El valor del juego después de la infancia.
Alfonsi Huete
RESUMEN: A lo largo del texto, la autora se pregunta acerca del valor del juego, planteándose interrogantes acerca de por qué jugamos los adultos y de si el juego tiene interés para la psicoterapia. Plantea el juego como una forma de simbolización que acompaña al hombre desde sus orígenes y le permite hacer allí donde se encuentra con la angustia, recreando la repetición e invocando la posibilidad de lo nuevo.
Leyendo los cuentos de “Las Mil y una Noches”, me encuentro con un relato de Scherezade que llama poderosamente mi atención. La historia parte de la siguiente situación:
Un comerciante, impulsado por un sueño, abandona una situación de prosperidad y comodidad para ir en pos de éste. Deja en custodia a un amigo un cántaro que contiene el dinero necesario para restablecer su negocio a su vuelta y disimula su contenido con aceitunas. Tras otras diversas circunstancias, ocurre que a su vuelta se ve obligado a denunciar a su amigo por haber sustraído el dinero aunque, al no haber testigos, el juez desestima su petición. Entonces, nuestro protagonista apelará al Califa.
Tras haber recibido y leído la petición de justicia de nuestro protagonista, el Califa, según su costumbre, sale a pasear por la ciudad acompañado de sus subordinados más cercanos, y es entonces cuando presenciará el juego de unos niños.
Los niños proponen jugar el acontecimiento que ha ocurrido en su ciudad esa misma mañana, el juicio de los dos vecinos. Para iniciar el juego, comienzan por repartirse los papeles de cada uno de los personajes y acto seguido, comienzan a actuar como si ellos fueran realmente esas personas. Es en el transcurso de ese juego donde los niños encuentran una solución que los adultos no habían podido ver.
El Califa, privilegiado observador de esta escena, podrá aprovechar lo que de novedoso han encontrado los niños en su juego para la mejor justicia de los habitantes que están a su cargo.
Imposible para nosotros, psicodramatistas, no quedar subyugados por este cuento, o aún mejor, por este retazo del relato más extenso de Alí Cogía.
Las Mil y una Noches es uno de los muchos libros en el que rige el principio del relato a base de episodios inconexos; con frecuencia personajes amenazados de muerte van a recurrir a esta estrategia para salvar su vida. No hay que tomar a la ligera el principio de estas historias que libran de la muerte.
Aunque el descrédito lo podemos constatar desde hace tiempo, actualmente asistimos a un importante desprestigio de la palabra. El acceso a importantes descubrimientos relativos a la comunicación por parte de la psicología en las últimas décadas no parece haber ayudado a valorar el lenguaje.
Quizá la perversión de su uso para intereses diferentes del encuentro entre seres humanos, como pueden ser los usos instrumentalizados de la publicidad y el hecho de haber asistido a profundos cambios socioculturales donde la palabra dada ya no representa un compromiso, hayan contribuido a desprestigiar profundamente esta maravillosa capacidad exclusivamente humana.
Y lo que hace humano al lenguaje, diferente de un simple código de comunicación, es precisamente su doblez, su polisemia, su carácter de imprecisión, de ser un “como sí…”; en definitiva, su carácter metafórico.
Es precisamente por esta cualidad, por la que muchos no confían en el lenguaje humano, que los psicodramatistas freudianos estamos convencidos de que las palabras pueden salvar de la muerte, como en Las Mil y una Noches.
Reservamos a la palabra, al lenguaje humano, el lugar privilegiado de las verdades ocultas, las que curan porque nos muestran nuestro propio deseo. Como los niños, sentimos un gran respeto ante los relatos narrados y nos tomamos muy en serio nuestros juegos.
La palabra y juego son los dos ingredientes estrella del psicodrama freudiano.
Estas afirmaciones sobre la palabra y el juego que hoy parecen necesarias para recordar su valor, parecen formar parte de un saber antiguo de la civilización humana si tomamos como evidencia la presencia de este cuento en el compendio de relatos que es Las Mil y una Noches: El juego es algo muy serio y las palabras salvan de la muerte.
Quizá es por estos puntos ciegos que toda cultura contiene que, en ya más de dos siglos del imperio de la razón científica, haya despertado tan poco interés el tema del juego para su estudio. Algunas de las razones pueden encontrarse en su asociación con la etapa infantil de la que los adultos queremos y creemos andar tan alejados.
