un principio junto con el contacto físico.
La importancia del primer “Punto de referencia” es crucial para la comprensión de todos los procesos relacionados con el establecimiento de Vínculos afectivos. Poco después del nacimiento, la primera mirada de la madre determina el desarrollo de la propia percepción y auto-percepción. Hasta el sentimiento mismo de SER – en- el- mundo, arranca de la cualidad (cálida o fría, presente o ausente…) de esas primeras miradas. “Si me miras, existo”. Lo que quiere decir, ni más ni menos, que sin tu mirada (de la madre), que me ve, me reconoce, me da existencia, me contiene, “yo no me siento existir“. Esta es, seguramente, la experiencia más determinante de la Vida del Ser humano, que seguirá teniendo vigencia a lo largo de sus relaciones posteriores, en relación con el apego o desapego y la calidad de los vínculos que se puedan establecer con otros seres humanos.
Tenemos un tercio de las vías nerviosas en la zona de los ojos. Esto nos da una pista de la preponderancia de este órgano sensorial en nuestra vida y nuestras relaciones. Ojos, oídos y nariz componen el primer segmento de los siete niveles corporales de los que habla W. Reich. Si después del nacimiento, este nivel corporal sensitivo no es integrado en un funcionalismo unitario, es responsable de falsos contactos con la realidad: disociación. La satisfacción emocional relacionada con este primer nivel (ojos, oído y olfato), produce placer y expansión conduciendo al encuentro con el mundo exterior desde la confianza, la calma y el deseo de intercambio. Su carencia lleva a la fuga de la realidad, a la desconfianza y a la dependencia de los otros.
La presencia del otro es necesaria para todo proceso de identificación y también para mostrarnos en nuestra falta y deseo, sin juicio extremo y sin influencias contaminantes. La mirada del grupo siendo ahora de aceptación, restituye en nosotros lo genuino.
Bibliografía:
Cortés, E. Apuntes de Psicodrama (Freudiano). Editorial ECU 2004.
Cuadernos de Psicodrama.
- Pinuaga, M., Serrano, X. Ecología infantil y maduración humana. Publicaciones Orgón, Valencia (España), 1996
[1] Terapeuta psico-corporal. Miembro del Aula de Psicodrama.