La palabra frente al medica-miento.
Elisa Buendía Tornel[1].
RESUMEN: El siguiente artículo sintetiza la experiencia desarrollada con un grupo de mujeres en un Centro de Salud, cuyo objetivo primordial es dar cabida a la expresión emocional, considerando ésta como una parte fundamental para los procesos de salud en la población general.
“Cuantas vueltas para llegar siempre al mismo sitio. La soledad de este precipicio. Del que saltar como piedra inerte. Cuanta gente, cuanta ansiedad viven sus latidos. Y cuantas guerras sufren sus mentes. Cuanto dolor duele sin sentido. Qué difícil la felicidad, si todo es tan ajeno a ti que apenas te sientes.”[2]
En mi labor como enfermera con adultos en un Centro de Salud, hace tiempo que vengo observando cómo influye y se refleja en el cuerpo la vivencia interior, es decir, cómo se sienten los problemas, cómo se afrontan los conflictos, el manejo emocional, la dificultad para expresar lo que a uno le pasa, etc. A esto que parece de sentido común, no se le da la importancia que tiene dentro del terreno de la salud.
La OMS alerta acerca de las tasas de alteraciones psicológicas y su repercusión en todos los ámbitos de la persona, siendo mayores en mujeres que en hombres y constituyendo un problema creciente de salud pública. Los llamados trastornos mentales comunes o los síntomas somáticos, relacionados o no con problemas anímicos, pueden ser etiquetados mediante distintas categorías diagnósticas o quedar como síntomas inexplicados. Se observa con mucha frecuencia que la práctica terapéutica es la prescripción de psicofármacos, quedando sin abordar la verdadera causa que provoca el malestar, y lo más preocupante es la tendencia a cronificarse los procesos, en la que el paciente suele adoptar una posición de incapacidad para modificar su modo de vida o posibles causas de su malestar. Al quedar la demanda no satisfecha, esta cronificación suele derivar en pacientes híper-frecuentadores, también llamados “pacientes difíciles”.
Al callar y taponar al síntoma, ocurre como cuando una herida cierra en falso: parece que está curada, pero bajo la apariencia hay un absceso purulento que tarde o temprano dará la cara. La curación se produce de dentro hacia fuera.
A diario pasan por mi consulta hombres y mujeres que acuden para tratar de controlar síntomas que denotan alteración, desajuste y descompensación. Más allá, lo que se escucha es que hay algo más que la tensión alta, el sobrepeso o la glucemia desbocada. A través del vínculo y la relación de intimidad que se crea en la consulta, la persona comienza a hablar; generalmente es algo espontáneo o consecutivo a un ¿cómo estás?, pregunta que requiere de presencia para escuchar una respuesta. Como dice Nasio, y debo admitir que es ahora cuando comprendo sus palabras, el inconsciente existe si hay alguien capaz de escucharlo. Es dentro de mis muchas limitaciones y lejos de hacer análisis, que voy desarrollando una escucha distinta, que va más allá de lo aparente y que muestra, como los flashes de las cámaras fotográficas, que algo hay de lo que cuenta el paciente en relación a sus quejas corporales.
Me encuentro sobre todo con mujeres, quizá porque tienen mayor facilidad a la hora de expresar sus sentimientos (aunque, seguramente por la presión de la situación de crisis de los últimos tiempos, los hombres cada vez demandan más poder ser escuchados). Personas con distintas manifestaciones somáticas, generalmente frecuentadoras de la consulta sanitaria (médico o enfermera), en tratamiento con psicofármacos y, bajo la piel, mujeres que llevan como pueden sus duelos y pérdidas, que cargan con situaciones socio-familiares muy estresantes y procesos de enfermedad muy duros. Cuando me cuentan, me surge muchas veces la pregunta: ¿y esto con quién lo compartes? La mayoría de las ocasiones obtengo como respuesta un encogimiento de hombros y una mirada de negativa y resignación.
Del imaginario a la acción.
¿Qué podía hacer con esto? Mi respuesta era clara: grupos. Me mueve mi pasión por el trabajo grupal y el convencimiento de que resulta una herramienta muy valiosa, también dentro del ámbito de salud. Había que tener en cuenta el encuadre, ya que no era un grupo terapéutico (desde el punto de vista clínico, se entiende) sino un grupo de salud donde el objetivo fundamental era dar posibilidad al encuentro, a la palabra. Y desde ahí, ir acompañando en lo que surgiera. Mi intención era crear un espacio para que estas mujeres pudieran compartir y abocar lo que les pasa, y poder trabajar con lo que traían al grupo. Resulta complicado que mis compañeros entiendan el propósito de mi propuesta, pues comprendo que está alejado del enfoque al que se orienta habitualmente nuestro trabajo como enfermeros; no obstante, obtuve el permiso y apoyo de mi coordinadora (la cual se animó a acompañarme en los grupos) y también el respeto de mis compañeros.