Sin embargo en el relato que al que aludía en el inicio, el personaje que va a hacer que juego y palabra se articulen y cobren sentido va a ser el del Califa. Su capacidad de escuchar en el juego algo más que un entretenimiento o una broma es lo que permite que se haga justicia. Va a ser un adulto que al ser capaz de dejarse impresionar por las posibilidades del juego le será posible ir más allá de donde han ido el resto de ciudadanos adultos que componen la historia.
Un juez que sabe escuchar el juego de los niños. Este detalle es el que le confiere su gran valor en el contexto del relato.
El juego puede ser algo muy serio.
Uno de los estudios más exhaustivos e interesantes que he encontrado sobre el juego es el de Johan Huizinga, un catedrático de humanidades holandés que escribe esta obra a principios del siglo XX y a la que imprime el interesante título de Homo Ludens.
Este autor está interesado en estudiar el juego como fenómeno cultural y desligarlo de otras miradas que apuntan hacia lo biológico. Ya el título que elige para su estudio nos está indicando que le presupone al juego el calificativo idóneo para acompañar la esencia de lo humano: la génesis y el desarrollo de la cultura poseen un carácter lúdico.
Sin pretender llegar tan lejos en mis afirmaciones como el catedrático Huizinga, y sin poder responder a las grandes preguntas sobre el origen de este salto evolutivo que nos convirtió en lo que hoy conocemos como “raza humana”, sí quiero afirmar que el juego ha acompañado al hombre a lo largo y ancho de su historia. El juego está allí donde haya un hombre.
Juego y cultura mantienen una relación dialéctica en tanto que el juego es un producto cultural y éste, a su vez, tiene la capacidad de modificar la cultura.
Cultura y Juego son, pues, de esos pares de fenómenos de la actividad humana de los que no podemos determinar una relación de causa y efecto sino solo constatar su naturaleza relacional, dialéctica. Curiosamente, lo mismo ocurre con el lenguaje.
Otra de las cualidades del juego es la de ser un espejo. Como buen espejo refleja a quien o quienes se ponen frente a él. El juego, por lo tanto, es interesante para muchas disciplinas de las Ciencias Humanas. La antropología, la sociología, la pedagogía, la psicología se han interesado por su estudio en tanto que el juego es buen reflejo de quienes somos como individuos y como grupo.
Pero aún, con estas importantes cualidades la psicoterapia necesita algo más del juego para ponerlo en valor. Necesita saber si éste posee alguna capacidad de ayudar al ser humano que sufre, al que necesita encontrar nuevas respuestas para sí o en su relación con los demás, con el mundo.
El juego en psicoterapia
Mi práctica con los niños, así como con los adultos, y toda mi contribución a la teoría psicoanalítica, derivan de la técnica del juego. (M. Klein)
Antes afirmaba que el juego está presente allí donde haya un hombre y que, por lo tanto, el juego puede ser de interés en multitud de campos del saber humano. Ya que mi actividad profesional está centrada en la psicoterapia y en el psicodrama como herramienta para la misma, voy a ir delimitando la reflexión sobre el juego a este campo.
Es hora de preguntarse si el juego, más allá de mi fascinación confesa, tiene algún interés para el corpus profesional de los psicoterapeutas
Si el descubrimiento del juego en psicoterapia está asociado a la terapia infantil, es por tanto obligado hacer referencia a Melanie Klein.
Con esta autora comienza, en la historia del uso del juego como técnica terapéutica, una de las diferencias fundamentales que me interesa señalar para ir marcando el camino por el que quiero continuar.
Si bien jugar es una actividad casi inevitable, hay diferentes maneras de jugar.
M. Klein va a marcar importantes diferencias en el uso que hace del juego respecto a otros autores (psicoanalistas y no psicoanalistas),). Nos descubrirá funciones del juego que van más allá de lo obvio, así como características de la subjetividad infantil que la psicología evolutiva, al centrarse en el desarrollo de lo observable, tiende a ignorar, aunque a veces, algunos psicólogos geniales rocen este terreno de la vida humana a la que tan poca atención queremos prestar (Piaget, Vigotsky, etc.).
La dama del psicoanálisis conceptualizó esta contradicción: los principios esenciales de la cura son los mismos para todos los pacientes, al mismo tiempo que es evidente que el psiquismo de los niños es diferente al de los adultos y se manifiesta por medio del juego.
El juego cumple en los niños, el mismo papel que la asociación libre en los adultos. En los niños, la angustia impide el encadenamiento asociativo, oponiéndose a la palabra cristalizada, metafórica. El juego hace las veces de metáfora, es su laboratorio.
El juego es elevado por M. Klein al estatuto de formación del inconsciente, pero para que tenga este valor, el analista ha de escucharlo igual que escucha un sueño, un lapsus, esto es, cualquier manifestación del inconsciente.
