Por Simon Blajan-Marcus.
Traducción por Enrique C.
En tanto que el fantasma es el motor del juego psicodramático y el juego representa una supuesta realidad (escenas vividas, pasado reproducido etc.) y en tanto que nosotros tenemos preferencia en el lugar central del grupo (fantasma de grupo), o en el espíritu de cada participante, no debemos olvidar que toda relación terapéutica es intersubjetiva (Lacan).
Es en esta perspectiva que el fantasma del animador nos interesa. Siendo necesario señalar que lo que se maneja es lo singular y no lo plural.
No se trata solo de las ilusiones, de las distracciones o de las imágenes flotantes que pueden atravesar desde el espíritu de un psicodramatista al sujeto de los participantes del grupo cuando aquel está escuchando o dirigiendo un juego. Nosotros queremos fijar nuestra atención al resto que queda después del trabajo, a la motivación por llegar a ser animador de grupo e incluso una vez su formación haya terminado.
La formación de los animadores, tal y como nosotros la diseñamos, es una verdadera enseñanza, igual que el psicoanálisis. Donde se tiende a poner al candidato en lo que es posible y en la claridad con sus motivaciones (voluntad de dominio, necesidad de ser mirado, de proteger o guiar etc.) pero además queda un resto, a veces, a un nivel insuficientemente profundo. Y esto surge en la vida con el grupo, en el juego, en los comentarios etc. por último y no menos importante, en el trabajo a menudo inconsciente, entre las escenas que se decantan, se clarifican y se integran en todos estos elementos.
Es en el momento donde el aprendiz-animador está en el ejercicio de sus funciones que él se va a topar con los efectos de su fantasma, actuándolo sobre los participantes y poniéndose realmente en cuestión.
Entonces, si el fantasma no se le es devuelto directamente por los otros, corre el riesgo de ser situado en una zona de ceguera, actuando sus efectos sin ser reconocidos.
Fundamentalmente quiero poner aquí la atención, principalmente, en los psicodramatistas en ejercicio, los cuales, no debemos olvidarnos, tenemos alguna responsabilidad con los otros.
Los efectos del fantasma.
En varias charlas y artículos al interrogar a los animadores, pude ver que hay una situación complicada, en tanto que se pone en presencia, no solo a una persona, sino a un grupo (pareja o más; los animadores y uno o dos observadores).
Además, las interacciones en el seno del grupo, diferentes de los fantasmas individuales de cada uno, pero no sin relación con ellos, constituyen un microcosmos dinámico que sucesivamente influye sobre los movimientos posteriores.
Para ilustrar este hecho en términos más simples, nosotros vemos como la atmósfera o el ambiente es muy diferente en el conjunto familiar según que la madre o el padre sean alegres, atentos, preocupados, irritados… si “el padre o la madre” sienten mucha tensión, esta será sentida quizás, al menos en el contexto de los fantasmas inconscientes del grupo de hijos.
Además, en términos psicoanalíticos, podemos ver como si uno de los animadores (padres) experimenta una angustia interior, corre el riesgo de ser interpretada como una desaprobación, pero que si esto ocurre en la pareja, se puede ver asomar la situación edípica con su problemática.
Por lo tanto, es real que la presencia de la pareja de terapeutas influye en la relación de los participantes, pero no es menos real que el fantasma inconsciente de cada uno de los elementos de la pareja o de cada uno de los dirigentes se significa de una manera o de otra, y obra en el discurso del grupo.
Por ejemplo.-
En una escena un animador, Sr. Durant, corta en tres ocasiones la palabra a un participante: Xavier.
Interrogado por la co-animadora después de la sesión, él no sabía lo que había hecho. Reflexionando, él reconoce haber experimentado un cierto malestar en la mirada de Xavier, cuya locuacidad le recordó a un hermano mayor, detestado durante mucho tiempo. Nosotros podemos hablar de contratransferencia, dilucidada o no; pero hay más. La coanimadora ha dejado transparentar, quizás, un poco de debilidad por Xavier, como la madre de Durant por su hijo mayor.
Es el Edipo del animador el que ha salido a la luz.
¿Y el grupo? Él se identifica primero con Durant (identificación al agresor) y pone en Xavier “el piquete” como dice uno de los miembros del grupo.
Xavier busca un apoyo cercano en la Sra. Dupont, coanimadora, pero prevenida por la discusión clarificante que ella ha tenido con el Sr. Durant, ella no lo sigue.
Un juego que termina llevando a Xavier a compararse con su padre y eligiendo a la Señora Dupont para jugar de su madre. Finalmente todo terminó bien, pero durante tres escenas, el grupo completo andaba a tientas, tartamudeaba, burlaba los juegos, en una palabra había una tensión imposible de expresar. Lo sorprendente es constatar que todo este malestar cesó después que “el Sr. Dupont y la Sra. Dupont” se dieron explicaciones sinceras.
