Sibi Dominguez
Si bien tratamos de comprender el proceso de subjetivación desde el punto de vista del sujeto, de su organización interna, es importante recalcar que solamente se puede producir en un espacio intersubjetivo. El espacio intersubjetivo es aquel donde el sujeto se constituye, y también es el espacio en el cual, según la fórmula de Piera Aulagnier, el yo puede advenir. El yo sólo puede advenir en los vínculos, o sea, en un nosotros.
El yo sólo puede establecerse dándole a su pasado y a su porvenir un sentido, eligiendo un proyecto identificatorio y una interpretación de su origen permanentemente reelaborada.
Un aporte importante es definir al yo como historiador de su propia historia; sólo puede tener éxito en la tarea de historización, apoyándose en el discurso y en el pensamiento de otros, únicos capaces de proveerle informaciones y referencias que no han podido ser registradas y memorizadas por el infans que ha sido, es esta la función historizante y representacional de la madre o los padres y del grupo familiar.
La investidura del yo por sí mismo supone la referencia a un núcleo identificatorio estable y un proyecto identificatorio asumible.
Por ejemplo, en un dispositivo terapéutico familiar, los padres, hermanos o abuelos pueden hablar de lo que nunca fue dicho, posibilitando la modificación de ciertas alianzas inconscientes patológicas familiares como los pactos denegativos y o renegativos familiares.
Según René Kaës, el concepto de sujeto es definido por Freud en «Pulsiones y destino de pulsión» como el retorno pulsional. De objeto pasivo de las pulsiones del otro, que ha sido, el sujeto deviene y se vuelve tal imponiendo a su propio yo una pasividad que lo transforma en objeto de él mismo devenido sujeto.
El Sujeto es un sujeto sujetado, está bajo el efecto de un orden, de una instancia, de una ley que lo constituye, también está sujetado por los emplazamientos determinados por el trabajo de la pulsión y de sus fantasías y, asimismo, sujetado por los procesos de interfantasmatización inconsciente que se producen entre los sujetos en sus vínculos.
Hay una paradoja, el sujeto del inconsciente esta sujetado y al mismo tiempo se estructura en dicho sujetamiento.
El Sujeto es un sujeto en proceso de devenir. Piera Aulagnier introduce la noción de que el sujeto del inconsciente es un sujeto transformado por los procesos de historización, a través de los cuales adviene como yo.
El Sujeto del inconsciente es también simultáneamente Sujeto del Grupo, pues se conforma en el cumplimiento de su propio fin narcisista y también en el cumplimiento de los determinados por su inserción en los vínculos intersubjetivos, o sea, el determinado por el deseo de los otros.
¿Qué es subjetivación?
Es el proceso de construcción de la subjetividad, es el proceso de devenir sujeto singular. En la intersubjetividad, el sujeto en devenir recompone incesantemente su historia a medida que se subjetiviza.
¿Qué es la subjetividad?
René Kaës la define así: “En tanto que arreglo singular de la pulsión, de la fantasía, de la relación de objeto y del discurso, la subjetividad es el estado de la realidad psíquica para un sujeto. Está apuntalada sobre la experiencia corporal, sobre el deseo del otro, sobre el tejido de los vínculos de las emociones y de las representaciones compartidas a través de las cuales se forma la singularidad del sujeto. Es decir que la subjetividad del sujeto singular se forma en la relación (rapport) con la subjetividad de los otros. Tiene necesidad del objeto (…)[1]
La subjetividad es el espacio interno, contenido, representado, autorrepresentado por el yo, y, por lo tanto, es un espacio cuya consistencia e intensidad son variables.
La subjetivación implica que el yo disponga de sus procesos secundarios, de la puesta en juego, por lo tanto, de las representaciones de su preconsciente y también de sus desempeños lingüísticos de la temporalidad, lo que le permite su propia historización y los proyectos con los cuales el yo se identifica.
La subjetivación es un proceso que presenta variaciones, hay momentos de subjetivación y hay momentos de desubjetivación en la vida de las personas.
Nora Rebinovich:
El vocablo «sujeto» no está incluido en la obra freudiana más que en su acepción popular, la de individuo. Aquel humano considerado como unidad existencial, indivisible.
Tampoco el concepto de subjetividad es una cuestión que aparezca en la obra explícitamente.
Jacques Lacan encontró al psicoanálisis en otro momento histórico, teniendo un lugar en la cultura. En un momento en que era necesario abrir los impasses teóricos freudianos e interlocutar con intérpretes de la obra que introducían diferencias sustanciales en la misma.
hay quienes suponen que en la actualidad el término «sujeto» ha desplazado conceptualmente al de inconsciente en el medio psicoanalítico.
El humano es un ser hablante, marca esta de su dependencia a un Otro. Dependiente de la palabra del Otro, esta es, sin embargo, la única vía de encontrar su propia palabra, de que su subjetividad se haga presente en lo que dice.
Se trata de su sujeción al significante, cuestión que implica al menos dos significantes. ¿Por qué decimos que estar sujeto al significante supone al menos dos? Porque esto tiene que ver con la definición que hace Lacan de “significante”. Dice que el significante es lo que representa un sujeto para otro significante.