Con este planteamiento, Melanie Klein, separa definitivamente el psicoanálisis de la educación.
Más allá de la infancia.
El juego en psicoterapia tiene un importante impulso a partir de la obra de esta psicoanalista y se ha seguido desarrollando hasta nuestros días. Hoy, todo psicólogo infantil está familiarizado con el enorme valor del juego en el marco de la psicoterapia.
Después de Klein ha habido aportaciones importantes al uso del juego como elemento terapéutico pero lo que me interesa destacar es que las observaciones de esta autora van a cambiar para siempre la forma de ver el juego, introduciendo un nueva posibilidad no teorizada ni conceptualizada hasta ese momento: el juego es útil para manejar la angustia.
Habría que preguntarse entonces, ¿sólo los niños tienen angustia?. La respuesta es que obviamente no. Los adultos sufrimos frecuente, y algunos recurrentemente, de angustia; muchas personas esgrimen ésta como causa motor para pedir ayuda terapéutica.
Entonces, ¿por qué hablamos solo del uso que hacen los niños del juego? ¿Para qué jugamos los adultos? ¿Son nuestras razones diferentes? ¿Están nuestros juegos muy alejados de los infantiles?
Dejemos, de momento, aquí estas preguntas…
Va a ser Moreno el que traspase las fronteras generacionales en cuanto al valor terapéutico del juego. Su invención del psicodrama supone la apuesta por ponernos a jugar a los adultos. Y no solo jugar por jugar, sino jugar para mejor vivir.
Luego los Lemoine tomarán de Moreno esta valentía e incorporaran el logos psicoanalítico al potencial inherente en el juego.
En varios libros sobre psicodrama freudiano se menciona una anécdota de Moreno en una conversación con Freud para señalar algunas importantes diferencias entre el psicodrama moreniano y el freudiano. Es aquella en que Moreno le dice a Freud: Yo empiezo donde usted acaba; usted interpreta los sueños de sus pacientes, yo les enseño a soñar, a ser dioses.
Elaborando este artículo me encontré dándole otra lectura a dicha anécdota. La maravillosa polisemia del lenguaje me hizo caer en la cuenta de otra posible significación de esta frase: ser dioses, significa, entre otras muchas cosas, ser creadores.
Realmente estoy convencida de que esta es la gran cualidad del juego que los adultos no podemos dejar escapar relegando nuestros juegos solo a cuestiones de ocio que domen nuestras pasiones.
Freud, en El creador literario y el fantaseo va a comparar el juego de los niños con la creación artística y va a plantear que de adultos, la actividad lúdica infantil es sustituida por la fantasía. Sin duda, otra de las innumerables agudezas de Freud.
Pero creo que hoy, habría que hacer matizaciones precisamente para que siga siendo útil la agudeza del maestro. Caigamos en la cuenta de algo muy evidente: en nuestra sociedad actual el adulto invierte una parte muy importante de su tiempo en jugar; esto quizá no fuera tan habitual en la época en la que Freud vivió. Aun sabiendo que los juegos han acompañado al ser humano desde el origen de éste, es fácil inferir que el juego de los adultos no ocupaba un lugar demasiado central en la “idea del mundo” del hombre del siglo XIX.
Sin embargo, a nuestra época se le ha llamado, entre otros muchos calificativos, sociedad del ocio. La presencia del juego en la vida cotidiana es hoy mucho más evidente y respetada que en anteriores épocas.
Ahora bien, un somero repaso por el tipo de juegos que jugamos nos hacen caer en la cuenta del para qué de los mismos. Tomemos como referencia algunos de los verbos más usados para definir la finalidad de los juegos que buscamos: divertir, distraer, entretener.
Todas hacen referencia a la necesidad de abrir un espacio donde se suspenda la realidad. Esta, que es sin duda, una de las características más importantes del juego, debe responder por tanto, a una necesidad profundamente humana. Sería interesante plantearnos a qué responde en el adulto de hoy, esa necesidad creciente de “suspender” o “hacer un recreo” en su realidad.
Quizá tengamos que empezar a pensar que el adulto de hoy está sometido a una angustia también creciente; que vive en un marco social que cambia a velocidades cada vez mayores, mucho mayores de la capacidad de asimilación que tenemos los humanos. Quizá esto nos coloca a los adultos en un estado parecido a la de aquellos niños de Klein que no tenían capacidad de nombrar lo que les angustiaba.