Vamos más lejos todavía, el fantasma del Señor Durant, la imagen de sí mismo en tanto animador, dinamiza el juego en una discusión después de la escena: “yo pienso siempre que voy a poder decir la palabra que cura, que resuelve los problemas”, él dice: “no es por casualidad de todos modos, que yo tenga mi medicina, desafiando el poder de las drogas. Mi experiencia de niño, frecuentemente enfermo me ha hecho sentir vivamente que la palabra de mi padre (médico) calmaba los cólicos del pequeño niño que yo era y el bismuto solo hacía que añadir nauseas”.
Para la señorita Duval, que perdió a su madre, a los 12 años y que es la mayor de cinco niños, su fantasma apareció bajo el estrés que ella sufría por impedir “proteger” a los participantes atacados. Su deseo de animar las escenas de psicodrama, bajo el pretexto semi-inconsciente de “hacer el bien” a los otros es contenido en el fantasma que ella libra a su analista: ella siente con placer el poder que ella tiene sobre el que es más débil que ella y el placer de perdonar generosamente “la vida”. Esto se vincula a una escena donde ella ve a un gato atrapar a un ratón, entonces ella lo libera. Detrás de este recuerdo-pantalla, se emparejan los recuerdos de dedos torcidos y de golpes (seguidos de besos frenéticos) infligidos a su joven hermano. ¿Proteger impulsivamente no está acaso a menudo detrás del deseo de atacar?
Lo que pretendo, en este artículo, es mostrar el impacto que ese fantasma puede tener en la evolución del grupo.
Este diálogo grupo-animador, subyacente a las palabras manifiestas, es parte integrante del “discurso de grupo”. Es como un contrapunto, a veces una “obstinación”, midiendo la marcha de los participantes y que arriesga en contrarrestar el ritmo.
Los animadores no están al abrigo del contagio de los fantasmas del grupo a poco que ellos sean sensibles.
Inés, quien ocupa voluntariamente el lugar de vedette, desde el principio expone sus problemas de atender en público: “Yo tengo miedo, dice ella, de ser tomada por una prostituta”. Alguna cosa, sin embargo, me dice no proponerla para representar. Mi observador me hace señal de proponerle jugar, yo me resisto, pero sucumbo ante la insistencia discreta de él. Desde que Inés se pone en pie, una joven, Sofía, protesta: “Inés ya representó en las dos últimas escenas, y yo he decidido no dejarme hacer, yo tengo también cosas que decir…” Inés, cabeza en alto, agarra su abrigo y se va sin decir una palabra…capturada en el pasillo es traída de nuevo, ella se explica ante los demás, los cuales alertados por la audacia de Sofía, protestan contra su completo dominio en el grupo.
Los observadores no tienen problema en centrar la escena en el deseo del otro, al cual nosotros nos sometemos (prostitución) o no (protestación). Pero esto solamente acerca más la salida de los miembros del grupo, y yo me di cuenta que iba a adherirme a ese discurso, “cediendo” al deseo de mi compañero que me proponía a hacer jugar, a pesar de mi mejor juicio.
Espontáneamente se estaba dejando arrastrar por el deseo de Inés…su demanda subyacente, su fantasma fundamental en ella: se da a ver… en cascada, todos, salvo Sofía, habíamos encajonado la presencia del fantasma, “prostituyendo” a cual más los unos a los otros.
No ser inocente, no dejarse arrastrar, no ser señuelo, esto es la preocupación constante del animador, del terapeuta, aunque nunca se está al amparo de tales dificultades. Sean detectados al exterior o en el interior, como un empuje difícil de frenar, los fantasmas apoyando y expresando la demanda están siempre dispuestos a desposeernos de nuestro lugar de sujetos capaces de escoger y de decir “no”.
Posiblemente porque la vigilancia anda a la par con la espontaneidad, para permitir, en un relámpago, distinguirla de la impulsividad.
En el grupo todos estamos en el mismo baño de humanas tentaciones; y tal vez ahí radiquen nuestras funciones; nosotros tenemos precisamente en los grupos de psicodrama, esta misión y en tanto que animadores; introducimos la norma y la mirada al lugar de la verdad remitiendo al sujeto al centro del fantasma. De esta manera el fantasma se desvanece, ya que eso que estaba por decir es dicho. Pero él no es diluido de forma definitiva, y nosotros tenemos que vigilar y descubrirlo bajo sus disfraces y detrás de sus múltiples astucias.
Finalmente tendremos, tal vez, una actitud más serena y más familiar con lo que nos acecha y nos trampea, tal vez porque una parte de nosotros lo reconoce como nuestro, provisionalmente alienado. Podremos decir, entonces, que el grupo puede jugar para el animador el rol de garante de la verdad del animador, como en una transferencia; ya que en definitiva, ¿Qué es el Otro, sino esto que me hace señal de los efectos de mi discurso?