Elisa Buendía y Enrique Cortés.
En el psicodrama freudiano lo que importa es la decisión de hablar. Es un acto. Hay que hacerlo a tiempo porque está el otro, y uno no juega solo. En la presencia de la mirada del otro no se dispone de todo el tiempo necesario para reflexionar y ganará el que concluya más rápidamente.
Dos personas nuevas ingresan al grupo; Ana, una “veterana” toma la palabra; habla al grupo, ignorando las nuevas presencias; al finalizar, Toñi, una de las “nuevas”, dice haberse sentido ignorada, le venían ganas de levantar la mano y decir “estoy aquí”. Hacía tiempo que tenía ganas de asistir a un grupo de psicodrama, pero no había podido hasta ahora. Dice que le gustaría ver cómo asoma el inconsciente al consciente.
Le afloran imágenes y recuerdos en las que de pequeña sentía no ser vista, pero no quiere hablar de ellas. Siente mucha “intensidad”, refiriéndose a los sentimientos que emergen al recordar, pero al no poner palabras, como forma de simbolizar los afectos que la conmueven, siente que le desbordan. “In-tensidad” – “in-tensión”, como Toñi describía, el inconsciente pulsa por emerger provocando una tensión que puede drenar a través de las palabras, del lenguaje del cuerpo, de la representación.
Retoma la palabra Ana, pide perdón, se justifica y dice que a ella también le pasa, nunca la han elegido para nada; pero de repente recuerda: “hay una escena que me persigue, a los diez años me pusieron una banda, de las que ponen en el colegio como un reconocimiento y me cagué encima, literalmente”.
El paso a la dramatización supone haber oído el significante puesto en juego, es lo que permitirá que, habiéndose desarrollado ya una cadena asociativa, se establezca una cadena significante por ulteriores asociaciones después de este juego.
La escena se representa; Ana está sentada junto a una compañera, a la que elige porque no decía nada, esperando que la directora la nombre para ponerle la banda; entonces se siente indispuesta, intenta decirlo pero acaba cagándose en las bragas.
En la escena y mientras espera a ser nombrada; Ana dice: “creo que tengo miedo, no quiero ser la protagonista…”.
Ser protagonista es diferente de tener protagonismo. En la representación, el sujeto revive su recuerdo haciéndose protagonista de su escena. Al representar, el sujeto es al mismo tiempo el director y el actor principal de la escena. En la representación se pone en juego al cuerpo, el cual manifiesta su propio lenguaje. A veces las palabras contradicen a la expresión del cuerpo, en este caso, hay que señalarlo, pues el cuerpo no miente.
Durante la escena de Ana, ocurrió “entre bastidores”, que al convocar a los auxiliares elegidos para su escena, Toñi, que no había sido elegida, se levantó hasta tres veces. Independientemente de que fuera “novata” en este juego, su cuerpo manifestaba un deseo inhibido por el silencio de sus palabras. ¿Era su deseo de ir a encontrarse con aquello que nombraba como el surgimiento del inconsciente al comienzo de la sesión?
Clara, la auxiliar que hacía de amiga de Ana, plantea una cuestión frecuente entre los participantes de un grupo: ¿Hay que hacer lo que el guión dice que hay que hacer? ¿Se puede hacer algo más espontáneo?. Esta cuestión iba al hilo de lo que inconscientemente se movía entre los participantes. El sujeto anhela la mirada del otro, hace y deshace para obtener esa mirada, como demanda incansable. ¿Y qué pasa cuando recibe esa mirada? En ocasiones se caga encima, se retira, se escabulle, o ya no sabe cómo actuar…porque la mirada va impregnada por el deseo. Lacan dice: “el deseo es el deseo del otro”. Clara cuenta cómo a veces no distingue cual es su deseo, pues la tendencia es a cubrir la falta del otro, intentar completarle.
Digman A. nos dice que en la representación el protagonista es movido por un deseo que, en primera instancia cree conocer, pero conforme va representando se le vuelve difuso, se paraliza, pierde el guión, el sentido del tiempo; ante la mirada de los demás participantes precipita una respuesta, el protagonista pierde los papeles, resbala y es llevado a responder, a asociar, a representar, a darse cuenta, a encontrase con los significantes que lo alienan.
En la medida en que la representación se va desarrollando y las escenas se van jugando en el plano del otro al otro, el protagonista ubicará su posición, sus identificaciones, descubrirá realmente a que deseo se anudaba su demanda, y se encontrará nombrando, explicando, modificando sus entradas, cambiando y encontrando nuevos sentidos.
Carmen, otra integrante, cuenta que de pequeña estaba siempre sola, no tenía amigas; cuando la invitaban a los cumpleaños no iba porque su madre no la dejaba; “era para protegerme”.
En la escena, Carmen en el lugar de su madre, dice estar sola, su marido pasa toda la semana fuera de casa, ella trabaja en casa para que sus hijas estén con ella y le hagan compañía; necesita no sentirse sola y que sus hijas le hagan compañía; “así me siento protegida”.
Terminada la escena y vuelta a su asiento, Carmen se da cuenta que en realidad es ella quien protege a su madre; pero también encuentra su deseo de estar ahí para la madre, de ser quien llene su vacío.
Al principio se cuenta su historia donde esta es relatada de manera en la que el protagonista no se siente implicado, sino mas bien sometido, donde las situaciones le suceden, le pasan y necesitará de un tiempo, en la medida que escuche, observe y lea sus representaciones para que entienda como está implicado directamente en esto que denuncia y de lo que no quiere saber.
El psicodrama freudiano es más bien un espacio de rectificación, de resignificación, donde el sujeto se implica en su historia.
Desmantelar la posición, nos dice Digmar, que incluye la renuncia a la sumisión mediante la tramitación de lo simbólico pone un límite a este goce, a esta identificación que no deja hablar ni reclamar y permite dar un paso más en la ubicación de la paciente en su decir, un abandono al goce del síntoma, en beneficio del “saber” sobre el síntoma.
Claudia, relata que su padre también pasaba fuera bastante tiempo debido a su trabajo. A éste, se le ocurre, no obstante una ingeniosa solución para poder estar, “mirar”, aquellos acontecimientos en los que su hija era “protagonista”, su cumpleaños, la Navidad… Se representa la escena, en la que Claudia canta villancicos con sus hermanos ante sus padres, celebrando una navidad anticipada, pero ofreciendo un espacio protagonista a su hija.
Para finalizar Luisa nos dice que desde los diez años no ha celebrado su cumpleaños; ella siempre ha querido ser un poco protagonista y su madre no la dejaba; en su décimo aniversario se inventó un juego; esconder a su hermano en el armario disfrazado de fantasma y en el momento en que estuviesen jugando a la ouija, el fantasma saldría del armario.
Nos cuenta como todos sus amigos salieron corriendo, asustados y como su madre le prohibió que celebrase más cumpleaños y concluye: “es como si no todo el mundo estuviera preparado para enfrentarse a sus fantasmas”