Esto es, si en otras épocas ser adulto significaba tener acceso a unas “reglas del juego social” bastante estables, cada vez más asistimos a la dificultad de incorporarse a la adultez en un contexto social donde las reglas no están nada claras, amén de que tramposos, marrulleros y múltiples maneras de fracasar en el intento, pululan por doquier.
Es en este marco donde el psicodrama freudiano tiene que preguntarse si tiene algo que ofrecer al adulto de hoy, tal y como Freud ofreció el psicoanálisis del siglo XIX a sus “fantaseadores” de antaño.
El psicodrama freudiano es una apuesta por seguir jugando “toda la vida”.
Es curioso que una sociedad que ha estudiado con profundidad creciente el valor del juego para el desarrollo cognitivo, emocional, psicomotriz, relacional y social de sus niños, tenga tantas resistencias a pensar el juego más allá de los usos de “recreo” de la vida cotidiana.
• DIVERTIR, que quiere decir verter en otro lado, y no en donde se debería.
• DISTRAER, traer desde otro lado y no desde la realidad propia. Quien está distraído está desconectado, es fácil de engañar. Los magos distraen para hacer sus trucos, sus ilusiones. Pero los magos son cómplices con su público, el público va para ser mágicamente engañado.
• ENTRETENER, tener entre dos cosas importantes. Una función sumamente contra funcional, ejemplificada a la perfección por el recreo escolar: entre dos materias alienantes y aburridas, hay un recreo que permite a los alumnos des aburrirse, descansarse, recuperarse para volver al aula.
Si aceptamos la definición de Huizinga, convendremos en que el juego es:
“…una acción libre ejecutada “como si” y sentida como situada fuera de la vida corriente, pero que, a pesar de todo, puede absorber por completo al jugador, sin que haya en ella ningún interés material ni se obtenga en ella provecho alguno, que se ejecuta dentro de un determinado tiempo y un determinado espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas y que da origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterio o a disfrazarse para destacarse del mundo habitual”. (Huizinga, 1972, pág. 26)
El psicodrama propone a los adultos “jugar este juego” con el propósito de seguir creciendo, pudiendo recrear lo que angustiosamente vivimos como compulsión a la repetición. Al posibilitarnos re-crear lo que vivimos pasivamente y ponerlo en acción, en representación, surge lo inevitablemente nuevo que acompaña a toda repetición de lo viejo, permitiéndonos así encontrar soluciones nuevas y creativas, tal y como los niños hicieron en el cuento al encontrar una solución que hasta entonces otros no habían podido ver.
BIBLIOGRAFÍA
Cortés, E. 2004. Apuntes de Psicodrama (freudiano). Alicante. ECU
Huizinga, J. (1954) Homo Ludens. Alianza Editorial, 1972. Madrid.
Lemoine, G. y P. (1980). Jugar-Gozar. 2ª edición, 1997. Barcelona. Ed. Gedisa.
Lemoine, G. y P. (1972). Teoría del Psicodrama. 2ª edición, 1996. Barcelona. Ed. Gedisa.
Artículos en revistas:
García, C. 2011. Moreno y el Psicodrama. Speculum. Nº 0. (Págs. 13-23)
Gómez, J. 2003. El Homo Ludens de Johan Huizinga. Retos. Nuevas tendencias en Educación Física, Deporte y Recreación. Nº4. (Págs. 32-35)
Pérez, M. 2011. Psicodrama versus otras terapias. Speculum. Nº 0. (Págs. 41-50)
Artículos de internet:
Asturiazaga, F y Unzueta, C. 2008. El Estatuto del juego en la Clínica psicoanalítica con niños. AJAYU, Vol. VI, Nº1. Extraído de http://w.w.w.ucb.edu.bo/publicaciones/Ajaju/v6n1/v6n1a1.pdf
Fernández de la Vega, S. 2013. Tiempo en suspensión: El juego en psicoanálisis, la cultura y la creación. Extraído de http://w.w.w.temasdepsicoanálisis.org
Klein, M. 1955. La Técnica psicoanalítica del juego: su historia y su significado. Extraída de http://w.w.w.elortiba.org/mklein/Melanie.Klein.6.29.htm
Skliar, M. 2000. Reflexiones en torno al juego. Revista Digital. Año 5. Nº 25. Extraído de http://w.w.w.efdeportes.com/
Sáez Rodríguez, G. y Monroy Antón, A. 2010. Evolución del juego a través de la historia. Revista Digital. Buenos Aires. Año 15, Nº 143. Abril 2010. Extraída de http://w.w.w.efdeportes.com
Enriz, N. 2011. Antropología y juego: apuntes para la reflexión. Extraído dehttp://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3990036.pdf