El sujeto está, de esta forma, fundamentalmente dividido entre el significante que lo representa para el otro significante, ya que un significante sólo vale con relación a otro por no significar nada en sí mismo.
Esto quiere decir que el sujeto no podría encontrar ningún significante que lo designara propiamente ni en forma absoluta.
Claro está que no nos referimos al sujeto en el sentido habitual del término, aquel que puede decir: “Yo soy Fulano”, y se reconoce en estas palabras sin lugar a dudas. Sino que se trata del sujeto del inconsciente, ese que se hace presente en un decir fallido, en un sueño o en un síntoma.
Ese sujeto no es el de la unidad yoica consciente, ya que lo que causa al hablante es sorpresa y tal vez molestia por la irrupción de algo inesperado y desconocido de sí mismo, un verdadero ataque a la unidad narcisista.
Si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, es en la palabra que el sujeto da pruebas de la desposesión de sí. El sujeto del significante siempre está “deslocalizado”. Siempre era otra cosa lo que quería decir.
Es lo que motiva a Lacan a postular la idea del sujeto como una “falta de ser”, podríamos decir la falta de ser representado por un significante. Retomando la cuestión de que “no existe en el lenguaje un significante simple que podría por sí solo representar al sujeto», esto es también debido al hecho de que no existe el todo de los significantes.
El sujeto que se sitúa en el dispositivo del análisis, se siente dividido no sólo por el efecto significante sino porque, lanzado a la búsqueda de ese significante faltante que es lo que sostiene la asociación libre, es también lo que produce una recurrencia de la palabra que no tiene fin. Siempre se puede agregar algo más.
El sujeto del deseo es nómada pero al mismo tiempo está fijado en un punto sobre el que da vueltas en redondo, se trata de la fijación a un modo de satisfacción pulsional que hace al concepto de fantasma en Lacan.
Contrariamente al significante, el objeto de la pulsión, que Lacan denominó objeto pequeño a, no se desliza, regla el deseo, está por detrás del mismo causándolo y se podría decir que da ilusión de unidad del sujeto. Habría entonces una doble dependencia del sujeto con relación al lenguaje y al objeto pulsional.
Susana Sternbach:
El proceso de subjetivación conlleva el hacerse cargo de la propia singularidad
Pontalis sugiere que el proceso analítico es una travesía. Travesía subjetivante, podríamos agregar, cuyas estaciones no son previsibles de antemano, cuyo destino no puede estar prefijado, tampoco por el analista en función de un determinado perfil ideal de salud. El trayecto dependerá no sólo de la problemática a tratar, sino también de la singularidad de cada encuentro analítico. Y como es obvio, también de la disposición, capacidad, curiosidad, plasticidad e investidura de la tarea por parte de los participantes, analista incluido. Es esto lo que permitirá que la travesía llegue lo más lejos posible, del mejor modo posible.
Entiendo como subjetivación un proceso inacabado e interminable de complejización psíquica, tendiente a la emergencia de la posibilidad de palabra propia. Palabra que encarne algo del orden de la propia subjetividad, dando cuenta tanto de lo relacional histórico como de los horizontes futuros, de las posibilidades subjetivas instituyentes. Implica la deconstrucción trabajosa de las alienaciones y las coagulaciones de sentido, de aquello que nos comanda en tanto historia ejecutada como destino.
En términos de Piera Aulagnier, el proceso de subjetivación va desde las proyecciónes de los enunciados identificantes propuestos desde los otros, a la posibilidad de enunciar los propios proyectos identificatorios, camino de lo singular y de lo incierto. Para esto, la posibilidad de historizarse, de ir simbolizando las propias condiciones de producción de la subjetividad, resulta esencial. El yo deberá entonces “escribir-construir la historia de su propio pasado para que su presente tenga sentido y para que el concepto de futuro le resulte pensable”.
Pero esta construcción implica a la vez una operatoria de deconstrucción de versiones precedentes, identificaciones selladas, sentidos fijados, alienaciones a nivel del pensamiento, en aras del recuerdo, la elaboración y la disponibilidad a lo por-venir.
Como se ve, la construcción de la temporalidad, la temporalización de la experiencia vivida, resulta esencial para la operatoria subjetivante.
También requiere a menudo la deconstrucción de pactos vinculares denegativos a predominio de repetición, que cercenan las potencialidades subjetivas e intersubjetivas.
Desde esta perspectiva, el proceso de subjetivación posibilita un movimiento de apertura hacia la enorme complejidad de la vida psíquica, subjetiva y vincular. Dicha apertura hace lugar a lo nuevo, a la creación de lo que aún no está. Pero esto no implica abolir las herencias, la historia, la transmisión. Por el contrario, se trata como diría Derrida, de escoger la herencia, de apropiarse de lo transmitido para dar una nueva vuelta. Vuelta que implica un cambio en la propia posición, una posibilidad de diálogo con las propias sujeciones, diálogo que se traduce en un obrar de otro modo respecto de las mismas. En suma, no se trata de anular los conflictos, de dar vuelta la página como suele decirse, sino de construir una nueva versión para continuar escribiendo, entendiendo que el proceso de subjetivación continúa a lo largo de toda la vida. En este sentido la subjetivación, objetivo terapéutico del psicoanálisis es, afortunadamente, tan interminable como el análisis mismo.