El grupo lo conformaban trece mujeres de edades comprendidas entre los cuarenta y cuatro años y los sesenta y ocho, procedentes de distintos cupos médicos. Desde la consulta de enfermería se les ofreció, de manera individual, la posibilidad de participar explicándoles la intención del grupo. En general la propuesta fue muy bien acogida.
Se han desarrollado doce sesiones de frecuencia semanal y cada sesión era de dos horas. Las reuniones se celebraban en la sala de usos múltiples del Centro de Salud. El grupo era cerrado y se decidió así con el objetivo de fomentar la confianza, ya que se trata de un entorno en el que las mujeres podían coincidir en la sala de espera del médico, en los servicios que ofrece el barrio, podían ser vecinas, etc., cosas que pueden ser motivo de mayor defensa.
Casi a la mitad de las mujeres del grupo las conocí en la primera sesión. Me parece algo que se puede mejorar para otras oportunidades: saber algo más de ellas a priori.
Once de las mujeres se medicaban con psicofármacos y algunas seguían tratamiento psiquiátrico y/o psicológico, aunque lo que llamaba la atención era la frecuencia de las consultas en Salud Mental (unos 3 meses de media entre una consulta y otra). Había un caso de varios intentos de autolisis, múltiples manifestaciones somáticas, deterioros importantes a nivel corporal, etc. De hecho, uno de mis propósitos era trabajar con el cuerpo, cosa que tuvo que convertirse en algo muy sutil, adaptado a las necesidades del grupo. Hemos trabajado con técnicas de respiración consciente, meditaciones y estiramientos muy sencillos, cosa que agradecían bastante.
En la primera sesión, sentadas en círculo, se establecieron normas como la confidencialidad, la puntualidad y el respeto. Se fomentó el compromiso, en el sentido de que si preveían faltar lo comunicaran y, en general, ha sido así. También se estableció que se podía intervenir cuando lo desearan y mejor hacerlo desde uno mismo, para no caer en “lo que a ti te pasa…”, “tú lo que tienes que hacer…”.
En esa primera sesión les propuse dinámicas para favorecer el conocimiento mutuo, la identificación y el vínculo. Y ocurrió algo inesperado: tras realizar una dinámica, una de las participantes, comenzó a llorar. Decía que se daba cuenta de que lo único bueno que recuerda de su vida es el nacimiento de sus hijas. Emocionada y vergonzosa de sus lágrimas, agrega: “siempre estoy para los demás y luego me dan una patada”.
– ¿Cómo es esto? – le pregunto-.
–Siempre ayudo a mis hijas, a mi familia…y luego no me agradecen. Encima me pegan un estufido.
-¿Podrías contarnos una situación que refleje esto?
–Ayer, después de recoger a mis nietas de la guardería y del cole, me fui a ver a mi hija que trabaja en el mercado porque tenía que decirle que me han ofrecido un trabajo y hay que ver qué hacemos con las niñas. Cuando se lo dije, mi hija se puso echa una fiera, diciéndome que quién va a cuidar de las crías, que para dos meses que me va a durar el trabajo la iba a joder bien, etc…
Siguiendo mi impulso, la invité a jugar esa escena y así fue como el psicodrama freudiano irrumpió en la vida de este grupo y se convirtió en una herramienta muy importante y notoria. Me siento muy atrevida dada mi inexperiencia como coordinadora en psicodrama y me he apoyado mucho en la supervisión que comencé de forma paralela al grupo.
Era hermoso acompañar en esos primeros pasos a mujeres que nunca habían experimentado algo parecido al psicodrama; “el teatro” como le llamaban ellas, la dificultad para elegir a los Yo auxiliares, la magia de enrolarse, de sentirse al descubierto en la frescura de la espontaneidad de la escena.
Para mí, coordinar es un ejercicio casi de meditación, de estar, de dejar estar, de permitir que cada uno fluya a su propio ritmo, de no imponer ni dar por supuesto nada… solo dejar que surja y a ver adonde nos lleva. El grupo es mágico. Si se le deja espacio se mueve “a pesar de”; si se permite la expresión en todas sus formas, el inconsciente aparece. Una de las cosas que las mujeres me devolvían es que han sido capaces de hablar de cosas que ni sabían que estaban ahí, o que creían olvidadas y volvían a surgir. ¡Pues qué bien! Esto me alienta a seguir insistiendo en que este espacio es válido y a seguir aprendiendo. En mi reflexión me surgía el abandono de los discursos vacíos, de las palabras vacías, y me refiero con esto a lo que sobra, a que muchas veces no hace falta hablar, solo estar, escuchar y devolver; no un discurso, sino algo que pueda seguir abriendo pistas, algo que no tenga por qué quedar bonito, que no tenga por qué arreglar el descosido que se acaba de producir en la historia del que habla. Decía que para mí es un ejercicio de meditación y de humildad, porque me sentía jugando en una delgada línea que separa mi narcisismo de la conciencia de saber que no sé. Es difícil de explicar: por un lado siento la confianza que las mujeres tienen en ese lugar de supuesto saber y al mismo tiempo yo sé que no sé, que soy otra mujer más, con toda mi historia. Sin embargo, en ese grupo ocupo otro lugar, un lugar que requiere para mí revisión, para no hacer lo que no quiero hacer y hacer posible la aparición de la subjetividad de cada uno. Hay un reconocimiento de ellas mismas, en unas más que en otras. Algunas se atrevían a hablar, a contar, pero siempre existió el respeto en relación a que cada cual tiene su tiempo y su ritmo. No es fácil coordinar desde ese respeto, pero no quiero hacerlo de otra manera porque sería otra cosa que también he probado en mis propias carnes y no me condujo hacia saber de mí. Yo no quiero que me digan lo que me pasa o lo que tengo que hacer, a esa conclusión es mejor llegar uno mismo. Así que es cierto, para coordinar hay que andar un paso por detrás…
Al concluir
Las mujeres querían hablar, de ellas, de sus maridos, de sus hijos, de sus miedos, de límites, de sus preocupaciones, del tú eres tú y yo soy yo, de sus pérdidas, de soledad, de sus cuerpos y sus almas. Y así fue.
Para concluir, no encuentro mejor forma que hacerlo que con lo que devolvían las mujeres al finalizar el grupo. Relato algunos retales extraídos de mis anotaciones sin especificar nombres para guardar su intimidad.
- “Yo me llevo haber aprendido a decir que no sin culpa”.
- “Me ha gustado. Había cosas que sabía pero me habéis enseñado a poder decir las cosas. Mi marido me empujaba a que viniera porque veía que me sentaba bien”.
- “Muy a gusto con todas. He aprendido a valorar lo que tengo. Me he dado cuenta de que todos tenemos problemas y no nos tenemos que venir abajo. Ahora valoro todavía más a mi familia. Gracias”.
- “Me ha sentado muy bien. He llorado mucho. No soy de contar mis cosas, pero he sacado muchas cosas que no he contado a nadie. Me sirve más que cuando voy al psicólogo”.
- “Veo muy positivo que hayáis hecho esto. Todo el mundo tiene problemas. Puedes expresarte, te sirve para soltar lo que llevas dentro. Es distinto a lo que puedas hablar fuera. Hay cosas que yo ignoraba, y aunque soy cerrada, para mí es todo un éxito poder expresarlo, pues normalmente me lo trago o me pongo depre. Puedes decir lo que sientes. Me llevo la labor vuestra, que os hayáis planteado esto porque en realidad ayuda. Valoro vuestra iniciativa, vuestro trabajo y a todas vosotras (grupo)”.
- “Me ha sentado estupendamente, sobre todo la relajación. Me ha gustado que en el centro de salud no solo venga uno a ponerse inyecciones. Esto también es salud. Me llevo algo de todas mis compañeras. Lo necesitaba más que cualquier medicina. Me he encontrado a mí misma pero dentro”.
- “Me he sentido a gusto. He dicho cosas que yo me pensaba que no podía decirlas. Llevo agobio pero también alegría con mi hija pequeña. (Cuenta que su marido se entera de un asunto que incumbe a la hija de ambos, al cual ocultaban todo. Ella apoya los límites que su marido pone a la hija, justo lo contrario a lo que repetía)”.
- “A gusto, me cuesta trabajo expresarme, abrirme, pus soy muy desconfiada. Todo me lo tragaba, me hacía falta poder expresarme (se emociona)… así que gracias”.
Todas las mujeres pedían que contara con ellas para un próximo grupo. Si ellas lo quieren, así será.
No quiero dejar de agradecer a cada una de las mujeres que participaron en el grupo, por su confianza, por arriesgarse, por todo lo que cada una movía a las demás.
También me siento agradecida a mi coordinadora de enfermería por permitir llevar a cabo esta experiencia.
Agradezco a mi maestro Enrique Cortés por su acompañamiento en la supervisión. No habría sido posible continuar haciendo psicodrama sin su apoyo. Me resulta difícil y apasionante.
Siempre he sentido la inquietud de poder conjugar cuerpo y alma en mi trabajo y siento que estoy en el camino de poder integrar en lo que hago lo que concibo como salud. Me siento feliz.
Notas:
[1] Enfermera. Alumna de la formación en Psicodrama. Miembro del Aula de Psicodrama. Terapeuta para la intervención psicosocial
[2] Extraído de la letra de la canción “Vueltas”. Álbum “Alma de cantaora” de Amparo Sánchez.